Capítulo 9.
Su risa ronca y a la vez suave, terminó con lo último que me quedaba de dignidad. Y sin dejar de reír me alcanzó el papel por debajo de la puerta.
—¿Cómo terminaste así princesita?
Me mordí los labios, no iba a responderle. Esperé que se fuera, no quería verle la cara después de eso. Me lavé las manos y esperé tras la puerta.
—¿No vas a salir?
Rayos, seguía ahí. ¿Por qué simplemente no se iba?
—Jasmine, ¿estás viva?
Golpeé mi cabeza contra la puerta, frustrada.
—Creo que sí. Tranquila, no te avergüences, he hecho esto muchas veces por Mimí. Eso hacen los hermanos, ¿no dijiste que querías que fuese tu hermano? —Su tono era burlón, él estaba divirtiéndose con eso—. De acuerdo, ya entendí, me iré para que puedas salir.
Escuché sus pasos alejarse, creo que sí se fue. Abrí la puerta lentamente y asomé primero la cabeza, al ver que no estaba, salí a la volada directo a mi cuarto. Cuando pasé por el suyo él salió de improvisto. En su cara no podía haber una sonrisa socarrona más grande.
—¿Qué te pasó, comiste en la tía veneno?
Agaché la cabeza y caminé más rápido hasta meterme en la habitación, mientras escuchaba su risa. No iba a olvidarse por un buen tiempo. Me senté sobre la cama y busqué el diario de mamá sobre la mesita de noche y continué con la lectura.
10/03/1998
Ayer actué como una tonta, no sé por qué, pero al ver a Gonzalo bajo las escaleras junto a Tania, me hizo sentir cosas extrañas en mi pecho, que ocasionó que saliera corriendo del colegio hacia mi casa. ¿Qué habrá pensado él al no encontrarme? ¿Si quiera me buscó? A lo mejor fue a acompañarla a ella a su casa. El tan solo pensarlo hizo que me quemara el estómago.
Entré como muerta en vida al salón de clases; en la puerta me crucé con Tania, nuestras miradas se quedaron pegadas, hasta que ella pasó de mí con indiferencia. Miré hacia el pupitre que compartía con él, aun no había llegado. Y no llegó. Me sentí aun más triste con su ausencia. ¿Por qué había faltado? ¿Acaso se había enfermado?
En el recreo la pasé completamente sola, él era mi único amigo, no tenía a nadie más con quien pasar los ratos libres. Decidí volver al salón. En él, estaban algunas de mis compañeras, sentadas en el suelo conversando, entre ellas Tania. Pasé junto a ellas con la cabeza gacha, pero al escuchar el nombre: Gonzalo, me fue inevitable no prestar atención, es más, alzaron la voz para que las escuchara sin dificultad.
—¿Entonces Gonzalo te acompañó a casa? —chilló la de pelo rizado.
Levanté mi cabeza y vi a Tania asentir orgullosa, fijó su mirada en mí, mientras yo confirmaba mis sospechas. La había acompañado, ¿ya no íbamos a ir juntos como todos los días, porque ahora la iba a acompañar a ella?
—¿Y por qué no vino? ¿lo sabes? —Continuó preguntando.
—Está enfermo.
Abrí bien y mis ojos. ¿Gonzalo está enfermo? Sin darme cuenta estaba caminando en dirección de Tania, me paré frente a ella ante la curiosidad de sus amigas.
—¿Gonzalo está enfermo? —inquirí mirándola fijamente.
—Con que así es tu voz, pensé que eras muda. —Escuché tras de mí.
Mi compañera de ojos rasgados se puso de pie, es como cinco centímetros más alta que yo, cuello largo y afilado. Con su corte de cabello bajo la mandíbula, su cuello se realzaba más.
—Sí.
—¿Cómo lo sabes?
—El y yo somos íntimos. —Sonrió dibujando dos hoyuelos en sus mejillas.
Íntimos... ¿Desde cuándo? Cuando Gonzalo llegó no parecían conocerse, sin embargo, son íntimos... Me sentí desfallecer, él tenía a alguien más importante que yo como amiga, alguien que no tenía a un delincuente como padre ni era maltratada ni marginada en la escuela, una amiga digna de él. Bajé la mirada y volví a mi asiento. ¿Cómo estaría él? ¿Estaría muy enfermo?
Una larga jornada estudiantil sin él, fue la peor. ¿Desde cuando empecé a añorarlo tanto? Las calles de regreso a casa me parecieron más amplias, más oscuras, más solitarias sin él. Lo extrañaba tanto y solo había pasado un día sin verlo. Y estaba enfermo, tenía tantas ganas de cuidar de él, preguntarle si podía ayudarle en algo. Llegué a casa pensando si debía visitarlo; su casa estaba cerca a la mía, por lo que bien podría hacerlo. Tenía referencias de como llegar, y no era problema hacerlo, él único problema era mi padre. Tenía que cerciorarme que no estuviera en casa. Y así fue, llegué solo para comprobar que las luces estuvieran apagadas, y que él pensaba pasar más tiempo fuera en un bar de mala muerte, o en una esquina fumando y bebiendo cervezas baratas. Ni siquiera entré, en las mismas me fui corriendo hacia el centro, pasé la plazuela: "El recreo", y corrí por la calle: "Pizarro", solo tuve que caminar de frente y un par de cuadras; pasé viendo los centros comerciales, hasta que di con la boutique que me indicó, y ahí estaba, la casona grande de color celeste con ventanales de fierro blanco, prominentes y puntiagudas, faroles antiguos, con un balcón de madera hacia la calle. Una casona de la época colonial, que bien podía ser parte del patrimonio cultural. Me acerqué a la enorme puerta de madera, y golpeé el candado de león dos veces. No tuve que esperar, un señor alto y macetón salió a recibirme. Me sentí intimidada y nerviosa. Seguramente era su papá. Me miró de pies a cabeza, creo que miraba mi uniforme.
—¿Eres la compañera de mi hijo Gonzalo? —Una voz gruesa y profunda. Entonces Gonzalo había sacado su voz.
Asentí con la cabeza.
—Y vienes a visitarlo. —Repetí el gesto—. Pasa, él está en la sala.
Abrió el enorme portón y entré con parsimonia, lo primero que vi fue el patio iluminado de faroles igual como los que colgaban en la entrada: un foco de luz amarilla dentro de una especie de lámpara de fierro negro y en forma romboide. Había múltiples macetas con plantas grandes y hermosas. Me detuve en medio del patio contemplándolas. Hubo una maceta que captó mi atención: una blanca y dentro de ella contenía jazmines, mis favoritas. Sonreí ante ellas presa de su belleza. Me quedé deslumbrada con ellas que no noté cuando alguien salió de la morada interior.
—¿Angelina? —Era la voz él... Cuánto habían anhelado mis oídos escucharlo. Me giré hacia él y me quedé de piedra al verlo acompañado de alguien más: Tania.
Ya no tenía dudas, se trataba de mi madrastra, sus rasgos particulares la delataban.
No teniendo nada más que hacer, me dispuse a limpiar la casa. Ubiqué la aspiradora en el desván y empecé por la sala, la cocina, las habitaciones de la primera planta y seguí con la segunda, limpié la habitación que compartía con Mimí y llegué hasta la puerta de mi hermanastro. Toqué y al instante salió él.
—¿Qué sucede?
—¿Quieres que limpie aquí? —Le mostré el artefacto.
—Bueno. —Elevando los hombros me dejó entrar.
Su habitación estaba en orden, lo único que se veía mal era su cama destendida, la mitad de su edredón rodaba por los suelos. Le miré para preguntarle si podía tenderla, pero él estaba frente a su escritorio con su laptop. Bueno, no creí que se molestaría por tenderla, así que me puse a hacerlo. Estaba acomodando la última esquina, cuando vislumbré algo brilloso junto a la pata del velador. Me agaché para tomarlo y cuando me incorporé, pude notar lo que era: un preservativo.
—Jasmine, vas a... —Había girado silla para verme, y al hacerlo me vio con esa cosa en la mano.
Mis mejillas empezaron a quemar. Qué vergüenza. Lo dejé sobre el velador, tomé la aspiradora y salí a la volada de ahí. Le escuché venir tras de mí.
—Espera Jasmine. No pienses equivocadamente. Me lo dieron en el hospital.
Bajé las escaleras tan rápido como mis pies lo permitían.
—Cuando pasas consulta del adolescente siempre...
No pudo continuar hablando porque el resto de la familia entró.
—Mamá por favor —lloriqueaba Mimí con los ojos enrojecidos.
¿Qué pasaba?
—Emily, no insistas, ya te dije que no.
—Nunca me dejas ir a ningún sitio —sollozó—. Solo esta vez, por favor. Todas mis amigas irán.
Tania se cruzó de brazos.
—Todas, pero menos tú. Diles que vengan aquí.
—Ya hicimos una pijamada aquí mamá, ahora toca en la casa de Fátima.
—No irás a dormir en una casa que no sea la tuya. Es mi ultima palabra. —Caminó en dirección de su cuarto.
—Papá —pidió con ojitos que me partió el corazón.
—Lo siento hijita, no puedo desautorizar a tu mamá.
Mi pobre hermanita se soltó en un llanto y subió corriendo las escaleras.
—¿Qué quiere? —inquirió Joaquín.
—Quiere ir a la pijamada de Fátima. —Papá elevó los hombros y fue tras de su mujer.
—¿Por qué su mamá no la deja? —le pregunté en cuanto escuché los pasos de papá más lejano.
—Mi mamá es muy sobreprotectora, nunca la deja dormir fuera de casa.
Me quedé pensando, no quería ver a Mimí triste.
—Joaquín...
—¿Mm?
—¿Qué hacemos para alegrar a Mimí?
Soltó un suspiro mientras parecía pensar.
—¡Ya lo tengo! —Sus ojos rasgados se agrandaron—. ¡Hagamos la pijamada aquí!
—¿Solo los tres?
—¿Qué más da? —Elevó los hombros.
—De acuerdo.
—¿Sabes preparar canchita?
—Sí, solo hay que calentar el aceite y dejar que el maíz explote.
—Ya, ¿puedes prepararla? Iré a comprar algunos bocados.
—Ya.
Mientras él salió, fui a la cocina y, preparé canchita y refresco de gelatina. Al instante Joaquín volvió con piqueo y doritos picantes. Me ayudó a servir la canchita y salarla. Subimos a la habitación con varias fuentes. Mimí estaba en un mar de lágrimas y con los ojos rojos e hinchados. Y como son pequeños, se hicieron más pequeños aún. Se sentó para vernos con curiosidad.
—¿Qué están haciendo?
—Haremos una pijamada bien chévere —dijo su hermano entusiasmado—. Veremos de esas películas cursis que te gustan ver.
Ya no lloraba, se limitaba a suspirar.
—Pero yo quería hacerla con mis amigas.
—Bah, somos más bacanes que ellas.
Me miró y luego a Joaquín.
—¿Utilizarán los pijamas que les daré?
—¿Cuáles? —La miró con recelo.
Ni corta ni perezosa nuestra hermanita fue al armario y trajo tres pijamas extravagantes y nos obligó a utilizarlos. El de ella era de Piglet, el mío de unicornio, y el más gracioso fue Joaquín con su pijama de Stitch. Me aguanté la risa, pero no fue el caso con Mimí, se rio sin parar. Y como si no fuera poco, nos hizo posar en un sinfín de selfies, para su Facebook. Nos hizo escuchar todas las canciones del cantante colombiano: Camilo. Comimos un montón de golosinas junto a películas corta venas. Nos hizo unir ambas camas, ella se echó en medio, y Joaquín y yo a los extremos. Y para finalizar, jugamos la ruleta de preguntas. En realidad, solo ella preguntaba.
—De verdad, ya solo quedan dos preguntas —aseguró somnolienta.
—Estas sí son las últimas, ¿entiendes Mimí? Mañana tienes que ir a cole, y Jasmine y yo a la pre.
—Sí, de verdad ya son las últimas.
—Ya, suéltala.
—Ya. Mi pregunta es: ¿Por qué sigues con Irene si ya no estás enamorado de ella?
Joaquín se inclinó sobre su codo para verla.
—¿Por qué dices que ya no estoy enamorado de ella?
—Porque sé cuando una persona está enamorada, y tú no lo estás.
—¿Cómo puedes saberlo si nunca te has enamorado? Además, no tienes permiso para enamorarte.
—Lo sé porque las personas enamoradas ponen caras bobas. He visto muchas películas para saberlo.
Él se rio suavemente.
—Eso no tiene lógica.
—Creo que solo te has acostumbrado a ella. —Bostezó—. ¿No crees Jasmine?
—¿Mm? —No podía responderle, yo nunca había estado enamorada—. No lo sé.
Joaquín parecía meditarlo. Creía no estar seguro de si seguía enamorado o no.
—Ya, esta es la última. Jas, si pudieses volver en el tiempo, ¿a qué etapa volverías?
Su pregunta me puso nostálgica. Solo había una etapa a la que quería volver.
—A mi niñez, cuando mamá estaba sana y viva.
Se formó un silencio sepulcral. Ninguno de los dos dijo nada. Mimí se quedó dormida porque su respiración se hizo calmada y lenta. Le di la espalda y me recosté sobre mi brazo. Recordar a mamá me ponía así. Nunca iba a olvidarla. Cerré mis ojos y abstuve mis lágrimas.
—¿La extrañas mucho? —La voz de mi hermanastro, suave y ronca a la vez.
—Mucho.
—¿Era muy buena?
—La mejor. —Sonreí.
—Lamento tu pérdida.
—Ella... estaba sufriendo mucho.
Nuevamente no dijo nada. El sueño ya me estaba venciendo.
—Sé que se llamaba Angelina.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté medio dormida.
—Yo la vi una vez... cuando era niño.
Abrí mis ojos de golpe. ¡¿Qué?!
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