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Capítulo 7

Cerré mis ojos con todas mis fuerzas, así que, al escuchar su voz, los abrí lentamente. En lugar de tranquilizarme, mi corazón latió con más velocidad; si me hubiese podido medir el pulso, habría rebasado los cien latidos por minuto.

Mi piel entera se erizó. Sentí un escalofrío recorrer cada centímetro de mi cuerpo.

Antes de poder asimilarlo, él ya se había levantado de mi encima. Tragué saliva y me incorporé tambaleante. Arreglé el pijama que se me había subido al muslo, con mis manos temblorosas. Parecía yo la que se había bañado en alcohol.

Alcancé la lámpara y la encendí. Di un vistazo rápido a Mimí; dormía profundamente, con ella no era la cosa.

—Lo siento —escuché su voz nuevamente. Cuando levanté la mirada, él ya se estaba yendo.

No sé qué fuerza suprema me empujó a hacerlo, pero salí tras él. Lo alcancé bajando las escaleras. En silencio lo seguí, paso a paso.

Mi cuerpo aún no se recuperaba del tremendo susto porque temblaba como presa al acecho.

Se metió a la cocina y yo entré tras él. Su cabello estaba alborotado y su ropa desaliñada. Estuvo buena la fiesta.

Se sirvió un vaso de agua, pero en lugar de beber su contenido, lo sostuvo por unos instantes.

—De verdad discúlpame por haberte asustado de ese modo. —Se giró hacia mí para ofrecérmelo.

Los primeros botones de su camisa estaban sueltos.

Acepté y lo bebí de un trago. Él se sirvió agua helada que sacó del refrigerador.

—¿Por qué entraste de ese modo? —logré articular.

—Perdí mis llaves. —Se rascó la cabeza—. No pude tocar porque habría despertado a todo mundo —explicó—, entonces busqué la escalera en el jardín...

—Y entraste a nuestra habitación —lo interrumpí.

—Eh... Sí. Me confundí —dijo asintiendo. En su expresión había arrepentimiento.

—Pudiste haberte caído mientras subías las escaleras.

—No estoy borracho, solo...

Se vio interrumpido por los pasos de alguien. Súbitamente nos miramos alarmados. Sobre todo, por el aspecto que traía él.

Pude haber dejado que lo descubrieran, pude haber contado que casi me muero del susto por su intromisión en la habitación que comparto con Mimí. En vez, lo ayudé a esconderse detrás del refrigerador.

Los pasos se fueron acercando más, hasta que se asomó mi madrastra. Su presencia me producía escalofríos. ¿Todas las madrastras causan esa misma sensación? Ni siquiera consigo sostenerle la mirada. Sus ojos rasgados, esa mirada dura... Me hace recordar a la villana de algunas temporadas de la serie "Al fondo hay sitio". La villana de las villanas, más conocida como: la mirada de tiburón" o "los ojos de tiburón". Realmente no recuerdo el apodo.

A mamá le gustaba mucho esa serie y a veces la veía con ella. De cualquier modo, son bastantes parecidas.

La mujer ni siquiera me dedicó una mirada, aunque sabía que estaba allí.

Fue directo a la alacena y se puso en puntillas para intentar alcanzar una cosa.

Intenté escabullirme sin darle la espalda, por instinto, como si fuera a clavarme un puñal en la retaguardia. Ya solo me faltaba unos pasos, cuando su voz me detuvo.

—¿Quieres ayudarme? —preguntó vencida. Prácticamente suspirando.

Aparentemente no alcanzaba a lo que intentaba bajar de la alacena.

No contesté ni sí ni no, simplemente me acerqué para bajar lo que quería.

—Ahí hay una cajita de Maizena —dijo.

No tuve dificultad como ella para bajarla, ya que le llevaba al menos cinco centímetros. ¿Pero para que quería Maizena a estas horas?

No me quedé para preguntarle, me fui rápidamente, y mientras salía, miré en dirección del refrigerador. Esperaba que Joaquín no tuviera que permanecer escondido demasiado tiempo...

Al fin había llegado el tan esperado y anhelado domingo. Bueno, es un modo de decir, ya que no íbamos al CEPUNT, pero aun así teníamos que estudiar. Pero tenía unas ganas inmensas de mirar mi serie "casa de papel" así que aprovecharía mi único de día de luz.

Mimí me pasó la cuenta de Netflix, así que no tardaría mucho en ir a verla toda la tarde, porque la mañana ya la tenía ocupada. Tenía ropa que meter a la lavadora, centrifugarla, y ponerla a secar.

Papá nos llevó a comer fuera, luego se fue a una reunión con sus amigos del trabajo. La madrastra y Joaquín se metieron a sus habitaciones y no salieron de ellas. Mimí y yo nos pusimos a ver mi amada serie en el televisor de la sala, pero pude ver que ella no la disfrutaba tanto como yo, así que le pregunté si quería ver alguna película.

—¡Sí! —dio un fuerte grito. Bien, debí haber preguntado antes.

—Veamos entonces.

Mimí buscó en la sección romance, ella es el romance en carne viva. Yo soy más de películas de terror, acción sangre, crimen, suspenso, matanza.

Joaquín se apareció en la sala con ropa más cómoda.

—Hermano, vamos a ver una peli. Ven a ver con nosotras —ofreció Mimí.

El pareció meditarlo unos instantes. Su hermanita se veía emocionada así que creí que le daría el gusto.

—Entonces voy a comprar Doritos y Cheetos —respondió—, ah y una Coca cola.

—Dale.

Sonreí. Joaquín es demasiado tierno con Mimí. Si fuera realmente mi hermano, ¿sería así conmigo?

Subió las escaleras en busca de dinero, supongo.

Mimí seguía buscando que ver. Escuchamos la puerta abrirse y cerrarse.

—¡Mira! —volvió a gritar, si seguía de ese modo iba a quedar sorda—. ¡A todos los chicos que me enamoré!

—Genial —contesté con fingida emoción. A Patty también le emocionaba esa película, la hubiese disfrutado más que yo.

—¿Leíste el libro Jas?

—¿Cuál libro? —Fruncí el ceño.

Seleccionó la película, pero no la empezó, seguro esperaba a su hermano.

—Pues el libro de la película.

¿Había un libro?

—Pues no.

—Yo sí. Es de recontra bacán.

—¿O sea que ya sabes lo que pasa en la película? —Me recosté.

—Técnicamente sí. ¿Qué crees que es mejor leer primero el libro, o ver primero la película?

Nunca lo sabré. No soy de leer muchos libros, así que no lo sé.

—Creo que ver primero la película, así ya le pones cara a los personajes —dije lo primero que se me vino a la mente.

—Pues tienes razón, pero ya no le das alas a la imaginación.

Buen punto.

La puerta fue azotada nuevamente. Joaquín entró con varias bolsas, se sentó junto a nosotras y las dejó en la pequeña mesita.

—¿Cuál escogieron? —Miró a la pantalla—. Ah, ¿esa? ¡No!

Mimí soltó una risita.

—Ya verás que te gustará.

—Irene me tiene loco con esa película.

—Ni se te ocurra llamarla —advirtió Mimí con expresión seria. Él sonrió de medio lado—. Esperen, iré a hacer pipí, no empiecen sin mí.

Salió corriendo.

—¡Mimí! —alzó la voz para ser escuchado—. ¡No es necesario que especifiques que vas a hacer en el baño!

Sonreí nuevamente. Mimí era muy transparente.

Fue incómodo quedarnos solos. Quise tener mi celular conmigo para fingir que hacía algo. Me fijé en las bolsas, ya tenía como escapar.

—Iré a traer una fuente y vasos.

Él asintió.

Me puse de pie y pasé frente a él, pero al hacerlo le pisé un pie.

—¡Au! —se quejó.

—Discúlpame —pedí avergonzada.

—¿Crees que con tu disculpa se me pasa el dolor? —Su rostro se veía serio. Mis mejillas quemaron.

—Igual debo pedir disculpas...

—Te daré un pisotón y te pediré disculpas a ver si se te pasa.

Nos quedamos mirando fijamente hasta que soltó una carcajada.

—Te estaba tomando el pelo prin-ce-si-ta.

Terminé por sonreír. Casi me mata de un ataque de vergüenza. Ya no me sentía tan incómoda como antes por su broma. Aunque el fondo tenía razón, una disculpa no soluciona nada. El daño hecho no tiene solución con una disculpa. Es por cortesía.

Después de todos los precedentes nos sentamos los tres a mirar la película. La que más disfrutaba era Mimí, Joaquín y yo seguíamos la ilación, pero no la veíamos tan intensamente.

Emily se fue a hacer su tarea, Joaquín a su habitación, y yo a leer el diario de mamá.

09/03/1998

El fin de semana se me hizo extremadamente largo. No ver a Gonzalo en dos días, fue demasiado aburrido.

Empezaba a amar los lunes porque significaba el inicio de una larga semana, una larga semana para ver a Gonzalo.

Nunca antes me había gustado nadie. Ningún chico es como él. Es mi esperanza, mis ganas de vivir y sonreír. Es como una luz, una luz resplandeciente al final de un túnel.

Cuando mi padre me maltrata lo único que me impide desfallecer es pensar en él. Me digo: resiste, resiste, ya lo verás.

Imagino su amplia sonrisa, y es suficiente para salir adelante.

Mi madre me abandonó para irse con otro hombre. Y mi infernal parecido con ella, hace que papá me odie.

¿Qué culpa tengo yo? Si hay un culpable es él. Mi madre seguramente no soportaba vivir con un hombre violento, borracho y holgazán.

Desde que tengo memoria, no recuerdo haber recibido un solo abrazo de él. Un te quiero. Tan solo un buen trato. Aun así, no tengo le tengo rencor, porque es mi única familia. Pudo abandonarme igual que ella, pero no lo hizo.

Debo ser fuerte, debo vivir.

Mientras escribía todo esto, elevé mi mirada para ver a Gonzalo. Él estaba tan concentrado jugando fútbol y yo lo veía desde la tribuna.

Corría y corría por casi toda la loza del colegio con la pelota, varios le querían quitar, pero no lo conseguían. Estaba a punto de llegar al aérea para meter un gol, cuando un chico más grande que él lo empujó. Gonzalo cayó estrepitosamente. Me levanté asustada con el corazón en la boca, bajé un escalón para ir a verlo, pero él se puso de pie como si nada hubiese pasado. Los hombres juegan tan violentamente...

Sonreí y escribí en la hoja: A y G.

Creo que el equipo de él había perdido porque se veía muy disgustado.

Levantó la mirada en mi dirección y se acercó subiendo los escalones de dos en dos. Sudaba a chorros, su polo de algodón estaba empapado en el pecho y espalda, por su cabello pegado a su rostro, caían pequeñas gotitas de sudor.

—Perdimos —bufó.

—Eso creí haber visto. —Le alcancé su camisa y una botella de agua. La bebió toda de una sola vez.

—Iré a sacarme esto —señaló su polo.

—Sí.

Sonó el timbre para entrar a clases, me puse de pie y llevé conmigo la mochila de Gonzalo.

Era el turno de clases de la tarde. Teníamos historia universal.

Al pasar al salón, una de mis compañeras pasó junto a mí empujándome, me sostuve de un pupitre para evitar caer. Ellas no me aceptaban, me odiaban, aunque yo jamás les hice nada.

La clase trató de la revolución francesa. A Gonzalo le gustaba mucho la historia, disfrutaba de la clase, anotaba lo que creía importante y siempre hacía uno que otro comentario. Opinaba en todo.

—Abran su libro en la página veintitrés —dijo el maestro.

Busqué en mi mochila, pero no encontré el bendito libro, lo había olvidado.

—Lo olvidé —dije en suspiros.

Gonzalo sacó el suyo mientras negaba con la cabeza.

—¿Qué te sucede Angelina? ¿Acaso te gusta alguien? ¿Estás enamorada?

Mis mejillas empezaron a quemar. Bajé la cabeza para no delatarme. Negué rápidamente.

—Qué bueno.

Volvió la mirada hacia el libro, lo puso en medio de los dos para compartir la lectura conmigo. Pero al abrirlo en la página dictada por el profesor, descubrimos un papel extraño, una carta. Él la tomó, le dio un rápido vistazo al emisor y, la guardó. Supe de quién se trataba cuando levantó la mirada hacia mi compañera de rasgados ojos negros. Ella le miró unos instantes y se avergonzó. No había duda, se trataba de ella.

El volvió la mirada a la lectura, pero no parecía estar concentrado como antes. Esa carta le había movido el piso. Algo dolió en mi pecho.

Pasamos a la siguiente clase, pero no pude concentrarme tampoco.

Finalmente terminó la jornada escolar, ya podríamos irnos a casa. Pero Gonzalo me dijo que le esperara en el portón. ¿Dónde se había metido?

Lo busqué en todo el colegio mas no lo encontraba, hasta que di con él, estaba debajo de las escaleras, ¿qué hacia allí?

Me acerqué un poco más y me detuve de golpe, estaba con la chica de la carta, con Tania.


¿Qué? ¿Tania? ¿Se trataba de mi madrastra?

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