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Capítulo 4.

No entendía nada. Me quedé como estatua; creo que mi respiración se detuvo.

-¿Es obvio no? -continuó él-. ¿No tienes diecisiete? Soy un año mayor que tú, y mi mamá vino después que la tuya.

Claro, como no lo pensé antes.

-Entonces... -titubeé.

-No hay ningún lazo sanguíneo que nos una, princesita Jasmine -prosiguió sardónico sardónico-. Tu papá no es mi papá, al menos no biológico. Así que jamás vamos a ser hermanos.

Me volvió a dar la espalda para salir de la habitación.

Mis redondos ojos se hicieron más redondos de lo normal. Éramos hermanastros ¿Por eso me detestaba? Pues se estaba tomando muy bien el papel de hermanastro. Y eso no hacía las cosas más fáciles.

La imagen de mi padre apareció ante mí. Intenté sonreír lo más que pude.

-¿Dormiste bien Jasmine?

-Sí, gracias. Mimí es muy linda.

El asintió.

-Es bastante cariñosa -dijo-, a veces exagera. Si te incomoda solo debes decirme.

-No -me apresuré a decir-, para nada. Ella me hace sentir bien.

Sonrió complacido.

-¿Quieres ir hoy a visitar las universidades?

Claro, el segundo semestre iba a empezar, así que tenía que apurarme.

-Sí, está bien.

-Entonces alístate, nos vemos en la sala.

Con su expresión risueña salió del cuarto. Pero quería darme un baño y no sabía dónde estaba la ducha ni nada de eso, así que salí para alcanzarlo en el pasadizo.

-Eh, señ... -me detuve a tiempo que él se giró.

Aún no lograba llamarlo papá. ¿Se habrá molestado porque iba a llamarlo señor? Bajé la mirada avergonzada.

Sus pasos firmes hacia mí me intimidaron. Levanté la mirada cuando él posó sus manos en mis hombros.

-Está bien, tranquila. No te sientas presionada a llamarme papá, lo harás cuando realmente lo sientas.

Su sonrisa era tan cálida y su mirada profunda. Aunque su voz gozaba de ser gruesa, era reconfortante.

-Hermana, ya me voy a la escuela. -La vocecita de Mimí nos interrumpió. Estaba tan concentrada en él, que no la vi subir las escaleras.

-Adiós Mimí. -Me incliné para besar su mejilla-. Que te vaya muy bien.

De reojo pude notar que nuestro progenitor sonreía satisfecho. Estaría quizás contento de que ella y yo empecemos a tomarnos cariño en tan poco tiempo. Pero en realidad todo era gracias a ella. Si Mimí no se hubiese mostrado tan amable conmigo desde un comienzo, yo no habría sabido como acercarme, ni ganarme su cariño, tal como sucedía con Joaquín.

-Nos vemos papá -se despidió de él.

Sin dejar de sonreír le acarició la cabeza. Creo que ambos tenían la misma personalidad.

De la habitación contigua salió Joaquín puesto un pantalón jean, un polo en granate, y unas zapatillas negras. De su hombro colgaba su mochila de cuero.

-Buen día papá -saludó-. ¿Estás lista Mimí?

-Sí hermano, vámonos.

-Vayan con cuidado -recomendó el hombre más mayor.

Mientras bajaban las escaleras Mimí se giró para despedirse con la mano y sonreír. Sus ojitos rasgados se hicieron más pequeños. Ella tenía la frente amplia y curvada como la de padre, mientras yo había sacado la frente plana de mamá.

Me fue inevitable sonreírle también. Con ella lo hacía mucho.

-Son muy distintos -aseguró-. Joaquín es un poco difícil, pero te lo ganarás.

Realmente lo quería así. Ya encontraría el modo de agradarle. El hecho de ser hermanastros, no significaba que teníamos que llevarnos mal. No compartíamos ADN ni nada por el estilo, pero sí teníamos algo en común: una hermana.

-¿Qué ibas a decirme? -preguntó.

-Ah, es que yo quisiera darme un baño.

-Claro. Esa puerta -señaló al costado de las escaleras-, es el baño del segundo piso. Es para ti y Mimí. Joaquín tiene un baño en su habitación.

-Bien, gracias.

-Te veo abajo. -Caminó hacia las escaleras, pero se detuvo para voltearse-. ¿Tienes la clave Wifi?

Agradecí enormemente que me lo haya preguntado. De otro modo tendría que haber esperado a Mimí para preguntarle.

-Eh... No, no la tengo.

-Bien, te la doy.

Volvimos a la habitación, y la anotó en un papel.

-Si necesitas algo, solo dímelo. ¿De acuerdo?

-Claro.

Me costaba un mundo hacerlo.

Me dio la espalda, fue a dar un par de pasos y se volvió a mí. Ante mi sorpresa, tomó mi cabeza y depositó un corto beso en mi frente. Pude notar que le costó hacerlo, pero no lo pudo evitar. Tanto como costarle quizás no, a lo mejor temía mi reacción o se sintió avergonzado.

Sonreí por ello.

Después de darme un largo y refrescante baño, busqué que ponerme. Elegí, un pantalón jean azul, un polo blanco de tiras, encima una blusa de cuadros en rojo, y unas zapatillas blancas.

Recordé conectarme a internet, y al hacerlo me llegó un montón de notificaciones de Facebook, Instagram, y WhatsApp. Respondí únicamente los mensajes de Patty y aproveché en contarle rápidamente mi llegada a la ciudad de Trujillo. Le prometí que tomaría fotos a los lugares que llamaran mi atención.

Cuando bajé al primer piso la señora Tania estaba poniendo la mesa en el comedor. Tragué saliva para acercarme.

-Buenos días -saludé tímida.

-Buenos días -contestó sin voltear a mirarme.

Uff... Me moría de incomodidad. Ella y su hijo eran tal para cual. Rogué para que mi padre apareciera. Aún era extraño estar con él, pero su aura era más agradable, no tanto como la de Mimí, claro.

-¿Necesita ayuda? -pregunté.

-Sí deseas ayudar a alguien solo debes hacerlo sin preguntar -contestó agria colocando la panera con panecillos de zanahoria.

Sentí una horrible punzada en el pecho. Quise desaparecer en ese instante. Mis mejillas quemaban a punto de causar un incendio.

-Lo siento. -Me acerqué con la finalidad de enmendar mi error.

-Ya está listo, no es necesario.

Sus ojos rasgados nunca se posaron en mí. Eran parecidos a los de Mimí y Joaquín.

Un nudo se instaló en mi garganta. No me podía permitir derramar una sola lágrima. No es correcto Jasmine.

Para mi buena suerte apareció mi padre. Me sentí aliviada.

-Qué bien huele -comentó-. Siéntate hija.

-Gracias.

Su esposa lo hizo frente a mí, sin expresión alguna.

Empezaba a dudar si fue correcto haber venido. Estaba desentonando. No me gusta causar incomodidad en nadie, de hecho, hago todo lo posible por pasar desapercibida. Pero no lo estaba logrando; mi presencia para ella y su hijo no era precisamente agradable.

Alcancé la taza de café. Papá me ofreció leche, y la acepté.

-Nos mudamos a Trujillo cuando Mimí nació -contó él-. Todos somos limeños, pero debido al trabajo vinimos acá.

Entonces eso quiere decir que él regresó a Lima. Mamá era trujillana. Se conocieron aquí. ¿Por qué se separaron? ¿Por qué el volvió a Lima?

Yo también nací en Lima. ¿Mamá fue en su búsqueda? Tantas preguntas por resolver...

Después del desayuno, fuimos en su camioneta azul a las universidades. Como la más cercana era la estatal -tres cuadras de la casa-, fuimos allí primero. La universidad ocupa toda una avenida entera. Su mosaico de fachada resplandece a la luz del sol. En total tiene cuatro puertas. Y sobre el dintel tiene figuras en alto relieve referido a la época colonial, entre otras, igual que el tema de los mosaicos. Época preincaica, incaica, culturas... Me encantó. Y por dentro, las facultades están rodeadas de muchas áreas verdes. Arboledas en cada rincón. Tomé fotos como le prometí a mi amiga.

-¿Ya sabes qué estudiar? -preguntó repentinamente.

-En realidad no -admití-, sólo sé que me inclino a las ciencias.

-Vaya, ninguno de mis hijos ama las letras como yo.

-A mamá también le gustaban las letras -solté sin pensar; me arrepentí al nombrarla.

Meditabundo sonrió con dejes nostálgicos; asintió suspirando.

-Ella era la mejor en letras. Su escape, su mejor modo de expresión.

Algo incómodo se instaló en mi pecho. El modo en que hablaba de ella era tan profundo, tan sincero... La chica de quince años se había quedado grabada en su ser. No podía ocultar su melancolía. Fue un amor sincero, pese a que no terminaron juntos.

No todo amor verdadero tiene un final feliz.

Me miró por unos instantes y dijo:

-Ahora vamos a otra universidad.

Mientras manejaba me fue inevitable fijarme en sus dedos pulgares. Eran cabezones y redondeados igual que los míos. Sin darme cuenta ya me estaba mirando los dedos para constatar el parecido.

Entonces gracias a él los obtuve.

Nunca me gustaron mis dedos pulgares, parecían dos bolitas. No entendía por qué los tenía; los dedos de mamá eran largos y delgados.

Por fin lo comprendí.

El debió haberse fijado en mi extraña actitud, así que me preguntó qué hacía. Sin responder le mostré mis dedos como si imitara dos likes.

Se detuvo justo en el semáforo rojo. Los miró fascinado. Comparó sus pulgares con los míos soltando una carcajada.

-Son horribles -dijo-, lamento que los hayas heredado.

Reí también. No era la única que los detestaba.

-Ya no me siento tan desdichada porque alguien más tiene esta rareza.

-Somos los únicos, Mimí no los tiene.

El no mencionó a Joaquín. Esfumó cualquier duda. No era su hijo biológico.

-Sacaste solo mis dedos -continuó.

-También tus labios gruesos acorazonados.

Miró mis labios y luego los suyos en el espejo retrovisor para sonreír.

-Tienes razón.

Fuimos al resto de universidades, pero ninguna me gustó tanto como la nacional. Ya sabía a cuál quería ir.

Saqué el diario de mamá que lo llevaba en la cartera, y le di una leída.

05/03/1998.

-¿Quieres ir Huanchaco? -me preguntó Gonzalo entre susurros-. Escuché que es la playa más popular de Trujillo.

La playa de Huanchaco es la más linda del departamento "La Libertad". Muchos la visitan los fines de semana. Era jueves, así que estaría con menos visitantes.

¿Debería ir?

Nuestro grado salió más temprano porque el maestro de Arte no había venido, y con él llevábamos las dos últimas horas. Pero no contaba con dinero, no tenía ni un sol en el bolsillo.

-No puedo -le respondí desanimada.

-¿Por qué?

Para entonces ya habíamos llegado a la avenida España.

-Es que... no tengo dinero.

-Eso no es problema -aseguró entusiasmado-. Si esa es la razón, entonces sí iremos.

Sin dejar de sonreír un solo instante miró hacia los micros que venían en nuestra dirección. Elevó la mano para hacer parar al micro que nos llevaría a Huanchaco. Con la misma me arrastró con él al asiento posterior.

El viaje duró aproximadamente cuarenta minutos. El sol aun brillaba cuando llegamos, pero no tardaría en ocultarse.

Tal como lo supuse había poca gente, es más, se estaban preparando para irse.

Un muchachito pasó vendiendo sus últimos marcianos en su cooler.

-¿Quieres un marciano? -me preguntó Gonzalo.

-¿Mmm?

Ni siquiera esperó respuesta, fue donde el muchachito y le compró dos.

-Solo había de fresa -dijo dándome uno.

-Gracias.

Él se sentó mirando a la orilla; yo lo hice también.

-Está rico. -Se lamió lo labios-. Solo espero que lo hayan hecho con agua hervida, sino me va a dar una diarrea brutal.

Reí por su comentario, me parecía tan gracioso que no conseguía detenerme. Gonzalo me miraba sorprendido, quizás porque nunca me había visto reír así. Terminó por sonreír.

Él se acercó a la orilla. Yo fui tras él.

-¿Te gusta la playa Angelina? -Asentí-. ¿Entonces te gusta esto? -Se agachó brevemente y me roció agua con arena riendo a carcajadas.

Me quedé estática sin saber qué hacer. Me decidí a limpiarme sin responder. Pero él volvió a hacer lo mismo.

-Oye -expresé. Finalmente sonreí y le seguí en su juego.

Esa tarde la tengo tan penetrada en mi memoria. Corrimos descalzos por la arena tibia a tiempo que el sol se iba ocultando dejando rastros en el cielo de un intenso color naranja.

Caminamos en el muelle y nos detuvimos en el extremo justo en medio del mar.

-¡Esto es maravilloso! -gritó él extendiendo los brazos y cerrando los ojos. Respiró profundamente para girar hacia mí-. Ven aquí.

Me aproximé hasta él y se posicionó detrás de mí. Tomó mis brazos y los extendió con los suyos.

El viento golpeó fuertemente mis cabellos y la brisa se impregnó en mis mejillas. Era tan, tan reconfortante.

-Esto lo vi en Titanic -espetó con esa voz que tanto me gusta.

-¿Titanic? -cuestioné.

-¿Acaso no has visto la película? -Me soltó para mirarme frente a frente.

-No.

-Pero... -Enarcó las cejas y soltó un fuerte suspiro-. Está bien, la veremos en mi casa. Le pediré a mi papá que compre la cinta. Esto -dijo volviendo a estar detrás de mí y extendiendo nuevamente los brazos-, pasa en la película, claro que él la toma por la cintura. ¿Quieres que lo haga?

Torpemente me alejé de él y pestañeé con rapidez muy avergonzada.

Él volvió a reír.

-Solo estaba bromeando. -Acomodó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

Sentí un ligero cosquilleo en todo el cuerpo. Entonces elevé mi cabeza para encontrarme con su intensa mirada. ¿Cómo un chico de quince años había hecho todas estas cosas por mí? Cuando todos me discriminaban, él fue el único en darse el tiempo de conocerme, él fue el único que decidió no juzgarme sin darme la oportunidad.

Noté como sus mejillas se sonrojaron, quizás lo estaba mirando demasiado. Se alejó de mí después de revolver mi cabello. Pero cuando lo hizo me fijé en su reloj. Sin previo aviso sujeté su muñeca para comprobar la hora, era las siete de la noche.

-Es tarde -pronuncié asustada. Salimos a las seis de la escuela, ya tenía que estar en casa.

-¡Vámonos! -exclamó.

Empezó a correr; yo intenté seguirle el paso, pero al salir del muelle se me hizo difícil correr sobre la arena. Él se detuvo y se volteó a verme, retrocedió y tomó mi mano para ayudarme a correr.

Su mano era grande y cálida.

Mi corazón empezó a latir descontrolado, quería creer que era porque corríamos, pero bien sabía que no era eso.

Gonzalo, él empezaba a gustarme. A mis quince años empezaba a vivir mi primer amor. Tenía miedo, mucho miedo, porque ese chico tan lindo nunca se fijaría en mí, la hija de un criminal.


Sonreí y le di un vistazo a papá. El manejaba sumamente concentrado.

Finalmente terminamos en la escuela de Mimí. Según me iba diciendo papá la inmensa avenida se llama "Mansiche". Si algún día iba a recoger a mi hermana, ya sabía por dónde ir.

Al reconocer Mimí la camioneta se acercó corriendo. Cuando entró, abrió bien los ojos.

-¡Viniste! -exclamó al verme.

-¿Te fue bien? -fue mi modo de saludo.

Regresamos a casa acompañados de las divertidas anécdotas de mi hermana. Nos había contado como se cayó cuando practicaba voleibol, que no alcanzaba a recepcionar ninguna pelota. Yo no era muy buena que digamos en ese deporte, pero me defendía, así que prometí enseñarle lo que sabía.

En cuanto atravesamos el umbral el olor del almuerzo se impregnó en mis fosas nasales despertando mi apetito vorazmente. Si mal no identificaba, el plato era lomito saltado, mi preferido.

Literalmente la boca se me hizo agua.

-¡Ya llegamos! -anunció Mimí nuestra entrada triunfal.

-Lávense las manos y pasen a la mesa -contestó la señora Tania desde adentro.

Hicimos caso y nos adentramos en el comedor. Todos estaban junto a la mesa.

-Buenas tardes -saludé.

Me tensé al notar la presencia de Joaquín. El ni siquiera me regaló una mirada, sino que permaneció concentrado en la pantalla de su iPhone. Pero no fue eso lo que llamó mi atención, de hecho, fue la chica de notable maquillaje que me miraba con curiosidad. La recordé junto a su nombre.

-Irene -saludó Mimí desganada.

La chica le saludó con la mano como si se tratara de una reina de belleza. Corrección, ella era una reina de belleza, de pies a cabeza. Delgada, piel clara -a diferencia de mi trigueña piel-, ojos grandes, bajo dos bien definidas máscaras de pestañas, nariz respingada, y labios en su acertado grosor. Pero lo más resaltante, definitivamente era su sedoso y largo cabello color miel cayendo en gruesas hondas que hacían más pequeño su delicado rostro.

Su inquisitiva mirada me recorrió sin miramientos. No pude evitar sentirme incómoda.

-Tú debes ser Jasmine -dijo-, la hija de Gonzalo.

-Así es Irene -intervino el nombrado sentándose junto a su esposa-, es mi hija Jasmine.

-¿Sabes que tengo la sensación de haberte visto antes? -Me señaló la silla junto a ella.

Le hice caso quedando frente a frente de mi hermanastro. Mimí ocupó la silla junto a él. Vi que él le sonrió y revolvió su cabello.

Entonces Irene recordaba vagamente haberme visto. Yo la recordaba bien, y al chico de cabello negro también. ¿Acaso salía con ambos?

-Quizás fue cuando fuimos a Lima -comentó mi padre.

-Puede ser. -Asintió sin dejar de mirarme un momento.

Joaquín y Mimí atacaron la comida ajenos a nuestra conversación, aunque claramente yo no decía nada.

Le sonreí y fijé mi concentración en mi plato. No sabía por dónde empezar, si por las papas fritas o por la carne de res; lo hice por el arroz.

Estaba delicioso, exquisito. Mientras más comía más apetito tenía. No había duda de la buena sazón de mi madrastra. En cambio, a Irene, pareció no gustarle porque a penas y picó la comida. A lo mejor estaba a dieta, su esbelto cuerpo no se mantenía solo.

-¿Y tu hermano? -le preguntó la señora Tania.

-Vendrá luego para estudiar. No fue al CEPUNT.

¿CEPUNT? ¿Qué era eso?

-Se quedó dormido -dedujo sonriendo.

-Sí. No se levanta con nada.

Mi padre adivinando mi pregunta, habló explicando que significaba CEPUNT. Que no era más que centro preuniversitario de la universidad nacional de Trujillo.

-Jasmine quiere postular a la nacional -comentó.

-¿De verdad? -habló Mimí entusiasmada-. ¡Eso es genial Jas!

Por primera vez Joaquín me miró cruzándose con mi mirada. Me avergoncé y volví la mirada a mi plato. No sé por qué él tenía ese efecto en mí. Quizás porque era demasiado intimidante.

-¿Entonces vendrás con nosotros a la pre? -me preguntó Irene.

-¿Eh? No lo sé -admití.

-Aún no lo hemos hablado -intervino mi padre-, puede ser que entre a una academia o al CEPUNT.

Ella asintió.

-¿A qué carrera postulas?

-Aún no lo sé -contesté un poco avergonzada-, pero me gusta las ciencias.

-Hey estamos iguales. -Elevó su mano para que la chocara. Dubitativa lo hice-. Aunque yo voy por las letras. Aún no me decido por ciencias de la comunicación, o por idiomas.

-Yo me inclino por las ingenierías -dije.

-Igual que Joaquín. El postula a ingeniería civil.

Ingeniería civil... interesante.

Después de levantar la mesa y lavar los platos, nos fuimos a la sala.

El timbre sonó.

-Yo voy -se ofreció Mimí. Corrió al interlocutor, luego apareció corriendo nuevamente en la sala.

El visitante entró con una larga y despampanante sonrisa. No tardé en reconocerlo. Era el otro saliente de Irene. El chico de exótico y desgarbado cabello negro.

-¡Yago! -chilló Mimí saltando a sus brazos.

-¡Caramelito! -La giró.

¿Qué diablos? ¿Qué hacía él ahí? O sea, no entendía nada.

Dejando a mi hermana en el suelo se acercó a nosotros. Su mirada rápidamente se enfocó a mí, entonces entrecerró los ojos.

-¿Fideo? -preguntó extrañado y confundido.

No, no era cierto. No solo se acordaba de mí, sino que se acordó del apodo que me puso a penas conocerme.

-Jasmine, él es mi hermano -intervino Irene.

Ah, okey, había confundido un poquito las cosas.

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