Capítulo 3
Vaya que el mundo es pequeño... Era el mismo chico que se enfadó porque derramé café en su enamorada.
El muchacho de cabello marrón claro al igual que sus ojos, posó la mirada en mí. Parecía que me analizaba. ¿Estaría reconociéndome?
¿Qué tipo de chico sería? ¿Nos llevaríamos bien como hermanos?
Después de mirarme, miró a mi progenitor.
—¿Es muda? —cuestionó volviendo la mirada a mí.
¿Muda? ¿Él realmente preguntó si era muda?
La señora de la casa soltó una risita.
—Joaquín —lo retó mi padre.
El elevó los hombros.
—Jasmine —me presenté tendiéndole la mano.
—Entonces no eres muda —aseguró sosteniéndola por unos segundos—. ¿Es tu hija, papá? —Lo miró.
—Sí, ella es mi hija; va a vivir con nosotros. Debes cuidar de ella como su hermano mayor. —Le dio una palmada en el hombro.
Joaquín me dio una mirada nada disimulada que me hizo sonrojar.
—Creo que ya está grandecita para cuidarse por sí sola —dijo con sorna—. Subiré a mi habitación.
Se acomodó la mochila y subió las escaleras ante la mirada despectiva de mi padre.
¿Mi hermano me odiaba? Creo que sí. No debe ser fácil enterarse de la existencia de una hermana de un momento a otro, bueno media hermana, es decir. Sería más fácil si fuésemos hermanos de padre y madre.
—Jasmine —intervino Mimí sujetando mi mano—, subamos a nuestra habitación.
Era una muchachita demasiado tierna. Al menos ella sí me aceptaba, no se me iba a hacer difícil quererla. En tanto a Joaquín... ojalá pueda ganarme su cariño algún día.
—Sí, subamos para que conozcas la segunda planta —continuó papá.
Asentí sonriendo.
—Siéntete cómoda —espetó la señora desapareciendo de mi vista.
Era muy evidente que estaba incómoda, y no es para menos. Debió sorprenderse mucho al enterarse que su esposo tiene una hija en otra mujer.
La segunda planta tenía muchas habitaciones. Entramos a la de de Mimí; bastante espaciosa y en tono lila con blanco. Una enorme ventana daba a la calle, y una de las camas estaba junto a ella.
—Compartirán habitación hasta que habilitemos una para ti —dijo él.
—Gracias.
Dejó la maleta en el suelo y se despidió sonriendo.
—¿Te gusta la habitación? —preguntó mi hermana.
—Es muy bonita —aseguré—, gracias por compartirla conmigo.
—Estoy feliz de tener una hermana. —Sus ojitos brillaron—. Haremos muchas cosas de chicas.
—Claro que sí.
Miró la maceta que tenía en mi mano izquierda con curiosidad.
—¿Quieres ponerla junto a la ventana?
—Está bien.
Con la ayuda de Mimí guardé mi ropa en el armario vacío. Creo que mi padre lo compró recién porque se veía nuevo.
—¿Cuál cama quieres? —preguntó ella dulcemente.
—¿En cuál duermes tú?
—La que está junto a la pared.
—Entonces tomaré la que está junto a la ventana.
—Genial.
Me senté en la cama y ella lo hizo junto a mí.
—Estoy tan emocionada que estés aquí.
Sonreí y le hice un cariñito en la cabeza.
—Creo que tu mamá y Joaquín no están muy cómodos con mi presencia.
—Ah. —Frunció los labios—. Los dos son un poco difíciles, pero van a quedar encantados contigo. Mi hermano... no, quiero decir nuestro hermano, es muy tierno, siempre está cuidando de mí; pero no es muy bueno para conocer nuevas personas. En cuanto te tome confianza serás su hermanita también.
Suspiré aliviada. De verdad quería llevarme bien con todos ellos y tener una familia. Extraño mucho a mamá, y aunque Mimí es linda conmigo, no pude evitar sentirme extraña.
Conversé mucho con mi hermana, le conté de mi pasado en Lima, y ella me contó de su colegio, de sus amigas, y prometió llevarme a conocer la plaza de armas.
Es una adolescente muy cariñosa y tierna, está llena de amor para dar.
Por más que intenté dormir, no pude hacerlo, mi cuerpo estaba cansado por el viaje, pero mi cerebro no quería descansar. Por momentos entraba en estado de sopor, pero volvía prontamente al estado de alerta.
Me giré para ver a Mimí, ella dormía plácidamente. Estaba destapada, así que me levanté y la cubrí con el edredón.
Tomé mi celular que lo había dejado en la mesita de noche, y encendí la linterna para alumbrarme. Me moría de sed.
Intentando hacer el menor ruido posible, salí de la habitación y bajé al primer piso. No sabía dónde estaba la cocina, así que me paseé toda la sala, y comedor, hasta que di con ella; de hecho, compartía puerta con el comedor.
Entré en ella y con lo poco que podía alumbrar, me fijé que era grande y tenía un montón de electrodomésticos.
—¿Acaso eres fantasma? —Escuché detrás de mí.
Me llevé la mano al pecho dando un respingo. ¡Qué susto!
Cuando encendió la luz, pude ver que se trataba de Joaquín. Llevaba puesto un polo blanco y un pantalón de tela en cuadros. Su cabello estaba todo revuelto.
—Quería agua —expliqué.
—¿Y por qué no enciendes las luces?
—No quería despertar a nadie.
Dio un profundo respiro, y atravesó la cocina para alcanzar un vaso del estante. Regresó hacia mí y me lo tendió.
—Gracias —dije tomándolo delicadamente.
—Ahí —dijo señalando el lavadero—, el caño izquierdo agua potable, y el derecho agua purificada.
—Bien, gracias.
No dijo nada más, en cambio abrió el refrigerador y sacó una manzana de él. En las mismas salió de la cocina. Lo escuché subir las escaleras.
Desbloqueé mi celular y comprobé que era la una de la mañana. ¿Quién comía una manzana a esa hora?
Bebí el agua que se sintió tan refrescante cuando se deslizó por mi esófago, y volví a la habitación. Me di más vueltas, no conseguía dormir. Quise entrar a las redes sociales, especialmente al WhatsApp para conversar con Patty, pero no tenía datos, y no sabía la clave del Wifi. De pronto me acordé del diario de mamá; ya no había tenido tiempo de leerlo en los últimos meses, así que lo saqué de la mesita de noche y encendí la lámpara.
Lo abrí justo donde quedó el marcador para comenzar a leerlo.
04/03/1998.
Miré mi herida en el espejo, no quería que mi único amigo me viera así y se asustara. Hubiese faltado de no haber sido porque tenía clases de matemáticas a primera hora.
Entré a salón e intenté cubrir la herida en la comisura de mi labio con mi cabello.
—Hola Angelina —saludó Gonzalo efusivamente mientras entraba al salón.
Mis compañeros miraban extrañados y todas las miradas se posaron en mí. Agaché cuanto pude mi cabeza.
—Tenemos clases de matemáticas —se quejó él a tiempo que se sentaba a mi lado—. Prefiero las letras, son más sencillas, ¿no lo crees?
Asentí temerosa. También prefería las letras.
—Es tan difícil escuchar tu voz —se quejó nuevamente haciendo un puchero.
Se veía tan tierno que me fue imposible reprimir una sonrisa. ¿Cuándo había sido la última vez que había sonreído?
—Sonríes —aseguró haciéndolo también—. Tu sonrisa es muy linda. —Se me quedó observando. Su mirada estaba estática en mis labios. Recordé la herida que tenía y me la cubrí al instante—. ¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo eso?
—Estoy segura que su padre —intervino mi compañera chismosa—. El, la pega casi siempre. No te conviene ser su amigo.
—¿Él te hizo eso? —me preguntó preocupado—. ¿Fue por mi culpa?
—¡No! —me apresuré a responder. No quería que él se apartara de mí, no quería que él me mirara como bicho raro como todos lo hacían—. No fue mi papá, él no me haría eso. Me golpeé sin querer.
—Está mintiendo —continuó mi molesta compañera.
Gonzalo salió corriendo ante la mirada de todos. ¿A dónde iba? ¿Estaba huyendo de mí?
En pocos minutos regresó, y respiré tranquila. Sacó algo de su bolsillo. Quiso tomar mi cabello, pero me aparté por inercia.
—Tranquila, no voy a hacerte daño. —Me mostró el pequeño curita que había comprado. Delicadamente puso mi cabello detrás de mi oreja, abrió el curita y la puso en mi labio—. Ya está.
Mis lágrimas empezaron a caer. Nadie había curado mis heridas, ni una sola vez.
Lentamente levanté la mirada y le sonreí. Y a través de mi sonrisa le dije gracias.
Inevitablemente derramé una lágrima. Mi padre fue muy lindo con mamá. Quería saber más, pero mis ojos estaban tan pesados, así que supuse que por fin me quedaría dormida.
Dejé el diario sobre la mesita y apagué la lámpara.
El sonido de una alarma me hizo despertar. Era de Mimí. Me senté aún somnolienta.
—Ah —bostezó exageradamente—, tengo que ir a la escuela.
Me reí por su expresión.
La ayudé a alistarse. Al parecer tenía educación física porque se puso un polo blanco de algodón, un short azul noche, medias blancas y zapatillas en el mismo color.
—¿Sabes hacer trenza francesa, Jas?
—Claro.
Esperaba que me saliera bien.
Se sentó en la silla junto al escritorio para que yo pudiese empezar con mi labor. Su cabello negro era delgado y suave, así que me costaba hacer la trenza.
—No lo vas a creer, pero Joaquín es quién me peina —comentó.
—¿De verdad? —Abrí grandemente los ojos.
—Sí, lo hace desde que éramos niños.
—¿Y por qué? —Quise saber.
—Porque mi mamá es muy tosca, y me hacía doler, y cada vez que me peinaba terminaba llorando. Papá intentó peinarme, pero nunca pudo aprender, solo quedaba Joaquín.
—Entonces desde ahí te peina.
—Sí, ya soy grande, pero aún lo hace, creo que le gusta hacerlo.
—Mimí ya vine a pei... —Entró diciendo Joaquín sin terminar la palabra al vernos.
—Hermano, ya tengo nueva peinadora —dijo Mimí con alegría.
Él se quedó estático con la mano en el mango de la puerta. Bien, si antes no le caía nada, ahora era recontra nada.
Le até el colé a Mimí y lo primero que hizo fue mirarse en el espejo.
—¡Está genial! —exclamó—. ¡Gracias hermana!
—¡Emily! —llamó su mamá desde el primer piso.
—Voy —contestó saliendo de la habitación.
Solo quedábamos él y yo. Quise desaparecer.
Sin decir nada, me dio la espalda y dio señales de salir. Quería hablar con él, quería que seamos buenos hermanos como lo empezaba a ser con Mimí.
—Hermano... —me aventuré a llamarlo.
Él se giró hacia mí con una indescifrable y, hasta podría decir, graciosa expresión.
—¿Hermano? —rio—. Yo no soy, ni seré nunca tu hermano.
Okey eso me dolió, él nunca iba a aceptarme como su hermana. Me odiaba.
—¿Por qué? —pregunté vacilante.
—Porque soy tu hermanastro.
Abrí enormemente mis ojos. ¡¿Qué?!
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