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Capítulo 27

No pude dormir pensando una y otra vez en lo que sucedía a mi alrededor. Era demasiado para mí.

Vi el amanecer entrar por la ventana y me hundí en la almohada, frustrada. ¿Qué pasó con papá? ¿Por qué la señora Tania estaba viviendo en su casa? ¿Por qué no buscó a mamá?

Leí las hojas continuas del diario, mamá ya no escribía mucho, y no había vuelto a mencionar a papá. Mayormente hablaba de mi crecimiento y como hizo para salir adelante. Decidió quedarse en Lima porque encontró un buen trabajo; luego nací yo.

Mamá la pasó muy duro, pero jamás se dejó vencer.

Seguí leyendo más páginas, hasta que me encontré con la que estaba buscando.

05/04/2008

Mi niña llevaba días pidiéndome que la llevara al "Parque de las leyendas", el nombre del zoológico que le entusiasmaba visitar.

Le prometí que la llevaría si obtenía buenas notas en los exámenes de la escuela. Obtuvo más de diecisiete en casi todos. No hallé más opción que llevarla al zoológico, aunque yo también quería visitarlo.

Mi mejor amiga también nos acompañó. Recorrimos de canto a canto, observando toda clase de animales. A Jasmine le encantó las jirafas y los monos, pero se atemorizó con los cocodrilos.

Le tomé fotografías en cada rincón del parque. Hubo una llanta erguida lo bastante grande para que ella cupiera con facilidad. Fue la mejor foto. Me gasté todo un rollo tomándole fotos.

¡Mami, quiero un algodón de azúcar!

En ese momento intentaba tomarle fotos al cóndor andino que posaba sobre una inmensa roca.

¿Puedes llevarla, Ros? le pedí a mi amiga.

Ella asintió y llevó a mi hija de la mano.

El cóndor extendió las alas. Era exageradamente enorme. Maravilloso. La gente a mi alrededor vitoreó el aleteo. Yo intenté capturarlo con mi cámara. Siempre he tenido la ilusión de verlos volar; aun no se ha presentado la oportunidad.

¿Angelina? Alguien llamó a mis espaldas. Esa voz grave y profunda la reconocí al instante. Me sentí desfallecer.

Giré temerosa; sí era él.

Gonzalo titubeé.

Lucía más maduro, más acabado. Sus ojos que me miraban con asombro, se derrumbaron sobre los míos. Tuve ganas de llorar.

De su mano se sostenía un niño un poco más grande que nuestra hija, y en la otra mano una bebé que seguramente no pasaba de dos años. Eran sus hijos.

La niña se soltó de su padre y comenzó a dar vueltas a su alrededor. El niño me miraba curioso, no desprendía sus rasgados ojos de mí. Después se distrajo viendo al ave tras la reja.

¿Aquí has estado todos estos años? preguntó Gonzalo cargado de incertidumbre—. ¿Acaso viniste a buscarme y no me encontraste? ¿Por qué desapareciste así de repente? Fui a verte a Trujillo año tras año, jamás te encontré.

¿Y qué esperaba, que lo recibiera con los brazos abiertos después de su traición?

No pude contener las lágrimas. Él se aproximó y las secó con sus pulgares. Cuando me abrazó, lo sentí tan sincero que me quebré. Lo sentí llorar también. En ese momento solo supe que aún lo amaba como la primera vez. Quise decirle que lo perdonaba que, si estaba dispuesto a comenzar de nuevo, yo también lo haría. Tenía que hacerle saber de nuestra hija.

Lo alejé con suavidad para contarle, pero mis suspiros no me dejaban hablar.

Yo gimoteé—, Jasmine...

¿Qué? cuestionó confundido.

Quise intentarlo una vez más, pero me detuve cuando Tania apareció en mi campo visual. Traía consigo manzanas acarameladas. Me miró frunciendo el ceño. Era capaz de fulminarme con la mirada.

Angelina pronunció con voz pesada.

Quise desaparecer. Fui estúpida al creer que él haría algo por mí o mi hija. No iba a abandonar a su familia para irse conmigo. No cuando fue a mí a quién abandonó para irse con ella.

Sus niños reclamaron sus manzanas y las lamieron en cuanto toparon sus bocas. Esos niños no tenían la culpa de nada. A fin y acabo mi Jasmine no estaba acostumbrada a tener papá, pero ellos sí.

Tengo que irme. Sequé mis lágrimas con rabia.

Espera Angelina. Me detuvo Gonzalo del brazo. No hemos terminado de hablar. Ibas a decirme algo, ¿no es así?

Tania se interpuso nerviosa. A lo mejor sospechaba que iba a contarle sobre mi hija. Cuando me vio embarazada debió suponer que Gonzalo era el padre.

Ya es tarde Gonzalo, debemos volver, los niños están cansados.

Él me miró a los ojos. No tenía caso, la mejor opción era mentir. No tenía por qué saber que tenía una hija.

Solo quería decirte que estoy muy contenta de haberte encontrado después de tanto tiempo. Vine a Lima porque recibí una buena oferta de trabajo. Intenté contactarte, pero perdí tu número. Luego fue pasando el tiempo y me olvidé de ti. Y por lo visto tú también. Adiós, cuídate mucho.

Le di la espalda sin mirar atrás. Sin darle oportunidad de decir nada. Aceleré mis pasos hasta empezar a correr. Las lágrimas caían una tras otra, pero no me detuve hasta llegar hacia donde estaba mi vida entera. Me miró con sus ojitos soñadores y me sonrió. Me agaché a su altura y la abracé.

Mi amiga se preocupó al verme así, ya le contaría más tarde.

—Mamita, ¿por qué lloras? —preguntó Jasmine.

La abracé más fuerte.

—Porque no te encontraba —le mentí.

—Aquí estoy mami, nunca me iré.

Asentí. No importaba nadie más, mientras la tuviera a ella, nadie más importaba.


Abracé el diario con lágrimas en los ojos. Entonces fue así como pasó... Pero la señora Tania, ¿ella sabía?

Yo quería escuchar su explicación. No pude contenerme más; a pasos acelerados bajé al primer piso. La encontré en la cocina preparando el desayuno.

—¿Te has levantado temprano? Dime, ¿prefieres huevo revuelto o ensalada de atún?

Ella no levantaba la vista de la tabla de picar, por eso no podía ver mi rostro compungido.

Me debatí en preguntar, pero lo hice.

—¿Usted sabía? —susurré.

Por fin levantó la mirada y comprendió que se nos avecinaba una tensa charla. Dejó el cuchillo a un lado y se limpió las manos con el mantel. Esperó que consiguiera articular correctamente.

—¿Sabía de mi existencia antes de que mi papá se lo dijera?

Mantuvo la mirada fija por unos instantes, y luego la clavó en suelo mientras asentía. Empecé a encenderme, me quemaba el pecho. Perdí los estribos.

—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué tuvo que ocultárselo a mi padre?! ¡¿Por qué tuvo que hacer infeliz a mi mamá?!

Me encontraba fuera de sí. No solía llorar frente a otros, pero no pude detenerme. Un río habría sido menos caudaloso que mis lágrimas.

—Nunca estuve segura —contestó tan calmada que me hirvió la sangre—. Cuando la vi embarazada lo sospeché. Pero no dije nada porque no era de mi incumbencia.

—Y porque no le convenía —puncé.

Suspiró y asintió. Su neutralidad me estaba volviendo loca.

—Después de todo, pensé que Gonzalo vendría a Trujillo, y la vería. Y así fue, él vino a buscarla. Él no me dijo nada, ni le pregunté nada. Pero tampoco me contó de que fuera a ser padre, así que pensé que a lo mejor no lo era. Y cuando me dijo que no la encontraba por ningún lado, me imaginé que no era el padre de su bebé y ella decidió no verlo más para estar con su nueva pareja.

—¿Y cuándo se encontraron con ella en el parque de las leyendas?

Frunció el ceño, parecía intentar recordar.

—Actué cegada por los celos. Tenía miedo de la posible confesión que ella le haría, tenía miedo de que fuera a decirle de que tenía un hijo con él. Yo no estaba segura, pero tenía miedo de que se concretaran mis sospechas. Tenía miedo de que nos abandonara para seguir a tu mamá.

—Si tan solo le hubiera contado que mi mamá lo fue a buscar —me quebré—. Usted los separó. Mi mamá tenía derecho a ser feliz.

No quería llorar de esa manera, pero no fui capaz de contenerme. Me cubrí los ojos y lloré desconsoladamente. Sentí los pasos de alguien acercándose, pero no pude parar.

—¡Yo tenía derecho a crecer con mi papá!

—¿Qué pasa? —Era él. Se acercó a mí y me envolvió en brazos—. Tranquila mi vida.

Joaquín y mi hermana también bajaron al escuchar mi llanto.

—Perdóname —susurró la señora Tania.

—¿Mami que pasa? —preguntó Mimí.

Mi padre dejó de abrazarme para enjugar mis lágrimas. Me pidió que lo mirara.

—No llores mi amor. Sé que te hice falta mientras crecías, pero aquí estoy. —También había comenzado a llorar—. El destino decidió separarme de tu mamá, pero ahora tú estás aquí, conmigo. Me duele no haber podido estar a tu lado en tus diecisiete años de vida, pero de aquí en adelante estaré a tu lado en cada que pasó que des, ¿sí? Ya no sufras más por el pasado. Todos nos equivocamos, tu mamá, Tania y yo, pero es momento de perdonar y continuar. El futuro nos espera mi vida.

Suspiré y me acurruqué en su pecho.

Más tarde me encerré en la habitación. Joaquín vino a buscarme. Se recostó conmigo y me abrazó, no dijo nada, solo me acompañó hasta que pude estar más tranquila.

Al día siguiente daríamos el tercer sumativo para ingreso a la universidad. Quise despejarme, pero no fui capaz de concentrarme. Joaquín intentó hacerme repasar, pero estaba perdida. De todos modos, fui a dar el examen, aunque me esperaba los resultados. Joaquin lo logró, pero yo no conseguí ingresar.

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