Capítulo 20
—¡No! —protestó Mimí—. Vamos a una playa más alejada... ¡Puerto malabrigo!
Estábamos más de media hora discutiendo en dónde pasar la navidad, bueno, en realidad ellos, yo simplemente los miraba porque no conocía lugares bonitos para recomendar.
—Está muy lejos —acotó Irene—, tenemos que viajar como dos horas.
Yago metió el pan con pavo calentado a su boca y masticó rápidamente.
—¿Dónde queda?
—No hables con la boca llena —regañó su hermana propinándole un cocacho—. En Ascope, fuimos el anteaño pasado con mis papás; tú llevaste tu tabla de surf, ¿recuerdas?
Él se sobó la cabeza y asintió.
—Ah sí, tiene olas de recontra chéveres para surfear.
—¿De veras? —intervino Lola—. Eso suena padrísimo.
—Se supone que tenías que apoyarme. —Irene le lanzó una mirada despectiva a Yago.
—Está bien, iremos en la camioneta —propuso papá.
La señora Tania negó arrugando la nariz.
—No cabemos todos.
—Los chicos vamos en la maletera —sugirió Yago—. ¿Qué dices, Joaquín?
Mi hermanastro no despegó la mirada de su celular, solo atinó a elevar los hombros.
Viajamos en la camioneta de papá aproximadamente dos horas como dijo Irene, hacía calor y estábamos muy apretados; papá conducía, la señora Tania iba junto a él, y en el asiento de pasajeros íbamos Lola, Irene, Mimí y yo. Apenas y podíamos respirar. Creo que Yago y Joaquín iban más cómodos en la maletera. El primero no dejaba de parlar mientras que mi hermanastro se sumergió en la música que estaba escuchando, y revisando quién sabe qué en su celular, porque de seguro que estaba escuchando a los Beatles. Una vez le pregunté cuál era su canción favorita, y aseguró que era "Yesterday", que era perfecta por lo uno y lo otro... Mientras que la mía es "Lemon Tree" de los Fool's Garden, es que es tan linda, me encanta, podría escucharla todo el día y jamás aburrirme.
—Creo que me estoy derritiendo —se quejó Irene.
Mimí volteó los ojos.
—Ya deja de quejarte, lo único que se derrite es tu rímel.
Lola soltó una risotada y aplaudió su broma.
—Sí, ya ándale güerita, deja de chillar.
—Qué pesada son. —Irene se removió en su asiento empujándonos a todas.
—Shh, niñas hagan silencio —intervino papá—. Vamos a pasar por el peaje y la inspección, avísenle a Joaquín y Yago que pasen adelante sino no nos van a dejarán pasar.
En un santiamén ellos pasaron a nuestro asiento, cada quién cargando a su respectiva hermana.
La camioneta avanzó lentamente y se movió hacia dónde indicaba la policía. La mujer uniformada de pantalón verde petróleo y casaca verde fosforescente, asomó su cabeza por la ventana.
—Buenos días, los hombres mayores de dieciocho años bajen con su DNI en mano para la inspección habitual.
Las chicas tuvimos que bajarnos para abrir paso a los muchachos.
—No he traído mi DNI —se lamentó Yago.
—Te van a tomar la huella —dijo papá.
Lola frunció el ceño.
—¿Qué pasa?, ¿por qué los bajan así?
—Han de estar buscando a algún criminal —contestó Irene.
—Tal vez a varios —continuó Mimí.
No eran los únicos que iban a pasar por el biométrico, había más hombres haciendo cola. Se tardaron como media y hora, y yo ya no era nada, quería hacer pipí. Cruzaba mis piernas de mil maneras, pero me daba vergüenza decir algo.
Una vez que los hombres regresaron, a cierta distancia del peaje, Yago y Joaquín volvieron a su maletera hasta que llegamos a la playa. Papá buscó un espacio dónde estacionar la camioneta, todos se estiraron, y yo lo primero que hice fue buscar un baño público.
Cuando regresé ya habían armado un toldo blanco, Irene y Lola estaban puestas sus bikinis y Mimí su enterizo. La señora Tania con su vestido de flores se hacía fotos frente al mar cristalino, y tanto papá como los chicos vestían una bermuda y el torso al aire.
Miré a mi alrededor, la playa estaba llena de gente, me hizo recordar a la playa de Chorrillos en Lima. De hecho, tenían cierto parecido, la playa estaba rodeada de colinas de tierra, pequeñas áreas verdes, casas de playa, el malecón del que tanto había hablado Mimí, un inmenso muelle, un recorrido de cuatrimotos, surfistas al fondo del mar, y lanchas.
—¡No sé por dónde empezar! —El rostro de Mimí resplandecía, le hacía competencia al fulgurante sol que brillaba en lo alto—. Papi, ¿trajiste la pelota?
—Sí —contestó él metiendo una uva verde a su boca—, pero no sé dónde está.
La señora Tania se tendió de plan sobre su toalla.
—Está en la bolsa.
Ni corta ni perezosa ella se lanzó a buscarla, y al encontrarla vino hacia mí.
—¿Vamos a jugar, Jas?
No era partidaria del sol, pero no quería negarle eso a mi hermanita así que asentí.
—¿Y tú, hermano? —Se giró hacia Joaquín que no se despegaba de su celular.
El chico se tomó su tiempo para pensarlo y terminó por asentir.
—Bueno. —Se puso de pie sacudiendo la arena de su bermuda.
—Pónganse sus sombreros chicos —dijo la señora Tania lanzándonos tres sombreros con ala ancha.
Lola se ató bien las tiras de la parte superior de su bikini que se compró junto a Irene en el camino.
—Yo quiero meterme al agua, ¿quién va?, ¿tú, güerita?
Irene negó con la cabeza.
—No, el agua salada daña el cabello.
—¡Yo voy! —Yago se puso de pie de un salto.
Joaquín y yo fuimos partícipes del juego inventado por nuestra hermana, que consistía en volear la pelota entre los tres, y quién la dejaba caer recibía un castigo. Bueno, en realidad no sabía si era inventado por ella, pero era la primera vez que yo lo jugaba.
Mi hermanastro se esforzaba por hacerme perder, no sé qué le parecía tan divertido, pero me lanzaba la pelota tan fuerte que me era imposible recepcionarla. Era la más castigada de los tres.
Cerca de las dos de la tarde fuimos a un restaurante cercano a almorzar; las mesas estaban repletas, con suerte y conseguimos una. Papá pidió una fuente de chicharrón de pescado, una de ceviche, y una de arroz con mariscos.
El ceviche picaba bastante, y yo no soy buena comiendo picante, derramé unas lagrimitas cuando comí el primer bocado.
En el resto de la tarde, papá, la señora Tania y Mimí se fueron a pasear en lancha, mientras que los chicos nos fuimos a manejar cuatrimotos. Lola se subió en una sola, en otra se subió Joaquín e Irene, y yo me subí junto a Yago. Hicimos carreras, y ganó Lola. Ella parecía haber nacido para eso.
Después regresamos y nos encontramos nuevamente con el resto para jugar vóley, salvo Irene y Joaquín que se desaparecieron.
Jugamos hombres contra mujeres, y aunque éramos más, papá y Yago nos estaban ganando, pero al final la señora Tania defendió el equipo y ganamos por un punto.
—Ya vengo —dije cuando todos se disponían a meterse bajo el toldo, aunque ya el sol había disminuido su poder.
—¿A dónde vas? —preguntó Yago.
—Al baño.
—Vamos, te acompaño. —Sin esperar respuesta se puso a andar junto a mí.
—¿Te estás divirtiendo fideíto?
Solté una risita, hace tiempo que no me llamaba así.
—Sí, ¿y tú?
—También, es una buenísima navidad.
Tuvimos que hacer cola para entrar a los servicios higiénicos, por poco y me gana sobre mi short jean.
Cuando volvimos, Yago se quedó mirando el puesto de cremoladas, que estaba rodeada de bastante gente que esperaba su turno.
—¿Quieres una cremolada? —le pregunté.
—Sí, pero no traje dinero. ¿Tú tienes que me prestes?
—Sí. —Busqué en mi bolsillo pequeño.
—Chévere. ¿Tú quieres una?
—Sí, de lúcuma.
—Ya, espérame que voy a comprar.
Mientras lo esperaba empecé a caminar alrededor de playa. Me subí en unas rocas negras para hacer pequeños videos y fotos que luego enviaría a Patty.
Rodeé la roca, y cuando lo hice por completo, me quedé helada con lo que me topé, al pie de ella estaban Irene y Joaquín sentados, besándose. Me pareció que la brisa del mar congeló mi corazón y dejó de latir por unos instantes. Sentí como mis mejillas se calentaron y no por el calor. ¡Tenía que irme, ya!
Retrocedí intentando ser silenciosa, pero para mi mala suerte me resbalé y caí sobre la arena húmeda. ¡Trágame tierra!
Por supuesto ellos lo escucharon y se giraron sorprendidos hacia mí. Quería desaparecer en ese instante. Me moría de vergüenza. Tuve ganas de llorar y no lo pude evitar, dos lágrimas gruesas descendieron de mis ojos.
—¿Jas? —Era la voz de Irene.
Joaquín se acercó para ayudarme a ponerme de pie. Y por más que no quise que vea mis amargas lágrimas, creo que lo notó. Me ayudó a sacudir la arena de mi blusa blanca, y recogió mi celular que por suerte no se golpeó con la roca.
Sentí su mirada inquisitiva, de seguro preguntándose qué hacía yo allí. Estaba a punto de emitir palabra, cuando escuchamos la voz de Yago.
—¡Jasmine!
—Aquí. —Irene levantó su mano.
Yago frunció el ceño mientras se acercaba a nosotros con las dos cremoladas.
—Estaban por aquí —espetó él, tan efusivo como siempre—. ¿Cómo los has encontrado Jas?
Era mi oportunidad de salvarme.
—Ah, es que mientras te esperaba me subí a esa roca, no me di cuenta que ellos estaban aquí, pero me resbalé y aparecieron de la nada.
—¿Te caíste?, ¿te has golpeado? —Yago rápidamente le encargó las cremoladas a su hermana para indagar mi cuerpo—. Tienes un raspón en la pierna —aseguró.
Miré hacia dónde él indicaba, había una pequeña herida en mi pantorrilla, que recién al verla sentí dolor.
—Bah, ni la sentí.
—Vamos, seguro tu papá tiene un botiquín en su carro.
Yago me abrazó de modo protector y me guio de vuelta con el resto. La pareja se unió a nosotros.
—¿Nos estaban buscando? —preguntó Irene echándole una probada a una cremolada.
—No, vinimos al baño. ¡Es la cremolada de Jasmine! —Yago le quitó el vaso sin dejar de abrazarme—. Cómete la mía.
—Pero me gusta de lúcuma, no me gusta de coco.
—Toma, puedes comerte el mío —le dije devolviéndole el vaso.
Antes de volver, ellos comieron picarones, yo no tenía apetito. Aún seguía avergonzada por lo que había pasado en la playa y, sobre todo, algo no andaba bien en mi cabeza, tenía pensamientos tras otros relacionados hacia Joaquín, absurdos y confusos.
Todos cayeron rendidos en la camioneta, el único que no dormía era papá porque conducía el vehículo. Yo no tenía sueño, estaba tan abatida que no era capaz de dormir, aunque estaba muy cansada.
Hice lo que mejor solía hacer en esos casos, recordar a mamá a través de su diario.
03/03/2002
Querido diario, no he concurrido a ti a menudo, ¿me disculpas? Últimamente he estado muy ocupada en el trabajo. ¿Sabes?, ahora estoy trabajando en el restaurante de la calle Bolognesi; me va muy bien y me alcanza para pagar el alquiler del cuarto en el que vivo junto a mi mejor amiga Rosmery.
Hoy fue el día más feliz de mi vida, ¿sabes por qué?, después de mucho tiempo volví a ver a mi querido Gonzalo, estaba tan ansiosa por verlo que ni siquiera fui capaz de probar bocado. No lo había visto ni una sola vez desde que se marchó, tenía mucha curiosidad por saber cómo se veía. Y aunque él no dejó de mandarme cartas, lo he extrañado a mares.
Estaba demasiado nerviosa cuando lo esperé en la terminal, no dejaba de preguntarme como me vería él, ¿le agradaría mi nuevo aspecto? Es decir, ya no estoy tan delgada como antes y mi cabello está corto, también he crecido un par de centímetros...
Me deslicé de un lado a otro mientras lo esperaba, los minutos pasaban demasiado lento... Me arreglaba el vestido de flores una y otra vez, y me miraba en el espejo cada cinco segundos.
Mi corazón dio un vuelco cuando el autobús de Lima por fin llegó. Corrí hacia el con desesperación, y me detuve a esperar en la puerta; bajó un pasajero, uno y otro, hasta que por fin bajó él... Mi corazón latió con tanta rapidez que fácilmente podía darle un paro. Era mi Gonzalo, pero más alto, había crecido como unos cuatro o cinco centímetros más, su espalda estaba más ancha al igual que sus hombros, estaba mucho más fornido y varonil. Iba vestido con una camisa a cuadros y un pantalón jean holgado, se veía muy atractivo. Incitada por la canción que sonaba en la emisora de la radio del terminal: Amor mío, ¿qué me has hecho? de mi cantante preferido Camilo Sesto; corrí hacia él y me lancé a sus brazos. Gonzalo me elevó del suelo y giró conmigo. Todo a nuestro alrededor se detuvo, solo estábamos él y yo, y la música de fondo. Era todo y lo único que necesitaba en ese momento...
Iba a pasar a la siguiente hoja, pero papá me interrumpió.
—¿La pasaste bien, hija?
—Sí papá, gracias.
Él me sonrió a través del espejo retrovisor. En lo que quedó del camino conversamos de muchas cosas, parecía que me hubiese criado porque teníamos mucha afinidad. Sí que me hizo falta en mi niñez, pero mamá supo suplir su ausencia con su infinito amor. Aunque estoy segura que habríamos sido una familia feliz.
Cuando ya empezaba a sentir mis ojos pesados, me di cuenta que ya habíamos llegado. Desperté a las chicas, y papá abrió la maletera para que los chicos salieran.
—No quiero bañarme —dijo Mimí—, quiero llegar y lanzarme a mi camita.
Le daba la razón, pero estábamos llenos de arena.
Cuando nos acercamos a la puerta, un sujeto flacucho se acercó tambaleante hacia nosotros. Me asusté, parecía un hombre de mal vivir por la botella de licor que cargaba en una mano. Apestaba a alcohol, sus ojos estaban rojos y su rostro demacrado.
—Al fin llegaron —farfulló pronunciando mal las palabras. Claramente estaba borracho.
—¿Qué necesita señor? —intervino papá.
—¿Quién eres tú? —Con la misma inestabilidad se acercó a papá. Entrecerró los ojos y soltó una fuerte risotada—. Pero si eres Gonzalo.
Fruncí el ceño, ¿ese tipo conocía a mi papá?
—¿Dónde está tu mujercita? —Pasó su mirada inquisitiva entre nosotros, hasta que dio con el objetivo. Se detuvo en la señora Tania y cambió su expresión socarrona—. Se acabó tu tiempo.
EL rostro desencajado de mi madrastra nos decía que las cosas no andaban bien.
—Vete por favor —pidió ella.
Mimí la abrazó, estaba asustada.
—Mami, ¿quién es?
El hombre se aproximó a nosotros con una interrogante en su mirada.
—¿Quién es, Tania? ¿Es él? —señaló a Yago, luego posó la mirada en Joaquín—, ¿o él? ¿Quién de los dos es mi hijo?
Abrí enormemente mis ojos, probablemente tenía la misma expresión que Joaquín, y el resto. ¿Ese tipo era su padre biológico?
Poco a poco se van destapando los secretillos del pasado...
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