Capítulo 2
Me quedé estática, anonadada, estupefacta y todos sus sinónimos posibles. ¿Qué ese hombre era mi padre?
Me costó bastante mantener el ritmo respiratorio, mientras intentaba inhalar todo el aire posible, el pecho se me hundía y era desesperante. Quise retroceder desapercibida, pero estaba tan fuera de mí, que, en mi intento de huida, me enredé con mis propios pies y tuve que sostenerme de la puerta haciendo un gran escándalo.
Ambos adultos se giraron de sopetón hacia mí.
—Jasmine... —pronunció apenas mi madre. Estaba tan aturdida igual que yo. Como consecuencia se puso aún más pálida de lo normal.
El hombre nos dejó solas, sin antes darme una breve mirada.
A pasos lentos, me aproximé a ella.
—Mamá... lo que dijiste...
—Es cierto, él es tu papá. —Mi corazón se encogió nuevamente—. No me hagas preguntas, por favor; todo lo que quieras saber, lo encontrarás en mi diario. Solo debes saber que él, es un buen hombre.
Una lágrima descendió de uno de sus ojos; una lágrima cargada de secretos, de dolor, y aseguraría que de recuerdos. Yo no sabía cómo reaccionar, todo era tan extraño... Me limité a asentir.
Ella se veía tan cansada, así que dejé que durmiera, mientras yo salí como zombie, como un alma en pena.
Ese hombre... ¿Mi padre?
Ni bien crucé el umbral, lo divisé tan perturbado e indignado. Recostado sobre la pared, miraba a un punto indescifrable.
De un momento a otro nos vimos sentados sin saber cómo romper el silencio. Era demasiado incómodo y tormentoso.
—Yo no lo sabía —dijo él casi en susurros—. Tu madre lo ocultó por tanto tiempo... —suspiró—. Pero estoy seguro que alguna razón debe tener. De yo haberlo sabido, jamás me habría apartado de ti, y mucho menos de ella...
Asentí sin poderle mirar a los ojos. Mi madre tenía una buena razón, estoy segura.
Me animé a verlo, y... ¡oh cielos! Pude sentir su congoja. Sentí lástima por él. Sus fuertes facciones se debilitaron y sus ojos cayeron vencidos.
—Me temo que, si no hubiese venido a ese hospital para hacerme mis estudios, jamás me hubiese enterado —continuó.
No, no creo que mamá lo hubiese ocultado hasta el final, por algo me dio su diario.
—Creo que ella iba a decírmelo —aseguré.
El me miró dubitativo y respiró hondo.
—Eres muy parecida a ella.
Sonreí también. Siempre quise saber de mi padre, y tenerlo frente a mí, se sentía demasiado extraño. De pronto quise saber más de él, me entraron unas ganas enormes de conocerlo. No tengo más familia que mamá, así que de cierto modo me hace feliz saber que tengo un padre, y saber que no fue él quien me abandonó. Porque siempre lo creí así.
¿Él tendría familia? ¿Estaría casado?
—¿Usted...tiene familia? —pregunté tan tímida como siempre.
—Sí —afirmó moviendo la cabeza—. Están en Trujillo. Solo mi hijo vino conmigo; es un año mayor que tú, y luego está Emily de trece años.
¿Tenía dos hermanos? Vaya, de la noche a la mañana tenía dos hermanos. Claro que, siempre que pensaba en mi progenitor, me imaginaba que tendría hijos, pero todo cayó de sorpresa, como un baldazo de agua fría.
Pero también necesitaba salir de una duda que me estaba carcomiendo el alma.
—¿Cuál es su nombre? —pregunté ansiosa.
Él me sonrió, y su sonrisa emanaba tranquilidad, paz, y confianza...
—Gonzalo, Gonzalo Iparraguirre Prado.
Mi pecho se elevó de arriba abajo. Entonces si era él... Me quedé mirándolo más aturdida que antes.
Ante su sorpresa e inquietud, salí disparada a mi casa para comprobar lo que rondaba mi cabeza desde que supe que ese hombre era mi padre.
Quise llegar rápido, pero debido al tráfico llegué en una hora y media.
En cuanto puse un pie en mi hogar, corrí a mi habitación y busqué el diario de mamá; lo encontré sobre mi escritorio. Con cuidado abrí la hoja donde me quedé y me perdí nuevamente en la historia de mamá.
03/03/1998.
Gonzalo vivía por la plazuela "El Recreo", mientras yo a unas cuadras, por un oscuro pasaje frente al mercado más grande de Trujillo.
Vivíamos medianamente cerca. Lo descubrimos ayer cuando parecíamos tener el mismo rumbo.
El me acompañó a casa. Estaba muy preocupada porque empezaba a acostumbrarme a él, y probablemente se alejaría como todos.
—Recién me he mudado —dijo—, aún me estoy adaptando. Me alegra que vivas cerca, así nos acompañaremos todos los días.
¿Todos los días? ¿Realmente eso sucedería? ¿Al fin había hecho un amigo? Un amigo que no me juzgaba y tenía miedo de mí.
Mientras caminábamos el viento golpeaba mi largo y lacio cabello marrón.
—Tuvimos que venir de Lima porque mi papá es profesor —continuó—, y le salió una plaza en nuestro colegio.
Entonces su padre era profesor. ¿Gonzalo también querría ser profesor?
Me detuve frente a mi casa y él se detuvo junto a mí.
—¿Aquí vives? —Miró mi desarreglada y humilde casa.
Asentí como tantas veces ya lo había hecho.
A una cuadra divisé a mi padre que llegaba con una botella de alcohol en su mano. Reparó en Gonzalo y se encendió en ira.
Intentando alcanzar equilibrio se aproximaba a nosotros.
—Será mejor que te vayas —susurré nerviosa.
—¡Si hablas! —dijo emocionado—. Pensé que no podías.
—Vete por favor —le pedí.
El me miró con extrañeza, y debió haber recordado la presentación que me otorgaron. Miró a mi padre y volvió la mirada a mí.
A estancadas me metí a casa.
—Nos vemos mañana —le escuché decir.
Mi progenitor abrió la puerta de una patada. Las piernas me temblaban y las manos me sudaban a chorros.
—Papá...
—¿Quién es ese mocoso? —Su mirada era fría y distante.
—Es un compañero del colegio, papá.
—El colegio es un nido de alcahuetería. ¿Estás con él?
—No papá —sollocé.
—¡No me mientas! —Tiró de mis cabellos lanzándome al frío suelo—. Apenas eres una mocosa. —Me pateó en el estómago.
—No papá. —Sentía que me faltaba el aire; luchaba por respirar. Me dolía mucho, mucho.
Él se agachó y me obligó a mirarlo tomando nuevamente mis cabellos.
—¡Eres una puta igual que tu madre! —Descargó toda su ira golpeando mi boca con su puño.
Caí nuevamente mientras sentía como un hilo de sangre descendía por mi cachete.
Esa noche lloré, lloré como siempre...
—Mami. —Abracé el diario.
Recordé sus palabras: Es un buen hombre. Por lo que había leído, creo que así era, y yo... Yo tenía tantas preguntas, pero al mismo tiempo tenía mucho miedo, mucho...
Gonzalo mi padre, se sentía extraño llamarlo así, aunque aún no se lo he dicho, solo lo llamaba así para mis adentros.
Todo este tiempo estuvo en el hospital junto a mamá. Ella me pidió su diario; creo que para que pudiera escribir su reencuentro con él. Inevitablemente sonreía cuando lo veía llegar, y pude percatarme que él también lo hacía. Y al mismo tiempo estaba triste por verla en esa situación.
Dolorosamente, mamá falleció dentro de un mes, pero él estuvo ahí, en todo momento. Pude percibir su sufrimiento cuando la vimos partir. Incluso se hizo cargo de los gastos fúnebres.
Constantemente me preguntaba el porqué de su separación, pero debía tener paciencia. Todo a su tiempo.
La primera noche en casa fue un martirio, la extrañaba a mares, con todo mi corazón, pero al mismo tiempo me sentí aliviada porque era consciente de su sufrimiento, de su interminable sufrimiento. ¿No fue suficiente por todo lo que tuvo que pasar cuando fue adolescente? La vida la trató muy duramente. Me preguntaba si en algún momento de su vida fue feliz.
Mi vida se volvió triste. Pasó un mes más, yo lo sentí tan largo... La extrañaba demasiado. Si no hubiera tenido a Patty, y a la tía Rosmery, me habría hundido en la depresión. La presencia de mi padre también ayudó bastante. No estaba sola después de todo.
Esa noche que llegué tarde a casa después del trabajo, mi padre me esperaba parado junto a la puerta. Mantuvimos una larga conversión. Sus abrazos eran tan reconfortantes...
—Jasmine —dijo con su particular voz grave—. Quiero que vengas conmigo a Trujillo. No quiero que estés sola aquí, quiero que vengas a vivir conmigo.
Me tomó por sorpresa, yo no sabía que responder.
—Yo, no lo sé... —contesté con sinceridad—. Tengo una vida aquí...y...
—No me des una respuesta ahora, piénsalo. Eres menor de edad, y necesitas estar bajo la protección de un adulto. Aun así, no quiero presionarte...
Agradecí su consideración.
Le conté a mi amiga sobre ello, y para mi sorpresa ella me aconsejó que me fuese con él, que era lo mejor para mí. Quizás tenía razón, pero de cualquier modo tenía miedo, miedo de empezar una nueva vida.
Finalmente decidí irme con él a Trujillo. Lo pensé y lo pensé cuántas veces pude.
El día que partí, Patty fue a despedirme, incluso su enamorado. Los iba a echar de menos. La tía Rosmery también me despidió, y prometió visitarme cuando tuviese tiempo.
Todo el viaje me la pasé durmiendo, a veces intercambiaba alguna que otra palabra con mi padre, y me volvía a dormir, pero nunca solté mi maceta con los jazmines dentro, que mamá me regaló antes de morir.
Casi para finalizar el día, llegamos a la ciudad de Trujillo. Me restregué bien los ojos y me fijé bien en cada detalle. En cuanto íbamos atravesando la ciudad, pude sentir su clima templado, hacía menos frío que en Lima. Parecía que sus habitantes tenían el mismo estilo de vida, "por ahora". Aunque la ciudad se veía más tranquila, menos agitada, y había menos avenidas de doble sentido. En realidad, ya había venido una vez a Trujillo cuando era pequeña, fue con mamá, pero no recuerdo con exactitud.
Iba a vivir en la ciudad de mamá, y eso me emocionaba de cierto modo.
Una vez que llegamos, mi padre se encargó de recoger mi equipaje, y llamó un taxi a través de su aplicación.
Respiré hondo y subí en el.
—Sé que vas a acostumbrarte rápidamente —dijo él sonriendo.
Sonreí y abrí la ventana para sentir el fresco aire que al instante elevó mi cabello marrón y lacio al igual que el de mamá.
Nos metimos en una larga avenida, a nuestra derecha resaltaba una enorme instalación con las paredes cubiertas de mosaico brillante; las luces de los postes las hacían brillar más, regalando una vista hermosa.
—¿Qué es ese lugar? —le pregunté.
—Es la Universidad Nacional de Trujillo —respondió sonriendo—. Mi hijo está postulando para entrar ahí. Quizás tú también quieras estudiar en esa universidad, o tal vez quieras ir a una privada. En estos días te llevaré a todas las universidades para que elijas en cuál quieres estudiar.
Asentí con la cabeza. En Lima me estaba preparando para postular a la Universidad Mayor de San Marcos, pero en realidad no sabía qué carrera escoger con exactitud, solo sabía que quería una carrera de ciencias, por lo que me estaba preparando en ese rubro.
Pronto nos adentramos en una urbanización bastante bonita. Casi todas las casas tenían pequeños bloques de césped en su exterior. Atravesamos un parque exageradamente iluminado, cuando el taxi se detuvo frente a una casa grande de dos pisos; tenía dos puertas, una más grande que la otra, y el garaje. La fachada era en su mayoría azul noche, y blanco. Dos lámparas colgaban de un dintel. Una casa lindísima.
—Aquí es —dijo mientras bajaba.
Lo seguí también sin dejar de admirar un solo instante el vecindario. Arrastré mi maleta mientras él abría la puerta más grande. Temerosa entré, para tener frente a mí un modesto, pero lindo jardín. Miré mi maceta y la abracé contra mi cuerpo.
—Ven por aquí —pidió tomando mi maleta.
Lo seguí hasta el interior de la casa, sin dejar mi temor fuera de ella. Me limpié los zapatos, no quería ensuciar ese piso de parqué que brillaba de pulcro. Entonces nos adentramos en la sala, donde contenía un moderno juego de sofás grises, acompañado de una mesita en medio de ellos. El mueble de madera contenía un televisor igual de enorme. Adornos por todos lados, y algunas plantas ornamentales.
Al instante dos mujeres se aproximaron curiosas, una señora y una adolescente.
—Mi hija Jasmine —me señaló—. Ella es mi esposa Tania, y mi hija Emily.
—Buenas noches —saludé tímidamente.
—Bienvenida —saludó la mayor.
Era un poco más baja que yo, cabello negro, y desbordaba elegancia por los poros, no era delgada, ni llenita, contextura normal diría yo.
La muchachita se acercó a mí y sonrió, dibujando dos tímidos hoyuelos en sus rosadas mejillas.
—Puedes decirme Mimí, hermana —dijo tendiéndome la mano.
Hermana... Me llamó hermana. No sé por qué, pero me sentí muy feliz en ese instante. Muy feliz.
Tomé su mano y le sonreí abiertamente.
—Qué linda eres, Mimí.
La puerta se abrió nuevamente, y a través de ella ingresó un muchacho bastante alto. Tenía la sensación de haberlo visto antes, y no tardé en recordarlo, era el chico que fue a la cafetería en la que trabajaba en Lima... Él era...
—Joaquín, mi hijo. —Padre disipó mis sospechas...
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