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Capítulo 14

Debido a que los padres de Mimí no podían asistir a su presentación teatral, Joaquín y yo le prometimos que estaríamos presentes. El teatro San Juan quedaba en el centro; y fue allí dónde mi hermanita haría su presentación junto a sus compañeros.

La música andina acompañada con el magistral sonido de quena y zampoña, captaron la atención de todos los presentes. Bueno, casi todos; Joaquín tenía la cabeza en otra parte, seguramente en la llamada de su padre. Estaba tan pensativo y, sobre todo, indeciso. Aun no sabía si debía reunirse con él. Quise decirle que lo mejor era enfrentarlo y preguntar todo lo que quería saber. Pero también sabía que era algo que sólo él tenía que decidir, lo que su corazón le dictaba.

La suave voz  del narrador empezó la función; las cortinas se abrieron, y nos mostró un escenario ambientado a la época incaica. Varias muchachas sujetas en las faldas del templo eran ofrecidas como ofrenda a su deidad, las bien llamadas: vírgenes del sol. Distinguí a Mimí entre ellas; saqué mi celular para fotografiarla.

—El Tahuantinsuyo —comenzó—, era gobernado por el Inca Pachacutec, y muchas jovencitas de las más altas clases sociales, eran las privilegiadas para ser parte de las vírgenes del sol.

Las lindas muchachitas llevaban túnicas de color blanco sujetas con un cinturón de oro,  brazaletes y aretes del mismo elemento. Danzaron al ritmo de la vibrante música; unas parecían disfrutar de su nueva posición, mientras otras reflejaban en sus rostros bien cuidados, desdicha y frustración.

Miré de reojo a mi hermanastro, por momentos disfrutaba del espectáculo, y a veces se ponía pensativo y distante.

La encargada de cuidar a las escogidas, hablaba con voz potente y autoritaria. Les enseñaba los rituales sagrados al dios Inti(sol), y les educaba en distintas artes como canto y danza.

La función era espectacular, casi profesional. Era sorprendente el juego de luces que utilizaban, los fondos musicales, las vestimentas; y ni hablar de la actuación de todos los estudiantes. Interpretaron muy bien sus papeles. Sobre todo las que actuaron de las vírgenes sacrificadas como ofrendas. Me quedé maravillada.

Volvimos ya de noche, y las compañeras de Mimí vinieron con nosotros a casa para festejar su buen espectáculo. No dejaban de hablar y reír hasta por los codos. Les preparé algunos bocaditos mientras veían una película en la sala. Cuando subí al cuarto, me crucé con Joaquín al final de las escaleras, con los brazos cruzados y con la misma expresión que había mantenido últimamente. Bajé los hombros y expulsé aire por la boca.

—¿Ya te decidiste? —cuestioné con los ojos entrecerrados.

Asintió con parsimonia y con la mirada clavada en el suelo. Por como se veía supuse que se había decidido a no verle. De cierto modo lo comprendía, por muchos años viví pensando el porqué mi padre no se había hecho cargo de mí, ni quiso conocerme, incluso llegué a juzgarle y pensar que no quería conocerlo jamás. Pero él no supo nada de mí, ¿Y si algo parecido ocurría con el papá de Joaquín?

—Mañana por la tarde lo veré  —dijo  levantando la cabeza.

—¿De verdad? —pregunté sorprendida.

—¿Quieres acompañarme?

—¿Yo? —Me señalé. ¿Qué podría hacer yo en una reunión tan importante?

—Por favor.

Se veía tan vulnerable que me fue imposible negarme. Si él se iba a sentir más seguro con mi presencia, pues tenía que acompañarle.

Al día siguiente después del CEPUNT nos fuimos al hotel dónde el padre de mi hermanastro estaba alojado. Nunca lo había visto tan nervioso ni ansioso, ni siquiera en el primer sumativo.

El hotel era andrajoso y de mala pinta; él pensó que a lo mejor nos habíamos equivocado, pero la ubicación era esa. De todos modos subimos al número que había indicado, y no tardamos en encontrarlo. Lo raro fue encontrar la puerta entreabierta. Tocamos por si las moscas, pero no hubo respuesta.

—Qué extraño —musité.

—¿Entramos?

Elevé mis hombros como respuesta.

Con temor y a pasos lentos entramos a la habitación que traía la misma pinta de la fachada, paredes despintadas, cortinas mal lavadas, y una cama vieja al igual que el armario. Y el olor extraño contenido en el ambiente hacía que me picara la nariz.

—¿Qué tipo de persona es tu papá? —susurré.

—Es lo que intento averiguar —contestó dándole una mala mirada a todo—. Creo que nos equivocamos. Vámonos.

Lo seguí hasta la puerta, pero se paró en seco y retrocedió como si hubiera visto al mismísimo demonio.

—¿Qué pasa?

—Mi mamá está aquí —respondió con la cara desencajada.

—¡¿Qué?!

Miró a todos lados, jaló de mi brazo y me metió con él al armario. Me sentí una fugitiva.

Los pasos de su madre se escucharon en el cuarto. Se detuvo, y soltó un suspiro. ¿Qué hacía allí?

El olor a viejo y guardado se impregó en mis fosas nasales provocando que un ligero cosquilleo me recorriera la punta de la nariz. Quería llevarme la mano para apaciguar la picazón, pero estábamos tan ajustados en el estrecho espacio que con las justas y lográbamos respirar. Nuestros cuerpos estaban separados por un ridículo centímetro que no ayudaba en nada a nuestro intento de supervivencia. Claro que no me refiero únicamente a la posibilidad de salir ilesos del lío en el que nos estábamos por meter, lo tenía tan cerca que su respiración hacia bailar a mis cabellos.

Solo conseguía ver destellos de su rostro gracias a la grieta imperceptible en la madera, que permitía la entrada de un hilo de luz.

Estoy segura y podría apostar mis ahorros que él lograba escuchar los fuertes latidos de mi corazón que, extrañamente habían decidido traicionarme.

—Me pica la nariz —hablé lo más bajo que pude.

—¿Justo ahora? —preguntó él, evidentemente disgustado.

—Échale la culpa al polvo.

—Maldición. Aguántate un poco.

Realmente lo intenté. Creo que en primer lugar no debimos escondernos, ¿O sí?

—Si no me rasco voy a estornudar —me quejé.

—Ni lo pienses; nos atraparon si lo haces.

Si él lo hubiese sentido no habría dicho esas palabras. La picazón es tan desesperante como el dolor

—Pero no lo puedo evitar.

—Mierda. Mierda. Y mil veces mierda.

No sé que me pasó, pero estaba tan molesta que me atreví a darle un pisotón elevando con las justas la punta del zapato.
Ahogó un gemido mordiendo desesperado mis cabellos. Literal. Mordió mis cabellos para evitar hacer bulla, pero no tan fuerte para que no me doliera.

—Me sorprendes Jasmine —farfulló haciéndome cosquillas cada vez que abría la boca.

Sinceramente no entiendo cómo me atreví a hacerlo. Quiero echarle la culpa a la tensión del momento.

No sé cómo, pero logró inclinarse un poco y, al hacerlo, la tenue luz alumbró sus ojos. Se veían más claros de lo normal. Marrones claros, casi mostaza.

Con su cachete intentó rascar la punta de mi nariz, con movimientos bruscos y toscos propios de Joaquín; bueno exagerando un poco. De cierto modo estaba logrando disipar la comezón. Pero lo hizo tan duramente que aplastó mi cartílago, y entonces sentí un punzada en el interior del olfato. Iba a estornodurar. Inevitablemente iba a hacerlo. Al separse él lo notó porque entrecerré los ojos y no podía dar marcha atrás.

—No, no lo hagas... por favor.

Realmente quise obedecerle, pero ya no lo pude aguantar más. Un litro de saliva amezaba con salir de mis adentros.

—Jasmine, no te atrevas.

"Lo siento Joaquín", quise decirle, pero ya estaba llegando a la fase final.

—Maldición —fue lo último que dijo.

Lo que hizo me dejó paralizada. Tanto que eliminó mi estornudo. Esa era su idea, pegar sus labios a los míos para evitar que saliera la explosión por mi boca. Sin embargo lo que siguió, no era parte del plan de supervivencia: abrió mi boca con sus exigentes labios, y dirigió un ritmo  lento y cautivador; se adueñó de mi labio superior y luego del inferior con vehemencia, incansable.
Me descubrí moviendo mis labios, acostumbrándome a su sabor, a su calor... deseando más de él

¿Es a lo que se refieren todos, cuando aseguran sentir mariposas en el estómago cuando besan a la persona que les gusta? Un momento. ¿Sentía esas mariposas porque mi hermanastro me gustaba? ¿Era eso? ¿O todos los besos se sentían así?

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