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Capítulo 13

En ese preciso momento del examen, no supe que carrera elegir. No me llamaba la atención nada en especial. Me gustaba los números... solo eso sabía. Bueno, también me gustaba mucho el curso de química, siempre me ha interesado eso en especial. Así que sin tener en claro nada, elegí la carrera de ingeniería química. No cogí bacante en el primer examen, pero saqué un buen puntaje. Quedé como la tercera no ingresante. Por suerte, me quedaba dos exámenes más que sí o sí tenía que coger bacante en ambos. Quien sí cogió bacante fue Joaquín; quedó en décimo puesto. El sí tenía muy en claro a qué postular.

—Nunca me llevan a ningún lado —se quejó Mimí cerrando la puerta de golpe.

Sus papás habían salido a una reunión de amigos en un salón de salsa y Mimí se empeñó en ir con ellos, pero no la quisieron llevar. Últimamente andaba muy renegona y sensible.

—Pero no entiendo porque quieres ir a un lugar donde solo van a estar adultos —inquirí sentándome en mi cama.

—¡Porque van a bailar salsa! —exclamó elevando los brazos—. Me gusta mucho la salsa. Mira como bailo. —Empezó a mover un pie atrás y luego el otro mientras tarareaba la canción: Adiós amor.

Lo cierto es que sí tenía mucho ritmo, tiene talento para el baile.

—Oye bailas bien. ¿Me enseñas los pasos básicos?

—Sí, claro. Ven conmigo.

Me paré junto a ella y me señaló como debía mover los pies: al costado, atrás y adelante. El vestido de flores que llevaba me facilitaba el movimiento, pero no poseía esa facilidad que ella tenía para desplazarse. El pitido de mi celular, me hizo detenerme y tomarlo de la mesita de noche. Era un aviso del calendario que decía: Hoy es ese día. Significaba que ese día me iba a bajar la mes. Por suerte soy muy regular, y puedo estar prevenida para esos días. El primer día me da unos cólicos de muerte, así que siempre tengo preparado analgésicos y toallas higiénicas. Además, estaba en casa y podía estar más cómoda.

Mi hermanita dejó de bailar y se lanzó a su cama.

—¿Qué pasa? ¿ya no vas a enseñarme?

—Se me quitaron las ganas —gimoteó—. Me duele la panza.

—¿Quieres que te prepare algo de comer?

—No, Jas, no quiero nada. —Se metió bajo el cobertor.

¿Qué le pasaba? Estaba muy extraña. Yo también me sentía desanimada, pero no era de extrañar, en cambio ella siempre estaba de buen ánimo y dinámica. Le escuché sollozar y, aunque intentaba hacerlo despacio, se escuchaba perfectamente bien.

—¿Qué sucede Mimí? —Me senté junto a ella y acaricié su cabello.

—No puedo creer que no me hayan llevado —lloriqueó—. Siempre me llevaban a todos lados.

Era una niña tan tierna, que se me encogió el corazón. Había sido mimada y consentida, pero ya era momento de crecer. No sabía qué decirle.

—¿Quieres que veamos una película de esas que te gustan ver? —propuse.

—Ya, pero primero voy al baño. —Se levantó a duras penas y caminando como zombie.

Recibí un mensaje al WhatsApp de Irene. Recientemente hablábamos mucho por esa red. No había cogido vacante tampoco, pero no parecía estar triste, ella estaba más entusiasmada con el concurso del reinado. Me mandó dos fotos preguntándome en cual salía mejor para subirla a su Instagram. Las fotos eran profesionales, muy nítidas; le habían tomado en una sesión de fotos para ese concurso. Posaba en una especie de puente sobre el mar, en un bikini amarillo que combinaba muy bien con su cabello. Me decidí por la segunda donde sonreía abiertamente. Estaba por contestarle, cuando escuché los gritos de Mimí.

—¡Jas, ven rápido!

Salí a estancadas hacia el baño y en el pasadizo me crucé con Joaquín.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.

—No lo sé. —Seguí corriendo y toqué la puerta pequeña—. ¿Puedo entrar?

Mimí abrió lentamente y la volvió a cerrar. Estaba muy espantada y con los ojos llorosos. No tardó en mostrarme el motivo de su preocupación. Era algo muy normal, que ya sabía que sucedería en cualquier momento, pero las hormonas y su inexperiencia le hacía sentir temerosa. La abracé y la ayudé cuanto pude.

—¿Qué está pasando? —insistió su hermano desde afuera.

Cuando por fin salimos, él nos acorraló con preguntas. Mimí no quería que él supiera, pero al verlo tan inquieto tuve que explicarle lo que sucedía con nosotras las mujeres al llegar a la pubertad y adolescencia. Claro que él ya lo sabía, quizás más que yo.

—No puedo creer que mi pequeña hermana esté creciendo —dijo acongojado.

Sonreí por sus palabras. Él era muy tierno con ella.

Mimí y yo estábamos sincronizadas y, por lo tanto, andábamos de espesas molestando a Joaquín. Por suerte él fue muy condescendiente con ambas y nos compró pastelitos, empanadas, dulces, e incluso miró con nosotras películas corta venas y nos consoló cuando nos entraba la lloradera. Después se aburrió y se fue a dormir. Mimí continuó viendo películas románticas, y yo me puse a leer lo que más me gustaba.

12/03/1998

Mi sonrisa no se ha apagado desde ayer por la mañana, me siento tan llena de vida y con ganas de continuar, de ser fuerte y valiente; todo gracias a él. Parece que la desgracia me ha dado tregua y ha abierto una vía para escapar de mis demonios, de sentirme querida, aunque sea por primera vez.

Yo no supe qué hacer ni cómo reaccionar cuando él me tendió la maceta, me quedé estática. Mi corazón latió con una desesperación tremenda que pensé que explotaría en cualquier momento. Nadie me había hecho un regalo tan precioso; en realidad, nunca antes había recibido ningún regalo. Lentamente la sostuve, con un poco de aprensión.

Qué envidia murmuraron las demás muchachas.

Mis ojos se desviaron a Tania. Sus ojos amenazantes y mirada de fuego, me ocasionaron un escalofrío en todo el cuerpo. Levantando el mentón y frunciendo los labios, subió corriendo los escalones seguida por sus secuaces.

Oye habló Gonzalo tronando los dedos. ¿No vas a decirme nada?

Su sonrisa amplia con dientes grandes y perfectos, me hicieron sonreír también. Desde ahí no he dejado de sonreír. Él me hace tan feliz.

¿En qué piensas? preguntó golpeando amistosamente mi frente.

Miré a la profesora revisar las tareas en nuestros cuadernos, mientras nosotros resolvíamos la página veinte del libro.

En lo de ayer confesé.

Si hubiese sabido que los jazmines te hacían sonreír, te los habría regalado antes.

No, no era eso lo que me hacía sonreír, él me hacía sonreír.

Nunca me preguntaste.

Metió el lápiz a su boca y entrecerró los ojos. Finalmente sonrió negando con la cabeza.

Volvimos a la tarea, la estábamos desarrollando juntos. El silencio reinante en el salón no era muy común, pero todos le temíamos a la profesora cascarrabias de química. Acabamos los ejercicios a tiempo.

Angelina susurró, ¿quieres ir a mi casa después de la clase de arte?

—¿A tu casa?

—Sí. ¿Recuerdas que te dije que le pediría a mi papá que compre un DVD de la película Titanic?

Hice memoria recordando lo que afirmaba y, sí, lo prometió esa vez que fuimos a Huanchaco.

—Sí —constaté contenta—. ¿La veremos hoy?

—Si quieres.

Asentí impetuosa.

Nunca había querido con tanta desesperación que la jornada escolar terminara rápido. Felizmente llegamos a la clase de arte y, para agregar, se nos encomendó elegir una danza que representaríamos en el aniversario de la escuela. Por lo que salimos más temprano de lo normal.

Al inicio estaba ansiosa en la casa de Gonzalo, muy nerviosa. Pero mis nervios se fueron apagando poco a poco gracias a él y su padre. A pesar que figuraba como un hombre imperioso y arbitrario, era inmensamente amable. Preparó canchita y jugo de maracuyá para nosotros. Luego nos dejó solos para que veamos la película en su sala.

Me gustaba mucho su televisor a color; yo en casa tenía uno en blanco y negro que mi padre había traído no sé de dónde. Las imágenes se veían tan nítidas. Me quedé pegada a la historia de inicio a fin; terminé llorando como Gonzalo aseveró que lo haría.

—¿Qué sucede? —preguntó su papá mientras entraba a la sala.

Mi amigo mantenía una expresión divertida mirándome sollozar.

—Angelina es una llorona.

—¡Este mocoso! —rezongó—. ¿Este muchacho te ha hecho llorar? —Se inclinó hacia mí.

Negué con la cabeza en tanto secaba mis lágrimas con el pañuelo que Gonzalo me prestó. Él no dejaba de burlarse.

El sonido del reloj de pared marcó las siete de la noche, ya era hora de irme. Me puse de pie sin dejar de verlo.

—Ya tengo que irme —avisé.

—Sí sí, es tarde, tus padres deben estar esperando por ti. ¿Vives cerca?

—Sí señor, por el mercado mayorista.

—Ya. Hijo, acompáñala a su casa.

—Sí papá —dijo poniéndose su chompa.

—Muchas gracias señor. —Le tendí la mano sonriente.

Hicimos una carrera para llegar a mi casa. Él me dejó ganarle, porque en realidad, él corría mucho más rápido que yo, a pesar que llevaba mi mochila en su hombro. Antes de acercarnos a mi casa, verifiqué que la luz estuviese apagada, lo que significaba que mi padre aún no llegaba.

—Gracias por hoy, la pasé muy bien.

—La próxima vez veremos una comedia para que no llores tanto.

Sonreí. Habría otra vez. Por mí me quedaría a vivir en su casa para siempre.

—Nos vemos mañana. —Me entregó mi mochila.

Esa noche la luna había decido brillar con todo su poder, vigorosa y cautivadora. Quizás eso fue lo que me dio la valentía para hacer lo que hice. Nunca sentí tantas ganas de demostrar mi agradecimiento y cariño hacia una persona, pero él lo valía. Me alcé en puntillas y llegué a su mejilla. Mi pecho subía y bajaba cuando dejé un beso puro en su piel. Sus ojos se quedaron congelados, él entero se quedó solidificado. Sorprendido por mi atrevimiento. No obstante, yo me quedé del mismo modo, pero no por la misma razón, sino por la imagen fachosa de mi progenitor detrás de él.

Cerré el diario al escuchar el llamado de la puerta. Cuando la abrí, la expresión indescifrable de Joaquín, me provocó inquietud.

—¿Qué pasa?

—Jasmine, mi papá acaba de llamar. —Me mostró su celular.

¿Y por qué estaba de ese modo? ¿Acaso les había sucedido algo malo en su salida?

—¿Sucedió algo?

Negó con la cabeza.

—No, él no me llamó, quién me llamó fue mi padre biológico.

Abrí bien mis ojos y me cubrí la boca con la mano.

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