
IV: Adiós
NA: Les dejo canción para que escuchen y pongan en bucle mientras lean(?)
Estuve muchos minutos viendo la negrura frente a mí. Todo se veía raro y pesado. Húmedo, a decir verdad. Y eso que la ciudad de Bariloche era bastante seca a comparación de otros lugares.
Me moví, incómodo. Mi cuerpo todavía lo sentía liviano, como cuando estaba en modo fantasmal. Por lo tanto, no entendía nada de lo que estaba pasando.
Si había vuelto a mi cuerpo, ¿por qué no estaba sobre la cama?
Miré hacia mis costados, intentando buscar algo por lo que aferrarme. Una pequeña luz yacía a mi derecha. Una que intenté agarrar, pero por obvias razones no pude. Recordé un pequeño dato tonto de que la luz no tenía masa en reposo y me pregunté si Fabrizio sabía ese detalle de nuestras vidas.
—¿Alex? —Escuché—. ¿Sí pudiste? ¿Alex?
Respiré hondo.
—No —contesté.
Esperaba que él pudiera escucharme, estuviera donde estuviera. Tal vez me había adentrado en algún limbo infinito de oscuridad solo por haberme sentado en la cama. Sí, era... algo tonto.
—¿Y por qué no sales de ahí? —se quejó Fabrizio.
Fruncí el ceño.
—Ni siquiera sé dónde estoy, boludo.
—Te estoy viendo desde acá, estás debajo de la cama —me contestó aquel. Su voz parecía nerviosa—. ¿Puedes apurarte? Tu madre y hermana están por terminar de hablar con la médica.
Miré hacia mi lado derecho de nuevo y parpadeé varias veces. Me sentí ridículo al darme cuenta.
Lo que veía negro simplemente era la parte abajo de la cama. El cuarto estaba semi a oscuras, por lo que era normal que no viera nada. Incluso la luz a mi derecha, tan solo era la luz del pasillo que entraba por la ventana que nos separaba a Fabrizio y a mí.
—Ah, soy un pelotudo —susurré, saliendo de abajo de la cama. Respiré hondo para no largarme a llorar de la vergüenza—. Vos no viste nada, ¿sí?
Fabrizio parecía triste. Sin embargo, aquel comentario pareció hacerlo reír. Cosa que no me sorprendía, puesto que el maldito siempre se reía de mis humillaciones.
Podía sentir cómo mi cara se ponía roja. Maldito italiano lindo y bobo.
—No funcionó —me quejé—. Dejate de reír, tonto. Callate.
Mi mejor amigo se limpió las lágrimas y pensé.
Pese a todo, me alegraba verlo sonreír de ese modo. Ni hablar sobre su risa agradable. Era caótica y estúpida, como cuando un bebé se reía y repetía una sílaba de letras. También debía tomar aire para seguir riéndose, puesto que parecía olvidarse de hacerlo cada vez que explotaba de ese modo.
Sus ojeras seguían un poco marcadas y la sonrisa que me estaba brindando al reírse de esa forma no hizo más que hacerme sentir culpable.
Fabrizio creía que iba a sobrevivir. Yo creía que iba a sobrevivir.
Y ahora...
—¿Alex? —me llamó. Su sonrisa se volvió preocupada—. ¿Estás bien? Puedes intentarlo una vez más, ¿no? O podemos intentar algo más.
Miré hacia mi cuerpo deteriorado. No necesitaba estudiar medicina o fantasía para saber que por algo mi cuerpo me había rechazado. Ya era tarde. Si yo ahora me encontraba frente a Fabrizio, era una señal de quién podía ayudarme a despedirme.
—Sí, más tarde vuelvo a intentarlo —le respondí, para tranquilizarlo—. Ahora... creo que lo mejor sería tomarnos nuestro tiempo.
Fabrizio rió nervioso. Probablemente porque no había entendido.
—¿Nuestro tiempo? Pero en días te desconectarán y no puedo venir al hospital tantos días seguidos como para que vuelvas a intentarlo muchas veces...
Lo observé por unos segundos mientras hablaba. Su voz comenzaba a temblar y, la sonrisa que tenía hace tan solo unos segundos, se estaba borrando al darse cuenta de la realidad.
Si existía aquel todopoderoso que había obligado a Fabrizio estar conmigo en mis últimos momentos, haciéndolo sufrir de tal manera solo por mi miserable existencia, lo iba a mandar al diablo. Es más, hasta iría contra ese ser nefasto solo para cagarlo a piñas.
Era... demasiado doloroso para mí ver cómo mi mejor amigo se caía a pedazos al ver que nada de lo que yo había dicho funcionó.
—Nuestro tiempo —volví a repetir, sonriéndole para calmarlo—. Pero nada de lágrimas, eh.
Noté cómo sus ojos oscuros habían hecho el efecto contrario a lo que yo había pedido. Estos se volvieron cristalinos, con una mirada vacía y llena de desesperación. Me miraba fijo, rogándome algún gramo de esperanza que yo no podía darle. Por lo menos, no ahora.
Yo... no tenía ni la más pálida idea de qué hacer.
Por favor, Fabrizio, no me mires así.
—Alex, por favor —me rogó, apoyando la mano en la ventanilla—. Vuelve a intentarlo, solo una vez más. Por favor.
Negué con la cabeza. No iba a funcionar. Había una razón por la que no había funcionado y, hasta que no lograra comprender el porqué, no podía volver a intentarlo. No quería frustrarme más de la cuenta. Tampoco quería ilusionar a Fabrizio, como lo había hecho desde que me aparecí enfrente suyo.
Lo mejor ahora sería aceptar la realidad, aunque fuera de a poco.
—Alex —me rogó nuevamente, su voz ya sonaba rota.
Apreté la mandíbula. ¿Por qué... me pasaba esto a mí?
—No te rindas, por favor —siguió. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas—. Alex, conozco esa mirada en ti. Por favor. ¡Alex...!
Sentí cómo mi respiración comenzaba a agitarse. Rápidamente, traspasé la pared que nos separaba para ir directo a sus brazos y abrazarle con fuerza.
Quería consolarlo, decirle que todo iba a estar bien. Quería decirle eso a él, a toda mi familia. A toda persona que sufría por ese accidente de mierda.
Sin embargo, volví a traspasar su cuerpo, cayendo de rodillas al suelo por el mismo impulso.
Mi cuerpo entero tembló. Ni siquiera podía abrazarle. Era inútil.
—¡La puta madre! —grité, sintiendo mi garganta doler. Golpee el suelo, como si de algo sirviera—. Te odio, universo, ¡te odio!
Ahogué un grito, apretando mis puños con fuerza. Lo único que podía escuchar en esos momentos era mi respiración fuerte junto con los sollozos de Fabrizio.
El estar arrodillado y hecho una bola en el suelo no me servía. Nada me servía. ¡Yo no servía!
¡¿Para qué tenía un maldito cuerpo y un cerebro si no iba a usarlo?!
Pensá, Alex, ¡pensá una vez en tu puta vida! ¡¿Qué vas a hacer?!
Me animé a girar y ver a Fabrizio de nuevo, todavía a mi lado. Sus ojos no se despegaban de mí, pero se tapaba un poco la cara mientras se limpiaba las lágrimas una y otra vez que le salían como una canilla. Sus sollozos podían escucharse por todo el pasillo. Tenía algo de hipo y, por lo poco que podía ver, su cara estaba completamente roja.
"¿Qué... voy a hacer?", pensé.
Me puse de pie, queriendo acercarme.
—Fabrizio... —le llamé.
—¡Fabri! —El grito de mi mamá me hizo detenerme—. Fabri, cielo, no llores.
Ella junto con mi hermana se le habían acercado con rapidez. Mi mamá lo abrazó con fuerza, mientras mi hermana lo sostenía de los hombros, haciéndole mimos en la espalda para que no se desplomara.
Fue entonces la primera vez que pude ver esa línea transparente e infinita que nos separaba a los muertos de los vivos. A los que no estaban, con los que sí.
A los que podían abrazar a alguien que quisieran... y a los que no.
Fabrizio aceptó el abrazo de mi mamá, inclinándose para aferrarse a ella. Lo que no había podido llorar porque yo le estaba dando unas falsas y absurdas esperanzas, lo estaba liberando ahora. Sus sollozos se convirtieron en un llanto fuertísimo.
Pude ver también a mi hermana temblar, aguantando las lágrimas mientras lo consolaba como podía. Mamá le decía pequeñas frases y palabras de aliento, como si ella tampoco estuviera sufriendo pese a su voz temblorosa y quebrada.
¿Por qué yo tenía que ver esto?
¿Por qué ellos tenían que vivir esto?
Noté cómo Fabrizio levantaba un poco la mirada hacia mí, volviéndome a rogar.
Volví a acercarme. Él estiró la mano hacia mí, intentando tocarme. Yo hice lo mismo, pero mi mano volvió a traspasar. Todo esto era en vano.
Lo intenté de nuevo. Intenté tomar su mano, entrelazarla. Sentirla.
No pude.
—Perdón, Fabri —murmuré, tratando de sonreírle—. Creo que no se va a poder. Perdón.
Cerró los ojos con fuerza. Le escuché susurrar y repetir palabras que parecían rozar algún límite de desesperación.
—Esto es un sueño. Es un sueño —repitió.
—Ojalá lo fuera, mi niño —le respondió mi mamá. Sus sollozos también comenzaban a escucharse—. Ojalá lo fuera.
Sentí mi labio inferior temblar.
Suponía entonces que esta era nuestra oportunidad para despedirnos. Estos días que se me habían concebido por milagro..., eran solo para decir adiós.
—Fabrizio —le llamé otra vez, aún tratando de tomar su mano sin éxito—, te amo. Muchísimo. No lo olvides, en serio.
Su mano tomó la mía, aferrándose con fuerza.
Abrió los ojos con sorpresa, pegando su mirada en la mía.
Me quedé absorto, sintiendo su mano cálida y algo áspera. Ambos estábamos entrelazando nuestras manos, temblorosos. Noté que yo no era el único que tenía miedo de soltar al contrario.
Ambos abrimos nuestra boca para decir algo al respecto, pero fuimos interrumpidos.
—¡Mamá! —gritó Sofía—. ¡Mamá, la médica, la médica!
No supe a qué iba tanto escándalo y Fabrizio tampoco. Ninguno de los dos podíamos despegar la mirada del otro. El miedo de que no pudiéramos sostener nuestra mano nunca más era mayor que la curiosidad por los gritos.
Solo cuando mamá se soltó bruscamente de Fabrizio tuve la oportunidad de ver de reojo que sucedía.
La médica que había hablado con mi hermana y mi mamá había entrado rápido a la habitación en la que se hallaba mi cuerpo semi fallecido. La máquina que marcaba los latidos de mi corazón no emitía más que un sonido constante y horripilante, que parecía aumentar en mis tímpanos.
Supe a qué se debía y, aún así, no me animé a soltar a Fabrizio.
Todo iba en cámara lenta.
Su mirada fue hacia las enfermeras y enfermeros, para luego pegarla en mí de nuevo. Pude ver la desesperación en sus iris oscuros segundos antes de que se acercara y me abrazara con toda su fuerza.
No pude decir nada. Ni siquiera cuando sentí sus brazos rodeándome, abrazándome en serio.
Le devolví el abrazo, aferrándome también a él con ímpetu. Por primera vez en toda esta travesía rara, sentí cómo mis lágrimas mojaban mis mejillas. No quería irme.
—¡No! —gritó él—. ¡No, por favor! ¡No me dejes! ¡No nos dejes, Alex! ¡Haz algo!
"Ah, qué irónico", pensé. Esta sería la primera vez y última que nos abrazaríamos.
Qué loco, ¿no?
—Todo va a estar bien —le susurré.
Parpadee sin querer. Un bobo reflejo de un ser humano común. Y volví a ver todo en negro. A diferencia que, esta vez, era en serio.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro