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8- La suerte fue echada

Milo siempre se había considerado una chica práctica.

La magia y las leyendas no eran temas a los que hubiera prestado mucha atención hasta hacía poco, no hasta que descubrió la habitación oculta de Káiser.

Sin embargo, si su rey y padre estaba dispuesto a usar métodos desagradables para asegurar su reino y satisfacer sus propios deseos, ¿quién era Milo para descartar esos mismos métodos?

Los anuncios del día anterior significaban que en cuestión de días, la vida de los tres menores se volvería intolerable.

Milo estaba segura de que su padre esperaba que ella reemplazara a Aioros en la cama real.

Sus amados hermanos iban a ser arrancados de ella. Aioros recibiría algo que la muchacha estaba convencida de que nunca debería tener.

Un completo malestar estaba a la orden en su interior y debía tomar cartas en el asunto de inmediato.

Lo más importante... Káiser tendría que morir.

Tenía la edad suficiente para que una enfermedad inesperada no fuera completamente improbable.

Aún así, antes de que Milo pudiera considerar usar el veneno que había escondido, la línea de sucesión tendría que ser alterada.

Si Aioria alcanzara el trono de Esparta cuando Káiser muriera, en lugar de Aioros, ella estaba segura de que el menor de los dos hermanos le devolvería la región de Atenas a Kardia.

Aioria se aseguraría de que ella y Kardia recibieran lo que les correspondía. No se podría decir lo mismo si Milo y su hermano se vieran obligados a doblar sus rodillas ante Aioros y responderle, tras la muerte del viejo rey.

Por supuesto, decidir que necesitaba eliminar a Aioros de la línea de sucesión y hacer que sucediera eran dos cosas completamente diferentes.

Así fue como Milo se armó de valor y se coló en la habitación más secreta de toda la Torre, un lugar que se suponía que no sabía que existía.

Había un libro en el estudio oculto de Káiser, que contenía la solución al problema de Milo, si se atrevía a usar la información que había aprendido en los últimos años.

Si en verdad creía en las cuidadosas líneas de tinta escritas allí, Milo estaba a un corto paso de llamar a un demonio que le concedería su mayor deseo, un demonio que había estado atado al servicio de la familia real de Esparta desde hacía mucho tiempo.

Si ella iba a hacer esto, ahora era el momento.

Káiser había estado fuera de la Torre durante todo el día, sin duda organizando alguna tontería más para la celebración del cumpleaños de Aioros.

Era posible que Milo no tuviera otra oportunidad de colarse en esa habitación oculta hasta que fuera demasiado tarde, hasta que Aioros se fuera para tomar posesión de su tierra natal y la de Kardia.

Ella suspiró.

Su aliento agitó el aire, haciendo que las motas de polvo bailaran a la luz del globo mágico que iluminaba esa pequeña habitación. (1)

Invocar espíritus era un gran riesgo. El libro sugería que hasta que Káiser subió al trono, los reyes de Esparta sólo habían usado al demonio en los momentos de mayor peligro.

Todos los relatos, a excepción de los escritos por la mano de Káiser, advertían que cada vez que se invocaba al demonio, le quitaba una parte vital del alma a quién lo había llamado.

Aún así, considerando lo que estaba en juego, esto tenía que hacerse.

Cuando comenzó el conjuro que estaba escrito en la primera página del viejo libro, la lengua de Milo tropezó con el dialecto del griego antiguo, pero en la tercera lectura requerida, el hechizo fluyó como poesía.

Llamado por su voz, una columna de oscuridad se formó frente a la joven. Esa oscuridad se definió lentamente en la semejanza de un hombre.

Ojos ardientes de un negro absoluto capturaron a Milo.

La mirada abrió el corazón de la chica, dejando al descubierto todos los pensamientos que alguna vez había entretenido.

-No sabes lo que has invocado, niña tonta...

La voz del demonio era un susurro de tono bajo.

-Incluso ahora considero devorarte y dejar tus huesos esparcidos por los salones de la torre, para que el rey descubra que te atreviste a convocarme. Tal vez si lo hago... Káiser guardará el secreto más de cerca del resto de sus hijos...

Haciendo acopio de valor, Milo trató de gritar, aunque sólo salió un chillido.

-Por el linaje de los Vasileious, te lo ordeno.

El pesado libro que sostenía fue arrojado ante ella.

-Te convoqué y debes obedecerme, Shura, hijo de Cid y descendiente de la casa de Capricornio.

El tono de Milo se estabilizó un poco mientras usaba el nombre de la criatura. Si no miraba directamente a los ojos del demonio, podía imaginarlo como un simple hombre, era guapo, de cuerpo bien formado y, de no haber sido ella muy joven, hasta podría haber pensado que era muy atractivo. Intentó verlo como si fuera un hombre común, aunque usara una capa que parecía estar hecha de sombras crepusculares.

-Tal vez podría darte un capricho...

Se acercó más, una acción fluida más que un movimiento determinado. El demonio extendió la mano para tocar un poco de su largo cabello morado.

-Me he acostumbrado demasiado a los colores de la noche. Es un cambio agradable volver a ver el color mundano. He olvidado lo hermoso que es el color de la vida.

Soltando los suaves mechones, miró alrededor de la habitación oscura.

-Aunque no estoy impresionado por tu elección de salones, querida. Káiser normalmente me llama cuando está en el campo. Prefiero eso...

Milo siguió adelante con su deseo, sospechando que era peligroso intercambiar cumplidos con esa criatura de magia y poder.

-Tengo una tarea para ti, Shura, esclavo de Esparta.

-Por supuesto que sí.

Él le sonrió, una expresión que debería haber sido suave si no fuera por el destello de malicia que Milo sintió, cosquilleando bajo su piel.

Dio un paso incontrolable hacia atrás.

-Necesito que te lleves a alguien de tal manera que a su padre, el rey, no le importe perseguirlo.

Shura hizo una pausa, pareciendo considerar, pensativo. El negro sólido de sus ojos se había derretido, dejándolos de un verde oscuro. Un dedo envuelto en cuero, se levantó para presionar contra los labios fruncidos, mostrando que le faltaban las puntas de los dedos de los guantes y que tenía las uñas ennegrecidas.

-¿Deseas que ese hombre muera? Eso ciertamente disuadiría a cualquiera de esperar su regreso o perseguirlo. ¿O preferirías que simplemente lo deshonraran y lo sacaran de Esparta?

Matarlo era demasiado. Si Aioria alguna vez descubriera que su hermana había causado la muerte de su amado hermano, su ira sería indescriptible, además de lo cual, Milo sospechaba que la respuesta a esa pregunta dependía de más cosas de las que podía comprender.

Mirando el pesado volumen en sus manos para estabilizarse una vez más, Milo recordó una línea que había leído casi al principio, una parte de las instrucciones.

-Dime algo, demonio. Si te lo llevas, ¿cuenta como tu pago? Si simplemente lo matas... todavía estoy obligada a pagarte de otra manera o ¿te saciará su sangre? Él es parte de la familia real, tal como lo soy yo.

-La niña bonita también es inteligente.

El cumplido siseó.

-Otro de sangre real. Sí... Si lo encuentro aceptable para mi gusto, supongo que podría presentarse como pago por su propio secuestro...

El demonio se acercó una vez más, cerniéndose sobre Milo.

-Pero mis gustos son particulares y tu casi inocencia me parece un premio muy justo en este momento, pequeña niña, especialmente después de años de lidiar con la esencia agria de Káiser.

-¡ATRÁS! Por Vasileious... retrocede, demonio!

Ordenó Milo.

-Me gustaría que miraras a Aioros antes de que me pidas algo...

-¿Aioros? El más querido de Káiser?. Ahora me has intrigado.

El hombro derecho de Shura se movió, un gesto fluido, que se vio realzado por el brillo de su túnica de seda y su capa de sombras.

-Como mi señora desee...

Una mano hizo un gesto ausente y un óvalo de luz pareció flotar en el centro de la habitación.

Milo estaba encantada. No podía haber esperado algo mejor que la escena que tenían ante ellos.

Aioros estaba entrenando en un patio brillantemente iluminado en medio de muchos otros soldados de la guardia del castillo y, por lo que parecía, llevaba bastante tiempo haciéndolo.

Estaba perlado de sudor y se había quitado la camisa, seguro de que el patio de prácticas estaba protegido de los ojos de cualquier mujer de buena cuna. El sol de la tarde doraba la forma a medio vestir del príncipe, convirtiendo su cabello castaño en una corona dorada.

Si el demonio deseaba luz para aliviar la oscuridad en la que estaba inmerso, entonces Aioros tenía que ser una poderosa tentación en ese momento.

Fue sólo cuando la visión se expandió para mostrar un poco más de la imagen, que Milo sintió una punzada de arrepentimiento.

Aioria era el oponente del príncipe heredero. Ambos hermanos eran un espectáculo para la vista.

El arrepentimiento de la muchacha se convirtió en miedo real, cuando un vistazo de la audiencia reveló que Kardia había tomado recientemente su turno en la plaza y que también estaba medio vestido y sudoroso.

Sin embargo, el demonio parecía desinteresado en la audiencia. Acercó la vista para concentrarse en los hermanos de sangre pura, quienes eran absolutamente cautivadores mientras entrenaban.

La reserva normal de Aioria no tenía lugar en una pelea de espadas, incluso si sólo era práctica.

Cada pedacito de su agraciado pero delgado cuerpo estaba en exhibición. Aioria no parecía escuálido y desnutrido, como a veces lucía con el atuendo de la corte.

El estilo de lucha que los hermanos estaban usando actualmente mostraba la gracia aún infantil y desinhibida del menor, así como el acecho más maduro de Aioros.

La contienda terminó momentos después, con Aioros forzando un movimiento que expuso a Aioria a un golpe mortal pero, por supuesto, ese ataque nunca llegó.

En cambio, Aioros acercó a su hermano menor a su pecho y plantó un beso en la parte superior del cabello rubio pálido del adolescente.

Aioria sonrió con placer ante la muestra de afecto. El príncipe sonrió y alborotó los mechones ya desordenados de su hermano.

Aioros soltó a Aioria, caminó hacia un abrevadero y procedió a sumergir su propia cabeza y hombros.

La vista en el portal cambió para enfocarse en el rostro de Aioria y la adoración sin reservas que se mostraba en sus ojos brillantes.

-Muy agradable...

Shura comentó, trayendo a la pareja en la biblioteca de vuelta al aquí y ahora.

-Ambos son increíblemente deliciosos e incluso a través de este reflejo puedo ver que se adoran el uno al otro. Qué conjunto tan perfecto harían...

La ventana mágica se desvaneció y el demonio volvió a centrar su atención en Milo.

-¿Quieres que me los lleve a los dos? Si deseas matar al anciano rey y poner a tu adorable hermano en el trono, entonces el dulce e inocente Aioria es una complicación. Creo que es mayor que Kardia por dos lunas.

El demonio mostró descuidadamente su conocimiento de la mente de Milo. Esos ojos, oscurecidos una vez más, se clavaron en ella.

-Ah, ya veo... Aioria es un compañero que deseas mantener. Quieres hacer del imperio que Káiser me ha usado para construir, una pieza para dividir entre los objetos de tu afecto...

-Llévate a Aioros...

Exigió Milo.

-Eso concede mi deseo y te paga a ti también... Ese es el trato.

La cabeza de Shura se inclinó, permitiendo que el bastante largo cabello oscuro cayera hacia adelante y ocultara sus ojos inquietantes. Con un puño cerrado se tocó la frente a modo de saludo.

-Como desee, señora de Esparta. Después de todo, estoy cautivado por su linaje familiar, por lo que me parece apropiado que lleve a uno de ustedes a mi reino. El príncipe heredero será una adición bienvenida a mi compañía...

La combinación de sudor y su breve enjuague hizo que sus camisas se pegaran a ellos, pero no se atrevieron a ir sin cobertores mientras viajaban a través de la Torre.

Sería escandaloso que se viera a los hijos del rey deambulando a medio vestir. Aioria y Aioros se dirigieron a la suite del heredero. De los dos, se esperaba que el mayor fuera el más presentable.

Sólo quedaban unos días para que Aioros partiera hacia Atenas y ambos jóvenes estaban tratando de pasar tanto tiempo juntos como fuera posible.

-Haremos que nos envíen la cena esta noche...

Aioros encabezaba el camino hacia su suite.

-No estoy de humor para el gran salón esta noche...

Caminó directamente hacia el dormitorio.

-No estoy de humor para compartirte esta noche...

-Eso está bien para mí.

Aioria se quedó cerca de la puerta mientras su hermano se desnudaba.

La inmersión que habían tenido en el abrevadero había sido una medida temporal. Agua tibia, jabón y toallas limpias esperaban.

Teniendo en cuenta que no había recibido muchos golpes durante ninguno de los combates de práctica en los que había peleado, Aioros estaba marcado con muchos más moretones de los que esperaba ver Aioria.

Aún así, incluso con todas las extrañas decoloraciones aquí y allá en su cuerpo, el adolescente encontraba en Aioros, la viva imagen de la belleza.

-Nos quedaremos hasta la hora de acostarnos. No vayas a tus lecciones de la tarde hoy, Aio... No quiero perder un momento contigo...

Aioros se pasó la toallita enjabonada por el pecho y debajo de los brazos.

-¿Me quedo a pasar la noche?

La voz de Aioria sonaba ansiosa.

La pregunta hizo que el príncipe se detuviera y mirara a su hermano.

-Tengo una reunión con mi padre esta noche a la que no puedo faltar.

Toda la emoción de Aioros se atenuó notablemente.

-Tendrás que volver a tus habitaciones entonces...

-Te esperaré.

Ofreció Aioria de buena gana.

-Leeré un libro mientras no estás. No es molestia...

Acercándose, el menor se acomodó en el borde de la cama. Su mirada siguió el movimiento de las manos limpiadoras de su hermano.

Se limpió el labio superior, sintiendo el sudor acumularse allí a pesar de su falta de actividad. La idea de pasar la noche con Aioros le hacía bullir el estómago.

Quería desesperadamente estar allí, pero Aioria ni siquiera estaba seguro de las razones detrás de ese deseo feroz. No era como si no hubiera dormido en la cama de su hermano cientos de veces antes.

Aioros dejó caer la toallita en el lavabo y miró a su hermano.

-No sé cuánto tiempo estaré... Y probablemente seré una maldita compañía miserable después de que mi padre termine conmigo...

Aioros trató de precipitar una excusa, pero el resto de la explicación se derrumbó en su carrera por emerger.

-Quiero decir... mi padre ha estado de tan mal humor que probablemente pasará todo el tiempo molestándome... órdenes contradictorias... tonterías en realidad, pero tengo que escuchar y luego están esas malditas anotaciones que ha tomado para hacer en mi nuevo hogar. Todo eso me da un dolor de cabeza furioso...

Aioros miró al suelo.

-Mejor te vas a tu propia habitación a la hora de acostarte...

-No hay problema...

Persistió Aioria. Su boca estaba seca y se sentía como si su piel estuviera demasiado tirante.

El color que subió a las mejillas de Aioros fue fascinante. El adolescente se encontró deseando extender la mano y tocar.

Era extrañamente parecido a las sensaciones que lo atormentaban alrededor de las chicas bonitas, solo que más profundamente en sus entrañas.

El sentimiento tenía claros matices de cómo se había sentido en el armario de la ropa blanca con Kardia y Lyfia, la camarera a la que el peliazul había seducido para liberarlos a ambos de su virginidad hacía apenas unos meses.

Para Aioria no tenía sentido que se sintiera así con su amado hermano, pero era innegable y casi doloroso. Tal vez su cuerpo temía su próxima separación al igual que su mente y ese era el resultado.

-Déjame pasar la noche contigo, Aio...

Susurró el menor. La apasionada súplica atrajo la atención de príncipe.

Pasaron largos momentos mientras los hermanos se miraban el uno al otro en asombroso silencio.

-No sabes qué...

Vaciló Aioros, tragando saliva nerviosamente.

-No puedes darte cuenta de cómo suena eso...

Incautó una camisa limpia y se la puso a toda prisa. El fino material se enganchó y se aferró a la piel aún húmeda.

-Más tarde...

Logró decir finalmente.

... lo decidiremos más tarde, antes de que vaya a reunirme con mi padre...

-Aio...

Comenzó Aioria, deseando poder explicarse, pero sin saber qué estaba pasando exactamente entre ellos.

-Léeme, pequeño...

Lo interrumpió su hermano. Tomando aire profundamente, el tono del príncipe se suavizó a propósito antes de volver a hablar.

-Quiero... necesito... grabar el sonido de tus dulces tonos en mi mente. Necesito llevar ese recuerdo a Atenas conmigo...

Un temblor atravesó a Aioria, haciendo temblar su voz también.

-Vino nuevo es...

Recitó la prosa antigua en una ronca imitación de su habitual tono de recitación.

... escuchar tu voz. Vivo para escucharla. Beberte con cada mirada es mejor que comiendo y bebiendo...

Miró a Aioros.

-Te amo más que a mi propia vida. Permanecer para siempre a tu lado es todo lo que podría desear...

Improvisó las dos últimas líneas, seguro de que Aioros no reconocería el cambio. El príncipe rara vez se molestaba con algo parecido a la poesía.

-Aioria...

El nombre era casi una súplica.

-Ya no eres un niño. Deberías cuidar tus palabras con más cuidado o alguien podría confundir tus intenciones...

-No hay nadie a quién ame más que a ti, Aioros

Insistió, poniéndose de pie y apenas refrenándose de extender la mano.

El mayor suspiró, sus ojos extrañamente líquidos en la difusa luz de la habitación. Los brazos cruzados sobre el pecho, los puños cerrados.

-Ve a cambiarte, mi único amor. Ponte algo de ropa limpia y luego vuelve aquí. Ordenaré algo para almorzar. Jugaremos al ajedrez...

Se retiró a una ventana abierta, fingiendo mirar hacia afuera.

-Vete, muñequito... Más rápido vas, más rápido regresas...

Usó un par de frases que su madre había empleado a menudo con ambos.

El recuerdo de su infancia compartida fue como una bendición de lluvia fría en el rostro de Aioria.

-No tardaré mucho. Traigo algunos libros...

Llegar a la puerta e irse era más difícil que moverse bajo el agua.

-También traeré un camisón.

Aioria dio media vuelta y echó a correr antes de que Aioros pudiera protestar.































































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