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5- Una pequeña libertad

Le había costado mucha persuasión y varias promesas que Aioros no esperaba cumplir, pero valió la pena.

Un mes entero en compañía de Aioria se presentaba ante el príncipe, como un camino pavimentado con oro.

Siempre que se quedaran en el lado occidental del río Eurotas y regresaran a la ciudad en tiempo, Aioros tenía permiso para llevar a su hermano pequeño a cualquier lugar que quisiera, dentro de las fronteras de Esparta. Era una libertad sin precedentes.

Por supuesto, estaban siendo seguidos por veinticinco guardias armados, pero los soldados mantenían su distancia, permitiéndoles a los hermanos la ilusión de privacidad y ese obsequio era más que suficiente para Aioros en ese momento.

Sentado en una mesa afuera de una pequeña posada de pueblo, Aioros sonrió a su hermano.

Aioria estaba mirando a la hermana del posadero con el tipo de fascinación desconcertada que sólo un adolescente de trece años recién cumplidos podría demostrar.

La mujer había estado lanzando miradas coquetas a Aioros desde que los dos habían llegado.

Cuando se registraron, se había asegurado de preguntarle a Aioros si estaba absolutamente seguro de que no quería su propia habitación.

La tentación mordió al príncipe en respuesta a las descaradas ofertas de la mujer bonita, pero no se atrevió a ceder.

Eso no solo dejaría a Aioria solo por la noche en un lugar extraño, sino que también podría significar un desastre si Padre alguna vez se enterara.

Aioros sabía que no tenía sentido, pero de vez en cuando, se sentía como si los ojos de Káiser estuvieran fijos en él de alguna manera, a pesar de las distancias.

Tal vez el rey tenía un espía observándolos. No importaba, todo se reducía a que Aioros no estaba dispuesto a arriesgarse a perder esa excursión con su hermano, sólo para satisfacer su curiosidad sobre la forma en que suceden las cosas entre mujeres y hombres.

Como conjurado por sus dudas, Aioros notó que su admiradora había regresado.

Estaba inclinada sobre su mesa, una vez más. Su postura proporcionaba a ambos jóvenes una vista clara de la parte delantera de su ligera blusa de verano.

-¿Hay algo más que pueda traer para ustedes, señores, antes de que cerremos por la noche? ¿Algo en absoluto?

Miró deliberadamente a Aioros y se humedeció los labios.

-No, gracias.

El príncipe alzó la vista cortésmente de sus pechos, para encontrarse con unos tentadores ojos azules.

-Es tarde. Nos retiraremos en unos momentos...

-¿Debería entrar y preparar la habitación para ti?

Ella presionó. Pareciendo considerar, su cabeza se inclinó hacia Aioria.

-Si has traído a tu hermano pequeño para que aprenda algunas lecciones de vida, tal vez pueda ayudarte. Muéstrale un poco de diversión antes de que tengáis que regresar, joven señor.

Aioros no había dado a conocer sus rangos, pero su riqueza y posición eran evidentes por sus excelentes caballos, vestimenta y porte.

Muy consciente de los ojos muy asombrados y la boca abierta de Aioria, el mayor intentó una vez más rechazar cortésmente sus ofertas.

-No. Gracias, pero no. Aioria es demasiado joven para ese tipo de cosas...

Pareciendo un poco desconcertada, como si estuviera considerando el nombre e intentando ubicarlo, la mujer se retiró.

-Ven, hermanito...

Aioros dejó a un lado su taza vacía y se enderezó.

-Vamos a aceptar el llamado de la noche...

Agarró el brazo del adolescente y tiró. Estaba más fresco dentro del edificio largo y bajo. Su equipaje había sido guardado en una habitación bien ventilada en el extremo oeste de la posada.

Aioria siguió mirando por encima del hombro todo el camino hasta los cuartos.

-Ella quería...

Sonaba asombrado.

... venir a nuestra habitación y hacer...

Sus mejillas se enrojecieron.

-Si, ella quería eso...

Aioros cerró la puerta y echó el pestillo.

-Pero no creo que hubiera sido prudente...

La luz del atardecer era suficiente iluminación por el momento.

-Sería inapropiado, considerando quiénes somos...

El asentimiento de cabeza de Aioria fue menos que entusiasta.

-¿Lo has hecho alguna vez, Aio?

Se dejó caer en una de las camas.

¿Alguna vez has estado con una mujer antes?

Exhalando un largo suspiro, Aioros se acercó a la ventana. Esa no era una conversación que quisiera tener con su hermano.

Aun así, nunca le había mentido a propósito a Aioria y no quería empezar a hacerlo.

-Tengo demasiadas otras demandas en mi atención...

-Debes haber besado a una chica...

Insistió el adolescente.

-Yo he tenido un par de acercamientos...

Su tono era cauteloso; como si tuviera miedo de que alguien escuchara la confesión y lo castigara por contarla.

-He hecho...

Aioros hizo una pausa.

...cosas.

Un suspiro salió.

-No te apresures, pequeño. Todavía eres muy joven. No te enredes en nada que no se sienta... honesto. Tienes años por delante para enamorarte...

-Fueron solo besos...

Matizó el menor.

-No es amor. La única persona a la que siempre amaré eres tú, Aioros.

La declaración hizo que el príncipe se tensara. Una protesta fue forzada a salir de su pecho.

-¡No lo hagas!

Aioria se estremeció como si lo hubieran golpeado.

Al ver el efecto que esas pequeñas palabras tuvieron en su hermano, Aioros trató de aliviar la negación.

-Te enamorarás algún día, pequeño... Casi todo el mundo lo hace. Te casarás con una chica de rostro dulce y tendrás un puñado de hijos... así yo podré elegir al más inteligente para que sea rey cuando me canse. Luego, una vez que esté en el trono, tú y yo podremos sentarnos junto al río y envejecer juntos...

Aioria parecía desconcertado.

-¿No vas a casarte y tener tus propios hijos?

-No, no creo que lo haga...

Respondió Aioros, crudamente honesto. Una parte de él sospechaba que Káiser nunca permitiría tal cosa y otra parte no estaba segura de que fuera algo que quisiera, incluso si se lo permitiera algún día.

Las mujeres eran criaturas extrañas. Aioros no podía pensar en nadie además de su madre con quién se hubiera sentido cómodo pasando el tiempo.

-Creo que preferiría confiar en tí para criar al próximo rey. No soy bueno con las mujeres y los niños. Soy...

Frunció el ceño.

Me parezco demasiado a mi padre...

-Siempre has sido bueno conmigo...

-Ah, pero tú, mi amor, eres un caso especial...

Insistió... La mirada que Aioros dirigió a su hermano estaba cargada de adoración. Aioria realmente era el ser más hermoso sobre la faz de la tierra.

-Las mismas estrellas en el cielo no podrían evitar enamorarse de alguien tan entrañable como tú...

La habitación se estaba oscureciendo rápidamente y, sin embargo, Aioros seguía mirando a su hermano.

El adolescente se había despojado de su ropa exterior y vestía solo la camisa fina con la que planeaba dormir.

Un escalofrío recorrió al príncipe al verlo. Por un brevísimo momento, Aioros consideró lo que sucedería si cruzaba la línea y se atrevía a poner las manos sobre ese cuerpo delgado y tan amado.

Si fuera cuidadoso y mucho más gentil que Káiser, tal vez el cuerpo de Aioria respondería de buena gana. Tal vez Aioros tendría la oportunidad de sentir a su amor más querido y adorado arquearse en su toque.

Escuchar al hermoso adolescente suspirar y suplicar sería la música más dulce. Sentir los labios de Aioria temblar y separarse debajo de los suyos sería... imperdonable.

Con una mano, Aioros apretó su otra muñeca con saña trayendo de vuelta el dolor de la quemadura por la cuerda allí, castigándose a sí mismo por siquiera considerar tal idea.

-Me parezco demasiado a mi padre...

Repitió Aioros en voz baja, sólo para sí mismo.

-¿Estás bien?

Preguntó Aioria. Su cabeza se inclinó hacia un lado y un mechón de cabello rubio escondió el brillo de los ojos del adolescente.

-Solo estoy cansado... y tú también deberías estarlo. Métete en la cama.

La garganta de Aioros estaba apretada. Sintió como si se estuviera estrangulando. Necesitaba la sábana para cubrir el cuerpo de Aioria antes de que otro ataque de fantasía malsana pudiera desgarrar su mente.

-Ni una palabra más de ti...

Dándose la vuelta, Aioros tiró de sus muñecas más fuerte de lo necesario mientras se quitaba los brazaletes para proporcionar un poco de dolor.

Sería seguro desvestirse y deslizarse entre sábanas frescas en solo un movimiento o dos, decidió el príncipe.

La penumbra debería ocultar las marcas lívidas que la despedida de Káiser había dejado en la sedosa y juvenil piel, así como su vergonzosa excitación.

-Tenemos largos días de viaje por delante, Aio... Ambos necesitamos dormir...

-¿Aioros?

El tono del adolescente fue cauteloso mientras probaba la advertencia de guardar silencio.

Con un suspiro, Aioros se mantuvo de espaldas a su hermano.

-Sí, mi único amor...

Su voz sonaba ronca e incómoda para sus propios oídos.

Aioria jugueteó con su manta, sacudiéndola.

-Uno de los sirvientes de la cocina dijo que solías besar a los niños en lugar de a las niñas...

Hubo una pausa, luego una risa tensa.

-Kardia le hizo sangrar la nariz y le dijo que mantuviera la mente en su trabajo y la boca cerrada...

Su medio hermano podía ser irritante a veces, pero tenía sus mejores momentos.

-Ese es un buen consejo la mayor parte del tiempo...

Evadió Aioros. Le dolía el pecho. Quería terminar con esta conversación, pero no podía evitar querer ahogarse en el dulce tormento de escuchar la voz de Aioria atreviéndose a hablar de esas cosas.

-Aio...

Insistió el adolescente.

-¿Acaso tú?...

-Besé a chicas... Besé a chicos...

Admitió finalmente el príncipe mayor.

-Ya no beso a ninguno de los dos...

Hasta hace unos momentos, Aioros no había estado seguro de que alguna vez sentiría el deseo de besar a alguien.

-¿Por qué?

Las cuerdas que sostenían el colchón de Aioria chirriaron cuando se movió en su cama.

-Dime la verdad.

El ruido endureció aún más el miembro del mayor, trayendo consigo una visión de cómo podría protestar el colchón si tuviera que soportar el peso de ambos mientras sus cuerpos se retorcían juntos.

-Porque...

Aioros buscó frenéticamente las palabras correctas, las palabras seguras para usar. Aioria ahora necesitaba estar protegido de algo más que su padre.

-Porque honrar a nuestro padre, amar a mi hermano y aprender a gobernar correctamente este imperio son las únicas cosas para las que tengo espacio en mi vida...

Un toque de amargura que no tenía la intención de expresar corrompió el tono de Aioros.

Aioria se quedó en silencio por un tiempo. Su presencia parecía estar cargada de pensamientos. Cuando finalmente habló, lo hizo en un suave susurro de apoyo.

-Nunca pienses que estás solo, Aio... Siempre estaré aquí para ayudarte. Siempre te amaré, pase lo que pase...

-¿No debería ser yo quien diga eso, pequeño? Soy el mayor...

La broma fue débil, pero la intención estaba ahí. Le dolió escuchar una declaración tan inocente, de repente dolió de una manera que Aioros nunca había imaginado que podría hacerlo hacía sólo unas horas atrás.

-Lo has hecho, cientos de veces...

Le recordó el adolescente a su hermano.

-En palabras y acciones. Solo pensé que deberías saber que el camino va en ambas direcciones... y que lo estoy caminando contigo...

Ya está oscuro...

La declaración quedó suspendida en el aire, una observación aislada y Aioros suspiró. Una noche tortuosa se avecinaba.

-Duerme un poco, amado. Vamos a probar los caballos mañana. Quiero saber qué tan rápido puede ir mi semental cuando lo necesite. Nunca antes había tenido la oportunidad de exigirlo por completo.

-Yo también deseo exigir a mi yegua un poco, normalmente la utilizo sólo en los desfiles... creo que debo empezar a madurar...

Aioros no quiso ni verlo de reojo, no deseaba que creciera, que madurara... deseaba que su dulce y amado tesoro permaneciera de ese modo para siempre, puro, inocente y sólo suyo...























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