33- Restaurando corazones
Sentado al otro lado de la mesa de Kardia, Aioria picoteaba su desayuno. La comida era excelente, como siempre, pero las despedidas siempre le revolvían las tripas.
-Tan pronto como sepa algo... Tendré un mensajero a caballo y cabalgando hacia Atenas. Lo prometo...- Un trozo de pan quedó destrozado entre los dedos del rey. -Aioros vendrá a mí. Sabes que lo hará. Le sacaré toda la historia.
La expresión de Kardia era cansada.
-Confío en TI, hermano, pero con cada día que pasa crece en mí el temor de haber condenado a Milo por mi inacción...- Mantuvo la voz baja. Los ojos tristes se levantaron y Kardia buscó a Violate, Berenice y Marín. -Este último mes ha sido dulce en cierto modo, no lo negaré, pero me arrastra una sensación de inmenso fracaso...
Aioria deseó poder asegurarle a su hermano que Milo iba a ser devuelta sana y salva, pero él mismo dudaba de las palabras.
-¿Te gustaría venir a Esparta? Me quedaría aquí, pero el tiempo de Marín se acerca y necesita tener al bebé en la Torre de nuestro reino.
-No.- La cabeza de Kardia se sacudió, un movimiento sobrio. -Pertenezco a Atenas.- Miró alrededor del gran salón. -Es como si los latidos de mi corazón estuvieran atados a esta tierra. No me pidas que me encierre en muros de piedra, Aioria, a menos que sea inevitable...- Un asomo de sonrisa alivió el humor severo del peliazul. -El viento y los caballos en las llanuras hablan a mi alma...
-No te haré esperar a que tengas un hijo, Kardia...- Aioria había tomado una decisión en el transcurso de su estadía. -Tan pronto como llegue a casa, veré lo que se necesita para separar Atenas de Esparta una vez más. Tú y esta tierra se merecen el uno al otro...
La sonrisa de Kardia ante la noticia fue cegadora.
-No es tanto que quiera ser rey, hermano, pero...- Consideró brevemente. -Esta tierra es única. Es mucho más que una provincia de Esparta. Tenemos nuestras propias costumbres, nuestras propias leyes y tradiciones... muchas de las cuales están en desacuerdo con la forma en que se hacen las cosas en tu reino.
-Lo sé. Lo veo ahora...- La cabeza de Aioria se inclinó, indicando a sus esposas. -Dos mujeres tan diferentes como nunca he conocido... Pueden compartir una amistad, pero poner a una al mando de la otra, exigir que hablen, se vistan y se comporten igual... eso las arruinaría a las dos...- Kardia asintió, aprobando el ejemplo.
La esquina de la boca de Aioria se levantó mientras estudiaba a las dos mujeres que susurraban.
-No son las esposas que hubiéramos elegido para nosotros mismos, pero creo que el destino nos ha dado a cada uno de nosotros lo que realmente necesitamos...
Como si sintiera la atención de los hombres, Marín se volvió hacia ellos. Obsequió a Aioria con una sonrisa brillante y una mirada afectuosa a través de las pestañas bajas.
-¿Está mi querido esposo listo para partir? Todo está preparado a tu palabra...
Violate se rió entre dientes como si las palabras de Marín fueran solo otra parte de una broma privada que compartía con la reina. Levantándose de su silla, la muchacha tomó el corto camino al lado de Kardia.
-¿Vamos a cabalgar con ellos?
-Solo un poco- el peliazul pasó sus dedos por el cabello oscuro de Violate antes de volver su atención hacia abajo. -Pensé que ahora sería un buen momento para poner a Berenice en su propio caballo...
Los labios formaron una 'o' de placer y las pequeñas manos aplaudieron con deleite. Berenice prácticamente se arrojó a través del espacio entre ellos y directo a los brazos de Kardia.
-¡SÍ POR FAVOR!- Sus brazos se envolvieron alrededor de su cuello y apretaron. -¡Quiero uno rápido... ése bonito amarillo y blanco!. ¡Por favor, por favor papi!.
-¡Me ha dicho papi!
Ella se retorcía en su abrazo, dándole pequeños besos y caricias. La risa amplia que estalló en Kardia aligeró el corazón de Aioria.
Apoyado contra el interior de la puerta, Aioros estudió a Shura mientras se despojaba de la ropa un poco más formal que había requerido la reunión con los ancianos locales.
La energía latía bajo su piel. No pudo evitar sentir que habían desperdiciado el día, sentados escuchando a los ancianos hablar sobre las preocupaciones locales durante horas cuando podrían haber estado cabalgando hacia Aioria y Esparta. El castaño se daba cuenta en cierto nivel, de que la mayoría de estas paradas eran necesarias, pero aun así lo frustraban.
También sospechaba que Shura estaba manipulando sus viajes para que incluso comunidades innecesariamente pequeñas aparecieran en su camino.
Doblando su ropa y metiéndola en una alforja en preparación para partir temprano en la mañana, el pelinegro habló sin mirar en la dirección de su amante.
-Sospecho que tu silencio tiene poco que ver con reflexionar sobre las complejidades de la rotación de la luna y su influencia en los cultivos y el riego, mi luz...
-Este viaje se siente como si fuera una eternidad...- admitió Aioros. -¿Hay alguna razón por la que no quieras volver a la Torre de Esparta?
Shura volvió a dejar sus maletas en el suelo. Vestido solo con una fina camiseta interior y calzas, parecía mucho menos intimidante de lo normal.
-¿Hay alguna razón por la que tengamos que apresurarnos?
La contra-pregunta fue suavemente expresada.
-¿Es un sí?- Aioros insistió. -¿Por qué estamos arrastrando los talones?
Por mucho que se deleitara en este tiempo con Shura, el deseo del castaño de volver al lado de Aioria se estaba volviendo casi doloroso.
Las cejas oscuras se levantaron.
-Issac se nos adelantó. Le habrá proporcionado todas las noticias que Aioria necesitaba saber sobre Milo. También le habrá dicho al rey que estábamos asistiendo a asentamientos en el camino...- Shura hizo una pausa para considerar. -Y tenemos tiempo de sobra hasta que nazca el bebé.
-¿Por qué?- Aioros se apartó de la puerta. Cruzó el piso para pararse frente a su amante. -¿Por qué no quieres moverte más rápido?
La mano del pelinegro se levantó. Las yemas de los dedos acariciaron suavemente la cara de su adoración, trazando hacia arriba hasta que los hubo ensartado en el cabello de su amante.
-No hay necesidad de correr a casa, a la Torre y todo lo que significa. Todavía necesitas curarte, mi luz...
-¿Curarme? No estoy herido...
Aioros respondió con el ceño fruncido. Estudió el rostro de Shura, esperando una explicación que no llegó.
Después de varios largos momentos, el castaño tuvo que apartar la mirada de la intensidad de esos ojos verdes.
-Mírame, muchacho...
Exigió Shura en un susurro venenoso. Los dedos se apretaron en el cabello, hiriendo a propósito.
Reaccionando sin pensar, Aioros empujó al pelinegro con una mano y golpeó el doloroso agarre con la otra.
-¡No!
La palabra fue un gruñido más que una súplica. Shura lo soltó al instante, retrocediendo con las palmas hacia adelante en una postura inofensiva. Una sonrisa estaba levantando una comisura de los labios del ex demonio y sus ojos brillaban de placer.
-Tal vez me equivoqué. Puede que estés listo para irte a casa ahora...
Aioros dio un paso atrás.
-Tú...- Luchó tras las palabras para expresarse. -Esto es sobre... ¿de qué se trata esto?
El castaño necesitaba escucharlo de labios de Shura.
-Se trata de que el mejor soldado del reino se encoge cuando ocurre la secuencia correcta de eventos, y cómo eso es algo menos que deseable. Se trata de la mano derecha del Rey de Esparta que duda de sí mismo, lo cual es algo muy malo...
Con los brazos cruzados a la defensiva, Aioros lo fulminó con la mirada.
-Estoy bien...
-Estás mejor- corrigió el pelinegro. -Pero los hombres que están bien no lloran en su sueño, mi amor adorado.
Más de una vez durante ese viaje, Aioros se había despertado envuelto en los brazos de Shura, con la cara mojada y el cuerpo temblando.
-Todo el mundo tiene pesadillas...
Shura estudió al otro por un momento.
-A Káiser le gustaba especialmente el recuerdo de obligarte a arrastrarte desnudo por el suelo de la sala del trono, que le lamieras hasta la punta de la bota antes de servirle. Káiser amaba tanto ese recuerdo que el mero pensamiento de esa noche, lo despertaría mojado durante años.
El rostro de Aioros se tornó escarlata.
-¡Basta, cállate!
-Un sólo golpe en el lugar correcto podría romper la gema del imperio de Esparta-, presionó el pelinegro. -¿Debería intentarlo? ¿Debería recordarte cómo se siente tener la punta de una daga cortando la piel, grabando el nombre de Káiser en tu espalda baja?
Las marcas habían sido superficiales y se habían curado sin dejar cicatrices, pero Aioros había estado aterrorizado de que su padre pudiera repetir el acto usando un método más permanente de reclamo.
-Quería marcarte como suyo. Quería que te arruinaras para alejar la posibilidad de cualquier otro amante en tu vida. Deseaba evitar que otros ojos, excepto los suyos, adoraran la curva de tu dulce trasero.
-Basta, Shura...
-Cuando te tomó esa noche... sus dedos se clavaron muy profundo... usó tu propia sangre para facilitar su camino... salpicando sus sábanas primero con tu sangre y luego con tu semilla cuando gemiste y acabaste debajo del cuerpo de papá, bajo sus atenciones como la buena ramera que él te había enseñado a ser.- La mirada de Shura era firme. Sus ojos prácticamente quemaban. -El pequeño y dulce Aioros... la verdadera reina de Esparta. ¿Cuánto lo amabas? ¿Cuánto amabas tener al rey sólo para ti?
-¡PARA! ¡DETENTE!- Aioros se enfureció, golpeando con los puños y derribando a Shura hacia atrás. -¡ÉL ME OBLIGÓ! ¡YO NO LO QUERÍA! ¡YO NO LO PEDÍ! ¡NO FUE MI OBRA NI MI ELECCIÓN!- Sus golpes eran descontrolados y causaban poco daño. -¡ÉL NO TENÍA DERECHO!
-Exactamente, mi luz.- Shura cedió ante la demostración de furia, extendiendo la mano para envolver a Aioros en sus brazos, aflojando su agarre sólo cuando las sacudidas salvajes disminuyeron y el castaño comenzó a temblar. -Está bien, mi amor... Lo sé, lo sé... eras un niño y se aprovechó de tí, de tu ingenuidad y, por sobre todas las cosas, de tu amor por Aioria... lo sé... tranquilo...
-No tenía derecho...- repitió Aioros en voz baja. -Debería haberlo detenido...
Su cuerpo casi colapsó contra Shura.
-No podías, no sin destruir a Aioria, no sin arruinar todo lo que te importaba. Tienes que aceptar eso, amor. Tienes que superar este viejo dolor o te despedazará... Se acercará sigilosamente a ti, cuando menos te lo esperes... y te destruirá... tú eras su víctima, no hay ninguna culpa en ello...
-Me doy cuenta ahora...
Habían repetido esta conversación tantas veces durante ese viaje que a Aioros le dolía la cabeza ante la idea de discutirlo una vez más. Cediendo a la dirección de Shura, el castaño se dejó arrastrar más adentro de la habitación y hacia la más cercana de las dos camas. Se dejó caer pesadamente sobre la colcha de colores brillantes.
-Descansa, mi luz...- insistió el pelinegro. -Tenemos tiempo. Tenemos millas por recorrer y muchas aldeas para visitar, para el deleite de la gente... todos quieren poder decir que conocieron al príncipe Aioros. Nos tomaremos todo el tiempo que necesitemos...
Se había convertido en un hábito desde que regresara de Atenas.
Una vez al día, Aioria se retiraba a la habitación oculta dentro de la biblioteca privada del rey. El estudio secreto no había cambiado mucho desde que Káiser lo había habitado.
Aioria había limpiado algunos de los contenidos más desagradables, muchos de los cuales ya se habían metido en un cofre grande, pero la mayor parte de la colección de su padre era simplemente demasiado valiosa para tirarla al fuego.
Había libros en esa sala que los guardianes de los archivos de Esparta consideraban leyendas perdidas desde hacía mucho tiempo. Aioria había descubierto tesoros tan extraños como la corona alada de la línea original de los reyes de Esparta, una pierna esquelética de lo que parecía ser un dragón y un arco y un carcaj que tenían que ser de fabricación ancestral, ya que eran demasiado elegantes y poderosos, aún a simple vista.
Su reliquia favorita tenía que haber sido el globo en el centro de la mesa. Lo que Milo había asumido como una fuente de luz mágica era en realidad una herramienta invaluable para gobernar un imperio tan extenso como Esparta.
El globo de cristal le regalaría al joven monarca vistas de casi todos los rincones de las tierras griegas si se concentraba lo suficiente en lo que quería ver.
Shura había instruido a Aioria cómo usar esta cosa, a la que había llamado palantir*. Las instrucciones del entonces demonio habían incluido una advertencia de que debería evitar intentar mirar dentro del istmo y limitarse a sí mismo dentro de las fronteras de Esparta tanto como fuera posible.
Inmediatamente después de comprender de qué era capaz el globo, se dio cuenta de que Káiser había sido capaz de espiar a cualquiera, en cualquier lugar.
Ese conocimiento explicaba por qué Aioria había tenido que deshacerse de tanta ropa sucia del estudio oculto, ya que recordaba haber escuchado a Aioros musitar que a veces podía sentir que los ojos de su padre lo vigilaban.
Cada una de sus sesiones diarias con el palantir comenzaba con consideraciones prácticas. Aioria había vigilado a Isaac mientras viajaba al Salón Dorado. Había estudiado a Kardia tanto antes como después de recibir la noticia del matrimonio de Milo. Su hermano menor parecía haber aceptado la situación sin demasiadas reservas. Sin embargo, ya había un mensaje en camino desde Atenas hacia Arcadia con un soldado leal a Kardia, para confirmar lo que le habían dicho.
Los asuntos relacionados con el imperio tomaron alrededor de media hora antes de que el monarca se rindiera a su deseo puramente egoísta de buscar una visión de Aioros.
Como gobernante de Esparta, Aioria se dijo a sí mismo que era maravilloso que Aioros estuviera usando ese viaje para ponerse en contacto con tanta gente del reino. Aun así... incluso sabiendo que era lo mejor, el avance tortuosamente lento de su hermano hacia Esparta estaba destrozando la paciencia del rubio.
Aioros parecía quebrado y cansado casi cada vez que Aioria lo buscaba en la piedra de las visiones. Los signos de tensión eran sutiles, pero demasiado claros para quién lo conocía tanto. Que el palantir le permitiera a Aioria sólo ver y escuchar pero no interactuar con su amado Aioros, era una frustración creciente.
El joven monarca deseaba sinceramente sólo poder preguntar qué le pasaba, cómo estaba, porque todas esas visiones de reuniones, recepciones y visitas a la aldea no le decían nada sobre el estado mental de su hermano.
Pensando que un cambio en el marco de tiempo podría ayudar, Aioria se saltó su retiro normal de la tarde en la habitación oculta, a cambio de una visita después de que la mayor parte de la torre se hubiera acomodado para pasar la noche.
El rubio se inclinó sobre el globo y puso toda su concentración en invocar una imagen de su hermano mayor.
Había sido muy consciente de la posibilidad de que se entrometiera en el tiempo privado de Aioros con Shura. Había contado con que los dos hombres estuvieran solos, sabiendo que la máscara social de Aioros estaría en su lugar si alguien más estaba presente.
Incluso cuando era consciente de todo eso, Aioria no pudo contener su jadeo al recibir una visión de su hermano arqueándose sobre una cama desordenada y el rostro de Shura enterrado en la unión de las piernas de éste. En el mejor de los casos, las voces transmitidas a través del palantir eran débiles y finas. Aioria tuvo que esforzarse para escuchar algo esta vez, pero lo hizo.
-¡No! Maldito seas. Por favor, Shura!-, jadeaba Aioros en suaves susurros. -Tan cerca. Por favor...- Con un murmullo demasiado bajo para que el monarca lo escuchara, las atenciones de Shura cambiaron ligeramente. Su boca abandonó la erección de Aioros -¡POR FAVOR!
Esas palabras le llegaron con una extraña claridad.
Aioria miró más de cerca y vio los puños del castaño apretando las sábanas.
-No ruegues.- Amonestó Shura. -Si lo quieres, tómalo. Exígelo.
Incluso el pequeño tamaño de la imagen no ocultó la forma en que las manos de Aioros temblaban cuando se agachó. El rey siseó un suspiro que no se dio cuenta que estaba conteniendo cuando los dedos de su hermano se enredaron en el cabello oscuro y despeinado. La presión tenía que ser menor que la requerida por el ex demonio, porque se rió agudamente.
-Tendrás que esforzarte más si quieres recuperar mi boca...
-Shura...
-No. Muéstrame tu poder, mi luz...- insistió el pelinegro. -No supliques, toma lo que desees...
Aioros ahogó un gemido. Los músculos se tensaron y la cabeza de Shura se sacudió.
-¡Chúpame, maldito seas!
Un toque de autoridad sazonaba el tono de Aioros.
Aioria se mordió el labio cuando su mandíbula se tensó en reacción a la orden.
-¡Sí-s-sí!- La cabeza del castaño se estrelló contra el colchón y levantó las caderas ante las atenciones que una vez más recibía de su amante. -Así. Sí. Termina conmigo...
La mano de Aioria se deslizó hacia abajo. Ya estaba ahuecando su dolorida ingle antes de darse cuenta exactamente de lo que estaba haciendo.
Él mismo había sido quién quemó la evidencia de que su padre había usado esta habitación, y muy probablemente el palantir, para masturbarse. Horrorizado por la idea de que podría estar recreando una de las perversiones de Káiser, el joven monarca se soltó y se alejó del globo de observación.
-¡Luz!
Aioria exigió del palantir, borrando la visión del apasionado encuentro entre Shura y Aioros. -Luz tenue, por favor...- Huyendo de la habitación oculta, el rubio se dirigió a las paredes exteriores de la Torre del castillo. Lo que necesitaba era un entrenamiento duro con alguno de los vigilantes nocturnos, o al menos una bocanada de aire fresco, que le hiciera olvidar o aliviar el calor que llevaba en sus partes bajas.
Como ya había puesto en las advertencias, que usaría algunos elementos del mundo Tolkien y su tierra media, aquí les dejo la explicación de uno: el palantir.
*Un palantir es un objeto ficticio del legendarium creado por el escritor británico J. R. R. Tolkien. Se trata de una piedra vidente, con forma esférica, que sirve para ver acontecimientos o lugares distantes, o, más frecuentemente, para comunicarse con el usuario de otra de ellas.
Dos imágenes de la película El señor de los anillos, dónde aparecen los palantir.
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