2- Encuentros esperados y el principio de una rivalidad
El viaje a Esparta pasó factura a todos los miembros de la familia real a excepción del rey.
Como hijos criados en tierras de los mejores caballos de la región, Kardia y Milo estaban acostumbrados, e incluso felices, a pasar largas horas en la silla de montar a pesar de su juventud.
Pero los acontecimientos recientes y el paso engorroso de los carros muy cargados, quitaron todo el placer del paseo.
Se les asignó un lugar muy por detrás de Káiser, lo que aseguró que pasaran todo el día respirando polvo. Les habían quitado sus monturas regulares, habiéndolas considerado demasiado grandes para niños tan pequeños.
El muy amado semental de Kardia, un príncipe entre los caballos, fue entregado a Aioros, mientras que el caballo castrado de excelente raza de Milo ahora llevaba a uno de los oficiales de Káiser.
Kardia había intentado acercarse sigilosamente a las caballerizas para visitar a su caballo, una noche después de la cena, sólo para regresar junto a Milo con una huella de mano muy roja en la cara.
Al parecer, Kardia había sorprendido a Aioros, que estaba apoyado en el otro flanco del animal cuando él se acercó.
El niño explicó que la bofetada se produjo después de preguntar por qué el príncipe estaba llorando. La pregunta fue respondida con un golpe feroz y un chillido entre lágrimas que insistía en que el príncipe heredero de Grecia NUNCA, NUNCA lloraba.
Kardia se había visto obligado a tirarse sobre su hermana después de contarle la historia, para evitar que ella irrumpiera y pateara a Aioros donde estaba seguro de que le causaría suficiente dolor como para hacerlo llorar realmente.
Ese encuentro marcó una pauta para cada instancia en la que Milo y Kardia interactuaran con su medio hermano.
Aioros era tan frío como el hielo con los dos niños. Les gritaba cuando se inmiscuían con él e ignoraba su existencia el resto del tiempo.
La totalidad de la corte itinerante seguían el ejemplo del príncipe ya que Káiser parecía indiferente al par de niños, envuelto como estaba en adorar a su hijo mayor.
Incluso las damas que el rey había designado para cuidar a los niños, los trataban con disgusto, como si las mujeres estuvieran molestas por ser degradadas a niñeras, cuando habían sido destinadas como compañeras de una nueva reina.
Una noche, Milo, que se sentía particularmente atrapada por la creciente presión de cercas y tierras de cultivo por las que ahora viajaban, sintió la necesidad de vagar.
Cogiendo a Kardia de la mano, la niña lo alejó del fuego y lo llevó a la penumbra.
Vagando sin propósito, la pareja se sorprendió al encontrar a Káiser de pie en la oscuridad, mirando hacia el cielo nocturno.
Kardia caminó directamente hacia el rey, porque había estado observando sus pies en lugar de su entorno.
-¿Y qué tenemos aquí?
Káiser agarró a Kardia por la parte de atrás de su túnica y levantó al niño de diez años.
-¡Bájalo!
Milo pateó la pierna del rey, lo que provocó que éste también la agarrara.
-Compórtate, niña.
Káiser sacudió a Milo lo suficientemente fuerte como para que le castañetearan los dientes, y luego la arrojó a un lado con indiferencia.
-Te pareces incómodamente a tu tío, muchacho.
El rey miró a Kardia con los ojos entrecerrados a la luz de la luna.
-Ese hombre era una molestia intolerable... igual que esa hermanita tuya...
El rey acercó al niño a su cara.
-Hice que lo despedazaran cuatro de sus propios caballos. Me tomó bastante tiempo hacerlo pedazos. Creo que tu hermana se despedazaría mucho más fácilmente.
Kardia fue lanzado detrás de Milo, aterrizando lo suficientemente fuerte como para derribarla una vez más.
-Te sugiero que le enseñes modales, muchacho. Tengo poca necesidad de una hija.
Asombrado y sin saber si la amenaza era real, Kardia agarró a su hermana por el brazo y la arrastró hacia atrás.
-Sí, mi señor. Lo haré, mi señor.
Los carromatos aún estaban en fila y la mitad de los jinetes aún estaban montados, cuando un niño de pelo rubio cenizo entró corriendo en el patio del castillo, para arrojarse sobre Aioros.
El saludo fue recibido con la primera risa que salía del príncipe en semanas.
-¡VOLVISTE! Tenía miedo de que te hubieras ido para siempre.
Pequeñas manos se enredaron en la tela de la túnica de Aioros, aferrándose a ella como si fuera su propia vida.
-Nunca más te vayas. Nunca jamás. Fue horrible estar aquí sin ti.
El rostro del chico se hundió en el pecho del adolescente. Aioros inclinó la cabeza para inhalar el aroma que emanaba de los rizos rubios cenizo.
-Te lo he dicho y te lo he de repetir mil veces... Siempre volveré a tí, Aio, tan pronto como pueda...
Le prometió. Las caricias inquietas que Aioros daba a su hermano pequeño los tranquilizó a ambos.
-Yo también te extrañé, desesperadamente.
Aioros levantó a su hermano con cierto esfuerzo y lo abrazó con fuerza. La pose se mantuvo sólo mientras Káiser desmontaba y caminaba hacia donde estaban los hijos de su primera esposa.
El rey se aclaró la garganta y Aioros inmediatamente volvió a dejar a Aioria en el suelo.
-Mi señor padre...
Aioria realizó una interpretación incompleta de una reverencia hacia el rey a pesar de que sus ojos continuamente volvían a Aioros.
Káiser refunfuñó amenazadoramente ante la señal de falta de respeto. Su mano se crispó.
-Por favor, padre...
El susurro de Aioros intentó apaciguar al rey.
-Puedo darme el lujo de ser indulgente hoy...
Káiser finalmente admitió.
-Estoy ansioso por un baño largo y la sensación de un colchón adecuado debajo de mí una vez más... Pero estoy seguro de que hay una gran cantidad de problemas que requieren mi atención. No me retiraré hasta bastante tarde esta noche, Aioros, pero hay algunas consideraciones que deseo discutir contigo justo antes de acostarme. Te espero en mis aposentos.
-Sí, mi señor...
Respondió el adolescente mansamente.
-Gracias mi Señor.
Tan pronto como Káiser se alejó, Aioros levantó a su hermanito en otro abrazo sentido.
Aioria se rió y se retorció en el apretado abrazo, devolviéndolo en pequeñas y ansiosas explosiones de energía.
-¡Te extrañé, te extrañé, te extrañé!
El pequeño prácticamente cantó las palabras.
Atraídos por la extraña visión del sombrío y silencioso Aioros otorgándole un afecto tan obvio al otro niño, Kardia y Milo se acercaron un poco más.
El movimiento llamó la atención de Aioria, quién se retorció para ver mejor a los extraños.
-¿Quiénes son, Aioros?
El pequeño interrogó a su hermano. Aioros miró de reojo al par de niños momentáneamente, antes de volverse hacia Aioria.
-Son los hijos de esa mujer...
-Vaya...
La noticia de la muerte de Calvera se les había adelantado a los viajeros para evitar que participaran en una celebración, pero los niños no habían sido mencionados en la misiva, al menos que Aioria supiera.
-¿Van a quedarse aquí ahora?
-Supongo...
Respondió Aioros con desdén.
-No te preocupes por ellos...
Hizo girar a Aioria una vez más antes de dejarlo en el suelo.
-Cuéntame todo lo que has hecho desde que me fui. Cada pensamiento que has tenido, cada libro que has leído, cada momento de cada día...
Bajo el calor de la atención total de su adorado hermano, Aioria se contentó con dejar su curiosidad por los nuevos niños para otro momento.
-Encontré un maravilloso escondite en los sótanos ¿Te gustaría verlo, Aioros?
-Inteligente pequeño, sí, por supuesto que lo haría.
El adolescente revolvió el cabello de su hermano antes de partir hacia la entrada de la ciudadela.
Sin ser reclamados, Kardia y Milo permanecieron de pie en medio del bullicio de los caballos y las pertenencias que se transportaban en diferentes direcciones.
Esperaron, tomados de la mano mientras el patio se despejaba rápidamente, pero todos ignoraron a los pequeños niños de cabellos azules como si ni siquiera estuvieran allí.
-Deberíamos irnos. Deberíamos ir a casa...
Susurró Milo cuando el último de los rezagados comenzó a partir.
-No funcionaría...
Respondió su hermano en un tono monótono.
-Esa ciudad que atravesamos es enorme. Había un montón de puertas, seis o siete, y soldados por todas partes. Además, no sé si podría encontrar la salida incluso si nadie nos detuviera... y Atenas está a semanas de a pie...
El patio estaba prácticamente desierto antes de que llegaran a ayudarlos.
Con una mirada bastante confusa en su rostro, un paje que no parecía mucho mayor que Kardia, se acercó a los hermanos.
Lanzó una mirada incómoda al último adulto que desaparecía antes de hablar.
-¿Quiénes son ustedes?
-Soy Kardia, hijo de Calvera, Reina de Atenas.
El alarde vaciló un poco, pero mantuvo la barbilla en alto.
-Y esta es mi hermana, Milo.
El paje pareció asombrado. Parecía absurdo que los hijos del rey hubieran sido abandonados como huérfanos al pie de la torre.
-Está bien, supongo que entonces... supongo que entonces estarás en la guardería con el príncipe Aioria. Vengan conmigo y les mostraré el camino.
El hermano y la hermana estaban sentados en silencio en una de las dos camas de la gran guardería cuando Aioros irrumpió en la habitación larga y de techo bajo y arrojó a Aioria juguetonamente sobre la otra cama.
Ambos chicos estaban riendo y sonriendo.
-Tienes que vestirte para... oh...
Aioros se detuvo a mitad de la frase. Se enderezó y miró por encima del hombro a sus medio hermanos como si fueran insectos invasores.
-Hola...
Aioria saltó al suelo y caminó hacia los recién llegados.
-¿Me estaban esperando?
Brillantes ojos verde esmeralda estudiaron a la pareja.
Casi nadie esperaba su atención. Casi nadie se molestaba mucho con el pequeño más allá de Aioros, excepto sus maestros y algunos de los sirvientes menores... Esto era todo un placer.
-No esperaba compañía, pero son más que bienvenidos...
-Dudo que se suponga que estén AQUÍ, Aioria. Haré que alguien los lleve a otra parte.
Aioros dio un paso hacia la puerta.
-No, por favor, hermano... Déjalos quedarse...
Aioria pidió con una sonrisa suplicante.
-Ha estado muy tranquilo aquí desde que te mudaste, me siento solo... Estaría agradecido por la compañía...
El príncipe suspiró.
-Bueno... la niña necesitará su propia habitación. No sería apropiado tenerla aquí con niños... no a su edad...
-¿Por qué?
-Simplemente no se quedará.
Aioros sacudió la cabeza.
-¡No dejaré a Kardia! ¡No puedes obligarme!
Milo chilló tan pronto como escuchó la declaración y se aferró aún más fuerte al brazo de su hermano.
-Está bien...
Aioria la tranquilizó.
-Me aseguraré de que no estés lejos. Sé cómo te sientes. Odié cuando mi padre hizo que Aioros se mudara a sus propias habitaciones...
Sonrió a Kardia.
-Si eres el hijo de Calvera, entonces eres nuestro medio hermano, ¿verdad? ¡Qué maravilloso!.
Aioria siguió adelante sin esperar respuesta.
-Puedes venir a las lecciones con Aioros y conmigo a partir de ahora. Hacemos entrenamiento con armas y caballos por la mañana y luego tengo que ir a dar clases particulares por la tarde... A veces me hacen hacer cosas de la corte después de la cena, pero no todo el tiempo...
La sonrisa que le devolvió Kardia fue vacilante.
-¿Y Milo también puede venir?
Sorprendido, Aioria miró a la niña.
-No a las lecciones de la mañana, por supuesto, pero sí a las de la tarde... Supongo que sí. Creo que tendrá que ir a clases de costura o algo así por la mañana...
Ambos rostros se contrajeron ante ese fragmento de información. La cabeza de Milo se sacudió.
-Monto. Puedo pelear. He estado aprendiendo con Kardia.
-Las chicas no pelean. ¡Eso sería barbárico!
Intervino Aioros.
-Me encargaré de que te asignen una niñera de inmediato.
-Pero en Atenas...
Comenzó Milo.
-Atenas ahora se ha unido a Esparta y aquí, las mujeres no pelean.
Distraído, Aioria se dio la vuelta; recordó una pregunta que había querido hacer antes.
-Pensé que mi padre te estaba llevando a vivir a Atenas, hermano... Eso es lo que me dijeron nuestros tutores. No es que no esté feliz de que hayas vuelto a casa... pero ¿qué pasó?
-Cambió de opinión. Puedo ir cuando sea mayor, cuando tenga veintiún años, según dijo, ahí tomaré mi puesto en Atenas...
-¡NO!
Milo volvió a interrumpir.
El trono de Atenas nos pertenece a Kardia y a mí. Nuestra madre fue reina allí. NUESTRO abuelo fue rey. ¡Es nuestra!
Aioros levantó las cejas y la miró fijamente.
-No tienes nada.
Dijo las palabras en un tono nítido y claro.
-Todo lo que tendrás, pequeña, es lo que mi padre te dé mientras esté vivo o lo que tu esposo comparta contigo, quién sea el que padre decida que sea... y cuando el rey Káiser se haya ido, yo seré el rey y quién herede todo... luego le daré Atenas a Aioria...
Cansado de la conversación, Aioros se dio la vuelta.
-Te veré en la mañana, Aio...
-¡Qué bestia tan horrible es tu hermano!
Se quejó Milo, cuando la puerta se cerró detrás de Aioros.
-¡No lo es!
Aioria objetó.
Aioros es inteligente y amable. Me cuida. Es un gran guerrero y el mejor arquero del reino y de la guardia de la Torre... Cuenta las historias más maravillosas y todos en la ciudad lo adoran...
-Es gruñón, mezquino y egoísta...
Respondió Milo.
-Si no fuera el príncipe, nadie lo soportaría...
-Tú no sabes nada de mi hermano...
Lo defendió el pequeño rubio.
-Ha estado sumamente molesto desde que murió nuestra madre. Es maravilloso, de verdad. Ya verás. Es mi mejor amigo en todo el mundo. Me ama más que a nadie. Me ha cuidado desde que era un bebé...
Frunciendo el ceño a Milo, Aioria se retiró al otro lado de la habitación.
-¡Aioros tomó el caballo de mi hermano!
Gritó ella detrás de él.
-Él es el príncipe.
-Kardia también es un príncipe... y yo soy una princesa, ¡pero eso no le da a nadie el derecho de ser TAN MALO!
Ella se enfureció.
-Aioros no es malo. Simplemente... tiene cosas más importantes que hacer que cualquier otra persona, por lo que se le da todo lo mejor y especial... Sin embargo, se lo gana... Aioros TIENE que ser el mejor en todo o su padre lo castiga...
Aioria se tiró hacia atrás sobre su cama.
-Ya verás. En un día o unos pocos... ya verás...
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