14- Encuentro, verdades e invitación
Aioros se sorprendió al encontrarse solo cuando despertó.
Shura había estado allí cada vez que él abría los ojos, generalmente recostado a su lado en la cama.
Había dormido más durante el último tiempo de lo que nunca antes se había permitido en toda su vida.
El descanso ininterrumpido debió haberle hecho incluso más bien que de costumbre la noche anterior, porque su mente se sentía más clara de lo que había estado en días.
Una túnica carmesí fluía a los pies de la cama como un río de sangre sobre las sábanas negras.
La estrecha ventana dejaba entrar un rayo de luz de la tarde.
Una bandeja estaba sobre la mesa, como de costumbre. Uvas, queso, panecillos y varias jarras de líquido esperaban. Agua, vino y algún tipo de sidra probablemente llenaban las elegantes botellas.
Aioros se puso la bata de seda y se acercó a la mesa.
-¿SHURA?
Aioros gritó mientras recogía lo que olía a sidra de manzana. Últimamente parecía que siempre tenía sed. Bebió un trago directamente del recipiente de tapa ancha y luego volvió a sentarse.
El silencio llenó la habitación.
Frunciendo el ceño, el castaño caminó hacia la pared con ventana y comenzó a apartar las tiras de tela.
Debería haber una puerta detrás de las cortinas. Aunque el portal nunca parecía abrirse al mismo lugar dos veces seguidas, el demonio exponía fácilmente un arco detrás de las cortinas que lo ocultaban, cada vez que las apartaba.
Sin embargo, todo lo que Aioros pudo encontrar fue piedra negra. Probó cada parte de la pared, rasgando parte de la tela con su molestia, pero no se reveló nada excepto el eje del ascensor que conducía a las cocinas.
Sin poder creerlo, rodeó la habitación una vez más, tirando hacia abajo hasta el último trozo de cortina que ocultaba cada muro, pero era un hecho. Sólo la ventana y el pozo de servicio rompían la roca sólida de las paredes.
No tenía sentido. Si no había puerta, ¿cómo entraba y salía Shura de la habitación?
La ventana era demasiado estrecha y el pozo sería demasiado pequeño, más teniendo en cuenta el porte del demonio.
El príncipe frunció el ceño ante los montones de cortinas. Tenía que haber una manera. Él mismo había salido de la habitación con Shura varias veces, por lo general para vagar por las ruinas estranguladas por la maleza o por la naturaleza desierta.
Sin saber qué más hacer, Aioros tiró de la cuerda de llamada que Seiya le había mostrado cuando llegó por primera vez.
La caja elevadora tardó en llegar. Cuando finalmente llenó el hueco, Aioros se sorprendió de quién estaba dentro.
Este nuevo sirviente era similar en tamaño a Seiya, con el mismo tipo de cabellos rebeldes, pero eran azulados. Los rasgos de éste eran más afilados y no era tan dulce como el de cabellos chocolate.
Los ojos azul brillantes se dirigieron a la mesa de inmediato.
-Pero no ha comido un trozo...
Protestó.
-Sería un desperdicio descartarlo.
-¿Dónde está Shura? ¿Dónde está la puerta? ¿Cómo encuentro las escaleras?
El joven parpadeó sorprendido. Mirando a Aioros, sacudió la cabeza.
-El maestro, él va y viene normalmente sin darnos cuenta, su señoría. El maestro, le dice a Seiya a veces... pero está abajo, en la parte inferior de la torre, con Hyoga atendiendo a los animales en este momento, así que no puedo preguntarle... a Seiya es decir, no el maestro.
-¿Y cómo bajo hasta el fondo de la torre, pequeño?
El príncipe insistió.
-Bueno...
El sirviente se retorció e hizo una mueca.
-...Sale por la puerta de la cocina y baja hasta los escalones...
Aioros mantuvo el tono nivelado con cierto esfuerzo.
-¿Y cómo llego a las cocinas?
Los labios fruncidos daban cuenta de lo incómodo que estaba el muchacho.
-Tengo dudas de que quepa en el ascensor, su señoría...
Su pulgar señaló hacia el eje.
-Así que no lo sé correctamente. Tendrá que preguntarle al maestro...
-Niño...
Comenzó el castaño.
-Ikki, su señoría. Soy Ikki.
-Ikki...
Se corrigió de inmediato
-Tal vez podrías bajar y traer a Seiya por mí. Dile que me gustaría saber adónde ha ido Shura... y que me gustaría algo de ropa adecuada para poder salir de esta habitación.
Explorar sólo con la túnica que llevaba puesta no sería muy cómodo.
La cabeza del joven comenzó a asentir inmediatamente.
-Puedo hacer eso. Ahora sólo ingiera su comida y yo me encargaré de eso.
Ikki volvió a subir a la caja.
-Hoy los panecillos tienen canela horneada. Están especialmente buenos...
Tiró de la cuerda de llamada.
...Y esas son las últimas uvas hasta que el amo traiga más... pero tenemos algunas peras que Shun confitó ayer...
Su voz se apagó cuando el ascensor comenzó a bajar.
Por mucho que Shura quisiera ser alimentado, pasar tiempo con Káiser era un precio tortuosamente alto.
Sopesar cada palabra antes de hablar era molesto. Bailar esquivando alrededor de la participación de Milo en el secuestro de Aioros se estaba convirtiendo rápidamente en una tarea molesta.
El viejo rey había complicado aún más las cosas al enviarlo en busca de su descarriado hijo mediano después de que completó la tarea de matar a Regulus.
Shura se dio cuenta de que, a ese ritmo, Aioros estaría despierto, completamente consciente y molesto antes de que pudiera regresar a Corinto.
Aioria estaba de pie junto a un arroyo alimentando a sus caballos con pedazos de manzana entre tragos de agua cuando Shura finalmente logró identificar la ubicación del príncipe.
Parecía como si Aioria estuviera viajando hacia el este, de regreso a Esparta, o tal vez incluso a Corinto, teniendo en cuenta que Regulus había deducido hace mucho tiempo que el demonio tenía su hogar en esa vaga dirección... una información que había compartido con el joven rubio.
Káiser había preguntado por la ubicación del joven, pero el rey no le había puesto ninguna limitación para interactuar con Aioria. Después de considerarlo por un momento, el pelinegro decidió manifestarse, en lugar de sólo tomar nota del área y regresar con el monarca.
Ni Káiser ni Milo le habían prohibido tener contacto con el príncipe, y en la mente de Shura se estaba formando un plan que podría resultar muy interesante.
La aparición de Shura sobresaltó a Aioria lo suficiente para que agarrara la empuñadura de su espada, pero tan pronto como el príncipe se dio cuenta de lo que se había materializado exactamente a su lado, su mano se apartó del arma.
Los ojos se entrecerraron y los labios del rubio se estrecharon junto a un ceño fruncido.
-Tú.
Esa sola palabra tenía más virulencia que cualquier obscenidad que pudiera haber expresado.
Sonriendo ante el odio en la voz de Aioria, el demonio acarició casualmente el hocico del caballo ensillado.
-Este animal fue un regalo real, aunque su dueño no estaba en condiciones de entregártelo... ¿así que tal vez deberías devolvérselo?
-Me gustaría...
El tono de Aioria era cauteloso.
-Si me dijeras dónde está exactamente mi hermano, se lo llevaré sin demora.
Los intensos ojos negros se clavaron en el príncipe y Shura le dio su sonrisa más depredadora.
-¿Te has tomado este tiempo para pensar siquiera, pequeño? Dudo seriamente que seas completamente consciente de todas las intrigas involucradas en mi eliminación de Aioros de Esparta.
-¿Entonces mi hermano no está dentro de los límites del reino?
Aioria aprovechó el trozo de información. Shura no pudo evitar reírse.
-No escuchaste. Te niegas a absorber una palabra de lo que se dijo esa noche, ¿no es así, hermoso? Tu mente simplemente no puede aceptar lo que escuchó, así que estás tratando de bloquear todo lo ocurrido esa noche.
Tu padre salió directamente y dijo que yo no podía entrar a este país sin una invitación. Tu padre dijo muchas cosas que no tenía la intención de compartir con una audiencia esa noche...
No dispuesto a viajar por esa línea de pensamiento una vez más, como lo venía haciendo casi todas las noches últimamente, Aioria espetó:
-No tengo ganas de chismear contigo, bestia. Si estás aquí para decir dónde está Aioros, escúpelo... Si estás aquí para burlarte de mí, vete.
La barbilla de Aioria se levantó en una demostración de arrogancia, pero su ansiedad era fácil de ver en sus ojos.
Deslizándose más cerca, Shura atrapó la cara del menor entre el pulgar y el índice.
-Incluso ahora tu padre intenta volver a comprar a Aioros a costa de ti, tu malvada hermanita y el pobre y enamorado Kardia. Quiere tanto que Aioros regrese a su cama que me ofreció a los tres a cambio.
-¡Monstruo!
La furiosa acusación fue fuerte, pero temblorosa, como si Aioria se diera cuenta de la verdad de la declaración, pero simplemente no pudiera aceptarla.
-¡Eres un asqueroso mentiroso!
Los puños se lanzaron salvajemente contra el otro sin ningún éxito.
-Padre nunca...
La negación quedó inconclusa mientras el muchacho intentaba atacar una y otra vez, pero el ataque era inútil. Shura lo contuvo fácilmente.
Pareciendo asqueado, Aioria intentó retirarse de la situación. Cuando trató de liberarse, el pelinegro atrapó un puñado de cabello espeso de color rubio como el sol.
-Eres más dulce que la primera miel de la primavera, mi hermoso príncipe. Uno pensaría que eres demasiado inocente y honorable para haber surgido de las entrañas de Káiser, el corrupto. Si no oliera la sangre de mi linaje en ti, lo haría... incluso juraría que tu madre, de alguna manera, puso los cuernos al rey.
Shura rozó su mejilla con una barba de días, contra la de Aioria, cerrando los ojos de placer ante los olores combinados de terror reprimido, angustia y virtud que surgían de la piel del joven.
La acción hizo que el príncipe temblara y retrocediera tanto como le permitía el agarre del demonio.
-Dime, Aioria, ¿cuánto quieres que libere a tu hermano? ¿Te ofrecerías a cambio?
Shura acarició la piel bronceada por el sol.
-Sí.
-¿Tan pronto te ofreces, sin saber qué servicios podría exigirte? ¿Estás tan ansioso por retirarte de este mundo al mío?
-No importa.
El susurro del príncipe estaba teñido de una asombrosa mezcla de desesperanza y desilusión tras casi dos años de miseria.
-Ya nada importa...
-Qué encantador de tu parte ofrecerte... pero debes saber, jovencito, que Aioros no quiere su libertad. No desea dejar mi lado. Aioros es mi amante...
Anunció Shura en un murmullo lleno de humo.
-Su cuerpo se derrite con cada toque mío. Mis brazos son su salvación después de una vida de abusos por parte de tu padre. Tu hermano ha encontrado su vocación y no es como un señor de Esparta... es conmigo.
-Es un truco. Le has hecho algo...
Acusó Aioria.
-Nada le importa más a Aioros que Esparta.
-Ven a verlo por ti mismo...
Invitó el demonio, mientras su agarre se convertía en una caricia que hizo que Aioria se estremeciera y apartara la cara.
-Estamos en Corinto, en la torre del Istmo. Deberías visitarnos, hermoso príncipe. Sé lo que te hará ver a tu ídolo dorado de hermano sobre mi cama... retorciéndose en el colchón, entre mis sábanas y abriendo las piernas a modo de invitación... como la prostituta más baja de Esparta. Sé que la idea te quema como un hierro candente. ¿Quieres escucharlo gritar de placer y suplicarme que lo monte? ¿Quieres observarlo mientras paso mi lengua por el interior de su muslo? Ven a ver, pequeño... Ven a nosotros... Ven.
Con esa última palabra, Shura desapareció.
Aioria prácticamente se cayó por la repentina desaparición. Temblando, se agachó, se cubrió la cabeza con los brazos y puso toda su fuerza de voluntad para contener el gemido que quería salir de su pecho.
Fiel a las expectativas de Shura, Aioros estaba de muy mal humor cuando regresó al Istmo.
La habitación estaba en ruinas, las paredes desnudas expuestas y la cama volcada. Aioros estaba acurrucado en un nido de telas desgarradas, siguiendo el cambio del cielo a través de la ventana.
Los sirvientes del demonio estaban molestos. El desorden que el príncipe había hecho con la mesa, la vajilla y la comida había perturbado especialmente a los jóvenes.
No había posibilidad de que Shura se manifestara en la habitación cuando su amante no estuviera mirando, ya que el príncipe estaba de espaldas a una pared y su atención estaba afilada como un cuchillo.
El demonio tuvo que contentarse con aparecer a la vista. Al darse cuenta de que no podía ocultar la magia, hizo todo un espectáculo. Solidificándose del humo a una forma humana tangible en apenas pocos latidos del corazón, sonrió a Aioros.
-¿Qué eres? ¿Qué sucede?
La pregunta de Aioros fue pronunciada en voz baja.
-Ya te lo dije. Si eliges no escuchar o creer...
Shura se encogió de hombros con fluidez. El movimiento hizo que su larga capa ondeara y se arremolinara alrededor de sus botas de cuero.
-He estado contando... tratando de contar, tratando de descifrar...
Corrigió el príncipe. Su labio inferior estaba desgarrado e hinchado por haber sido mordido repetidas veces.
-Parece que no puedo averiguar cuánto tiempo he estado aquí...
Estirándose, tiró de su cabello, llevándolo hacia adelante.
-Esto no parece crecer. No recuerdo haberme afeitado, pero no me ha crecido la barba...
Su ceño se profundizó.
-Me afeitaba cada dos días para mantener mis mejillas suaves...
Una mano extendida.
-Mis uñas tampoco han crecido más...
Los ojos curiosos se levantaron.
-Tú nunca cambias tampoco, ni un poco...
Una sonrisa tiró de la comisura de la boca del demonio.
Seiya, Ikki y Shun nunca se habían quejado en voz alta de tener que atender a Aioros mientras dormía, o de mover su pesado cuerpo de un lado a otro, pero las expresiones de sus súbditos habían revelado lo difícil que era la tarea.
-Pero hemos salido docenas de veces, tal vez más...
Siguió argumentando el castaño.
-Hemos tenido... hemos... hecho el amor más veces de las que puedo contar.
Sus mejillas se oscurecieron vívidamente.
-Debo haber estado aquí por lo menos un mes, tal vez más...
Apretó más la manta alrededor de sus hombros.
-Cuando me desperté solo y traté de irme, me di cuenta de lo que has estado haciendo. No me he sentido como un prisionero, pero eso es lo que soy ¿no? No soy más que un animal doméstico para tí, ¿lo soy? Soy un juguete que espera aquí para tu diversión...
-No podrías estar más equivocado...
Shura se acercó para arrodillarse ante el príncipe.
-Te amo. Me estimulas, mi adorado. Me despiertas como nada lo ha hecho en años y años...
-¡No puedo vivir así!
Sacudiéndose la tela reunida, Aioros se adelantó para empujar al pelinegro.
-Tengo obligaciones...
-No, no las tienes.
El empujón ni siquiera había movido a Shura en su lugar.
-Soy un príncipe de Esparta. Mi tierra, mi gente... mi hermano... Mi gente me necesita... Aioria me necesita... Yo lo necesito...
Sería fácil ser cruel, se daba cuenta Shura, tal vez incluso divertido también. Una parte de él no quería herir al muchacho innecesariamente, pero tenía que decir las palabras.
-Tu padre te negó, mi amor. Ante todos los nobles y el personal de la Torre del castillo te repudió. Ya no eres un príncipe. No tienes tierra, ni pueblo. Tu hermano gobernará después de que tu padre muera. Puedes consolarte al saber que Aioria será un mejor rey de lo que Káiser alguna vez fue... mejor de lo que tú habrías sido...
La cabeza de Aioros estaba temblando y Shura colocó una mano en cada mejilla para detener el movimiento.
-Tu lugar está aquí, querido, a mi lado...
Le robó un beso.
-En mi cama...
El demonio tuvo que contener la risa por lo similar que era Aioros a su hermano. Aioria también había usado la misma expresión de incredulidad sorprendida cuando intentó golpearlo hacía poco tiempo atrás.
-¡YO NO SOY TU PUTA!
Aioros rugió, un puño impactando contra la boca del pelinegro.
-No, eres mi amante...
Shura, caído sobre su trasero, se estiró para frotar donde sus dientes le habían desgarrado el labio.
-Eras la puta de Káiser. ¿Preferirías volver a ese puesto? Él estaría más que feliz de tenerte...
Un hilo delgado de sangre corrió por los dedos del pelinegro y comenzó a descender poco a poco por su muñeca.
Esperando otro estallido, Shura se sorprendió gratamente al darse cuenta de que Aioros se había quedado sin palabras.
Los brillantes ojos azules estaban fijos en la sangre que manchaba su piel. La boca del príncipe se abrió y se cerró rápidamente. Tragó convulsivamente.
-Realmente eres una creación asombrosa, mi amor. Blandes una espada como si estuvieras bailando. Cabalgas, peleas, corres y haces el amor con cada fibra de tu ser... pero piensas con tu corazón y tus entrañas, no con tu mente. Lo cual puede ser un rasgo excelente en un capitán, pero es algo muy malo en un rey.
Siempre ha sido así contigo. Es donde reside tu fuerza, Aioros. Confía en lo que dice tu cuerpo. Escucha cuando te dice lo que quiere...
Extendiendo su mano para que el rastro carmesí se mostrara claramente, Shura sonrió.
-Dime, mi amor, ¿qué es lo que más deseas en el mundo en este momento?
El castaño se humedeció los labios.
-Tengo sed... Quiero... quiero un poco de vino...
La declaración careció de intensidad.
-No es vino lo que quieres. Tampoco es caldo salado...
Recitó el demonio en voz baja.
-No ha sido sidra especiada o carne roja lo que has estado deseando desde nuestro segundo beso, mi amor. Puede que no te hayas dado cuenta, pero has estado deseando algo muy particular... algo que solo has probado en mis besos hasta ahora.
Su brazo se inclinó y el rastro de goteo se hizo más largo y más delgado.
El antebrazo de Shura fue agarrado y Aioros lo arrastró más cerca. Con una expresión de asombro enfermizo marcando su rostro, levantó la extremidad y se atrevió a lamer cautelosamente las yemas de los dedos húmedos de su amante.
Un gemido tan profundo que sonó como si le hubieran arrancado los dedos de los pies, brotó de Aioros. Un escalofrío lo sacudió brevemente y luego se dispuso a limpiar cada gota de sangre seca de los dedos, la palma y el brazo de Shura.
Al cabo de un suspiro tras la última lambida, Aioros se tiró hacia atrás. Miró al pelinegro con una expresión de horror y se tapó la boca para contener el deseo instintivo de vomitar, por lo que acababa de hacer.
-No, no, no...
Murmuró Shura con dulzura.
-Está bien. No es nada por lo que debas preocuparte. Unos pequeños gustos no van a arruinarte, mi amor. Te detendré mucho antes de que bebas lo suficiente como para que te guste...
La capa del demonio se quitó y se agachó para levantarse la camisa y quitarla con un movimiento elegante.
-Un poco más no te hará daño...
Alcanzando hacia arriba, Shura arrastró una uña a través de su propia piel, justo por encima de su pezón izquierdo.
-Ven, mi amor. Es lo que necesitas, lo que quieres. Calmará los gritos dentro de tu mente. Te lo prometo...
Una fina línea de sangre se perló, una gota, más pesada que el resto, comenzó a correr hacia abajo. La mirada de Aioros estaba clavada en el hilo carmesí.
Se quedó sin aliento y su cuerpo se tensó como si quisiera lanzarse hacia adelante, pero estaba retenido por cadenas invisibles.
-Pruébame, mi amado. Por favor...
Todo lo que necesitó Shura fue estirar la mano y acariciar suavemente la mandíbula del castaño. La acción sacó a Aioros de su estado de indecisión. Se lanzó hacia adelante y comenzó a lamer ansiosamente la pequeña herida.
El corte se cerró lo suficientemente rápido, pero el príncipe estaba demasiado extasiado para interrumpir su ataque oral sobre Shura.
Sus atenciones entusiastas se trazaban hacia arriba y luego hacia abajo nuevamente, mapeando cada pedacito de la piel de su amante. Si el material de los pantalones de Shura hubiera sido menos sólido, se habría roto bajo las frenéticas atenciones de Aioros.
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