Parte 4
Llegué pronto al instituto y no me crucé con Héctor. No le busqué activamente, porque cuantas más vueltas diera por el edificio, más aumentaban mis posibilidades de ser insultada.
Pero justo antes de que empezara la primera clase me sorprendió que otro chico, rubio con el pelo rizado, me parara en los pasillos. Iba acompañado por un amigo. Me miró de forma amable y me sentí esperanzada, iba a empezar la semana haciendo amigos.
—Oye, ¿eres tú Cuervo? —me preguntó.
—Sí —no supe si sonreír o agachar la cabeza. Él se había acercado de forma claramente amistosa, pero me costaba confiar en alguien de aquel instituto.
—Ah, genial —sonrió—. ¿Sabes? A nosotros tampoco nos gustan los maricones.
Mi gozo en un pozo.
—A mí sí me gustan —balbuceé—. Como amigos claro. —Qué mentirosa, me estaba colgando de uno—. O como lo que ellos quieran ser. Bueno, yo apoyo que existan si quieren, o si no quieren. Es decir, no es una elección. No es una elección que lo sean, gais y eso... pero si quieren no existir pues fantástico, son libres. Bueno, fantástico no es que dejen de existir. Pero es que mi opinión no importa ¿Sabes? Lo importante es el respeto. Y quererlos o no, si no quieren, claro.
Ni yo misma entendía lo que acababa de decir. Los dos chicos se miraron entre ellos bastante confundidos. Por esta clase de laberintos verbales todas mis disculpas habían empeorado mi situación.
—Amor es amor —dije nerviosa. Sonreí para indicar que había terminado de hablar.
Como no pudieron articular palabra me di la vuelta y me metí en mi clase. Esperaba que hubieran entendido que yo no pensaba como ellos. Solo me faltaba que me fichara la pandilla antigays. Prefería no tener vida social.
Las primeras dos horas de clase se me hicieron muy largas. Tuve que pellizcarme para no quedarme dormida. Dio la hora del recreo y me escondí, como siempre, en el baño de chicas de la primera planta. Por no ir no iba ni la encargada de limpieza. Estaba lleno de trozos de papel higiénico tirados por el suelo. El escondite perfecto.
Era un poco deprimente estar allí sin los juegos del móvil ni nada que hacer. Me dediqué a leer las pintadas de la puerta. Había escrita la letra de una canción de Pereza y otra de otro grupo que no reconocí.
Había iniciales metidas dentro de corazones. También había frases como "Sois todas unas putas", "Trágatelo, son solo siete calorías", "El que no apoya no folla", "Que arda el puto insti" o "Puto insti" a secas. "La Pezones es una zorra", La Pezones era la profesora de filosofía.
Hubo uno que me hizo bastante gracia: "¿Mamá, los pedos pesan? ¿No? Entonces me he cagado".
"Juan no lo come" tenía una flecha escrita con otro rotulador que señalaba a otra frase que ponía "Charlie lo come fatal".
Había muchos insultos a gente que no conocía, de los nombres que leí sólo reconocí a gente conocida en la frase "Elena se lo monta con Héctor y Mario". Curioso. El nombre de Héctor estaba rodeado de corazoncitos. Alguien había añadido la frase "Ojalá yo fuera Elena", después con otra letra habían escrito "¿Quieres ser una puta falsa?" y debajo "No te deseo ningún mal, pero ojalá te lo coma Charlie".
No vi más referencias a Elena y a Mario en la puerta.
En la pared estaba escrito con muy buena letra "En la vida hay algo peor que fracasar: no haberlo intentado" tenía una flecha que apuntaba a la frase "Y algo peor que no haberlo intentado... lo mal que lo come Charlie".
Otra frase que también tenía flecha era "Quédate con quien ame tu locura", y la habían completado con "Pero no te quedes con Charlie, lo come FATAL".
Había pintadas que parecían tener años, otras apenas unos meses. Las que iban dedicadas a mí parecían las más recientes: "Cuervo es una paleta", "Cuervo es una juarra", así escrito, con "j".
"Aquí llora Cuervo la marginada". Así que alguien sabía lo de mi escondite.
No me hicieron sentir tan mal como habría esperado. Por los pasillos los insultos eran peores y había cosas más fuertes escritas en esa puerta sobre otras personas.
Se me acabaron las pintadas para leer. Quizá era buena idea dar una vuelta, que me diera un poco el aire y me insultaran un poco. Me empezaba a dar igual.
Me levanté, me metí las manos en los bolsillos para colocarme los vaqueros y encontré el envoltorio de chicle que moví con mi mente el día anterior. Mi preciado papel plateado. Se me había olvidado por completo.
¿Me había vuelto idiota? Era posible que hubiese encontrado un papel mágico y, en mi estupidez, lo había ignorado por andar suspirando por un chico. Un chico que nunca se iba a interesar en mí y además me trataba como basura.
Yo nunca había sido así. Me reía de los chicos y las chicas enamoradizas que iban diciendo cursiladas por las esquinas y dedicando canciones. Era cruel, pero incluso me burlaba de Pablo, mi exnovio, cuando me decía cosas románticas.
En fin, tenía que ir olvidándome de Héctor y centrándome en lo rica y poderosa que me iba a volver gracias a mi preciado papelito mágico.
Lo apoyé sobre el lavabo y le ordené que se moviera. No hizo nada. Lo puse junto a mis pies y tampoco hizo nada.
Volví a ponerlo sobre el lavabo, dejé la mente en blanco y me concentré en que se moviera. Nada.
Soplé y se movió, obviamente, pero esa no era la idea.
Todo había sido fruto de mi imaginación, el estrés y quien sabe si también el agua con droga de Madrid.
Hice una bola con el papel plateado y lo lancé hacia la papelera que estaba a dos metros. Fallé el tiro y la bola rodó por el suelo.
Ni siquiera era capaz de encestar. Gruñí con rabia. Visualicé a la maldita bola entrando en la papelera. La bola reaccionó, dio un salto y se metió en la papelera.
Otra vez el agua de Madrid me había intoxicado.
Hice que la bola volviera a salir de la palera y viniera a mí, pero me costó muchísimo más esta vez. De hecho, solo rodó y llegó a mis pies. La cogí y la abracé con fuerza. Era mi envoltorio mágico de chicle, mi pasaje a la gloria. Le ordené que volara y no lo hizo. Intenté que rodara, que girara, que se moviera, aunque fuese un poquito. Nada. Volvía a pasar de mi culo.
La volví a tirar a la papelera, esta vez encesté.
Oí pasos acercándose a la puerta y me encerré en uno de los cubículos, escondiendo los pies.
—... es una puta friki y encima no se lava.
Pude oír a varias chicas entrando en el baño y reconocí la voz de Tatiana, una chica que iba a mi clase.
—¿En serio? —rio Macarena.
—¿No le has visto el pelo? —continuó Tatiana—. Joder es asquerosa, la homófoba esa me da putas náuseas. ¿Sabes que repite curso?
—¿En serio?
—Sí, y oí decir al jefe de disciplina que la echaron de su anterior instituto.
—¿En serio? —Macarena no sabía decir otra cosa.
—Por conflictiva o algo así. Lo conflictivo es su pelo de cerda comemierda.
Dejé de respirar. En Madrid tenía algunos problemas, pero no eran nada comparados con los que tuve en el pueblo. Mi situación en el instituto de Madrid era idílica, era el paraíso comparado con mis últimos meses en el pueblo. Me hervía la sangre al pensar en los problemas que me podía traer esa estúpida.
Agaché la cabeza y pude ver sus pies por debajo de la puerta. Cuando se marchaban Tatiana estuvo a punto de pisar un trozo de papel higiénico mojado que había en el suelo, pero su zancada lo esquivaba. Quise que el papel que se pusiera debajo de su pie... y lo hizo.
Tatiana se marchó con un trozo de papel asqueroso pegado al zapato.
Se fueron del baño y me quedé por fin sola.
Salí de mi escondite y me miré en el espejo. La verdad es que Tatiana no estaba del todo equivocada. Tenía el pelo limpio, pero totalmente alocado. Se me había olvidado peinarme por la mañana. Pero eso ya no importaba una mierda.
Podía mover papeles. Yo podía mover papeles.
Intenté mover con la mente más trozos de papel higiénico que había en el suelo. Los pude mover, pude mover todos. Iban a donde yo quería. Flotaban, se arrastraban, se llenaban del agua de los lavabos, se pegaban a las paredes. No funcionaba con el papel higiénico nuevo, pero daba igual porque el suelo tenía suficientes, e incluso pude sacar algunos de la papelera. Después empecé a moverlos de dos en dos, no se movían exactamente como yo quería, se elevaban a distintas alturas, trazando distintas formas. Pero se movían.
No pude mover tres papeles a la vez.
Decidí hacerlos flotar. Hacía que dos papeles secos se elevaran hasta el techo y mientras caían levantaba otros dos, y luego dos más. Costaba porque no tardaban mucho en caer, pero fui cogiendo velocidad. A mi alrededor se formó una extraña lluvia de papel higiénico.
Estaba montando un espectáculo de papel sucio flotando por todo el baño. Era una pasada.
Estaba realmente muy drogada por el agua de Madrid.
Sonó la campana de clase y me di cuenta de que estaba sudando y jadeando. Había hecho un gran esfuerzo, pero no me había movido. Antes de irme ordené a la bola de papel de chicle que saliera de la papelera y viniera a mi mano. Me siguió ignorando. Algo estaba roto en ella.
Fui a meter la mano en la papelera para sacarla, pero justo entraron tres chicas de otra clase.
Me marché sin más. No iba a arruinar aún más mi reputación, y menos para convertirme en la homófoba que hurga en la basura.
Corrí al aula y entré justo antes de que lo hiciera el profesor.
Tatiana se tapó la nariz cuando pasé a su lado, y Macarena y Lourdes se rieron del gesto. Yo fingí que no lo había visto. Ya le pegaría más papeles en los zapatos.
Tocaba clase de Historia y yo no podía estar más frustrada. La información de Tatiana era correcta: yo estaba repitiendo curso.
En mi anterior instituto me habían suspendido injustamente tres asignaturas y por eso tenía que repetir. Así que me aburría muchísimo en clase. En esa y en todas.
Debería estar ensayando una coreografía de papel higiénico volador, y en cambio estaba escuchando una vez más la misma turra sobre los fenicios, los griegos y los cartagineses.
Estaba sentada al final de la clase, lo que aumentaba el riesgo de quedarme dormida. Pero también me daba una visión privilegiada de lo que pasaba en clase. Tatiana estaba escribiéndose notitas con Macarena, y quizá era paranoia mía, pero estaba segura de que hablaban de mí. Intenté que el papel que se mandaban siguiera mis órdenes y llegara hasta mí, pero no me hacía caso. ¿Quizá no funcionaba si había gente delante?
Intenté mover una pequeña bola de papel que había en el suelo y sí funcionó. Casi me olvido de donde estaba y aplaudo. La bola vino rodando hasta mí y la cogí con disimulo. Esperaba encontrar dentro secretos, pero sólo había un chicle usado, que aún estaba húmedo.
Quise quitarlo para leer lo que había escrito debajo de él. Ordené al chicle que se despegara y para mi sorpresa el chicle respondía. Pero solo cambiaba de forma y se estiraba, no se despegaba. Me concentré más y se despegó un poco. Lo intenté con más fuerza y casi se me escapa un jadeo del esfuerzo. Lo disimulé tosiendo. Me había puesto a sudar.
Cuando las dos personas que se habían vuelto hacia mí se giraron de nuevo hacia la pizarra me armé de valor y despegué el chicle con los dedos. Lo solté en seguida y me limpié en la tela de mi mochila.
Cogí el papel y lo estiré para leer lo que había escrito. Resultó que debajo del chicle había escrita una ecuación cuya solución era el dibujo de una polla.
Los papeles con notitas de las chicas volvían a cambiar de mano delante de mí. Esta vez Tatiana se lo había pasado a Lourdes y esta a Elena. La misma Elena que se había acercado a mí el primer día de clase, y que la semana pasada me había dado el teléfono de Héctor.
Ella abrió el papel, lo leyó y me miró de reojo. Disimulé fingiendo que miraba a la pizarra y creo que no me cazó mirándola. Elena hizo una bola con el papel y su mirada se cruzó con la de Tatiana. Le lanzó una mirada de reproche, pero a la vez disimulaba una risa: fuera lo que fuera le había hecho gracia.
Tatiana estaba volviendo contra mí a la única persona del instituto que no me trataba mal y no podía darme más rabia. Lo que me pasaba en clase no me afectaba demasiado, porque en realidad no había perdido nada. No había perdido ningún amigo allí porque no los tenía.
Pero Elena era algo, posiblemente no me considerara su amiga, pero me caía muy bien y aunque no me hablaba en público, era la única esperanza que me quedaba.
Y la estúpida de Tatiana me lo estaba jodiendo. Apreté la mandíbula mientras fantaseaba con darme un puñetazo.
No lo iba a hacer, no la golpearía, pero cegada por la rabia tuve otra idea.
Tiré el chicle despegado de la mesa y me concentré en que rodara por el suelo despacio. Subió por la silla de Tatiana hasta llegar a su espalda. El pupitre que tenía detrás estaba vacío, así que nadie pudo ver como el chicle se estiraba poco a poco, formando una fina tira pegajosa. Tenía que darle una lección. Apoyé el chicle en su pelo y fui recordando las palabras que dijo en el baño mientras lo estiraba más y más, y lo iba pegando en su pelo, formando trenzas deformes, nudos y más nudos. Me puse creativa, intenté dibujar un Pikachu de chicle en su pelo, pero ya era demasiado tarde, me había quedado sin material.
Ella no se enteró de nada. La clase terminó cinco minutos después. Cuando Macarena hizo notar a Tatiana que tenía algo en el pelo, su alarido se escuchó en todas las aulas de alrededor. Chilló histérica, empezó a acusar a cualquiera que se le cruzaba, se encaró con sus propias amigas y al final se fue al baño llorando, seguida del resto de chicas de clase.
Me habría gustado reírme, deleitarme con su cara de boba lloriqueando por su estúpido pelo, pero no fue así. Me sentía fatal. Mis manos empezaron a sudar. Me sentía culpable.
La expresión desencajada de Tatiana no me hacía gracia, me hacía sentirme horrible.
Había sido muy cruel de forma innecesaria. No ganaba nada con aquello, solo hacerla sufrir.
Me avergoncé de mí misma.
Descubro que tengo un super poder y lo primero que hago con él es hacer llorar a una compañera de clase.
Acababa de demostrar otra vez que soy esa persona horrible que todos piensan que soy.
Capítulo dedicado a @NathaliaHernandez77 por todo su apoyo y por ser un amor :D
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