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Parte 35

A nadie le sorprendió la colleja que Héctor le atizó a Mario por haberse ido de la lengua. Fue recibido con risas que ayudaron a relajar el ambiente.

Yo no estaba en absoluto relajada, me estaba muriendo por dentro. Los nervios devoraban mis tripas. A mi alrededor las preguntas se multiplicaron y cada vez más gente se acercaba y el corrillo crecía, alejándome de Héctor.

Él se volvió hacia mí y nuestras miradas se cruzaron. Aquello solo duró el segundo que tardé en mirar al suelo de inmediato. Fue breve, pero bastó para que se me calentaran las mejillas.

De repente Héctor no era Héctor. Ya no era el chico atormentado, inalcanzable e inocuo con el que me sentía a gusto. Ahora era otro chico hetero más. Un chico hetero al que le había dedicado frases como: "estás buenísimo", "me pones", "estás tremendo", "te vas a tener que poner pomada de tanto follar" o "me encantaría que arruinaras mi vida".

Me ardía la cara de vergüenza.

Decir esas cosas para animar a un compañero gay era una cosa. Aunque las sintiera, no tenían ninguna implicación real. Pero decírselas a un chico como él le daban un significado totalmente distinto.

Deseé poder viajar en el tiempo y evitar que la Alexia del pasado abriera la boca, o entrar en la memoria de Héctor y borrar mis palabras; o que un terremoto arrasara Madrid. Eso mantendría la mente de Héctor ocupada y no recordaría lo que le había dicho.

Elena pasó a mi lado dándome un leve empujón y vi cómo se alejaba andando deprisa. Instintivamente la seguí hasta el baño, aliviada por poder alejarme de allí.

Entró, cerró la puerta y se echó a llorar a moco tendido, estalló gritando de dolor y encogiéndose sobre sí misma. Tardé un par de minutos en entender algo de lo que trataba de decir.

—Es que no lo entiendo, tía, no lo entiendo ¿Por qué no me lo dijeron? —hipaba al hablar—. Se supone que son mis mejores amigos, lo hemos hecho todo juntos y... me han mentido durante años.

Tuve que abrazarla porque tenía una carita de pena terrible. Además, ver tan fea a la chica más guapa del instituto era bastante desolador. Me llenó el pelo y el hombro de lágrimas, pero no me importó, solo me sentía impotente por no saber qué hacer para que se tranquilizara.

Tardó un buen rato en volver a respirar con normalidad.

—Es que ahora entiendo muchas cosas ¿sabes? —dijo mientras trataba en vano de secarse las lágrimas, que no paraban de brotar de sus ojos— Y no es que pasara nada raro. No es que me haya desnudado delante de Héctor o algo así, es la mentira lo que me duele y...

Me dejé caer sobre la pared del baño. Por suerte Elena seguía tan cegada por su llanto que no pudo ver cómo palidecí al instante. Yo sí lo había hecho. Me había desnudado delante de Héctor. No es que me hubiera quedado en sujetador delante suyo, es que estuve totalmente desnuda. Con el culo al aire, sin ningún pudor.

Y encima le dije que podía mirar.

No pude levantar la vista del suelo durante el resto del día. Al llegar a casa le conté a mi tía que parecía que Héctor estaba bien, que ningún águila se lo había comido aquella noche y me encerré en mi cuarto a estudiar. Ella me preguntó por qué no podía mirarle a los ojos y yo me limité a contestar que tenía muchos deberes.

Cada vez que lo recordaba mis mejillas se encendían como si fueran hornillos. Tal debía ser la temperatura que alcanzaban que la hocicuda se apoyó sobre una de ellas y las culebras se peleaban por calentarse en la otra. Yo las dejé porque, aunque no me dejaban ver los apuntes, estaban fresquitas.

Mi tía se preocupó al ver que las serpientes seguían saliendo, aunque yo no sintiera angustia ni me salieran escamas. No le hice caso, tenía cosas más importantes de qué preocuparme. Esencialmente pensaba en cómo iba a lograr que me expulsaran del instituto para no tener que volver a hablar con Héctor.

Por suerte, al día siguiente Elena seguía muy disgustada y se apoyó en mí. Nos pasamos el jueves evitando cruzarnos con Mario y Héctor. Lo sentía por ella, pero a mi eso me venía de lujo. Entendía perfectamente por qué estaba tan enfadada. Los tres se conocían desde que tenían cuatro años, habían ido a clase juntos hasta que tuvieron que elegir la rama de bachillerato. Habían sido uña y carne. Ella entendió que se alejaran un poco cuando empezaron a salir, se alegraba por ellos. Pero ahora le destrozaba pensar que solo le habían estado ocultando un secreto.

No les pudo esquivar todo el día, porque cuando acabó la última clase, Héctor estaba esperando en la puerta para hablar con Elena. Mario se le unió.

Lo reconozco, no soy la mejor amiga del mundo. Traté de huir y dejar a Elena sola, pero ella me agarró con fuerza del brazo cuando se encaró con ellos. Yo miraba a la pared y trataba de pensar en cosas frías para que mis mejillas no empezaran a echar humo.

—Helen, escúchanos —suplicaba Mario.

—Lo siento—murmuró Héctor con voz grave—, de verdad que lo siento.

—Tenemos prisa, ¿podéis apartaros? —Elena trató de salir de la clase.

—No sé qué más quieres que te digamos —Mario puso los brazos en jarra.

—¿Qué me digáis ahora? ¿Ahora? —Elena estaba muy alterada, pero su voz era tan dulce que resultaba complicado saber hasta qué punto—. Ahora ya es tarde ¿Qué tal en algún momento estos últimos dos años? Antes de enterarme a la vez que todo el mundo. Se supone que éramos amigos, que nos contábamos todo. Es que me siento como una idiota. No confiabais en mí.

—Vale, pero no la tomes con Héctor, yo le pedí que no te lo contara—dijo Mario con tristeza—, que no se lo contara a nadie. Ya me sentía demasiado juzgado por todo, por todo lo que yo era, por todo lo que pasaba en mi casa. Tú no parabas de decirme que yo era un valiente, me lo decías todo el rato y a mí me encantaba. No quería que supieras que no lo era, que me escondía detrás de Héctor, que dejé que todo el mundo pensara que era mi pareja porque me aterraba hacerlo solo. No podía hacerlo solo.

Elena me soltó y suspiró. Cambió su gesto por uno más amable.

—Podías confiar en mí. Yo nunca te haría daño —Elena lo dijo con tal ternura que no entendí cómo no cayeron a sus pies arrodillados y arrepentidos.

—Entonces, perdóname —Mario le dedicó una mirada pícara—. Si no me perdonas me haces daño.

Mario y Héctor sonrieron. Elena puso los ojos en blanco, apretando los labios para no sonreír. Luego los miró altiva.

—Yo también tengo secretos y no os los pienso contar nunca —trató de hacerse la dura— ¿Verdad, Cuervis? De hecho, lo mismo somos novias, pero no os lo vamos a decir porque no confiamos en vosotros.

Me invadió cierta sensación de orgullo. Elena no me atraía, pero para mí habría sido un honor tener una novia tan inteligente y elegante como ella, una chica capaz de hacer entrar en razón a Tatiana y que siempre tenía el pelo perfecto.

Los chicos la miraron entre divertidos y enternecidos.

—Vámonos, Cuervis —Elena tiró de mí para que empezara a andar—. No malgastemos saliva con esos... bobos.

"Bobos". Hasta insultando era adorable.

Por la tarde alterné estudiar con ver más capítulos de "Plata de ley". Lo que fuera con tal de no pensar en Héctor. Lo logré durante unas horas, hasta que poco después de meterme en la cama mi móvil vibró, le eché un vistazo y mi mente se puso patas arriba otra vez. Eran las once y cuarto, las serpientes estaban en mi cabeza y la bastarda, asustada, se intentó zampar el móvil.

Era una notificación de Instagram. Héctor le había dado like a una foto mía. Una foto en la que salía yo sola. Había estado mirando mi foto justo antes de dormirse. De inmediato recordé cómo me había cogido de las manos en el parque, cómo me había acariciado la cara y el beso que me había dado el domingo que me perdí. Esos gestos ahora tenían un significado totalmente distinto. Era obvio que estaba interesado en mí. Un like, un beso... por más vueltas que le daba no había otra explicación para aquello.

Otra noche más que no pude dormir bien. Pero esta vez sonreía.

El viernes Elena, Mario y Héctor estuvieron apartados haciendo las paces. Esos dos no se merecían una amiga como ella. Pasé el recreo con la pandilla de Tatiana, que estaban planeando el botellón de aquella noche en el parque. Héctor y yo en un botellón, y él me había dado like. Iba a pasar, iba a pasar aquella noche.

Quería que pasara, lo deseaba desde hacía semanas y aun así tuve un nudo en el estómago durante todo el día y fui incapaz de comer o cenar nada más que una fruta.

Mientras me probaba ropa y me arreglaba no dejaba de pensar en cómo sería estar con Héctor. Me sentía aterrada e ilusionada a la vez. Traté de no obsesionarme con la ropa, pero todo era viejo y me quedaba mal. El abrigo nuevo que me había comprado mi tía estaba perdido en una montaña nevada, solo me quedaba el chubasquero rosa y la sudadera de Charlie. Me pondría la primera, que me quedaba mejor, y llevaría la sudadera en una bolsa de tela para abrigarme mejor cuando volviera a casa. Me dio tanta rabia no tener ropa bonita que por un momento me vine abajo, pero recordé que no aparecía ropa bonita en la foto a la que Héctor dio like ni tampoco llevaba ropa bonita el día que me besó.

Le di tantas vueltas a la ropa que me retrasé quince minutos. De camino al parque, me sudaban las manos, me temblaban las piernas y una vez más estaba demasiado nerviosa para comportarme como un ser humano normal. Respiré profundamente. No podía permitirme cagarla, no esa noche.

Traté de ser fría, traté de racionalizarlo. No era tan complicado. Nos saludaríamos, hablaríamos, nos acercaríamos y acabaría pasando. Nada que no hubiera hecho antes, no tenía por qué estar nerviosa. Es cierto que a amigas mías se les había fastidiado más de una vez algo que parecía seguro, pero eso ocurría porque se rayaban y se perdían en absurdos juegos de poder con los chicos que les interesaban. Yo no era así, solo tenía que intentar hablar lo menos posible, el resto lo haría bien. De hecho, algún chico con bastante experiencia me había llegado a decir "Joder, me vuelve loco que me beses así, Lexi". Levanté la cabeza segura de mí misma y aceleré el paso, preguntándome cómo besaría Héctor. Crucé la esquina, llegué al parque y tardé menos de un minuto en salir de dudas.

Héctor besaba tal y como lo había imaginado. No era de los que te agarran y te devoran, era de los que te saborean y te miman. De los que te apartan el pelo con suavidad, de los que te acarician la cara como si fueses tan frágil como el cristal. De los que no pueden despegarse de ti, pero paran para mirarte a los ojos y sonreír. De los que dan besos lentos e intensos.

O al menos así es como estaba besando a Elena.

No la toméis conmigo, ha sido Héctor, no yo 😁

Espero que os haya gustado el capítulo, pronto más!

Este capítulo va para @NicolettaJennings que ha hecho una reseña muy completa de Cuervo 😊💕 Gracias!!

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