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Parte 21

Empujada por la culpa de no haber contestado el móvil, me puse en pie de inmediato, lo saqué y comprobé las llamadas perdidas y la hora. Eran las diez y cuarto, no faltaba demasiado tiempo para las once y tenía que recuperar mi disfraz.

Eché a andar hacia Héctor y aproveché que miraba el móvil para acomodarme la ropa, limpiarme las posibles manchas de rímel de haberme reído y colocarme el pelo por delante para lucirlo. Diego me llamó.

—¿Estás bien? —me dijo preocupado.

Miró a Héctor de reojo y este resopló.

—Sí, sí. No te preocupes —le sonreí antes de alejarme.

Tardé unos segundos en entender por qué Diego me había preguntado eso. Héctor se había encargado de que yo pagara por haberle roto la pierna a su novio, y todos en el instituto lo sabían. Hasta el chico que siempre se dormía en clase lo sabía.

La que no parecía enterarse era yo.

Cada vez que me cruzaba con Héctor se me olvidaban por completo todas las cosas malas que me había hecho y solo pensaba en lo mucho que me gustaba y las ganas que tenía de gustarle yo a él. Pero gracias a Diego el recuerdo de todos esos tortuosos días en el instituto, los insultos, las pintadas y las malas caras, volvió a mí. Sentí de pronto ganas de gritarle, pero me contuve. Necesitaba saber qué era eso que me tenía que contar.

—Vamos a sentarnos —Héctor señaló con la cabeza un banco alejado que estaba vacío.

—Dame un segundo —eché a andar hacia donde estaban Elena y los demás—, tengo que ir a por una cosa.

En aquellos momentos el tocado de mi disfraz adornaba de nuevo la cabeza de Jacobo. Una de las serpientes se había roto y colgaba lastimosamente de uno de los lados. Los chicos se acusaron de broma unos a otros de haber estropeado el disfraz. Aún daba el pego y no me la iba a poner de momento, así que no me preocupó que no estuviera bien. Me rogaron que se la prestara un rato más y no tuve más remedio que aceptar. Habría resultado demasiado sospechoso insistir en tenerla ya si no me la iba a poner.

Héctor, que había observado la escena a una distancia prudencial, clavó su mirada en la diadema que Jacobo llevaba puesta. Como si de un puñal se tratara, la idea de que él pensara que me había disfrazado para ir a juego con su tatuaje se clavó en lo más profundo de mi orgullo.

Algo se rompió dentro de mí. Ese tío me había tratado fatal desde que le conocí. Me había prejuzgado y me había hecho la vida imposible. Me había bloqueado en WhatsApp. Me echaba en cara que no le cogiera el teléfono cuando ni siquiera habíamos quedado y estaba segura de que en ese momento pensaba que me había disfrazado en honor a su estúpido tatuaje.

Sería muy guapo, quizá la primera persona de la que me enamoraba, pero era un completo gilipollas del que me tenía que ir olvidando.

—No es por tu tatuaje —gruñí de forma antipática cuando llegué a su lado—. Cuando lo vi ya tenía hecho el disfraz y me pareció una coincidencia. Por eso te pregunté el otro día.

No dijo nada, me miraba, pero no me escuchaba. Era como si no estuviera en el mismo plano astral que yo.

Eché a andar hacia el banco que había señalado antes y él me siguió. Hice un esfuerzo para caminar derecha porque el alcohol ya había hecho mella en mí. Cuando llegamos se sentó en el asiento y yo me senté sobre el respaldo como un pequeño acto de rebeldía. Me miró extrañado, pero no me moví. Al ver que no cambiaba de sitio se puso de pie frente a mí.

—¿De qué querías hablar? —le escupí.

Me arrepentí de hablarle así en cuanto fui capaz de mirarle a la cara. Estaba muy enfadada, pero verle tan agotado y derrotado despertó mi compasión. Tenía muy mal aspecto.

Decidí darle tiempo. Me incliné hacia delante, apoyé los brazos sobre las rodillas y observé como mechones de mi pelo se mecían con la brisa. A lo lejos, nuestros compañeros intentaban sin éxito coronar una papelera a rebosar con una botella de ron vacía. Todas las papeleras del parque estaban igual de llenas. En el banco de al lado una pareja de nuestra edad se besaba apasionadamente.

Me puse tensa cuando Héctor se sentó a mi lado, sobre el respaldo del banco. Parecía que mi actitud hostil no le intimidaba. Se tomó su tiempo antes de empezar a hablar.

—Lo siento.

Bastaron dos palabras para romperme los esquemas.

—He sido muy cruel contigo y... ni siquiera te lo merecías. Todo lo que ha pasado en el instituto ha sido una sobrada.

Carraspeó y se inclinó, quedándose a mi altura.

—Mario me contó lo que pasó, me contó que habló contigo. Es que tuviste muy mala suerte y encima nosotros... yo asumí que eras una cabrona.

Me pilló desprevenida. No me esperaba la disculpa y eso que era la opción más lógica. Mi mente había contemplado multitud de escenarios locos, pero no se había planteado el más obvio.

—Siento haber sido tan hijo de puta.

Esta vez se volvió para mirarme. No parecía esperar una respuesta, solo quería leerme.

No supe qué decir. No me salía mentirle y decirle que no pasaba nada, porque ahora que él mismo admitía su error dolía más que nunca.

—No tienes que decir nada —continuó—. Mario y yo hablamos el otro día con Elena, y ella me acaba de decir que ha empezado a hablar con el resto de gente del insti. Espero que las cosas mejoren.

Giré la cabeza hacia el banco donde estaban mis compañeros. Ninguno me caía bien, no quería su amistad, solo quería que pasaran rápido los ocho meses que me quedaban para perderles de vista para siempre.

—Por eso Tati me ha tratado bien —murmuré.

—¿Eso ha hecho? —dijo extrañado—. Irá muy pedo.

Se oyeron abucheos y risas al otro lado del parque. Nosotros guardamos silencio.

—Tenía que haberte preguntado, tenía que haberte escuchado. No haberte hablado así y... No soy así, ¿sabes? —su voz sonó terriblemente amarga y me giré hacia él, él miraba hacia el frente—. Nunca había sido así con nadie.

No supe qué decir, no encontraba las palabras para expresar lo que sentía. Ni siquiera estaba segura de qué era lo que sentía. Hacía unos segundos estaba furiosa y ahora me sentía aliviada. El ron que empapaba mi cerebro tampoco ayudaba. Así que me arrastré por el respaldo del banco hacia él, hasta que nuestras piernas se tocaron, le puse la mano en la rodilla y apreté durante un par de segundos para luego quitarla.

—Gracias —me dió una pequeña palmada en mi rodilla.

Se hizo un silencio incómodo. Tenía tantas cosas que quería preguntarle, que necesitaba saber y no sabía por dónde empezar. Él no parecía incómodo en absoluto con el silencio.

—¿Te expulsaron por lo del vestuario? —pregunté por fin.

—Sí, bueno, nos expulsaron a los dos. Oye ¿qué es lo que te pasó? Se te... ¿estás bien?

—Sí, sí, muy bien. Se me piró, es decir, yo quería pegarle. Osea, no. Pero sí, por los gais. Aunque la violencia está fatal, pero los gais tienen... son... —socorro—. Amor es amor.

Menos mal que lo corté a tiempo, porque encima en algunas palabras mi pronunciación delataba que estaba borracha.

—¿Has hablado de lo que pasó con alguien?

—No.

—Deberías contárselo a alguien. Puedes contar con Elena o con Mario. Los dos son de puta madre.

Se solía decir "puedes contar conmigo", pero bueno.

—Mario te manda saludos —me dijo—, iba a venir hoy, pero se encontraba mal.

—¿Le has ido a ver?

Apreté los labios anticipándome a cualquier impulso de contarle lo de la infidelidad de Mario. Me aterraba irme de la lengua.

—No, como comprenderás prefiere que Álvaro vaya a cuidarle.

Estaba tan concentrada en no cagarla que no presté atención al tono en el que lo decía.

—¿Sabes lo de...?

—¿Lo de Álvaro? Sí.

Su indiferencia sonó tan forzada que se notaba a la legua que quería que pareciese que no le importaba. No había más que mirarle para darse cuenta de que estaba destrozado. Tenía que ayudarle de alguna manera. Aunque solo fuera escuchándole.

—¿Y qué piensas?

—¿Qué voy a pensar? —suspiró—. Me alegra que haya encontrado por fin a alguien que le haga feliz. Espero que se lo cuente a los del insti pronto.

Su boca decía una cosa, pero su expresión no era en absoluto la de alguien que se alegre por nada. Más bien parecía alguien tan herido que se había rendido y se estaba dejando morir desangrado.

Era plenamente consciente de mi nula capacidad para la oratoria y en ese momento también me arrepentía de haberme tomado cuatro copas sin haber cenado. Debería haber cerrado mi bocaza. Pero quizá fue el alcohol el que precisamente me convenció de que yo tenía madera de psicóloga.

—No estés triste —le aconsejé—. Vale, sé que ahora solo quieres a Mario. Serán unos días de mierda al principio. Pero oye, cuando se te pase un poco... vas a pasártelo muuuuuy bien —me incliné para darle intensidad a ese "muy" y a punto estuve de acabar en el suelo—. Vas a flipar. Vas a poder tirarte a quien quieras... entiendo que no es lo que quieres hoy. Hoy es tristeza, pero hoy está casi en el pasado. Hoy es el presente, pero el presente es casi el pasado. Y en el futuro todos van a querer estar contigo, vas a ser como una moza en fiestas ¿entiendes? Estás tremendo Héctor. Te vas a inflar, te vas a tener que poner pomada de tanto follar.

Se limitó a sonreír. Una sonrisa que se le escapó, duró menos de un segundo y se convirtió en mi momento favorito de la noche.

—Sí, tienes que ser consciente del poder que tienes. Todo gran poder conlleva una... una... Ahora te sientes feo porque Mario te ha dejado por Álvaro —hice un gesto de desprecio— "Álvaro", ya ves tú. Álvaro el básico. Tú te sientes feo, vale, pero la realidad objetiva que yo te la digo, porque yo la sé, es que estás buenísimo. Eso es oficial. Tienes esa aura de misterio... de... no sé. Eres el típico chico que sabes que es malo para ti, pero no puedes evitar que te guste y que al final te arruina la vida.

—¿Soy un "arruinavidas"? —Héctor fingió indignarse.

—Pero, pero... en plan bien, en plan drama y sexo y no sé. Bien.

Héctor me miró por fin, frunciendo el ceño. Traté de arreglarlo siendo sincera:

—A mí me encantaría que arruinaras mi vida.

Si había una persona más lamentable que Diego declarándose esa tenía que ser yo.

Héctor, a quien la situación le estaba resultando graciosa, de repente volvió a venirse abajo. Su rostro se ensombreció

—Eh —alargué la mano para coger la suya—, no estés...

Se apartó de golpe en cuanto le rocé.

—Joder —protestó—, tienes las manos heladas.

Me miré las manos, yo las notaba bien, quizá no sentía el frío gracias al alcohol. Él me las agarró, las juntó y las envolvió entre las suyas. Sentí cómo mis dedos se iban calentando poco a poco. Tiró de ellas y se las llevó a la boca, soplando aire caliente dentro del refugio que había creado para mis manos. Si existía alguna posibilidad de evitar enamorarme de él, acababa de salir volando por la ventana.

Apoyé mi mejilla sobre sus manos para sentir su calor.

—La cara también ¿es que no te abrigas? —soltó mis manos y usó las suyas para envolver mi cara. Estábamos tan cerca que sentí que flotaba en una nube.

—No existen los abrigos de cara.

Se le escapó otra micro sonrisa. Necesitaba más.

—Podrías ponerte un pasamontañas.

—Seguro que eso me ayuda a encajar.

—En un grupo de atracadores seguro.

Mis labios latían de ganas de besarle. Solo tenía que recorrer unos centímetros y dejarme llevar. Me incliné hacia él y al darme cuenta de mi error di un respingo, restregando mi nariz contra su mano. No podía besar delante de todo el mundo al que aún era oficialmente el novio del chico al que le partí la pierna.

—Joder, Cuervo, la nariz también la tienes fría —la tocó para luego volver a colocar sus manos en mi cara—. Vamos a tener que hacer algo para que entres en calor.

Inconscientemente me humedecí el labio inferior sin dejar de mirar su boca. Solo habría sido más obvia si hubiese tenido en la frente un cartel luminoso que pusiera "bésame ya, coño". No ayudó a aliviar la tensión que a la pareja de al lado se le hubiera ido de las manos la pasión. Ella se había sentado a horcajadas sobre su regazo y se besaban como si el mundo fuera a acabarse al día siguiente.

—¿El qué?

El pulgar de una de sus manos empezó a deslizarse por mi mejilla y llegó hasta mis labios. Los miraba con su boca entreabierta.

Sonó una alarma de móvil y me soltó de inmediato.

—Me tengo que ir —se puso de pie de un salto, detuvo la alarma de su móvil y se lo metió en el bolsillo.

—¿Qué? —sacudí la cabeza para salir del hechizo—. No.

Me dio la espalda y se echó a andar, despidiéndose con la mano.

—Espera —le rogué—, te acompaño a tu casa... hasta tu casa.

Fui corriendo al banco donde estaban los demás a buscar mi disfraz. Estaba empapado en alcohol. Me contaron entre risas que habían intentado emborrachar a las serpientes y ellas no habían cooperado porque eran abstemias. Entonces les intentaron dar agua pero también la rechazaron porque se habían vuelto alcohólicas. Esperaba que ninguno de ellos quisiera estudiar veterinaria. Traté de arreglarlo pero las serpientes se habían deshecho por completo y el disfraz ya no me servía para nada.

Cuando me di la vuelta Héctor ya no estaba. Noté el huevo en la garganta y los brazos me empezaron a picar.

Hola!

¿Qué os ha parecido? ¿Os esperábais que Héctor fuera a disculparse u os habéis quedado como Cuervo?

¿Qué tal veis a Cuervo como psicóloga? ¿Creéis que tiene futuro?

¿Creéis que Cuervo encontrará a Héctor y podrá hacerle las preguntas IMPORTANTES y dejar de tontear?

No sé si podré actualizar el fin de semana que viene. Lo intentaré pero no puedo prometer nada :(

Este capítulo se lo dedico a UnicornioAR (Andrea) por pedirme con memes que actualizara. Los memes son mi debilidad ❤️️

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