Capítulo Final
Después de tanto ascender, de pronto el suelo sobre mis pies se hizo firme. Creí que aquel lugar estaría repleto de gritos de dolor y sollozos largos pidiendo clemencia, pero no, solo escuchaba el silencio, ni siquiera sentía calor, ni olor a azufre, solo un mutismo total albergado en un ambiente cálido. Aroma a tierra, polvillo en el aire, ¿dónde demonios estaba?
Abrí los ojos, tenía que saberlo.
Me hallaba de pie sobre una llanura interminable. De tierra muy seca y agrietada. Había algunas cuevas y un par de montes a lo lejos. El cielo era gris, pero no uno que presagiara tormenta, era un gris nebuloso.
—¿Dónde estamos?, ¿esto es el infierno?
Belial estaba a mi lado. Se giró al oírme y sus hipnotizantes ojos volvieron a mirarme.
—Lo era. Antes. Ahora es una zona deshabitada. Vengo aquí a meditar a veces, me gusta su calma.
Seguía sin entender en donde estaba. Fruncí el ceño y él esbozó una sonrisa.
—Qué curioso eres, Connor—dijo antes de explicarme— Este es el llamado "Seno de Abraham" donde venían los justos antes de la redención. No sé porque pensaste que te llevaría al infierno, aún sigues con vida, hasta sané tu pierna.
Cuando él dijo esto miré hacia abajo, y en efecto, mi pierna lucía igual que antes de la caída.
—Gracias.
—Es demasiado temprano para que me las des—sentenció él—, que te haya sanado no significa que te quiera mantener con vida.
De pronto noté que sus intenciones eran tan transparentes como su mirada, y no eran buenas, para nada.
—Entonces... entonces, ¿vas a matarme?
Él se rió. Sus ojos se perdieron en la lejanía.
—No tenemos permitido sesgar sus vidas. Si así lo fuera... pobre tu mundo mortal. No, Connor—dijo y volvió a mirarme—No voy a matarte, solo veré como se te escapa la vida.
Eso sonaba igual de mal, ¿a qué se refería?, ¿porqué diablos no era claro conmigo?
—¿Harás que otros me asesinen?
Belial bufó y se acerco a mi.
—No. Solo me quedaré a ver como tu propia naturaleza te pasa la factura. Como la falta de agua te hincha la lengua y te cuartea la piel, mientras ruegas por una gota. Como el hambre inflama tu estómago y ennegrece tu piel, como sucumbes a la desesperación. Eso haré.
Negué con la cabeza horrorizado antes de responder.
—Qué cruel eres.
Él solo se encogió de hombros.
—Estoy aburrido.
Luego de eso permanecimos en silencio por unas dos horas. Mi garganta estaba reseca y la polvareda me irritaba los ojos. No me era difícil de imaginar el escenario que antes me profetizó Belial. Era un resultado lógico; un dos mas dos.
Debía hacer algo, no podía simplemente rendirme a mi suerte, así no era yo.
—¿Porqué verme morir cuando a diario contemplas la muerte?—le pregunté—Porque eres un guardián allí abajo, ¿no es así? un demonio del infierno.
Su rostro se ensombreció antes mis palabras. Eso era muy malo.
—No hay demonios del infierno, Connor, solo demonios. Como un humano no es de la luna por haber estado en ella, así nosotros tampoco pertenecemos allí, aunque hayamos sido condenados a ser sus guardianes. Y, te equivocas también en lo otro, no veo morir a personas a diario. Los que llegan ya están muertos. Solo observó como los espíritus inmundos los violan, devoran, laceran, destripan, desollan...
—¡Basta!—exclamé—Ya entendí.
Él sonrió y sus dientes nacarados resplandecieron. Era demasiado hermoso para un paisaje tan gris.
De nuevo entre los dos se hizo el silencio. Pensaba que decir.
—Debe...debe haber algo que puedas querer de mi, algo que pueda ofrecerte antes del patético y crudo espectáculo de mi fin.
Belial levantó una ceja. Pareció interesado.
" Bien Connor, ahora ve despacio"
—Tal vez pueda, no sé, satisfacerte de alguna manera.
Juro por Dios que cuando comencé esta propuesta no estaba pensando en sexo, aunque a eso sonó. ¿Y que más daba? él era perfecto, bien podría darle eso; olvidarme por un momento de que era casado y que definitivamente no me gustaban los hombres; menos de dos metros y con dos pares de alas.
Y él comenzó a destornillarse de risa. Debo admitir que me sentí insultado. Tardó algo así como cinco minutos en calmarse y para ese momento yo me sentía ofendido hasta la médula.
Lo vi acercarse más, hasta que lo tuve enfrente. Le llegaba a la mitad del pecho.
—Mira hacia abajo.
Sabía lo que me iba a mostrar. Bastardo presumido.
Belial se levantó la túnica y yo llevé mi mirada a aquella zona entre sus piernas... no había nada. ¡Era como un maldito Ken! Liso y suave; sin ninguno de los sexos.
—No eres hombre.
Él negó mientras sonreía de lado.
—Tampoco mujer, ¿qué eres?
—Algo que tú no llegas ni minúsculamente a comprender—dijo él—Pero si quieres contacto carnal podemos besarnos... aunque no te lo recomendaría, nunca se me acaba el aire.
Y por supuesto volvió a reírse de mi.
Quizás era mejor morirme de una buena vez antes que seguir aguantándolo.
Por una media hora más ninguno de los dos dijo nada. Me estaba costando juntar saliva que tragar, si iba a hacer algo para salvar mi vida tenía que hacerlo rápido.
—¿Qué sucedió con Luna Rodriguez?, ¿porqué ellos te culparon?
Mi voz se oía rasposa.
Él volvió a mirarme, se echó el cabello de lado. Luego se sentó en el suelo. Yo que había estado sentado los últimos treinta minutos me quedé de pie.
—Me culparon porque fue mi culpa. Yo le permití salir. Le permití la muerte segunda.
Arrugué el ceño en incomprensión.
—Cuando mueres—me explicó después de resoplar—, tu cuerpo se descompone en la tierra de la cual fuiste formado, y tu alma se viste con un cuerpo de muerte. El que es torturado en el averno. El que vuelve a regenerarse una y otra, y otra vez, para volver a ser vejado y deshecho. Pero si salieras al mundo exterior, al de los vivos, ese cuerpo seguiría reconstituyéndose, pero tu alma, moriría por fin y no existirías más. Eso es la muerte segunda. Pocos, muy pocos la han alcanzado. Luna Rodriguez es una.
—¿Y cómo logró convencerte?, ¿qué hizo?
— Apostamos y ella ganó. Tan simple como eso.
¿Apostaron? Así que el demonio tenía una debilidad.
—¿Apostaste con ella?—le inquirí—En que momento los condenados tienen tiempo para hablar con sus torturadores, ¿entre castigo y castigo? No puedo imaginármelo.
—No lo tienen, es verdad. Quizás te toque descubrirlo pronto.
No dije nada al respecto.
—Lo que sucede es que ella era una suicida—continuó Belial—Ellos tienen castigos diferentes, no físicos, espirituales. Reviven sus traumas, se desbordan, enloquecen... bien, eso también les pasa a los otros, pero como te decía, el tormento de Luna era de ese tipo. Una tarde la vi sentada sobre una roca en lo alto, mirando, pensando, sacando conclusiones, o eso percibí yo, y se me hizo tan fuerte, tan diferente a todos. Así que me acerqué y le pregunté en que pensaba.
«Ella me miró y dejó caer una sola lágrima. "En lo que nos trajo aquí, en lo vano de la existencia" Nadie habla así allá abajo, la mayoría ni siquiera articula palabras, solo sollozan, gimen, suplican, y todo eso.
«Bien. Entonces viéndola a los ojos le hice otra pregunta." ¿ Qué los trae aquí?, ¿cuál es la causa mayor? y ella dijo: "La avaricia. Deseamos demasiadas cosas y hacemos lo indecible y lo imposible para obtenerlas"
«Me pareció interesante su punto de vista, aunque para mi el motivo es el orgullo, así que le propuse esto: Haríamos una encuesta entre los suicidas, que como te dije, son los pocos con los que se puede intercambiar alguna que otra palabra, y si los "quería, deseé, necesitaba" eran mayores a los "quise ser, deseé demostrar, necesitaba que supieran"... ella ganaría, y yo la dejaría salir a morir por segunda vez afuera, y fin del tormento eterno.
«Acepto, claro, era una gran oportunidad para ser libre, y como te dije al principio, ganó ella. Y es probable que sea duramente castigado por mi error.
Pensé en su historia. También en Luna Rodriguez. Según Ramiro había sufrido un accidente automovilístico, no dijo que fuera adrede, eso era nuevo. Deseé haberla conocido en vida, sin lugar a dudas había sido diferente, como dijo Belial.
Miré aquellas ojos sobrenaturales. Tenía una idea.
—Haz lo mismo conmigo, una apuesta. Yo coincido con Luna. Creo es el ansia constante de más, el hambre interior, lo que nos lleva al pecado y por ende al infierno. Tú crees que es el orgullo, el pecado de tu padre si no me equivoco.
Él solo se quedo mirándome, sopesando mi proposición, escudriñándome.
—Mi hermano mayor—me corrigió—Y eso es lo que dicen, sí, pero todo lo que dicen no es cierto.
Estaba harto de sus juegos de palabra. Quería llegar al meollo del asunto.
—¿Te atreves, entonces?, ¿apostaras contra mi?
—¿Qué ganas tú y que gano yo?
—¿Qué ganabas tú con Luna?—retruqué.
—Rationem habeamus.
¿Y eso qué rayos significaba? A este paso me secaría como una hoja en otoño.
—¿Porqué eres tan complicado?—suspiré.
—¿Porque eres tan simple?
Una risita juguetona se escapó de su boca.
—En latín es "Tener la razón" No hay nada que ustedes puedan ofrecerme.
Extendí mi mano hacia él y vi la duda en sus ojos. Pero era un jugador, un ludópata con alas, aceptaría, lo sé.
—Tenemos un acuerdo. Si ganas te dejaré libre para que sigas viviendo tu vida. Si gano tendré la razón... ahora, no puedes ir conmigo al averno y yo no puedo ir contigo al mundo de los vivos, ¿quienes serán los objetos de estudio?
Odiaba admitirlo pero conocía a la persona indicada. Ella, Claire Rivers, mi esposa, una reportera igual que yo, era ambiciosa. Y mucho. De una forma exagerada. Muchos de mis desesperados intentos por alcanzar fama y fortuna era motivados por el intento de complacerla, de darle. Nunca se saciaba, una casa más grande, un auto más lujoso, una barrio más exclusivo, un cuerpo más perfecto, un estilo de vida mejor. Hambre interna, como ya dije.
—Mi esposa. La propongo a ella, pero, no sé como podrías comprobarlo.
Belial se puso las manos en las caderas y ladeó la cabeza.
—¿Tienes esposa?, ¿y querías intimar conmigo?
Sonreí, él era todo un personaje.
—Nunca dije eso, Belial. Entonces, ¿cómo?
Él pareció pensarlo por un minuto.
—Le puedo poner dos sebos, y según ante cual caiga...
Hice un gesto afirmativo. Sí, era una buena idea.
Belial me dejó solo. En ese paraje sombrío no había nada que hacer. Antes de desaparecerse me trajo agua y comida. Me dijo que los tomó de una mesa en donde a los condenados se les ponía en frente toda clase de manjares a los que no podían acceder, porque al tacto con sus manos la comida y la bebida se desintegraban, también sus manos. Eso debió quitarme el apetito, pero sinceramente no lo hizo. El egoísmo hubiera sido otra apuesta fuerte.
No sé cuanto tardó pero volvió con una túnica distinta y el cabello recogido en una coleta.
—Ya está.
A sus palabras les siguió un gesto con sus manos. Un portal se abrió delante de nosotros y pude verla.
Acababan de llamar por el portero eléctrico. Un mensajero le dejó una caja sellada.
Ella, con sus diminutas manos perfectamente esmaltadas en rojo, tomó un cúter y la abrió con cuidado. Conforme leía la misiva que acompañaba a una carpeta gruesa y a un sobre cuadrado y grande, sus ojos parecían dos platos.
—En la carta dice—me relató Belial—" Soy Connor, no puedo decirte dónde, pero estoy atrapado. Por favor, mi amor, lleva las fotos y la carpeta a lo policía, solo me queda una hora de vida ( mi plazo se termina a las dos de la tarde) ellos entenderán, sabrán dónde buscarme. Antes, copia las hojas y escanea las fotos, para que después de salir de allí las lleves al Journal de Manchester, el editor está esperando también esta información, saldrá en primera plana, nos pagará cinco millones de dólares, si llegas, también antes de las dos de la tarde. Pero te aclaro, quiere recibirlo en persona, de tus manos a las suyas. De ti depende mi vida y nuestro éxito, Claire, confió en ti, y te amo.
Entendí que este era el primer sebo, mi seguridad o mucho, mucho dinero. Como sabía que el peligro era falso ( en cierto modo) esperé que fuera primero al Journal. A las dos quince estaría en mi casa tomándome un buen trago.
Ella entró a mi oficina con prisa e hizo los escaneos y las copias, luego subió a su auto.
Arrancó. Llevaba mi destino en sus manos y pude ver su corazón cuando tomó la avenida principal para dirigirse a la estación de policía.
Me quedé sin palabras, mi esposa realmente me amaba, que cínico había sido.
Solo por diversión, porque aunque faltaba un sebo el mío me había dejado como perdedor, seguimos mirando. Llegó como una flecha y exigió hablar con el comisario. La atendieron y ello entregó los papeles, solo faltaban veinte minutos para las dos, y el Journal estaba a una media hora en auto.
La falsa información se deshizo antes de que le pusieran un ojo encima y cuando Claire ya cruzaba la puerta de salida. Pensé que se quedaría a esperar, a ver que pasaba conmigo, pero bueno, me había elegido. Tampoco podía pretender todo; dejó actuar a la policía.
Cuando llevaba cinco minutos en el auto, se detuvo a un lado de la calle. Tomó su móvil y marcó.
—Hola. Con el señor Brumer, el editor general... Ok, espero... Señor Brumer, sé que está esperando cierta información que saldrá en primera plana mañana por la mañana. También sé que el pago en cuestión es de cinco millones de dólares. Soy Claire Rivers, no llegaré a tiempo pero, hagamos un trato, usted me espera veinte minutos más, y yo a cambio le entregó todo sin pago alguno. Pero hay un pequeño detalle... Quiero que el encabezado lleve mi nombre, no el de mi esposo.
No hacía falta un segundo sebo.
—Rationem habeamus.
Belial lo susurró a mi oído, tenía la razón, el orgullo pudo más que la ambición, por lo menos en esta ocasión, y me condenó... Gracias, mi amor.
Desde ese día yo permanezco aquí, en el seno de Abraham. Belial me visita todos los días ( o eso calculo, es difícil llevar la cuenta ) y me trae cosas. Tengo revistas, la mayoría pornográficas, por esto de que lo que me consigue sea parte de la tentación de los condenados. Comida que a veces tiene restos de falanges. Bebida que también. Látigos con los que no sé que hacer salvo adornos muy raros. Juegos de contenido cuestionable. En fin, cosas que solo pueden encontrarse en el lado deshabitado del averno, que es dónde estoy por orgulloso, y en dónde me quedaré por el mismo pecado.
A veces pienso en besar a Belial para asfixiarme y terminar con todo... no puede ser tan malo morir en su boca.
Oh, sí, el destino es un guía bipolar, y a veces sus pasos te conducen a lugares extraños.
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