S E I S
M O R N Y
Calum Prince había encontrado un genuino amor por admirar el cambio de colores en el horizonte y los relieves formados por las estructuras de edificios perfectamente acomodados qu mostraban los ventanales de aquel departamento donde nací. Y, en esos días donde la soledad y la frustración eran sus únicas compañías, la majestuosa vista que tenía tan solo al abrir los ojos parecía ser lo que más necesitaba.
Apenas recuerdo lo que se podía visualizar a través de ellos sin encontrar la obstrucción de las bolsas negras y la basura que nunca me permitió conocer más en mis primeros meses de vida. Él, por su parte, corrió suerte de no tener los mismos obstáculos que yo alguna vez, al menos no la mayoría.
No está en mis posibilidades saber lo que sintió aquella mañana, o hacerme una idea absurda y sin fundamentos de sus sentimientos, pero sé que era una de esas mañanas donde su estómago le rugía con impaciencia y él lo ignoraba absortó en aquella imagen y en los sorbos que le daba a su taza de café.
Había encontrado un deleite inusual al experimentar como el líquido caliente bajaba y se evaporaba en lo más profundo de su tripa vacía luego de una noche de desvela. La enorme enciclopedia de la historia universal del arte, el segundo tomo exactamente, reposaba sobre su cama, abierta en la misma página, dejando ver el cuadro que lo mantenían en vela desde años atrás.
Calum Price poseía dos aficiones concretas y muy extrañas: ayunar como castigo de una noche en vela y fantasear despierto solo para admirar el estoico rostro en una pintura de hace siglos.
Siempre desayunaba, almorzaba y cenaba a solas, pero ese mediodía recibió una llamada justo antes de resignarse a ordenar comida para no morir de hambre.
A veces me considero escéptico del poder que tienen los hilos del destino al ejecutar sus actos y a veces, como esa, en las que me abstengo de no comentar. Aunque quizá haya comentado algo justo cuando él se alistaba para salir, quién sabe.
Mientras conducía hacía el lugar en el que siempre se reunía con sus compañeros, la misma obra de arte, los mismos ojos y el sentimiento de que aquella llamada le iba a traer algo más que un almuerzo le deshacía el paladar y le hacía sentir un hambre descomunal.
Aparcó y corrió al interior de esa cueva olorosa a humo, pintura y humedad sin prestar atención a los espejos y a la estructura negra que le daba la bienvenida a todos los que tuvieran la llave, ni siquiera a las personas que lo saludaban.
—Pensé que ibas a dejar que esto se enfriara —manifestó su amigo al verlo.
Apagó el cigarro en la grama acomodando su postura sobre las almohadas tras de él. El cielo estaba nublado y la vista frente a ellos era solo un pequeño coliseo que terminó siendo el basurero ideal para cuadros que terminaron siendo un desastre. Calum tomó asiento alado y cogió la bolsa comenzando a devorar lo que había dentro.
Vio a su amigo de perfil quien miraba el horizonte y reía en silencio negando con la cabeza. No era propio de Kenner mantener la boca cerrada demasiado tiempo, para Calum fue un acto descortés teniendo en cuenta el año de amistad que tenían.
—¿Qué pasa?
—Acabo de enterarme que repetiré el año —comentó Kenner sin despojare de su buen humor—. Pensé que sería fácil timarlos, pero me descubrieron.
—No estás muy viejo ya para cosas escolares —Se mofó Calum antes de tomar un trago de su bebida—. ¿Al menos tienes una buena noticia hoy?
—Nada relevante además de esos malditos quitándome la oportunidad de estudiar fotografía como es debido.
—No te esfuerzas y te quejas.
Kenner soltó el humo.
—Igual tengo derecho a quejarme.
Una vez terminada la comida entraron al lugar.
No sé cómo es en realidad ese lugar al que Calum una vez llamó hogar, pero las fotos tomadas por algunos periódicos me hicieron hacerme una idea de todo lo que podía contener aquel depósito de seudo artistas que tanteaba la drogadicción con los pinceles, cinceles y lienzos que sostenían la mayor parte del tiempo.
Gozaban de un cuartel en el que los de escasos espacios para crear o para doparse podían desplegar sus ideas sin ser interrumpidos.
Tenía su elite, sus reglas (las recordaban luego de los altercados y pasado el efecto de las drogas) y monitoreos de las autoridades que no se fiaban del horrendo aspecto del exterior. También su propio sistema de distribución de materiales de trabajo y sustancias de todo tipo.
Para todos los que frecuentaban ese sitio, y aún poseían sus cinco sentidos casi intactos, era la combinación perfecta para definir la delgada línea entre el arte y la locura.
Muchos de los que cruzaban sus puertas lograban ser reconocidos en el mundo del arte, ganando un lugar que nadie podía quitarles fácilmente, sin embargo, la otra mitad nunca corría con la misma suerte ni les importaba.
No tenían nombre, ni horizonte al cual dirigirse, solo un deseo unánime: crear sin importar destruir a su paso.
Tal vez todo fuera cierto, o tal vez mi criterio hacía Calum puede tonarse en contra de quienes lo rodearon. Pero, no me duele hacer de mi opinión algo contraproducente para aquella fábrica de artistas, lo de juzgar a todos por las acciones de uno solo no siempre debe ser algo incorrecto.
Calum recorría ese sitio con mucha frecuencia y no se cansaba de encontrar nuevas obras que le robaban el aliento, y al mismo tiempo lo hacían maldecir la falta de inspiración de ese tiempo.
Kenner se quejó de todo el sistema educativo, pasando por alto la falta de interés que lo corría a la hora de estudiar y Calum solo ignoró su voz para concentrarse en lo que sea que fuera la última escultura que iba a ver armada en la galería principal de ese cuartel.
—Mira, no pensé volverlo a ver en un tiempo —La voz de Kenner alertó a Calum, haciendo que este volteara la cara hacia la dirección en la que veía su amigo—. No me digas que aún no son amigos.
—No somos amigos —sentenció él, mirando al hombre acercarse como una fiera.
A nadie iba a sacar de su mundo la enorme figura de John Rinaldi tomando del cuello de la camisa a Calum. Después de todo, la mayoría ya estaba cansada de las discusiones y no iban a hacer nada hasta ver que alguno se abalanzara sobre él otro con intensiones asesinas.
—¡No sé qué paso con Theo, pero te juro que te lo cobraré! —Le rugió John, acercándose a él.
John Rinaldi le doblaba la edad a Calum por muchos años y aun así venía con todas las intenciones de matarlo a golpes ahí mismo sin importar que. Las peleas de aquel lugar nunca solían ser limpias y John sabía muy bien eso, porque de su generación habían descendido muchas tradiciones vigentes.
—Puedes avisarme cuando lo hagas, en serio no quiero estar ocupado eso pase. Sabes que amo tus visitas.
La voz de Calum hizo que le hirviera más la sangre y de no haber sido por la intervención discreta que les proporcionó Kenner al interponerse entre los dos; lo que comenzó con unos jalones y unos susurros habrían terminado en algo a lo que ese lugar estaba acostumbrado.
John sonrió frívolo y Calum lo imitó.
—El juego al que te gusta jugar lo inventé yo. No creas que te dejaré ganas así de fácil —comentó John, sacudiéndose la ropa. Lo que menos deseaban era salir de ahí con la ropa arrugada.
—No lo dudo —margulló Kenner con la cabeza gacha.
Quizá se dijeron más cosas de las que escuché en las declaraciones finales, pero nunca he tenido muy buena memoria para aquello que en realidad no me interesa en lo más mínimo. De Eleonor puedo recordar cualquier detalle de sus conversaciones, competencias, bailes...de ellos y de ese lugar solo puedo recordar lo esencial.
John se fue dejando una amenaza y una venganza en progreso. Calum recibió eso como un reclamo más, sin importancia y sin repercusiones, de todos modos, él solo creía en la acción, no en las palabras. Se jura en silencio y se mata en la oscuridad, le dijo a su amigo cuando no vió la figura de John Rinaldi por ningún lado.
—Si tengo una buena noticia —dijo Kenner despreocupado de lo que había pasado y de las palabras que le dedicaron a su amigo.
—¿Cuál?
—Conozco a la gente con la que voy a estudiar —Calum asintió tomando asiento en una de las sillas disponibles—. Tengo una amiga que también va a repetir y ella tiene amigas que cursaban ese curso. Déjame ver si consigo una foto de mi amiga y sus compañeras de baile que estudiarán conmigo. Las trate alguna vez, pero creo que ahora si serán relevantes para mí.
—Aja...
Lo vió teclear en su teléfono y decidió perdió en la infinidad del techo intentando buscar una respuesta para finalizar el bloqueo que le agobiaba el alma y tentaba contra su existencia.
—La encontré. El internet es una mierda aquí, pero lo logre —dijo pasándole el teléfono a Calum.
Con pesar posó su vista en el aparato dispuesto a maldecir a cualquier puta de la imagen por hacer de su único momento de relajación algo despreciable.
No supo qué fue lo que golpeó su cuerpo cuando sostuvo ese aparato rectangular en su mano, una ola fría impactó sobre su rostro y de repente todo el aire de sus pulmones lo abandonó. Solo una mirada le bastó para creer en seres divinos postrados sobre tronos de oro que habían dado por finalizada su existencia llena de agonía con aquel regalo tan inesperado.
Sus dedos temblaron al ampliar la imagen y su corazón dio un vuelco completo latiendo en una frecuencia que lo ensordeció. Preguntó el nombre de aquella muchacha sin entender lo salía de su boca, porque su lengua se había dormido sin explicación y por más que la mordía no lograba hacer que volviera en sí.
Nunca logró disfrutar de todas las bobadas que soltaba Kenner Davis y muchas veces se lo había hecho saber con la intención de hacerlo callar, pero nada de eso resultaba. Sin embargo, esa vez y solo esa vez, cada palabra que salió de la boca de Kenner le resultaron tan relajante como una sonata de violines tocados solo y exclusivamente para él.
—Eleonor Leone.
El nombre de mi compañera había sido dicho por muchas personas, pero si alguien hubiera escuchado el estruendo que hizo Calum al sostenerlo en su boca y saborearlo, nos habría advertido de la catástrofe que se avecinaba.
Solo quiero decir que este capítulo me enorgullece por haberlo escrito todo en una noche.
Valió la pena la desvela. :'D
Espero lo hayan disfrutado, por favor no olviden compartir sus opiniones acá.
O acá.
Los leo en el próximo capitulo, besos.
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