O N C E
Cuando dos humanos se conocen y se atraen el uno al otro son tan narcisista de compararlo con la explosión que dio origen a todo lo que nos rodea.
En el caso de Eleonor, lejos de haber mariposas y fuegos artificiales, como ella me aseguró la mañana siguiente, había caos sin control y sin explicación.
Dos de las tres veces que Eleonor reveló sus sentimientos prematuros hubo caos descomunal.
Con la llegada del sol al día siguiente todo dio un vuelco extraño para ella, su familia y yo.
Y todo comenzó con el tronar de un teléfono que, evidentemente, no era de mi dueña.
El teléfono sonó y sonó sin parar haciendo que Eleonor se moviera bajo las sabanas en su prematuro despertar, ambos volvimos a la calma anterior luego de que el ruido cesara. Pero, para colmo el ruido se hizo presente una segunda vez causando molestia colectiva.
<<Apaga eso>>
Gruñí cansado de tanta insistencia con el timbre del teléfono.
—No sé dónde está —chilló, rebuscando en los alrededores.
Eleonor se levantó y la cama se movió con violencia. Buscó el causante del ruido por todas partes luego de ver que su teléfono aún seguía pagado, y lo encontró en el bolsillo de la ropa que usó la noche anterior.
De repente, se congeló.
Con el teléfono en la mano de su rostro brotó una neutralidad preocupante. Su boca hacía para abrirse, pero nada salía. Lo que más me sorprendió no fue el estado en el que un simple objeto la dejó, sino la capacidad de actuación, o valentía, para en ese mismo estado de trance contestar la llamada que, por tercera vez, hizo sonar el teléfono.
Su voz no titubeó, aunque su cuerpo no dejaba de tener espasmos sutiles.
Posiblemente, no era por la llamada en sí, ya que respondía las preguntas que la persona del otro lado le hacía sin tanto problema, y dicha calma perduró hasta que la llamada fue finalizada.
No era la llamada, como pensé, era el objeto en sus manos.
Caminó a la cama y se ocultó bajo las sabanas, donde me colé y pude ver que como el objeto en sus manos le causaba tal perturbación.
Lo miraba en sus manos como si nunca hubiese visto nada igual. Así estuvo largo rato, hasta que lo encendió y su rostro cambió la expresión neutra.
Una sonrisa ancha y un esplendor invisible la cubrió, mientras revisaba lo que fuera que hubiera en ese aparato. Lo acunó cerca de su cara y cuando tuvo oportunidad cerró los ojos sin dejar de tocarlo con alguna parte de su brazo.
Las oportunidades se presentan de formas extrañas, tanto, que resulta difícil pensar que eran casualidad del universo.
Ese aparato, aunque inofensivo, causó tal estremecimiento en la tierra que solo pasar cerca de él me resultaba de mala espina.
El espejo negro en el que mi cara se reflejaba en los momentos en que pasaba por un lado sin querer, me dejaba ver como el mal del mundo se acumulaban en un rectángulo inmóvil.
Eleonor y yo veíamos películas en un teléfono, y ahora un teléfono nos arruinaba la mañana, así como así.
El sábado entró a nuestras vidas como la brisa turbia antes del huracán. A finales de mayo el clima dejaba de ser inquieto para dar paso a una estática plenitud que nos curaba a todos y nos preparaba para lo peor.
Recuerdo el ambiente de calma que predominó ese día, porque, al final, lo que había pasado a la vista de la luna jamás sería descubierto por el sol.
El desayuno fue tan extraño como toda esa mañana en totalidad. Ella nunca comía en el cuarto y esa vez se dio el placer de llevarse la comida a nuestra habitación para seguir mirando el contenido del teléfono: con tantas ansias, con tanto entusiasmo que era inevitable no querer saber lo que contenía ese aparato.
En momentos lo dejaba para enfocarse en cualquier otra cosa. Por ejemplo, esa mañana se dedicó a coser los botones del traje que llevó a su última competencia, sin embargo, en sus manos y su semblante se notaba ansioso.
Se pinchaba cada vez que su vista se alejaba de su tarea para mirar el aparato.
El ambiente era raro, había mucho silencio.
Mirar a Eleonor era una escena congelada en el tiempo y todo por culpa de aquella cosa. Y aunque no lo tocara, el aparato tenía el poder de paralizar los pensamientos en un propósito que era desconocido.
Cuando Iván entró al cuarto el silencio y la quietud sucumbieron ante la realidad que entraba por la puerta. Por fin, Eleonor tuvo noción de que el tiempo corría en su contra.
Se aproximó como siempre lo hacía: precavido, inspeccionando todo a su alrededor, mirando todo antes de poner sus ojos en mi dueña. Le sonrió como siempre le sonreía: con un pequeño gesto a penas visible.
—Quiero tu opinión antes de hacer lo que voy a hacer —La solicitud logró que Eleonor escondiera con rapidez el otro teléfono.
El movimiento tan repentino me hizo pensar un poco las cosas, pero la voz de Iván volvió a sonar:
—Para el aniversario de tu madre y el mío quiero llevarla a un viaje, ¿crees que le agrade la idea?
—La idea de dejar a su nenita sola, claro que no. Lo otro, si —Se mofó mientras tanteaba la mano en el lugar donde guardó el móvil.
—Es en serio...
—Necesita un lugar cálido, si no es una playa no importa, lo importante es sacarla de este clima frío tan raro. Creo que eso le gustaría.
—¿Todo menos el frío? —inquirió él con expectativas en la respuesta.
—Todo menos el frío.
<<Todo menos seguir aquí encerrada con esas mujeres>>
—Exacto... —margulló dándome golpecitos en la cabeza. Sabía que el comentario le causaría gracia.
El cuarto se quedó en silencio mientras Iván se perdía en sus pensamientos y Eleonor seguía tanteando la mano en el mismo lugar sin quitarle la vista.
Las palabras que se dijeron luego el uno al otro se perdieron en el letargo de mi mente, pero era claro que hallaron en el calendario una fecha para pactar.
En la madrugada del domingo, cuando debimos estar dormidos, ambos estábamos hipnotizados con una película, una comedia romántica repetida un millón de veces.
Hasta que la segunda llamada irrumpió en nuestras vidas.
Tal vez si hubiera ocultado mejor ese teléfono y no solo haberlo puesto debajo de su almohada, el tono del celular no habríamos escuchado jamás.
Si lo hubiera apagado, la llamada jamás hubiera entrado.
Quizá si no hubiera deslizado el dedo, ubicado en la oreja y pronunciado un saludo, posiblemente la visión del pasado que tengo no me parecería tan magnifica e inquietante como ahora.
Se creó un bucle de silencio luego que descolgó la llamada.
—¿Quién es?
Tras la línea alguien había revelado la identidad.
Podía saborear el nombre de quien fuera que se encontrara atrás de ese teléfono, por desgracia a mis oídos nunca pudo llegar la respuesta, pero si pude ver de primera mano la reacción de Eleonor al escucharla.
Saltó de la cama como si algo le hubiera picado, dejándome perplejo y casi estampado en el piso de no haber estado en el lado contrario.
<<¡Qué ocurre contigo!>>
—Guarda silencio un segundo...
<<Cómo pretendes que le haga caso a la que casi me tira de la cama por andar saltando>>
Caminó por la habitación rascándose la cabeza y el cuello con intranquilidad. Hizo señas con su dedo para que callara. Así lo hice, aunque quería distraerla por haberme sacado de mi comodidad. Guarde silencio en el peor momento.
—Perdón, Ca...—El sonido quedó en el aire, encerrado en su lengua, privado a mis oídos—. Yo no sabía que lo tenía en mi bolsillo. Pensé que era el mío...
Algo dijo la voz del otro lado que, a pesar de hacerla callar, le sacó una sonrisa ancha, de esas que no salían de sus labios con continuidad. Hizo un gesto extraño: mordió sus labios para luego soltarlos en un suspiro, era una señal de que estaba completamente ida.
—Sí. Bien, pero yo le mandé mensajes y nunca los respondió, lo llamé e igual...Yo supongo...—murmuró tambaleándose de un lado a otro—. ¿Ah? ¿Qué?... ¿Y eso cuando sería?... ¿Pasado mañana? —Su voz comenzó a alarmarse, pero jamás llegó a subir su tono. Caminó hasta el calendario y en la oscuridad tanteó en las fechas—. Ok, el lunes...en realidad no sé qué hora, pero el lunes será. Bien. Igual.
Colgó y se tiró desde arriba en el colchón haciéndome rebotar. Otra vez.
<<¿Puedes dejar de lanzarte en la cama?>>
—Tiene que ser un sueño. —susurró, ignorando mi voz.
<<¿En el cielo la gente estampa los gatos en el techo? ¿Me dirás que tienes?>>
Negó risueña. Menuda idiota creó esa llamada.
En los escasos retazos de luz la vi ocultarse en las sabanas, murmuraba cosas y soltaba risitas por lo bajo...una y otra vez hasta conciliar el sueño.
Por mi parte miré por la ventana un rato más, disfrutando el paisaje de calma que me otorgaba la noche. No despegué la vista de la ventana que daba a la calle principal, ni dejé de prestar atención al sonido de un auto que crecía con una lentitud agobiante para un mundo siempre en constante movimiento.
El auto pasó frente a la casa, y estando en la misma distancia pude sentir la vista del conductor hacía mí en esa milésima de segundo.
Eleonor comenzó a amar los lunes, porque desde ese día los vió como una nueva oportunidad de dibujar un horizonte que la hiciera más feliz.
Cuando bajé la casa se encontraba en su estado natural, nunca se notó esa necesidad de cambio en el ambiente.
Me aproximé a la cocina donde los tres se encontraban desayunando y charlando; puede que yo estuviera con la concentración puesta en mi comida, pero mis oídos lograban captar cada palabra de la conversación.
Ese año se dedicaría a la academia casi en su totalidad hasta que Henry interviniera con sus propuestas de estudio. Así que Florencia o Iván, uno de los dos, quizás ambos, propusieron ponerla de nuevo a trabajar en la cafetería de Iván a medio tiempo.
La propuesta flotó en el aire por largo rato, sin obtener alguna opinión de Eleonor.
Recuerdo las veces que iba después de clases, hasta que cierto incidente la alejó por completo. No parecía molesta de volver, tampoco contenta, más bien se notaba neutral a la idea.
El silencio que ella les ofreció a sus padres no fue por rebelión, sino por la distracción que la llamada del día anterior le había causado. Si sus pensamientos hubieran sido oídos, de su cabeza se pudo haber escuchado el balbuceo nervioso con el que solía hablar sobre un evento como ese.
Ella afirmó su gusto por ayudar en el negocio de Iván. Ni más ni menos.
Luego de eso sus padres terminaron charlando entre ellos de temas triviales; ella apenas participaba, respondía en monosílabos o con la cabeza. Y vigilaba mis movimientos atentamente. A mí, el único de la sala que sabía de lo que acontecería ese día.
Era evidente su nerviosismo.
Tenía la misma expresión que un ser en desamparo, pero de sus ojos brotaba un cierto brillo subversivo que a la simple vista solo se trataba de una desconexión con su realidad.
Esa mañana me pregunte: ¿qué era la realidad además de un espasmo subjetivo de los momentos turbios que entran a nuestra vida sin avisar?
Se levantó de la mesa, lavó su plato y al ver que yo había terminado me tomó en brazos. Caminamos hasta la puerta con la intensión de salir, pero ella se detuvo a medio andar.
—¿Qué van a hacer hoy? ¿Van a salir?
—Obvio —margulló Iván antes de tomar otro trago de su taza.
—Iván va a trabajar y yo voy a salir a comprar unas cosas, ¿quieres acompañarme?
La mano en mi torso apretó su agarre, lo cual me cogió desprevenido. Maullé en reproche, ella aflojó la mano.
—En realidad, por eso quería saber, para decirles de ante mano que quiero hacer absolutamente nada productivo. Solo por hoy, claro, ya mañana es otro cuento.
Iván encogió los hombros a la nada, Florencia rodó los ojos y Eleonor suspiró satisfecha por su cometido.
Estando en la habitación, la vi correr de un lado a otro debatiendo si lo que hacía era algo de origen bueno o malo.
Era evidente que lo que la tenía así era lo mismo que la mantuvo emocionada la noche anterior.
Ninguno hizo ruido. Ambos anhelábamos cosas distintas en nuestro silencio. Nuestros ojos se encontraron y ya no hubo punto ciego que captara nuestra atención.
Quedamos frente al otro, aguardando el más mínimo sonido del exterior.
El teléfono de Eleonor sonó.
Y bastó con una vez para que ella se lanzara a tomarlo.
—Hola —Hubo una pausa repentina que la hizo rodar los ojos y luego sonreír sin más—. Si, bueno, pero tienes que esperar a que yo...
Sus palabras fueron cortadas por la despedida que Iván y Florencia le dieron desde el pasillo. Salté de la cama para salir de la habitación. Tal vez fue un instinto predeterminado para evitar los acontecimientos posteriores.
Al irse ellos dos, se creó el silencio perpetuo.
Con ellos fuera del perímetro mi impaciencia aumentó más y más.
Brinqué a cada ventana de la cual pudiera ver al exterior, sabía que algo iba a pasar, que alguien iba a llegar. Que la sensación extraña en mi pelaje significaba algo más que frío.
Y sucedió.
El ruido que escuché anoche, aquel que producía un auto azul se intensificó más a mis oídos. Sin darme cuenta la visión de ese auto azul pasando por la casa a medianoche comenzó a existir a plena luz del día.
Todo lo que una vez fue una pesadilla, hoy son recuerdo de una vida ajena.
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