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O C H O


 Dejando atrás cada una de los malos entendidos y falacias que de cierto modo llenaron de intriga ese último año escolar de Eleonor, he de confesar que a pesar de la brevedad que el tiempo nos ofrece tenemos la capacidad de recordarlo casi toda la vida, pero hay actos que crueles con los que esos recuerdos deben compartir espacio.

La maldad siempre fue un concepto a la altura de mi entendimiento y lo que observe, detenidamente, esos años con Eleonor me hizo entender que no solo se mide contando cuanto se ha matado, o robado, o embaucado, sino también cuantas veces se ha defraudado, engañado y, en el caso de Eleonor, ocultado.

Puesto que en un principio el rol de padre lo poseía Iván en palabras, asumí que no debía buscar respuesta a mis dudas sobre la existencia de otro al que perteneciera el rol.

El nombramiento de Henri Leone y su aparición, desde mi punto de vista, en la vida de Eleonor fue exactamente seis meses después de mi llegada.

Para Eleonor, Henri era un punto tan débil como una herida abierta.

Para mí, Henri era la medula de los problemas de Eleonor.

Cuando mi contacto con los humanos llegó a ser tan amplio como lo era estando con Eleonor me di cuenta que a pesar de las similitudes y virtudes que los hacen iguales a mis ojos, en realidad, mirándoselos de cerca era evidente saber que raza era más débil que otra.

Mi dueña pertenecía a ese grupo de híbridos cuya debilidad recaía en el desamparo de alguno de sus padres; estaban quienes tomaban ese desamparo como motivo de sus excesos, otros destinados a seguir la cadena y los otros que eran premiados de cierto modo por la vida.

Hasta ese momento yo alcancé a comprender que Eleonor era del grupo que había sido premiada en ciertos modos: se habían alejado del malestar indirecto que le provocaba a ella y a su mamá el vivir en la misma ciudad que Henri y habían conseguido un remplazo que daba la talla.

Para seguir a Iván, Florencia y Eleonor dejaron atrás muchas cosas: objetos, lugares, amigos y malos recuerdos, muchos de esos encadenados a Henri por malos azares del destino.

Henri Leone siempre había lamentado el alcance de su reputación y como esta actuaba como una espada de doble filo que le otorgaba oportunidades, reconocimiento y respeto en el mundo académico como unos de los exponentes del misticismo histórico del continente americano entero y al mismo tiempo era la causante de la separación entre él y su hija favorita.

El profesor Henri Leone, tan comentado por sus libros y conferencias no era más que un ser condenado a la vivir una vida con las personas incorrectas.

Eleonor era la menor de tres hermanos; sin embargo, Henri no era de los que acataba ese dicho de que los humanos no poseían preferencias entre sus hijos, pues sus dos hijos mayores, Clara y Roger, no le producían el mismo amor que sentía cuando veía a su pequeña en esas semanas en las que podía escaparse de sus deberes e ir a visitarla.

Por ello, no dudaba en pelear miles de batallas secretas contra Iván James con tal de no perder lo que era suyo.

Cinco días antes del acto de graduación de Eleonor la vi contestar una de esas llamadas en las que su presencia estaba ahí, pero su mente se perdía entre los confines de sus pensamientos.

Cuando entré a la habitación y vi esa imagen no dudé en subir a la cama para observar las reacciones que ambos hacían al escuchar las palabras del otro.

Henri desde la pantalla lucía imponente en todos sentidos, su cabello era oscuro con algunas canas que apenas era visible por el espacio no tan poblado en su cabeza, su cara estaba cubierta por una barba de leñador bien cuidada con algunas excepciones de pelo gris, las arrugas en zonas específicas iban acorde con los años que llevaba encima.

Aunque el parecido con Eleonor se basaba en detalles vistosos, los ojos azules de Henri denotaban un brillo de complicidad evidente y una tristeza igual a la de su hija.

—¿Qué vas a hacer esta semana? —Le preguntó la visión de Henri a través de la pantalla del teléfono.

—¿Cómo de qué voy a hacer? Ya te lo dije en un mensaje, papá —Al decir eso sus ojos se posaron en mí y me acercó más a ella. Ahí tuve mejor visión y audición de lo que ocurría—. Ya empaqué para irme mañana a la competencia...

—¡Ah! Si, si, si —exclamó de repente. Se quitó la corbata y dio un trago a la taza en su escritorio—. Lo que quería decir era que cómo vas a hacer para no perderte tu acto de graduación.

Y así se creó el primer silencio incomodo en la conversación.

Mientras ella pensaba, él hacía cualquier cosa para no mirar tanto la escena hasta que su teléfono sonó y tuvo algo que hacer: contestarle a su esposa.

Si bien yo entendí bastantes cosas de los humanos había otras que yo no comprendía del todo como lo era guardar el parentesco que se tenía con una persona al mundo.

Muchas cosas contribuyen a la destrucción de las personas, en el caso de Henri fue guardar a una hija como el mayor de los tesoros para que la miseria que lo rodeaba no llegara a tocarla jamás.

Colgó el teléfono de su escritorio y recobró el afín por continuar la llamada.

Era...bueno, no importa, ¿qué decías, Eleonora?

No me llames Eleonora —gruñó ella entre dientes—. ¿Cuál es el empeño de decirme así?

Henri sonrió por la cara de enojo que tenía Eleonor.

Pero si ese era el nombre que te iba a colocar —Por alguna razón ella río por lo bajo seguida de él.

«Ya oíste, Eleonora, obedece a tu papá»

Eleonor gruñó y dejó de acariciarme. También la saqué de quicio.

No me gusta.

No te enojes conmigo, sabes que amor la cara que pones cuando te digo así —Henri sonrió y Eleonor puso los ojos en blanco.

Aja, ¿vas a venir o no? Tenemos que discutir sobre el artículo que estas escribiendo.

—No puedo discutirle a mi editora favorita, aunque...

—Si pones una excusa esta vez juro que no te vuelvo a contestar una llamada —sentenció Eleonor cruzada de brazos.

Se sumieron en un segundo silencio que plagó ambos ambientes de total incomodidad. Preguntas furtivas y silencios incómodos era de lo que se nutrían aquellas llamadas.

Estaré en Virginia para dar una conferencia en el Ferrum College. No sé qué tan apretada este mi agenda, pero prometo asistir al acto...

—¡Si, si, si! Lo comprendo, pero, por favor, tienes que venir, creo que me darán algo por ser la primera con mejor nota en el año, ¡debes estar ahí! ¡Por favor! —chilló, juntando las manos en forma de ruego.

Te dije que no iba a prometer nada, que te baste con que haré todo lo que este a mi alcance para ir. Pero si no llego, Eleonor —La llamó, ella lo miró fijo—, sabrás que por lo menos lo intente, ¿verdad?

El silencio se prolongó en tanto Eleonor se debatía en negarse a la propuesta y buscar un mejor resultado. Su padre no era de fallarle, pero las posibilidades no verlo ahí le encogían el corazón.

Desearía que me pudieras acompañar en mis conferencias, pero a veces se me olvida que eres una semi celebridad en las competencias a las que asistes.

—Ya llegará el momento —Le aseguró con una media sonrisa.

«¿Y me vas a llevar?»

—¿Puedo llevar al gato a tus conferencias?

—No —soltó Henri.

«¿Por qué no?» La miré esperando una respuesta, pero ella estaba ocupada frunciéndole el ceño a la pantalla, preparada para hacer una pataleta como si fuera una niña pequeña. Delante de Henri podía considerarse una niña pequeña.

—No.

—¡Papá!

—¿Qué va a hacer un gato escuchando las charlas de dos horas que doy?

«Burlarme y quejarme por dos horas, ¡dah!»

Eleonor abrió la boca, no sé si para quejarse de mi comentario o reclamarle a su papá por no dejarme ir con ella, pero Henri se le adelantó interrumpiéndola.

Además —Se incorporó en su asiento y puso los codos en el escritorio tomando la postura de rector que intimidaba a sus estudiantes—, tenemos que discutir el asunto de la universidad a la que vas a asistir.

—Aún tenemos tiempo —alegó estirando los brazos sobre su cabeza—. Ya sabes lo que quiero estudiar y donde quiero estudiar. Solo falta que muevas tus contactos.

El hombre a través de la pantalla cubrió su boca con el puño, tal vez para ocultar la sonrisa y mantener el semblante serio de quién desea negociar para llegar a una tregua. Yo miré a mi compañera y la encontré con una sonrisa de triunfo arrasador, de esas que le quedan después de una competencia; no había tregua, solo un trato que su papá tenía que cumplir.

Haré un esfuerzo, Eleonora —deletreó ese nombre borrándole la sonrisa de la cara.

Lo que sea —murmuró Eleonor removiéndose incomoda—. Por lo menos dime que si me vas a enviar lo que has escrito, porque no puedo creer que hayas tomado el rol de los libertadores como actos infravalorados a nivel sociologico. Ni siquiera he visto nada bueno de sociología con este estúpido sistema educativo.

Henri sonrió. Entre él y Eleonor había una especie de complicidad en los temas de historia. Era extraño e irónico esa complicidad, siendo él profesor de historia solo había heredado ese gusto a uno de sus tres hijos. A su favorita, por suerte.

Vaya, espero que no te haya removido la fibra nacionalista, niña —Se mofó aflojando su corbata.

—¡Uy, para nada! Pero...

Antes de que ella pudiera hablar, él chasqueo la lengua mirando su reloj. Eleonor guardó silencio porque ya sabía lo que le seguía a esa llamada.

Mi niña, va tener que ser en otro momento porque ya debo ir a casa. Adiós, cuídate. Hablamos después. Te quiero.

Fue otra llamada finalizada con la que dejaba a Eleonor con la palabra en la boca. Era molesto de ver y aunque yo esperaba alguna reacción con este sentimiento lo único que avistaba era serenidad en los movimientos de ella, como si aquello hubiera tocado su corazón de cierto modo.

También...

Me dejó en la cama al lado del aparato y se dispuso a terminar de meter la ropa que le faltaba.

Esa vez iba a ser otra competencia fuera del país de esas que la hacían desvelarse horas extra.

Pero esa semana no solo se trataba de mantener la jerarquía de la academia de forma internacional, sino también de su graduación: un acontecimiento que la tenía con los pelos de punta desde principios de año.

Ella hablaba sobre una ceremonia que determinaba el final de su etapa escolar con la entrega de un diploma. Nunca pensé estar presenciando un evento que tuviera a Eleonor tan nerviosa y en el cual no ameritara fingir que era otra persona para sobrellevarlo.

Era un año de nuevas experiencias.

Tocaron la puerta con tres golpes, Eleonor caminó a la puerta para dejar pasar a Iván. Venía con las manos tras la espalda, ocultando una bolsa de color negro que solo distinguí por el espacio que relucía en la hendidura de sus piernas.

—Te traje una cosa —confesó alternando la vista entre Eleonor y la enorme maleta sobre el escritorio.

Pensé que estabas en el trabajo —El tacto frío que Eleonor adoptó para esa simple frase me sorprendió.

—Me escape un momento para ir a buscar esto —Extendió la bolsa negra con un cierre plateado en la cama, muy cerca de donde yo estaba—. Hace unos días le pregunte a tu mamá que, si ya habían escogido algún vestido para la ceremonia a lo que ella me respondió que ninguna lo recordó, así que ayer fuimos y escogimos uno que espero te guste. Y si no te gusta, pues, lo cambiamos.

Ella bajó la guardia para acercarse a la cama y abrir la bolsa. De repente su ceño se relajó y soltó una sonrisa avergonzada en su rostro. Aquella expresión de no querer creer que lo que tenía en frente le gustaba de verdad.

—No debieron molestarse yo podía...

—Nada —Se mecía adelante y atrás con las manos dentro de los bolsillos—. Estas cosas solo pasan una vez en la vida.

—¡Gracias! —chilló de emoción sin quitar las manos ni la vista del vestido.

—No es molestia, pero no lo escogí yo, lo escogió tu mamá —Le dijo, sonrió y se fue de la habitación sin decir nada más.

Eleonor se quedó hechizada admirando el contenido de la bolsa: pasaba sus manos por los alrededores, lo abrazaba y suspiraba con él en sus brazos.


Había una gran diferencia de sensaciones entre Iván y Henri.

Las horas pasaron corriendo, el día y la noche solo se distinguían mediante un parpadeo perenne que nos disuadían de conocer cuánto tiempo nos restaba.

Sin darme cuenta Eleonor y Florencia había dejado la casa para ir a la dichosa competencia, mientras Iván y yo rondábamos como almas en pena. La presencia del otro solo nos valía de recordatorio de la llegada de las dos presencias ausentes.

Iván pasaba el día en su trabajo dándome tiempo para recorrer la casa y las calles a mi antojo por esos prolongados momentos. Excepto el domingo cuando ambos nos encontramos descansando en el mismo cuarto de la casa, admirando la pantalla frente a nosotras: aquella que producía el ruido que me hacía recordar mis primeros respiros.

Ese domingo su teléfono sonó. Incesante. El primero de muchos malos augurios.

Al detener el estruendoso sonido se llevó el aparato al oído y pronuncio un "hola". Su rostro mostró una pequeña sonrisa, luego esa expresión fue diluyendo hasta solo dejar una de total neutralidad.

Esa noche la llegada de Eleonor y Florencia como se veía prevista no ocurrió.

Un retraso en los horarios de su vuelo causó que ambas arribaran al país a eso de las seis de la mañana del día siguiente: el día exacto de la ceremonia que tanto se había comentado ese año.

A las siete de esa mañana Eleonor entró a su cuarto, con los ojos hinchados, abarrotada de cansancio y ganas de dormir. Saltó a la cama sin importarle nada para dormir un total de dos horas.

Ese día nada se estuvo quieto, las tres personas corrían de un lado a otro, salían y entraban a la casa, revisaban la hora sin parar. Desde la calma que yo emanaba las figuras a mí alrededor se aceleraban más y más.

Eleonor y Florencia se encontraban en el cuarto terminando de arreglarse. Las simetrías que ambas poseían en cada detalle incluyendo la aberración por ver su reflejo.

Organizaron una fiesta luego de la ceremonia, ya sabes a eso de las nueve hasta no se... —comentó Eleonor dándome caricias en la cabeza, visiblemente nerviosa por la respuesta.

Lo que fuera que estuviera haciendo Florencia en su cara fue pausado abruptamente para darle paso a una reflexión que inquietó más a Eleonor.

Me alejé de ella y me posicioné alado de Florencia. Quería sentir los pensamientos que cruzaban por la mente de esta; debí tratarse de recuerdos tan oscuros como los que yo tenía de mi crecimiento, porque sus respuestas parecían siempre reflejar el mismo sentimiento.

No —soltó casi en un grito que contuvo a una respuesta con más razones y excusas—: no, porque recuerda que vamos a ir a cenar.

Mamá, solo...

Bastó con una mirada para encender un sentimiento de rencor tan finito como el tiempo de paz que le quedaba a Florencia.

Mi papá dijo que iba a venir, y también dijo que te iba a llamar, ¿lo hizo? —manifestó Eleonor en un intento de apaciguar lo que supongo que sentía en ese momento.

Sí, tenía tiempo sin escuchar tanta cháchara en mi idioma.

Mamá, él solo quería hablar contigo antes de que te enojaras si no llegaba a mi ceremonia, es todo —Las dos se miraron a los ojos luego de ese comentario.

Lo único que me importa es que tu recibas el título, si viene o no es su asunto, mis reclamos ya no pueden quitarle el remordimiento del alma, ¿no crees?

Se hizo el silencio en la habitación. No hubo más objeciones que salvaran la estimación de Florencia hacía Henri, y eso lo sabía Eleonor bastante bien.

Florencia salió de la habitación sin decir nada más, dejando a su hija con la palabra en la boca y quizá los pensamientos revueltos.

Las equivocaciones de los progenitores humanos siempre están reflejados en los errores de sus hijos. Culpó a las tres personas encargadas de Eleonor por haberla soltado a un precipicio sin fin el mismo día en el que pudieron evitar todo con tan solo un "si" a cada petición que les fue propuesta.

Los humanos carecen de la responsabilidad de ver sus errores hasta que estos escapan con sus posibilidades de enmendar las cosas.



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