D I E C I S I E T E
Parecía imposible, e incluso ridículo, que el tiempo pudiera detenerse así sin más.
El mundo tenía reglas y un itinerario apretado como para ceder a los caprichosos sentimientos de mi compañera y los planes de un ser con ansias de ella.
Aunque el mundo conspiraba para cumplirle los caprichos a la niña mimada.
A esas alturas yo seguía sin saber absolutamente nada de Calum Price, e irónicamente terminé conociéndolo tanto, o más que a Eleonor. Tenía pequeños indicios de quién era él, a pesar de que las veces en las que lo veía su aura misteriosa me hacía olvidar lo que buscaba con exactitud.
Puede que todo junto, él con ella, por ejemplo, me hicieran alucinar y tergiversar mis pensamientos.
Había noches, como esta de la que hablaré, donde todos los recuerdos de mis otras vidas se mezclaron entre sí hasta hacerme colisionar en mi propio desespero.
Me tenía merecido el dolor que ocasionó la culpa. Una fuerza mayor me contrajo los músculos por haberme callado el mal presentimiento que sentí cuando Eleonor y Calum se volvieron una frase recurrente. El malestar que sentía me taladraba los huesos y la cabeza, por un breve instante dejé de ser un ser pensante para volverme una masa de desespero necesitada de mimo.
No sé cuándo logré quedarme dormido. Mi cabeza dolía y cerrar mis ojos no solucionaba la situación, la empeoraba en cambio. Sin querer arrastré conmigo a Eleonor porque entre mi malestar, su tacto y su voz me devolvieron el aliento.
Si yo no dormía, ella no podía entrar a mis sueños y dormir en paz.
La mañana me tomó por sorpresa, en mi delirio casi juré que no lograría pasar la noche. Amanecí en los brazos de Eleonor, su olor a vainilla y merengue me reconfortó en esos primeros minutos de lucidez.
Supongo que fue ese el momento en que mi recelo con Calum aumentó, después de todo, tenerla a mi lado era mi forma de rehabilitar mis fuerzas y viceversa.
—Creo que ya te sientes mejor, ¿no?
«Por poco no la cuento. Creí que moriría... Pero, ya estoy bien»
Tomó mi mensaje en positivo, sonrió y cerró los ojos para recuperar las horas de sueño que perdió por mi culpa. Instintivamente, la imité y así fue como nos creamos un nuevo amanecer menos turbio.
Tanto había pasado el día siguiente que al recordarlo debo hacer un esfuerzo para no caer en el engaño de creer que todo eso ocurrió en veinticuatro horas. Dos amaneceres en un solo día.
Toda la mañana me la pasé tambaleando con cada paso que daba, la vulnerabilidad se apoderó de mí. Estaba tan débil e indefenso como Eleonor, no me quedaron dudas del por qué las intenciones de Calum resultaban sin esfuerzo; el estado en que se encontraba ella era algo que cualquiera hubiera aprovechado con facilidad.
Luego de desayunar ambos nos plantamos en la sala, ella con la concentración en su laptop y yo en algún punto entre Eleonor y los colores del televisor.
Le preocupó el desastre que causé de una forma que no razoné, llamó a sus padres para decirles lo de la noche pasada. La descripción que ella daba no me sacudió ni un pelo porque no se comparaba con la realidad, pero lo único que yo necesitaba para mis pesares era tiempo, y nada de lo que ellos recetaban haría algo por mi alma.
El tiempo era mi aliado y el verdugo de Eleonor.
El sonido que causaban las teclas de su computadora me transportó a los momentos donde ella Eleonor dividía su tiempo entre el baile y la escuela. Una época más tranquila. Lo único que importaban eran los planes a futuro de sus padres y los de ella.
Se le daba estudiarse la historia con la misma devoción que Henri y en un tiempo, no muy lejano, le dio por planear la idea de estudiar lo mismo que su padre al llegar a la universidad. A Florencia le exaltaba el corazón cuando Eleonor nombraba ese tema al igual que Iván. Henri, lleno de orgullo, comentaba posibilidades con ella y quizá se plantearon algo muy concreto.
Los tres sabían que lo habían hecho bien.
Sin embargo, fue confuso ver como a raíz de la aparición de unos ojos grises sus prioridades se dispersaron, sus gustos mutaron y los planes quedaron opacados por la nube gris que le rondaba en pensamiento y la ahogaba en suspiros.
Me perdí entre los sonidos de la televisión y los hilos de la tela entre mis garras hasta que los golpes de la puerta interrumpieron el letargo en ambos. Eleonor pasó frente a mi como una sombra y un frío gélido voltear a las escaleras.
No había nada.
Pero se sentía una vigilancia en las sombras.
—Pensé que habías muerto. Llamé y llamé a tu teléfono y nada. —Fue lo primero que escuché decir a Savannah—. ¿Qué hiciste después de la práctica?
—Es una historia larga. No tan larga como otras, pero si duro más que Tutankamón...
«¿Cuánto?»
—Siete años en el poder y murió a los dieciocho —dijo, como si Savannah hubiera preguntado.
—Pensé que había durado más —comentó su amiga.
Eleonor negó y Savannah se encogió de hombros acostumbrada, como yo, a esa faceta de Eleonor. De hecho, creo que ese fue el dato más corto de todos.
—Vengo de paso, porque tengo que volver a mi casa a almorzar. Quería saber que estabas viva y que las teorías de secuestro de Lune eran mentiras.
La calma que irradiaba Eleonor contrastaba con la velocidad de Savannah. Era agobiante mirar a una y acostumbrarse al ritmo de la otra. Tiró sus cosas en el mueble y tomó asiento en el lugar donde había estado Eleonor antes. Savannah me jaló hacía ella y comenzó a acariciar mi lomo.
Su pelo negro me cosquilló en cada parte del cuerpo, ronroneé de placer y de temor al sentir su corazón ir a mil junto a las ideas y palabras que fluían en ella. Savannah iba rápida en todo lo que hacía: de las tres amigas fue la primera en decidir lo que haría sin importarle nada. Su capacidad de disponer de una intuición que la guiara exactamente a donde debía ir fue su mayor don, e imitarlo fue la perdición de mi compañera.
—Quédate, yo te doy almuerzo —Eleonor se sentó en uno de los muebles individuales, calculando sus palabras y sus movimientos.
—Me hubieras ofendido de no ofrecerme tu hospitalidad —Ambas rieron por el comentario. Una visita espontanea de las amigas de Eleonor era normal desde tiempo atrás—. Es bueno que tengamos tiempo porque tengo que decirte dos cosas importantes, ¡muy importantes!
Los balbuceos se convirtieron en chillidos que mantenían la sonrisa incomoda de Eleonor en su cara y el asentimiento constante.
—Ok, ¿lista? Bien —suspiró y sonrió de oreja a oreja—. Kenner y yo estamos saliendo, pero no les quise decir a Lune y a ti hasta que la cosa fuera por buen rumbo y, gracias al cielo, así es.
Savannah masajeaba mi cuello y no dejaba de hacerme parar en dos patas, apenas pude ver la expresión de Eleonor con esa noticia. Tuve que imaginármela estática en su asiento, con la misma sonrisa incomoda en su rostro y creo que no estoy tan alejado en mis suposiciones. Al acercarse a nuestro lado una expresión dividida por la sorpresa y la frigidez la dominó.
—Además, hablé con mis papás sobre declinar la idea de estudiar una carrera. Sabes que eso no es para mí —sonrió mordiéndose la lengua—. Lo aceptaron de mala gana porque les aseguré que al terminar el circuito me verían con un contrato para hacer lo que quiero. Y se lo creyeron.
—Pero así será...
—Te oigan los ángeles.
—No es necesario, algo me dice que luego del circuito vas a poder alardear de un futuro bailando para los mejores de la industria.
—¡Amo que me sigas el maldito juego! —exclamó ella con el éxtasis en su tono—. Perdón por no hacerles comentado antes lo de Kenner, por favor, cuando veamos a Lune hoy debes convencerla de que me arrepiento de corazón el haber guardado silencio.
Eleonor asintió.
No era difícil adivinar lo que rondaba la mente de mi compañera. Una combinación demencial entre descifrar, tal como Savannah lo hizo, si su relación con Calum iba bien como para decirlo en voz alta; contar las posibilidades de que lo que vivía con Calum era en realidad una relación y conocer hacía donde iba esa parte de su vida con todo el meollo en el que estaba.
La primera y tal vez única vez que su mente se esforzó por entender los sentimientos que implican estar dentro de una relación.
El tic tac de su cerebro iba tan rápido como la voz de Savannah. Fue una corazonada la que me llevó a pensar eso, quizá solo estaba digiriendo el montón de palabras que su amiga le había arrojado.
O tal vez era yo el que pensaba todo eso.
—¿Estas bien? —le preguntó Savannah colocándole una mano en el hombro.
—Totalmente —vociferó las letras una por una.
Savannah continuó hablando sobre ella y Kenner, cómo pasó y cuando pasó. La conversación circuló de un tema a otro y perdí el sentido. Yo sospechaba, por la ausencia de Eleonor en varios temas, que seguía pensando a fondo esas incógnitas que Savannah, sin mala intención, metió en esa cabeza suya.
Los engranes girando para encontrar la respuesta hacían un estruendo tan grande que taladró mis tímpanos.
Escoger entre una cosa y otra iba a ser una circunstancia incapaz de zafarsele de la cabeza por mucho tiempo a partir de ese día. Tuvo, en cambio, que aprender reconocer a la vida como un laberinto lioso capaz de hacerla tomar las decisiones más inverosímiles.
Eleonor amaba la compañía de sus amigas en el trayecto de ida a la academia y más en esos días donde debía caminar varias cuadras soportando el estruendo a su alrededor. Esa tarde, en compañía de Savannah, el camino se le hizo estúpidamente corto como para tocar el tema que rondaba en su cabeza desde la llegada de su amiga.
Calum y ella.
Ella y Calum.
Su cabeza se dividía entre lo positivo y lo negativo de lo que estaba viviendo en esas extrañas interacciones con aquel humano de ojos grises.
—¿Quieres una reunión no oficial para decirle a Lune lo que me dijiste? —Le preguntó mi dueña a Savannah en cuanto pisaron el estudio.
—No es necesario, yo puedo sola con esa lunática.
—Consté que me ofrecí —dijo Eleonor antes de trotar a los salones.
En el pasillo se escuchaban varios géneros musicales seguidos de indicaciones por parte de profesores, el ruido de risas y conversaciones lejanas. A Eleonor le gustaba admirar la colisión de todo el ruido que causaba cada clase, era como estar en el medio de muchos universos que, sin darse cuenta, interactuaban unos con otros.
Muchas niñas y madres que se cruzaban con ella en el pasillo le dedicaban enormes sonrisas y la detenían para preguntar cosas absurdas y algo invasivas que mi dueña respondía con la mayor amabilidad del mundo. A mi parecer, siempre llegaba cansada por dos cosas: por el ejercicio físico y por sonreír a tanta gente por tanto tiempo.
Ser el ejemplo era agotador, decía.
La atención que recibía por ser la ganadora, casi invicta, de todas las competencias a las que asistía conllevaba una responsabilidad demasiado grande e importante.
Nunca quiso admitirlo, pero a veces podía sentir los murmullos que se creaban a su alrededor mientras pasaba por las diferentes áreas de la academia, o al arribar a una competencia en el país, o fuera de él. Era murmullos que se convertían en sonrisas muy sinceras o muy hipócritas.
Pero jamás le dió importancia al tipo de atención que recibía, porque al final del día era atención y en el medio donde se desenvolvía, cualquier tipo de atención era buena. Gracias a eso estuvimos donde estuvimos y estamos donde siempre debimos estar.
—Que agotador sonreír tanto. —La voz de Marc la detuvo justo a unos pasos del salón que le correspondía.
Sonrió por lo bajo. El día siempre mejoraba para ella con un comentario de ese calibre.
—Pensé que no te iba a ver hoy —dijo ella, caminando en dirección a él—. Te hacía en otro lado menos aquí.
—Vine a ayudar a mi mamá con algunas cosas, cuando terminé no me vuelves a ver —Le confesó con mofa retrocediendo hasta llegar a la puerta de donde apareció.
—Nunca dije que no quería volverte a ver.
Lo siguió al pequeño consultorio ambientado para las terapias que daba Marc al equipo de la elite exclusivamente. Dejó los papeles que traía en una de las mesas para posar su atención en Eleonor.
Ella subió a la camilla y se recostó boca abajo. La costumbre la guiaba a colocarse en esa posición casi anhelando otra terapia de Marc, y quizás la idea de pedirle una sesión estando ahí no le pareció tan mala idea.
—¿Por cuánto tiempo tienes casa sola? —inquirió Marc con una sonrisa petulante. Eleonor blanqueó los ojos haciendo que riera—. Perdón, tenía curiosidad por saber esa valiosa información.
—¿Intentaras colarte por mi ventana o algo así? —dijo Eleonor con sarcasmo.
—No sé, ¿quieres que me cuele por tu ventana?
—Si vienes con tu equipo de masajes, hago que te mudes a mi casa —confesó ella parándose de la camilla—. Bien —dijo maniobrando para acomodar su short disimuladamente—, esperó tener mi cita luego de la práctica.
—No exijas tanto. Tengo a varios antes que tú y no creo tener tiempo, tal vez mañana o dentro de dos días.
—Vamoooos, no seas así —Se acercó a él haciendo puchero. Estando a centímetros engachó su dedo en su camisa para jalarlo—. Hazlo por los años de amistad, por la mercancía que perdería tu mamá si me dan mis dolores, por la necesidad que tienes de tratarme como masa para hacer panes.
—No tengo tal necesidad...
—Oh, si la tienes.
Eleonor le sonrió de una forma que a Marc no le agradó. Eleonor era una caja de sorpresa que cada día se abría para mostrar un nuevo tesoro en su multifacética personalidad; ese don de mi compañera de obtener lo que necesitaba por métodos extraños es de las cosas que más odio y admiro de ella.
Cuando se le mete algo entre ceja y ceja puede hacer caer al mundo en un abrir y cerrar de ojos.
—Siempre quieres ponerme en tu camilla para tomar cada parte de mí y moldearla a tu manera —alegó Eleonor sin cortar la distancia entre ella y Marc—, porque amas tenerme en esa camilla y ponerme las manos encima.
—Elle...
—Untarme de aceites para lubricarme toda —Soltó un gemido que retumbo por todo el consultorio e hizo reír al hombre que tenía aprisionado entre sus brazos—...y tenerme a tu merced. Ya sabes, lo común.
—No puedo creer que compares lo que, según tú, te hago con lo que hace un panadero —Marc intentó sonar serio, pero le fallaron las fuerzas con la cercanía de Eleonor y su intento de persuasión.
—No tengo imaginación para las analogías sexuales —Sonrió sin mirarlo a los ojos—. ¿Aceptas?
—No.
—Por favoooor, compláceme como tantas veces lo has hecho, ¿sí? — gimoteó—. Puedo seguir con esto toda la tarde.
—¿Soportarías los regaños de Caterina? —inquirió él viendo como Eleonor recostaba la cabeza en su pecho, profundizando el abrazo.
—Por tener tus manos en mi cuerpo hago lo que sea.
—Eso fue demasiado, incluso para ti.
—Lo siento, se me pego el doble sentido a la lengua —confesó ella—, lo cual no es raro cuando estamos aquí.
Ambos rieron de la escena sin alejarse.
—Puedes hacer una excepción —ronroneó ella fijándose en los ojos cafés de Marc.
—Quisiera, pero tengo la agenda apretada. Desde que llegué tengo a varias detrás de mí para que les aparte un puesto.
—A mí me debes el puesto por antigüedad.
—Puede que si —tanteó.
Las manos de Eleonor le recorrieron el pecho. La risa que soltó le retumbo en los oídos por todo el alboroto que hizo ese toque en su cuerpo.
—Además, sé que amas esto. —Eleonor sonrió con los ojos cerrados al sentirlo—. Gracias por darme la respuesta que necesitaba.
Con esa escena le había dado tres opciones a Marc Wallace: reírse hasta dispersar las ganas de Eleonor por crear una escena de doble sentido, darle un golpe en la cabeza para que se callara o aceptar sin decir más. Escogió la primera y la tercera porque las persuasiones de Eleonor siempre le resultaban.
—Comportate...—imploró Marc, más para sí mismo que para Eleonor. Tragó saliva sintiendo el palpitar de la sangre en su entrepierna y agradeció que ella permaneciera con los ojos cerrados esperando un sí de su parte.
—Los agradecimientos son al final de la sesión.
La risa que soltó mi compañera por mala suerte se escuchó por encima de la música. Al igual que uno que otro chillido de supuesto placer. No tardaron mucho en abrir la puerta del consultorio.
—No quiero preguntar cuál es la razón qué te tiene gimiendo como demente —irrumpió Savannah seguida de Lune—, pero teniendo en cuenta que siguen con ropa me atrevo a comentar que no debiste negarle la sesión de masajes.
Las tres chicas miraron a Marc que había palidecido con la entrada de ambas y este se encogió de hombros cubriendo su entrepierna con el cuerpo de Eleonor. Ella sonrió al notar como su mano le apretaba el brazo.
—Tantos años conociendo a esta loca y todavía dudas al ceder a la primera —continuó Lune—. Mal, mal, mal. Muy, muy, mal.
—Lo sé... pero a veces tengo que ponerme firme —confesó Marc apretándole los hombros a Eleonor.
—Y muy duro, diría yo —Eleonor miró a Marc sin dejar de sonreír.
Marc suspiró sintiendo el ligero movimiento de vaivén que el trasero de Eleonor mantenía sobre la dureza entre sus piernas y agregó:
—Te veo al terminar la clase.
—¡Aquí estaré puntual!
—Mal, mal, mal —repitió Lune al salir del cuarto seguida de Savannah y por último mi compañera.
Salieron del cuarto dejando al pobre humano maldiciendo por la calentura en su cuerpo en un día tan atareado como ese.
Varios pares de ojos la observaron salir del consultorio con la euforia en la sonrisa. Ella lo sabía y vivió con eso mientras cruzaba el pasillo a su clase pensando, como yo luego de escuchar ese relato, que esa había sido una buena tarde.
Era atención y nunca le iba a importar como la obtenía.
A lo largo de esa misma tarde, estuve guiado por una paranoia absurda y la soledad infinita vagando por la casa, temeroso del exterior.
Cuando la vi cruzar la puerta de la habitación, desapareció esa tensión clavada en mi cuerpo que no me había dejado respirar en paz desde su partida.
Entró y salió del baño con ropa para dormir. Me atreví a suponer por la actitud relajada que adoptó Eleonor al servir su comida y la mía que tendríamos una noche sin Calum.
Sin embargo, dos horas después de la caída del sol cuando la escoria del mundo se vuelve más visible, la presencia de Calum interrumpió esa paz que yo me di el atrevimiento de sentir antes de tiempo. Antes de siquiera descifrar lo que mi dueña ocultaba en su mirada.
En parte no podía culpar mi negligencia, mi mente a penas se acostumbraba a la información que le daba y atosigar mi carga con más carga me erizaba el pelaje, pero, por otro lado, yo había jurado (de cierta forma que no se explicar, ya que el juramento nunca se basó en palabras, sino en actos) que me mantendría atento.
Calum apareció por la ventana como un ladrón, llenando la habitación de un vapor invisible y sofocante que se metía por la nariz y obstruía la respiración. Dejó a Eleonor paralizada en la orilla de la cama para caminar a la pared y encender la luz.
—¿Quieres salir un rato? —Fue lo que dijo.
La habitación se iluminó y los ojos grises de Calum brillaron al verla. Pude descifrar el sentimiento de veneración que brotaba de esos ojos grises cuando la escaneó bajo la luz artificial del foco.
—No. La verdad es que no —le respondió. Calum abrió la boca, pero ella no había terminado—. ¡Mentira! ¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa —Rompió el espacio entre ellos y la tomó de la barbilla dejándole un corto beso en la comisura de los labios—. Tienes traje de baño, ¿verdad?
—Claro, ¿por?
—Es una sorpresa.
—Un cambio de ropa, entonces —saltó ella acercándose a los cajones.
—Sí quieres. No me importaría verme en la necesidad de dejarte sin nada de ropa —Sonrió distraído antes de soltarla—. Te espero en el auto.
La paralizó completamente con esas palabras por la rapidez con la que actuó, combinada con su coquetería característica. Nunca tuve dudas de que esas formas de disuasión que utilizaba cuando le hablaba, era un rasgo que solo muerto podrían quitárselo.
Salió de su parálisis y no dudó ni un segundo en seguir las indicaciones que él le daba.
Me eché en mi rincón particular, ya que no había forma de cambiar el formato que ella llevaba incrustado en la cabeza.
«Intenta no hacer nada estúpido»
—Define estúpido y procura no te pongas a ti como ejemplo —Se mofó metiendo ropa en un bolso.
«Escucha. No te atrevas a mezclar tu ADN con ese tipo para crear una criatura que me quite la atención»
—Con amigos como tú no tengo necesidad de buscar enemigos —bufó poniendo los ojos en blanco—. Primero cae un meteorito...
<<Es en serio, Eleonor>>
—También lo digo en serio, Morny.
No quiero hacer un esfuerzo en recordar lo que hice y pensé cuando ellos estuvieron lejos, después de todo, lo interesante siempre pasaba con los dos cerca. Salte por la habitación, rasgue las cintas que encontraba en el suelo, di vueltas por la habitación y observé la calle vacía y oscura.
Los dos volvieron en mi segunda visita a la caja de arena.
Muchas veces tuve que estar en medio de lo que ellos hicieron esas noches, pero al ser esa la primera vez mis sentidos estaban alertas con cualquier movimiento.
La ropa que cargaban estaba seca, y era otra, pero sin importar eso ellos lucían recién salidos de un baño, con el pelo y cierta parte de sus brazos cubiertos de gotas congeladas. Rebosaban en un sinfín de emociones por ese viaje, el último que hicieron, si no me equivoco.
Como dije, lo que pasó luego de que ellos se despojaran de esa agua mezclada con cloro y su ropa por otra más cómoda, rogué por la despedida entre ambos, deseos de buenas noches, besos y adiós. Pero cuando lo vi entrar a la cama siguiendo a Eleonor me rendí a observar como todo quedaba en besos y deseos de buenas noches.
Quedé estupefacto ante lo que veía, me fascinaba y aterraba la familiaridad con la que dos desconocidos se acoplaban en una sola forma, con un solo compas de latidos y respiraciones.
Y aunque la búsqueda de una respuesta para comprender lo que mantenía mis ojos abiertos, no abarcaba mi total atención y lo más importante, no permitía que yo dejara de preguntarme: ¿cómo era posible que en esa situación Eleonor luciera en total calma si era ella quien colmaba su cabeza con cualquier acto pasado, presente y futuro en su vida?
Me desplacé hacía ella, curioso de saber si atrapada entre los brazos de Calum Price algo de sí misma seguía intacto.
La encontré con su mirada perdida en la rendija de luz que se colaba por las cortinas de la ventana, encarcelada entre el cuerpo de Calum y el mío.
Su vista se posó en mí, sonrió, no sé si a mí o a la noche, pero como puedo me arrastró hacía ella y me acomodó cerca de esa misma mano que le envolvía las costillas.
Me sentí bien en ese lugar. Extraño, pero bien.
Eleonor no durmió sino mucho después, y no es que haya conciliado el sueño cuando la percibí perdida en el letargo, solo supuse que ese tiempo lo uso para darle vueltas a las preguntas que Savannah había dejado con esa visita.
Y qué si para ese momento no tuvo respuesta de lo que eran los dos o lo que terminaron siendo, al final de su vida Eleonor tendría presente cada día que despertara las consecuencias de haber respirado en mismo aire que Calum Price.
Solo que sin arrepentimientos juveniles.
Fue un capítulo estúpidamente largo, pero bastante necesario. Creo que es el capítulo con más palabras que escrito hasta ahora.
Quisiera recordar la posición del gato en esta historia: no solo es un narrador en primera persona, sino que también es un testigo omnisciente de los hechos ya ocurridos. Por eso ven su narrativa certera en escenarios donde nunca estuvo presente.
¿Qué les pareció? Opiniones, correcciones, sugerencias, amenazas, lo que sea, se acepta.
Nos leemos luego, bye, los qm
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