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C U A T R O

C U A T R O

M O R N Y

 Las horas corren, se disuelven entre los dedos y las patas de cada ser viviente. Las estaciones pasan dejando cambios y sensaciones nuevas en los corazones más serenos; jamás son todas buenas ni malas porque el bien y el mal solo puede ser decidido por aquel que las recibe en su ser.

El sol llega y despeja a la tierra de los lugares oscuros, a veces libra sus esquinas de la escoria que se esconde en los rincones y otras veces solo deja al descubierto lo peor de la vida humana. La luna sale y la penumbra envuelve la llanura con su amnesia de ensueño.

Bebes nacen, los niños crecen, los adultos envejecen, las especies mueren...

El primer año con Eleonor Leone fue una revelación. Demasiado para aprender.

Su primera competencia real fue cinco meses después de haber entrado a la academia, la cual comenzó a tener reconocimiento luego de ese primer encuentro con otros estudios de baile. Luego de meses aprendiendo cada género que les otorgaba Caterina España, su instructora y la dueña del lugar, se podía decir que era una bendición y una maldición para sus estudiantes. Tenía conocidos, contacos de peso; meticulosidad y perfeccionismo establecido. Era todo o nada con esa mujer.

Se llevaron un segundo lugar como primer premio.

Su cumpleaños número doce fue dos meses antes de comenzar sus estudios.

Había terminado la etapa de estar sola leyendo en la seguridad de su habitación. Todo aquello era una faena de personas que ni siquiera hablaban su lengua materna y el ambiente escolar era uno en el que jamás había estado antes. Era comprensible su nerviosismo esa noche y esa mañana.

Contradiciendo todos los pronósticos de fracaso: su primer día no fue tan malo como me lloriqueaba que sería horas antes de marcharse. Incluso había congeniado con dos nuevas conocidas.

Ese día me vi muy curioso a un asunto que nunca pude pasar por alto. La escuela podía esperar. Necesitaba otro tipo de conocimiento.

«¿Por qué tu puedes descifrar mis pensamientos

—Porque antes fui una bruja. —contestó sin siquiera verme.

«¿Por qué ya no?»

¿Y por qué no me había cuestionado eso en estos meses?

Tal vez por déjame llevar por esa cosa en la que los gatos y las brujas son figuras complementarias el uno al otro.

—No sé, un día mi mamá perdió sus poderes y yo perdí los míos también. Cosas que pasan, supongo.

Me sentó en su regazo mientras seguía escribiendo sobre papel. El tema lo llevaba con pereza para la magnitud que en realidad representaba, pero era apenas una niña y todo lo importante podía ser tan absurdo.

«En todas las vidas que he vivido no recuerdo ver nada como esto»

—Estuviste en los lugares equivocados, es todo. Y ya déjalo estar porque hay cosas que no podemos decir ni en pensamientos —Sentenció siguiendo con sus deberes—. Solo diré que antes no podía dormir por mis pesadillas hasta que llegaste tu.

«Eso es bueno...¿no?»

—Sip. —respondió, acentuando la p del final—. Ahora déjame estudiar.

Jamás la creía capaz de sobrellevar todas las actividades que se le acumularon desde su primer día de escuela. La lista de sus deberes era infinita, y siempre anotaba todo en una página y la fijaba en la pared frente a su escritorio.

Era su propia advertencia.

Su eterno recordatorio de que si por alguna razón descuidaba los estudios el baile para ella estaría más que terminado, y aquello no era solo un incentivo con el propósito de alentarla, sino el unico aviso que Florencia le dio.

Fue el año de acoplarse a la rutina en la que toda la familia estaría estancada por varios años, acoplarse a mi incesante curiosidad y acoplarme a su miedo de que yo saliera de la casa.

Pero, lo mejor de todo llegó al terminar las clases. Los tres primeros meses de libertad que Eleonor aprovechó al máximo.

Porque Caterina España, además de ser una perfeccionista en el baile también lo era en la parte teatral. Le gustaba que sus estudiantes fueran el paquete completo Cada clase de actuación que vio resultó ser el liberador de la actitud multifacética que mi compañera adoptó sin esfuerzo.

Savannah Martin, una de las dos amigas que había hecho en el instituto, también asistía a la academia con ella. Fue la primera de dos amigas que tuve oportunidad de conocer ese verano.

A veces se reunían para hablar de la academia, del baile y de las clases de actuación. Recuerdo una en particular.

—Odio la clase de actuación de Caterina, es completamente innecesaria —comentó Savannah. Ambas estaban en la habitación.

Sentadas ambas en el piso, luego de haber hablado sobre tantas cosas nunca comprendí como la conversación encontró ese rumbo que predetermino el futuro de cada una.

—¿A qué te refieres con innecesaria? Yo creo que es totalmente necesaria.

«A ti te gusta, ¿no?»

Eleonor asintió a mi duda con un gesto disimulado. Porque los humanos saben que responder las preguntas de un gato era cosa de luna y lunáticos.

—¡Te equivocas! Cuando yo bailo puedo convertirme en cualquier persona o animal, no tengo que fingir sentimientos porque los tengo a flor de piel. Sin aprender líneas o estudiar sentimientos ni razones. El baile te deja ser lo que quieres.

—¿Cómo si fueras Barbie? Se lo que quieras ser —Se mofó Eleonor, robándole una risa a Savannah.

—¡Exacto!

La queja de Savannah me pareció justa, por alguna razón, aunque yo no entendiera nada de baile o actuación sino hasta mucho tiempo después estuve de acuerdo con cada palabra. Solo que si alguno de los dos hubiera indagado en la mente de Eleonor en ese preciso instante hubiéramos podido anticipar los sucesos.

El segundo año con ella. Cada vez es más difícil recordar y resumir.

En el cuarto de Eleonor lo más llamativo eran las medallas colgadas en la pared que se trajo desde su país natal, pero aquello no era nada con lo que a mi parecer fue una avalancha de trofeos y medallas que llegó después.

La escuela y el baile saciaron su sed de actividad física y motriz al punto de ahogarla en su propio mar de satisfacción. Cosas tan insignificantes se volvieron motivo de estrés constante y desfallecer no entraba en las opciones que colocaba alado de sus advertencias.

Ese fue el único año donde la escuche susurrarme la opción de dejarlo todo.

Aquello de dejar algo que parecía pegado a su alma nunca lo tomé en serio en ese segundo año con ella: dado que los días pasaron, moretones y golpes aparecían y desaparecían de su cuerpo; competencias y exámenes tocaron su puerta al mismo tiempo y Eleonor olvidó la opción como si no la hubiera existido.

Fue un completo año de confusiones y decisiones por tomar.

Era demasiado para alguien de casi trece años, o era eso lo que siempre decía Iván cuando la veía cabecear en los desayunos. Pero tanto madre como hija aseguraban que era cosa de nada llevar a cabo todo lo que cargaba Eleonor en sus hombros.

Conocí en persona a Lune Anderson ese segundo año y pude compararla con Savannah.

Yo tenía la suficiente experiencia mirando al cielo en todas sus horas como para sobreponer a Savannah como el día y a Lune como la noche, casi en honor a la traducción de su nombre. Y mi dueña siempre sería el ocaso y la madrugada al mismo tiempo, la única responsable de que el sol y la luna puedan estar en un mismo lugar.

Al final, jamás dejó el baile.

Tercer año con ella.

Comprendí parte de la anatomía humana viviendo con Eleonor. Ver la evolución física de una especie y al mismo tiempo su desfallecimiento emocional resultaba un enigma, e incluso algo que alimento mi curiosidad por mucho tiempo.

Al principio detallar a Eleonor era fácil.

El describirla solo constaba en decir: su cabello, su flequillo enmarañado y ojos como la corteza de un árbol, su sonrisa tímida, su pecho plano en el que me posaba en las noches...

Pero los años y la evolución toman partido sin que te des cuenta.

Su contextura delgada y larguirucha dio paso a algo totalmente salido de una crisálida. La crisálida de una bailarina, mejor dicho. Una estética planeada por los años en constante movimiento.

Y el problema con la evolución humana es que cuanto más mejora una cosa, más empeora otra. Nunca he conocido a alguien que le molestara tener tantos sentimientos como a ella, parecía no saber como existir con la compasión, la alegría, la tristeza y otros miles de sentimientos.

Dos años más viviendo con ella, su transformación estaba a la mitad del proceso.

Tanto el baile como la actuación tomaron rumbos más serios.

En esos años Eleonor se enfrentó a su primera competencia en el exterior. No recuerdo que género de baile era, o el país al que se dirigía, la memoria que más viva tengo en mi mente fue cuando ella y Florencia llegaron a la casa con enormes sonrisas en sus caras y una foto donde el equipo de Eleonor sostenía un enorme trofeo de primer lugar.

La actuación por su parte la guió a aprender líneas con el mismo interés que un texto de la escuela. Ya para ese punto era una experta en decir lo que debía y no lo que quería.

Mi vida giraba por y para ella, como su vida giraba por y para mí.

La curiosidad en sus cambios, como motivo de investigación propia, y al mismo tiempo de admiración absoluta por la naturaleza humana afectaron mi atención hacía muchas cosas. Hasta que el propio destino me hizo darme cuenta de los detalles ajenos a ella que había pasado por alto año tras año.

Yo evitaba atribuir errores que la familia cometía a otras personas, pero Irina y Cindy Harrison contribuyeron a muchos declives ocurridos ese año.

¿A qué más podía deberse los males en la vida humana sino eran por maldición de su propia especie?

Luego de la llegada de Florencia y Eleonor de aquella competencia la visita de Irina y Cindy nos cayó a todos como un balde de agua fría.

Cindy, Irina y el pequeño niño, del que no memorice su nombre ni su aspecto porque su sola presencia me resultó irrelevante ante lo que ocurría a mis ojos, nos dieron una visita que no necesitabamos.

Las cuatro mujeres tomaron asiento frente a frente.

Recuerdo haber saltado al mueble y situarme en medio de Florencia y Eleonor para fijar la vista en los ojos de las humanas sentadas frente a mí y buscar algún indicio de su propósito.

Y era tan obvio que no se necesitaba ser un gato para descifrarlo.

—¿Cómo les fue en la competencia? ¿Qué tal les sentó el viaje? —Cindy fue la primera en abrir la boca.

—Fue bonito, pero un completo estrés a la hora de que salieran a escena. —explicó Florencia. Su mano se posó en mi cabeza y no paró de acariciarme.

«Basta, no me distraigas con tus caricias»

Pero solo Eleonor me escuchó y rio por lo bajo a mis palabras.

—En serio, extrañé la presencia de ambas en esa competencia, no fue lo mismo sin tener a todo el equipo junto —En la voz de Eleonor se colmó de lamento puro, supuse por la forma en que Irina aflojó su postura que en verdad las palabras de mi dueña tocaron una fibra de su sistema.

Ella abrió la boca dispuesta a hablar, pero Cindy se adelantó.

—Pensamos que Caterina iba a entender las ausencias de Irina por su gripe, pero ya saben cómo es: o se gana siempre o se gana.

—Las vitaminas, siempre hay que tomar vitaminas —murmuró Florencia sin muchas ganas de seguir la conversación.

—¡Hablando de vitaminas! —exclamó de súbito Cindy—. Las otras madres y yo pensamos en organizarnos, hacer más cosas a favor de las niñas y la academia, incluso de nosotras. ¿Te gustaría participar, Florencia?

A mi derecha, el asiento se removió, Florencia se tensó claramente ante la propuesta. Lo estaba pensando a fondo, se sentían los pensamientos chocar unos contra los otros en el interior de su cerebro.

«Obvio no, es ridículo»

—Obvio si, sería asombroso —saltó Eleonor, ignorando mis palabras.

Cindy y Eleonor sonrieron gustosas por la proposición y por la respuesta.

Puedo parecer un ser de cambios repentinos de opinión, pero esa irrupción en la vida de Eleonor me sorprendió más que su evolución propia.

La forma en la que las personas tienen el poder de sentenciar el destino de otros y el suyo mismo con palabras y acciones que no fueron meditados colmó mí mente de expectativas en cuanto al futuro de todos. 

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