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Febrero. Crueldad

Lazos que no eran de sangre ensombrecían el rostro de la joven con ceniza. Expresiones burlonas y manos manchadas contra el gris surcado de lágrimas. La pobre lloraba con desconsuelo; el dolor agudo de la pérdida atravesándole el pecho.

Cenicienta no podía ser menos desgraciada. Todo lo que le quedaba, los restos envasijados de su madre, vertidos con descaro sobre ella.

—Ahora está contigo —le dijo la mayor de todas con una risotada de maldad en estado puro.

No aguantó más y corrió escaleras abajo, hacia la estancia más caldeada de la casa, para protegerse del frío que se había instalado en su corazón. ¿Por qué había tanta crueldad contra ella? ¿Qué había hecho mal?

La joven aún era muy prematura para poder defenderse y expulsar el veneno que sentía contra ellas. Así que esperó y esperó hasta que sus pies ya no entraran en los zapatos, ansiosa de llevar a cabo su venganza.

Para aquel entonces su belleza denotaba una gran ascendencia, que nada tenía que ver con aquellas que predicaban ser sus hermanas.

Con ayuda de su suave piel cual piedra de río, consiguió ganarse el corazón de muchos hombres, pero ninguno consiguió vaciar el propio de su tóxica copa.

Cenicienta jamás conoció el amor. Al menos no en sus recuerdos. Por ello, sus creencias se hicieron añicos cuando gracias al destino conoció al hijo de un adinerado maestro del cristal.

Fue de él de quien finalmente consiguió un amor tan puro como el vidrio al que el padre del chico daba forma.

Aquel romance acabó por calentar su corazón y abrir una muesca en la armadura que había erguido sobre su alma y sentimientos. Él la hacía sentirse plena. Y ella era incapaz de lidiar del todo con esos cambios.

Pasó varias tardes expulsando el veneno contra él, pues era la única persona que había permanecido junto a su ser. Y también varias noches apasionadas, sincronizadas en un continuo tira y afloja contra su voluntad.

Cenicienta no sabía amar.

Solo conocía el dolor.

Y fue el dolor el que acabó por quebrar sus hilos.

Llegó la fatídica noche a cernirse sobre ella, pues algo presentía esa intuición tan aguda de la que gozaba. Bruja, la habían llamado en el pasado, pero sus lazos no eran con el diablo, sino con el fuego de la salvaje luna de sangre.

En su pecho corrían todos los parásitos que existían en nuestro plano terrenal, y la angustia se iba acumulando entre su traquea y sus pulmones, apretando cada vez más y más.

Ella nunca quiso que ocurriera, y a pesar de conocer el destino de antemano (pues el día se antojaba extraño), no hizo nada por evitarlo.

Tan solo lo dejó fluir. El amor le fue arrebatado en otro giro del destino, pues nada era efímero, y mucho menos en las sombras.

Junto al alféizar vio al amor de su vida alejarse de ella, en todos los sentidos. Él no vio las luces, cegado por las lágrimas y la rabia. Y por su bien, no sintió las ruedas aplastar sus músculos y quebrar sus huesos.

Habían sido ellas. Sus hermanastras.

Y entonces se volvió a girar esa llave ya olvidada, que abría la caja de pandora, el lugar donde habitaban los peores pensamientos de Cenicienta.

Bajó las escaleras cual fuego fatuo y surcó el jardín plagado de tulipanes amarillos. En sus manos cargaba restos de la última creación de su difunto esposo: una hermosa colección de zapatos de cristal.

Las puntas de los tacones, afiladas como ella misma, reflejaron en su insípida punta las miradas de horror de las hermanas, con la sangre cayendo a borbotones de su pálido cuello.

Al fin se cumplía lo que tanto había ansiado, esas ganas de retomar el equilibrio de las cosas, de restaurar una maldad por otra. De hacer justicia. Pues en su perturbada mente, todo lo que hacía era correcto. Su lógica fallaba.

Quién iba a decir que una criatura antaño rebosante de inocencia, podía haber recibido tales dones de la mismísima diosa de la muerte.

Cenicienta huyó hacia el bosque. Allí fue donde se cruzó con Caperucita...

686 palabras

Creo que se nota que nuestra Cenicienta es escorpio ❤️‍🔥

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