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Huevos


—¡Teo! Andá a comprar media de huevos para la tortilla.

A Teo le gustaba hacer mandados, porque el vuelto era para él. Agarró la plata que su mamá le alcanzaba y salió corriendo feliz. El almacén quedaba a tres cuadras, frente a la escuela y la capilla, la mamá compraba allí algunas cositas sueltas, las compras  mayores las hacía una vez por semana en el super.

—¡Andá rapidito, que es tarde y debe estar por cerrar!

—¡Sí, mami!—gritó ya en carrera, a la una el almacenero se iba a comer.

Alcanzó a llegar justito cuando don Emilio estaba a punto de bajar la cortina.

—Hola pibe, ¿qué andás necesitando?

—Media... docena... de... huevos, alcanzó a deletrear agitado por la corrida.

—Bueno, bueno, tomá aire tranquilo.

Le despachó el pedido y con el estuche en la mano Teo salió del negocio que cerraba sus puertas hasta la tarde.

En la cancha junto a la escuela, se jugaba un picadito que levantaba polvareda imposible de resistir y sus amigos lo llamaban entusiasmados.

—¡Dale, Teo!,  venite que falta uno.

Ni corto ni perezoso dejó los huevos al pie del eucalipto y se metió a pelear la pelota. Su estructura pequeña lo beneficiaba a la hora de escurrirse de los adversarios y un impresionante gol lo llenó de felicitaciones, hasta que los futbolistas fueron llamados por sus mamás para ir a comer. El desparramo general dejó a Teo con su amigo Martín, reviviendo con entusiasmo el gol que le había hecho al arquero mas alto y robusto que habían encontrado sus contrincantes. Cuando martín se despidió, Teo tenía el pecho ancho de satisfacción, el pelo sucio de transpiración y la cara roja encendida por el sol. Caminaba muy feliz, esperando contarle a su padre la hazaña del día cuando volviera del trabajo y, ya llegaba a la puerta de la casa, cuando recordó que no traía los huevos. Corrió enloquecido y antes de llegar al árbol vio como desde un carro de cartonero bajaba un chico flaquito que no pasaría de los 5 años levantó la caja de huevos y se subió nuevamente al carro junto a otro, apenas adolescente. Podría haberlo llamado, pero era un nene, como le iba a sacar los huevos.

Ahora quedaban las explicaciones a mamá. Estuvo dando vueltas en el jardín por un rato, cuando se se armó de coraje entró a la cocina. Al terminar de hablar, esperaba una reprimenda y gran enojo, pero encontró una sonrisa de las que solamente ella tenía.

—Bueno, teo—comenzó—, cuando vi que no llegabas en el tiempo calculado, fui a ver que hacías y me encontré con un golazo. Como la tortilla era para vos, tendrás que conformarte con papas fritas.

Le pareció justo. Hizo un gol, no recibió retos y el chiquito del carro seguro comió unos ricos huevos. Ese había sido un gran día.



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