Aún estás en mis sueños (Octubre 2012)
"¿Se pueden inventar verbos? Quiero decirte uno: yo te cielo, así mis alas se extienden enormes para amarte sin medida..."
Frida Kahlo.
1
La ví a lo lejos en aquel verde parque, bajo el azul cielo, entre la sombra de los árboles. La miré, me miró. Nos miramos. A lo lejos nos miramos. Le sonreí, me sonrió. Sonreímos, mirándonos, y, acto seguido, corrimos. No podíamos esperar a abrazarnos, queríamos estar juntos en un instante. Entre la ansiedad y el cansancio de correr, mi corazón golpeaba fuerte dentro de mi pecho. Y a su corazón le pasaba lo mismo, yo lo sabía. Estábamos íntimamente compenetrados, como si ambos fuésemos una sola alma, dividida, deseosa de reunirse. Cada instante estábamos más cerca, ya podía distinguir la belleza absoluta de su rostro, el verde de sus ojos, ese hermoso mechón rubio en su cabello, el rojo de sus pequeños y tiernos labios. Alzamos nuestros brazos hacia adelante y cerramos nuestros ojos, preparados para sentir el calor de nuestros cuerpos confluyendo a nuestro alrededor. La apreté con mis brazos y...
Desperté. Me puse a observar el techo de mi cuarto, como buscando algo nuevo, no sé porqué. El ambiente tenía un leve aroma a perfume de jazmín, quizás porque mi madre se arregló y salió hace poco rato. Me destapé, me levanté y fui al baño. Me miré al espejo, ese amplio espejo rayado y empañado que perteneció a mi abuela. Por alguna razón, observé con detención mi cuerpo, y distinguí una mancha transparente en mi cuello, pegajosa. Diablos, creo que volví a babear durmiendo. Aunque a pesar de sentir cierta incomodidad en mi cuerpo, sentía además una serenidad impresionante. ¿Quién era ella? ¿Porqué la siento tan fundamental en mi vida? Idiota, fue solo un sueño, un proceso biológico en que el cerebro procesa información aleatoria generando imágenes desde el subconsciente. Seguramente, la próxima noche esa chica ya ni se aparezca por mis sueños.
2
Entreabrí mis ojos. Pude distinguir una cabeza de pelo castaño con un mechón rubio muy apegada a mi mejilla, un par de brazos alrededor de mi cintura, un delicioso perfume de jazmín y una serena respiración junto a mi oído. Estaba sentado en el pasto, en medio de un verde parque, bajo el azul cielo, entre la sombra de los árboles. Y ella también lo estaba. Me reincorporé queriendo mirarla de frente, y efectivamente eran esos ojitos verdes que me miraban con ternura, esos pequeños labios rosados con brillo labial con aroma a manzana verde. Era ella, la misma de la vez pasada. Estaba desconcertado, ella feliz. Me contagió su alegría, no dudé en corresponder su sonrisa. Me sentía volar, mi alma estaba por explotar de gozo y mi sonrisa era ya incontenible. Pude sentir cómo mi cuerpo entero se estremecía cada vez que pasaba mis manos por su cabello, y su mechón rubio desde luego. Ella comenzó a subir sus manos hasta mi cuello, lo tomó y me dió un tierno beso allí. Volvió a mirarme con esos hermosos verdes ojitos, sonrió, se acercó a mi oído y me susurró:
—Te cielo...
Lo sabía, nos gustaba esa frase de Frida Kahlo. Y con razón, no existían palabras suficientes para describir lo que sentíamos. Inventábamos palabras. Ni el universo era lo suficientemente grande para albergar este profundo amor. Ella tomó mi rostro, se acercó lentamente y cerró sus ojitos. No lo dudé, y de inmediato hice lo mismo, motivado por el deseo incontenible de sentir sus labios junto a los míos. Se hacía más intenso ese aroma a manzana verde de su brillo labial. Nuestros labios estaban por tocarse..
¿Qué? ¿En mi cuarto? ¿Otra vez? ¡Maldita sea, de nuevo lo mismo! Ya he perdido la cuenta de cuántas veces se ha aparecido en mis sueños. Qué sabor más amargo. De nuevo hay un aroma a perfume de jazmín, pero esta vez noté de dónde venía. Mis sábanas estaban impregnadas en ese dulce aroma. Fui al baño, me miré en el viejo gran espejo y volví a notar la mancha transparente en mi cuello, pero esta vez la retiré y la olí. Manzana verde. Nunca antes había tenido una duda y desconcierto más grande.
3
Odio los lunes. Quizás es lo que más odio después de la televisión de farándula. No llevo ni mochila, no tengo ganas de nada. No soy yo yendo al instituto, es mi sombra. No sé si los efectos posteriores a fiestas patrias me pasaron la cuenta o si esta niña que se aparece en mis sueños me está intranquilizando. Creo que no es casualidad que sueñe con la misma chica una y otra vez, noche tras noche.
Pienso seriamente en poner los pies sobre la tierra y dejar de darme vueltas en lo que ocurre en mis sueños. Acabo de chocar con un caballero en la esquina de Huérfanos, le pido disculpas y comienzo a poner más atención en lo que pasa en mi entorno. Pero no por mucho tiempo. A lo lejos diviso una silueta que me parece familiar. Entrecierro mis ojos a ver si logro distinguir algo más, y efectivamente puedo notar una cabellera castaña con un mechón rubio. Acelero un poco mi marcha y logro descifrar su rostro. No puedo creer lo que estoy viendo. Ella lleva una mochila roja y un celular en la mano, quizás observando un mensaje importante. Mi instinto me dice que debo hablarle, que debo decirle lo que siento por ella, que debe saber que me ha estado quitando el sueño por varios días y noches. Una vez que la tengo a pocos metros de mí, solo me digno a decirle:
—Oye...
Me mira con esos hermosos y tiernos ojos verdes. Su aroma a jazmín es inconfundible.
—Dime —pronuncia con esos hermosos labios rosados con bálsamo labial con aroma a manzana verde. Me he quedado congelado—. Oye, ¿qué pasa?
Me cuesta reaccionar, se me nubla la vista. Cuando por fin logro soltar alguna palabra, le digo:
—¿Me dices la hora, por favor?
—Claro, son las nueve y cuarto —me muestra esa sonrisa que me estremece el cuerpo. Vuelvo a congelarme. Quiero decirle todo, liberarme de esta presión que me invade por dentro y hacerla mía —¿Necesitas algo más? —me dice después de un incómodo silencio.
—No, nada. Gracias —le sonrío.
—De nada —me sonríe .
Me la quedo observando mientras se aleja. Dicen que a veces los sueños se hacen realidad. Aún estoy a tiempo de ir a hablarle. No, ya es muy tarde. Será mejor que siga mi camino. Los sueños son sueños nada más.
—¡Ayuda! —reconozco esa voz de auxilio.
Me volteo solo para ver que la chica está forcejeando con un delincuente que intenta quitarle su mochila. No lo pienso dos veces y corro en su ayuda.
—¡Déjala en paz, hijo de puta! —lo empujo y lo tiro al suelo. Me le acerco para arrebatarle la mochila de la chica, pero él es más astuto y me da una patada en la rodilla. Ahora soy yo el que está en el suelo y él está de pie. Saca un arma de fuego de su bolsillo y me apunta. Solo puedo escuchar el grito desesperado de la chica. Creo que todo se ha acabado. Nada más atino a cubrirme la cabeza con los brazos hasta que oigo la explosión del cañón.
Despierto. Me incorporo y me siento desconcertado y con la respiración agitada. Qué alivio, solo fue un sueño... ¿Un sueño? No entiendo nada, se suponía que estaba caminando hacia mi instituto y... ¿Dónde estoy? ¿Un parque? ¿Qué estoy haciendo aquí? Curiosamente, yo reconozco este lugar, un verde parque, bajo el azul cielo, entre la sombra de los árboles. Mientras observo el lugar como para intentar orientarme, siento unos brazos alrededor de mi cuello, una cabeza que se apega a la mía, un cabello castaño y un mechón de pelo rubio que cae sobre mi hombro. Siento un aroma a jazmín que me tranquiliza y una dulce voz que me susurra al oído:
—Te cielo...
Cierro mis ojos y siento una mano que me toma el rostro. Giro mi cabeza hacia la derecha, siento un aroma a manzana verde y unos cálidos labios que se conectan con los míos. Vuelvo a sentir esa conexión que tanto he estado sintiendo en mis sueños, pero acabo de darme cuenta de cuál realmente era la realidad.
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