6: Criatura en el aljibe.
—¡Te lo juro, Verónica! ¡Hay una comadreja en el pozo de agua!—exclamó Jorge, agitando una rama en dirección al viejo aljibe del patio.
Su hermana, quien se encontraba recostada tranquilamente en una hamaca paraguaya, leyendo un libro, sacudió la cabeza, meneando de un lado al otro su cabello azabache.
—Jorge, hermanito, eso no puede ser posible—explicó, dejando el libro a un lado e incorporándose—¿Cuándo has visto tú una comadreja viviendo en un aljibe? Además, esto es Minesota. No hay nada que sobreviva en el agua con este frío—le recordó, sonriendo un poco.
Jorge frunció los labios, como hacía cada vez que estaba molesto.
—¡Lo que digo es cierto!—se quejó, mirando a Verónica con enojo—¡Yo la vi! Está creando su nido debajo, tal vez para tener cachorros. ¡Y es muy linda!
—¿De verdad?—preguntó Verónica, levantando una ceja, divertida.
—¡No me lo he inventado!
—Por favor, Jorge...—se burló su hermana, y volvió a tomar el libro, dando por terminada la conversación.
El chico se cruzó de brazos, herido en su orgullo. Con la cabeza bien en alto, se dio media vuelta y se marchó en dirección al aljibe, que se erguía orgullosamente en el centro del patio. La pintura, antañamente amarilla, estaba decolorada a tal grado que parecía suciedad. Las varas que sostenían el balde estaban completamente oxidadas, y estaba casi cubierto de nieve.
Armándose de confianza, Jorge se inclinó sobre el hoyo que se encontraba en el centro, y echó una mirada hacia abajo.
Ahí estaba: del tamaño de un cuatriciclo, cubierta de pelo blanco, con su nariz negra agitándose en su hocico; la comadreja alzó la vista hacia él, y lanzó un rugido terrible. Tan terrible, que Verónica se cayó de la hamaca.
—¿Qué fue eso?—exclamó aterrada, corriendo hacia el aljibe y llegando al lado de su hermano.
Jorge le sonrió, socarrón.
—La comadreja—dijo, triunfante, señalando al pozo.
Cuando Verónica se asomó, lanzó un grito de terror digno de una película de miedo.
—¡Jorge, eso no es una comadreja!
—¿Ah, no?
—¡No!
—Oh...—el chico se asomó por el pozo, y miró a la criatura—¿Entonces qué es?
Verónica se jaló del cabello, exasperada.
—¡Y yo qué sé!—gritó, aún alterada.
Jorge la miró.
— ¿Puedo quedármelo?
—¡JORGE!
Desde el fondo del aljibe, oyendo a los hermanos discutir, el monstruo se enroscó sobre si mismo, y volvió a dormir.
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