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5: Una peculiar familia.


Era un bello día en la capital: los pájaros cantaban mientras creaban sus nidos, las abejas iban de aquí para allá en busca de miel, y las flores impregnaban el aire con sus olores dulzones. Todo estaba tranquilo... Hasta que un fuerte grito retumbó por todo el barrio. A este le siguieron otros, cada uno más fuerte que el anterior, ocasionando que varios vecinos se despertaran de golpe. Muchos inclusive se asomaron por las ventanas para así descubrir de qué iba aquel ruidaje a horas tan tempranas. Y pronto todas las miradas se posaron en la pequeña casa de tejas rojas de la esquina; la casa de la familia Díaz.

Desde afuera de la casita, de paredes azuladas, se escuchaban gritos de enojo, platos rompiéndose y algún que otro insulto. En determinado momento, una silla salió disparada desde el segundo piso, y se estrelló tristemente contra el rosal del patio, espantando a un par de zorzales.

Los vecinos negaron con la cabeza.

-Esos Díaz ...- murmuró alguno- No hay qué los calme.

Y en eso no se equivocaban.

Los Díaz vivían todos juntos bajo el mismo techo: Manuel Díaz, el padre, María Díaz, la madre, Héctor Díaz, el abuelo, Ricardo Díaz, el tío, Verónica, la hermana mayor, y los gemelos Carlos y Jorge, los más pequeños de la casa. Todos eran morochos y de pecas, excepto Churrín, el hámster de Verónica.

Pero también eran muy tercos, y tenían un retorcido sentido del humor. Vivían gastándose bromas pesadas entre ellos, las cuales siempre terminaban en peleas y gritos.

Por ejemplo, una vez, Carlos y Jorge vertieron pegamento industrial en el tarro de shampoo de su hermana. Cuando ella terminó de bañarse y se dispuso a peinarse, el peine se quedó pegado a su cabello. El griterío que se armó luego fue digno de una película de drama.

En otra ocasión, María decidió atormentar un poco a su marido. Cuando sirvió la comida a la hora del almuerzo (unos deliciosos ravioles con boloñesa), se aseguró de colocar en el plato de Manuel una buena porción de salsa de habanero picante. Cuando el pobre hombre se llevó la primera cucharada a la boca... El resto es historia.

Pero volvamos al presente.

Ese mismo día, el motivo de la pelea no había sido algo más alejado. Bien temprano en la mañana, el abuelo Héctor se desperezaba en su cama, incorporándose trabajosamente. Con ayuda de su bastón, se dispuso (aún en pijama) a bajar hacia la cocina para buscar algo que desayunar, puesto que los fines de semana el resto de la familia no se despertaba casi nunca hasta el mediodía. Pero cuando abrió la puerta de su habitación, al instante quedó cubierto de pies a cabeza por una sustancia viscosa que parecía baba. Lanzando un grito de sorpresa y enfado, levantó la vista escaleras arriba, y se encontró con las miradas de Verónica, Carlos y Jorge, los cuales sostenían un balde que aún chorreaba miel. Al instante, el viejo comenzó a perseguir a los niños por toda la casa, agitando su bastón y gritando insultos.

-¡Babosas malcriadas; alcornoques; cabezas de chorlito!- exclamaba- ¡Vuelvan para que los ahorque a todos, sanguijuelas asquerosas!- añadía escupiendo algo de miel, a lo que los niños reían a carcajada suelta.

Pronto el bullicio bastó para despertar a los padres y al tío Ricardo, quienes se asomaron por sus respectivas habitaciones para descubrir que era tanto escándalo, justo cuando pasaban los niños corriendo seguidos por su abuelo. Sin perder tiempo, Verónica le lanzó una tarta de fresa a su tío en la cara, a lo que los gemelos hicieron lo mismo con sus progenitores.
Pronto toda la casa se convirtió en el escenario de una intensa persecución como las hay pocas.

Los vecinos del barrio volvieron a dormir como pudieron, pese a que el ruidaje de la familia continuaba.

-Esta familia... -murmuraron.

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