3: Problemas en el sótano.
-Oye, ¿podrías pasarme la linterna?- me preguntó Francisco.
Pese a que la oscuridad me rodeaba, impidiéndome distinguir la más mínima figura, pude escuchar como mi primo toqueteaba las paredes, sin duda intentando localizar la caja de fusibles. Casi podía ver como fruncía el ceño, probablemente jugueteando con un mechón de su pelo, como hacía cuando estaba nervioso.
No perdí el tiempo y, agachándome, tantee el suelo a mi alrededor buscando la dichosa caja de herramientas en la que, si mal no recordaba, mi despistado primo había guardado la linterna. El olor de la humedad me molestaba bastante, por no hablar del polvo.
Aún desde el sótano, podíamos escuchar como la lluvia golpeteaba fuertemente el techo de la casa, así como también las voces de los demás miembros de la familia, que disfrutaban de la merienda, la cual probablemente incluiría los manjares que la madre de mi primo preparaba.
Al pensar en el pan caliente y los bizcochos, me enojé un poco con Francisco.
-La verdad, primito, es que solo a ti se te ocurre bajar a arreglar la mesa de la abuela en un día como este- lo reproché, haciendo muecas de asco al sentir la viscosa consistencia del moho mezclado con polvo que se adhería al suelo como un chicle. Me limpié la mano contra la camiseta verde del colegio e intenté, por enésima vez, distinguir la figura abollada de la caja, con el mismo grado de éxito que antes.
Oí como mi primo maldecía, sin dejar de buscar.
-¡Bueno, no es mi culpa! ¿Cómo iba a saber yo que se cortaría la luz? No es como si predecir el futuro estuviera dentro de mis habilidades.
Mientras lo oía quejarse sobre la calidad de los fusibles y que no deberíamos haber cerrado la puerta, mis dedos palparon la fría y áspera superficie del metal oxidado. Rápidamente, comencé a recorrer cada centímetro del objeto, hasta que finalmente lancé un suspiro de alivio.
-Encontré la caja- anuncié orgullosa, como si se tratara del mejor de los descubrimientos arqueológicos.
-¿¡Qué!?- exclamó Fran, y lo oí suspirar de alivio- Bien, ábrela y pásame la linterna, por favor.
Sin demorar, desenredé las inútiles cadenas que se encontraban enrolladas alrededor de la caja y metí la mano dentro, comenzando a revolver. De pronto un dolor agudo se hizo presente en la yema de mi dedo gordo, seguido de un leve ardor. Lanzando un grito, me lo llevé a la boca, y sentí unas gotitas de sangre mojar mi lengua, dejándome un desagradable sabor metálico. Gruñí, molesta.
-Ah, por cierto, ten cuidado con la sierra. Estoy seguro de que papá la dejó sin el estuche- comentó mi primo, tan oportuno como siempre.
Mascullé una respuesta por lo bajo y continué buscando, esta vez con más cuidado. Pude sentir clavos, un par de martillos, incluso un viejo rollo de papel higiénico que olía a humedad. Parecía que no había rastro alguno de la bendita linterna.
Por fin, mis dedos se cerraron en torno a un mango de plástico inconfundible.
-¡La tengo!- grité, aliviada. Presioné el botón para encenderla...nada. Volví a intentarlo. Nada. Lo intenté una última vez, con más fuerza. Nada de nada.
Voltee hasta donde se suponía que estaba mi primo, con un grito de furia atorado en la garganta.
-Francisco, querido, ¿por casualidad no te habrás olvidado de cambiar las pilas de la linterna?
FIN
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro