2: Una mujer brillante.
Ramona Rodríguez, Romita para los amigos, amaba las cosas brillantes. En su casa, de paredes brillantes, coleccionaba latas de metal, anillos, collares, bolsos de lentejuelas, cuadros repletos de brillantina y algún que otro mueble, de color brillante, claro.
Cuando iba por la calle, lucía alguno de sus sombreros despampanantes y cubiertos de lentejuelas, y la gente entornaba los ojos para poder distinguirla entre tanto brillo. Pasado un tiempo, los únicos contentos con esa situación eran los vendedores de gafas oscuras, que ganaban más dinero que nunca.
Un día, mientras ella cruzaba la calle, un hombre en bicicleta se encandiló y se chocó contra una columna. Quedó tan magullado, tan magullado, que la familia juntó firmas para prohibirle a Ramona volver a utilizar semejantes sombreros.
A la semana siguiente, ella caminaba tranquila por el barrio, usando un vestido rojo cubierto de brillos. Parecía una estrella, pues brillaba incluso de noche.
Tanto brillaba, que la gente del Departamento de Alumbrado Público fue a reclamar ante un jurado.
-¡No tenemos trabajo con esta mujer paseándose así de brillante!- se quejaron.
Intentaron multarla, pero ella dio argumentos tan brillantes, tan brillantes, que tuvieron que dejarlo pasar.
Fin
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