9
Casi a las dos de la tarde se dirigió a la pizzería Sundays, para almorzar. Había recorrido las calles principales y también las zonas periféricas de Ashland a la espera de poder ver algo, sin éxito alguno. Consideraba que el error, tal vez, había sido hacer esto en su propia camioneta Ford, un vehículo que ya todos conocían en el pueblo y que cantaba como Pavarotti. ¿Si hubiera alquilado un coche, podría haber pillado a su hombre? Se preguntaba. Suponía que sí, al menos era una posibilidad.
Estacionó la camioneta frente a la puerta, apagó el motor y descendió, ingresando al local momentos después. Las campanillas que pendían de la puerta tintinearon, y Molly levantó la vista de la caja registradora, viéndolo tomar asiento en una mesa vacía junto a uno de los ventanales, ya que quería seguir vigilando mientras comía. Entonces rodeó el mostrador, y se acercó a él.
—¡Hola, Nick! —lo saludó. —Qué raro que estés por aquí en persona.
—Ya ves, justo estaba cerca, y decidí hacer una pausa en el trabajo.
—¿Qué puedo ofrecerte?
—Una cerveza, por favor. Y un trozo de tarta de pollo.
—Enseguida te traigo —asintió ella, y se alejó de nuevo hacia la cocina tras el mostrador, caminando apresuradamente, mientras sus rizos castaños se sacudían tras su espalda. Buena chica, pensó él.
Se reclinó en su silla mientras continuaba mirando hacia la calle, con la mente completamente en blanco, por debajo del murmullo constante típico del local: cubiertos entrechocándose con los platos, algunas conversaciones de los pocos clientes que allí había, y la música suave de fondo que sonaba por los parlantes distribuidos en las cuatro esquinas del techo. Aquel escenario tan típico le evocaba ciertos razonamientos: ¿su sospechoso habría ido a comer alguna vez a Sundays? ¿Por cuántos lugares en común habría estado con él, sin haber tenido ni siquiera la mínima noción de ello? Eran preguntas que le llenaban de impotencia, ira y repugnancia, todo al mismo tiempo. Sin embargo, también era algo que le gustaba. De esta forma, al menos no tenía la mente ocupada en su propia rutina, en la vida de mierda que había dejado Susie al marcharse de su lado, como una nube toxica y corrosiva de soledad. Como el huracán Katrina, a su paso solo destrucción, solo caos.
La comida no tardó en llegar, una deliciosa y humeante porción triangular de tarta de pollo con crema de queso, de al menos tres centímetros de espesor, y una jarra estilo chopp de cerveza de raíz, con una fina capa de hielo escarchado por fuera. Al ver aquello, sus tripas se removieron hambrientas. No se había dado cuenta del apetito que tenía hasta que vio la comida frente a él, entonces se dio cuenta que podría devorarse a un búfalo si fuera necesario. Le dio las gracias a Molly, y empezó a comer. Casi quince minutos después, cuando ya había comido más de la mitad de la tarta y bebido casi la jarra de cerveza en su totalidad, el teléfono sonó en su bolsillo. Hastiado por la interrupción, se metió un tenedorazo más de tarta en la boca, y dejando los cubiertos a un lado, atendió.
—¿Que paha? Ehtoy almorhando... —respondió, con la boca llena.
—Nick, soy yo, siento interrumpirte —por la voz, era Jhon—. Tenemos tres cuerpos más.
Al escuchar aquello abrió grandes los ojos, y de pronto, la comida le supo en la boca como una bola intragable de porquería. Hizo un esfuerzo por deglutir, y con la mano libre se golpeó un poco el pecho con el puño cerrado, tosiendo una vez.
—¿Estás de puta broma? —preguntó. —¿Tres cuerpos más?
—Me temo que sí. Estoy esperándote en tu oficina, no haré que vengas a cada escena del crimen en particular, imagino que ya debes suponer lo que es esto.
—Voy para allá —respondió, y colgó. Sin embargo, no se movió de su mesa. Solamente permaneció con los ojos fijos en su plato sin poder creer lo que acababa de escuchar. Ese maldito hijo de puta había matado a tres personas más en su cara, mientras recorría las calles. Era inconcebible. Con un gesto de la mano llamó a Molly, que caminó hacia su mesa. Tuvo que haber visto su cara, porque la sonrisa se le desapareció en cuanto llegó a su lado.
—¿La comida estaba mala? —preguntó, temerosa.
—No... estaba deliciosa. Solo que me han llamado de la oficina, y debo irme... —sacó su billetera del bolsillo trasero del pantalón y le dio un billete de cincuenta. —Déjalo así, gracias Molly.
Se levantó de la mesa bajo la sorprendida mirada de la chica, caminando hacia la puerta de entrada del local zigzagueando como si estuviera borracho o fuera a desmayarse en cualquier momento. Al llegar a la calle, el viento fresco le supo a gloria, acariciándole la sudada piel de la frente y la nuca. Subió a la camioneta, apoyó los codos en el volante y se cubrió el rostro con las manos, sintiendo que respiraba de forma agitada, como si estuviera hiperventilando. Resopló un par de veces, obligándose a sí mismo a mantener la compostura, y luego dio un giro de llave, encendiendo el motor.
Tardó poco tiempo en llegar a la oficina, ya que cortó camino por calles aledañas, poco transitadas a esas horas donde todo el mundo estaba en su casa almorzando a gusto. Estacionó con descuido a un lado de la calle, apagó el motor y bajó de la camioneta dando un portazo. Ingresó al hall de la dependencia policial y sin detenerse siquiera en saludar a su secretaria, empujó la puerta de su oficina y cerró tras de sí. Jhon lo esperaba sentado frente a su escritorio, fumando como de costumbre. En cuanto lo escuchó entrar, se puso de pie.
—Vamos cinco homicidios, Nick —dijo—. Y no tenemos ni un miserable rastro de este sujeto.
—Lo sé, créeme que estoy agobiado por ello... —rodeó el escritorio y se sentó frente a su colega. —¿Ahora a quienes tenemos?
Jhon entonces comenzó a extenderle unas fotografías, luego de aplastar la colilla de su cigarrillo y encender otro más.
—Greta Munroe, la viuda del banquero. La ahogaron metiéndole por la garganta billetes y joyas de la familia, luego la desnudaron y le escribieron la palabra avaricia en el vientre. Rebecca Winsley, vivía sola al norte de la avenida Windmon, mujer poco querida por los vecinos en general. La ejecutaron a golpes, y luego le cortaron la lengua. Tiene la palabra ira en la frente, al parecer también escrita a cuchillo. El tipo que ves en la última foto es Will Parmer, también vivía solo, aunque tenía una cuidadora que lo visitaba dos veces por semana debido a su sobrepeso. Lo ataron frente a una mesa, le pusieron un embudo en la boca y le obligaron a beber sopa con matarratas. Murió de un colapso cardiaco luego de convulsionar, tiene la palabra gula en el pecho —Jhon hizo una pausa, y agregó: —A no ser que se mueva como el viento, tuvo que haber usado la misma ropa clínica para los tres homicidios, por lo que seguramente la sangre de las víctimas este mezclada entre todas. Esto es terrible, Nick. Ese hijo de puta sabe lo que hace, y sabe que nos está jodiendo.
—Al menos tenemos un patrón, siempre ataca a personas que vivan solas.
—Pero no es suficiente. No podemos poner en custodia a cada persona de Ashland que viva sola. Yo tengo un escuadrón de veinte agentes al mando, ¿tú tienes cuantos? —le preguntó. —¿Unos quince o veinte, tal vez? Seguimos sin ser suficientes. Podemos pedir ayuda quizá a los federales, que organicen perímetros de vigilancia en zonas claves, darles todas las pruebas que tenemos a ellos y que se ocupen del caso.
—Si hacemos eso, se acabó, Jhon. Estaremos destituidos.
—Quizá fue algo que teníamos que haber hecho desde un principio, Nick —respondió, soltando humo por la nariz—. Estamos acostumbrados a que Ashland siempre ha sido un pueblo pacifico, donde nunca pasaba nada, donde los días en la oficina eran tan aburridos que podíamos dedicarnos a jugar póker y comer donuts hasta el hartazgo. Tú has visto crímenes violentos antes de mudarte aquí, eres un tipo curtido, Nick. Yo no. Y sinceramente, no sé cómo resolver esto. Hay una parte de mí que te envidia sanamente.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Estás a punto de jubilarte, Nick. Harás una gran fiesta el año que viene, te olvidarás de todo esto, y seguramente te mudarás a alguna playa paradisiaca a ver amanecer mientras bebes tus cervezas rancias y miras tus novelas de mierda —Jhon rio, mientras aplastaba el cigarrillo a medio fumar en el cenicero frente a él—. Quisiera que no me faltaran aún seis años para vivir eso.
—Siempre puedes dispararte en un pie para prejubilarte, amigo mío.
Ambos rieron levemente, aunque sabían que no había nada de lo que reír. Jhon entonces dio un suspiro hondo, se apoyó una mano en la abultada barriga y miró a su compañero. Unas gruesas ojeras negras comenzaban a formarse bajo sus ojos, sin duda no la estaba pasando nada bien con todo aquello.
—Tienes un aspecto lamentable, Nick —le dijo—. Imagino que debes estar durmiendo como el culo.
—Pues imaginas bien...
—Tenemos una salida pendiente, no sé si lo recuerdas. En cuanto terminemos con esta mierda, planeo agarrar una buena borrachera.
—Yo tengo una cita, esta noche.
Jhon lo miró asombrado.
—¿En verdad? ¿Con quién? —le preguntó.
—Una chica que no conoces. Pero no sé si vaya. No puedo concentrarme en una cita con alguien mientras a mi espalda está sucediendo todo esto.
—Deberías hacer un esfuerzo, amigo —asintió Jhon—. La realidad es que tú y yo ya casi no pintamos nada en este caso. Está más que comprobado que no hemos resuelto absolutamente nada, ni siquiera tenemos un miserable retrato hablado del homicida, y ya llevamos cinco víctimas en un pueblo de menos de trescientos habitantes. Casi con toda probabilidad este caso será derivado esta misma noche a los Federales, nos guste o no. Hemos fracasado Nick. Se acabó.
—Lo sé.
—Entonces no sirve de nada que continuemos lamentándonos. Ve allí, tómate unos tragos y haz lo que tienes que hacer. Ya nos reuniremos mañana.
—¿Tú que harás? —preguntó Nick.
—No tengo tu misma suerte. Iré con los forenses a buscar datos de las últimas tres víctimas, a ver si con algunos análisis podemos continuar ampliando las concordancias de las muertes.
—¿Me llamarás si descubres algo?
—Claro que no. Lo que menos quiero es interrumpir el polvo —Jhon se levantó pesadamente de su asiento, y ajustándose las solapas de su chaqueta, se giró hacia la puerta—. Nos vemos, Nick. Buena jornada.
Lo observó retirarse de la oficina, cerrando la puerta tras de sí, y de nuevo, sus ojos volaron a las imágenes encima del escritorio de madera barnizada. Las fotografías de los tres cuerpos estaban allí, en mortal silencio, esperando alguna respuesta por parte de la ley, aunque sea un ápice de justicia. Justicia que Nick no podía darles, al menos de momento, por mucho que le pesara aquello en su cabeza.
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