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9


Miró la hora en el reloj de pared a un lado de la chimenea, aún faltaban unas cuantas horas para que Abby llegara del trabajo, de modo que tenía tiempo de pensar con más calma. Su respiración aún estaba agitada, y su mente oscilaba entre la charla de Ashley Patterson y la incitación sexual de su hija Kimberly. Sin embargo, lo peor no era nada de eso. Lo más atemorizante de todo era intentar razonar otra cuestión: ¿Cómo podía saber acerca del trastorno que tuvo Abby en su pasado? ¿Y si tal vez siempre los habían estado espiando? Pero de ser así, ¿con que fin? Se preguntaba. ¿Acaso esa propuesta domiciliaria había sido algo casual, o todo estaba planificado?

De lo único que estaba convencido, era del hecho que debía avisarle lo ocurrido a su esposa. No le diría lo que sucedió con Kimberly, evidentemente, lo que menos quería causar era un caos. Pero sí le diría acerca de la charla con Ashley. Sin dudarlo, tomó el teléfono inalámbrico encima de la mesa, marcó el número de la oficina de su esposa, y esperó, mientras daba vueltas por la sala. A los cuatro tonos, ella atendió.

—Banco central de Dinardville, buenas tardes, mi nombre es Abigail, ¿en qué puedo ayudar?

—Abby, soy yo.

—¿Liam? ¿Todo bien? —le preguntó, asombrada de que la estuviera llamando a su trabajo.

—Necesito charlar contigo, de ser posible en casa.

—¿Pero ha sucedido algo? Me estás asustando.

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes?

—¡No lo sé, maldición! —exclamó, exasperado. —Solo dime si puedes venir a casa más temprano.

—De acuerdo, hablaré con mi superiora. Nos vemos en un rato, cariño.

—Adiós, Abby —se despidió, y colgó.

Una vez en el silencio de la casa no pudo evitar preguntarse que vendría a continuación. Si charlaba con ella y llegaban al mutuo acuerdo de que tal vez lo mejor era confrontar la cena con Ashley, y averiguar más de lo que hablaba, ¿hasta qué punto eso sería una buena idea? Y si debían abandonar la casa, ¿adónde irían? Se preguntó. Habían vendido el anterior sitio donde vivían, no había demasiadas opciones en caso de que corrieran algún peligro. Tomó asiento en uno de los sillones, y se frotó los ojos, cuestionándose porqué estaba pensando en algún peligro. Ashley no había sido descortés con él, al contrario, parecía saber muchas cosas de su vida personal como para ser descortés. Lo único que lo atemorizaba, era el hecho de no saber cómo ella conocía esas cosas.

De pronto sucedió algo que le hizo saltar del sillón como si tuviera un resorte en el trasero. Desde todos los rincones de la casa comenzó a oír una serie de golpes fuertísimos, parecía como si un gigante estuviera aporreando las paredes desde afuera. La vibración del sonido no solo recorría el suelo, sino que sacudía algunos cuadros, y Liam observó a su alrededor como si estuviera mirando la casa por primera vez. Aquel estruendo provenía de todas direcciones, de todas las paredes, incluso hasta del techo mismo.

En un instante, Liam rodeó los sillones y corrió hasta la puerta de entrada, quitó el cerrojo y abrió de golpe. En el mismo segundo que abrió la puerta, aquellos golpes se detuvieron espontáneamente, y sin poder creer lo que estaba sucediendo, salió al porche de entrada. Rodeó la casa hasta el patio trasero por ambos lados, pero allí no había nadie. Confundido y asustado, volvió adentro y cerró la puerta tras de sí, con cerrojo y también con la llave. Al observar hacia la sala, sintió que la sangre se le congelaba en la venas. Todos los cuadros que decoraban las paredes se hallaban rotos en el suelo, había cristales por toda la alfombra, y tanto los sillones como la mesa central estaban dados vuelta en el suelo. Por desgracia, su notebook también estaba allí, bajo uno de los sillones, destrozada. Había dos sillas partidas, los tapetes de los sillones estaban arañados, allí había pasado algo que no podía definir. Y había pasado en los breves instantes en que salió de la casa, a revisar el exterior.

—¿Qué clase de locura es esta? —preguntó, en un susurro. Esquivó lo mejor que pudo los sillones destrozados, y caminó hacia la escalera que conducía a la segunda planta. Desde allí, corrió hacia la escalera del cobertizo, y una vez en él, comenzó a buscar en los estantes de herramientas, cajas de tornillos, tuercas y demás chatarrería que aún conservaba. Bajo unas cajas de silicona y detergentes limpiadores para el coche, encontró el estuche de su viejo rifle de cacería, junto con algunas cajas de municiones. Con una expresión de psicótica satisfacción, lo sacó del empaque y lo sostuvo entre sus brazos. Abrió la recamara armadora y sin detenerse a pensar siquiera si las municiones aún estaban en buen estado, comenzó a cargarlo. No tenía ni idea de que o quien le estaba jugando una broma pesada, pero se lo quitaría de encima sin dudar.

En cuanto terminó de recargar el rifle, cerró la recamara con un chasquido y se paralizó en seco, al escuchar sonidos provenientes desde abajo. No eran sonidos claros, pero eran lo suficientemente precisos para que pudiera darse cuenta de lo que se trataba: pisadas que corrían de un lado al otro, risas y murmullos de conversaciones. Alguien había invadido su casa, pero Liam sabía lo que debía hacer, la constitución le amparaba como legítima defensa si la emprendía a balazos contra los intrusos.

Se acercó al acceso del ático y miró a través. Desde aquella distancia, lo único que veía era la escalera de acceso y una parte del pasillo, la más lejana, que desembocaba en la escalera principal. Había alguien allí, tras su rango de visión. No podía verlo porque estaba por detrás de la escalera del cobertizo, pero su sombra se proyectaba en el suelo del pasillo gracias a las lámparas de techo. Una sombra larga y extremadamente delgada. Liam tragó saliva, mientras empuñaba su rifle con los ojos muy abiertos. Sea quien sea la persona que estaba allí abajo, parecía estar esperando a que bajara del cobertizo.

Sabía que no podía quedarse allí todo el tiempo, Abby vendría en cualquier momento, su trabajo no estaba a más de diez minutos de coche, y si entraba a la casa y veía un intruso dentro podría correr serio peligro, de modo que debía hacer algo cuanto antes. Respiró hondo una sola vez, y bajando las escaleras de dos en dos, apuntó hacia el pasillo. Sin embargo, en el mismo momento en que estaba dispuesto a dar la voz de alto, se dio cuenta que allí no había nadie. Con el escalofrió recorriéndole la espina dorsal, apuntó a todos lados del pasillo, incluso hasta dentro de su propio dormitorio matrimonial. Allí no había nadie, la sombra había desaparecido, el intruso también.

A lo lejos, Liam escuchó un sonido muy familiar, el motor de un coche, el de su propia camioneta. Luego de un momento, silencio, y luego de otro momento, la puerta de entrada abriéndose. ¿Sería Abby? ¿O tan solo sería otra ilusión macabra? Se preguntó. Con cautela, bajó por la escalera principal apuntando con el rifle hacia adelante, y se tranquilizó en el mismo momento en que ella ingresó en su campo de visión, vestida con la misma ropa ejecutiva de siempre. Por el contrario, la que se puso aún más nerviosa fue ella, al verlo empuñando aquel rifle.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó. —¿Qué está pasando? ¿Qué haces con eso?

—Están pasando cosas demasiado extrañas, Abby. No es seguro aquí, tenías razón. Siempre la tuviste —respondió, avanzando hacia ella a medida que bajaba el rifle, mirando a su alrededor. La sala estaba en completo orden —. Hace un instante todo el living estaba destrozado, y había alguien aquí adentro, correteaban por el pasillo de arriba, y...

—Liam, cariño, me estás asustando —dijo, apartándole el arma de las manos para dejarla arriba de la mesa—. Quiero que te calmes y me digas con exactitud qué demonios está pasando, y por qué me has dicho que viniera cuanto antes.

—Yo sé lo que vi.

—No te estoy negando eso.

—¡Pero me miras como un loco! —exclamó él. —¡Sé lo que vi!

—Quiero que me digas que está sucediendo, por favor... —balbuceó ella, con lágrimas en los ojos. Realmente la asustaba todo aquello. —¿Dónde comenzó todo?

Liam suspiró, sabiendo que Abby tenía razón. No llegaría a ningún lado si lo único que hacía era alterarla igual o más de lo que ya lo estaba él mismo. Le tomó de las manos, entonces, y la condujo hacia el sillón. Ambos tomaron asiento.

—Esta mañana, luego de que te fuiste, no pude trabajar. Lo único que tenía en la cabeza era averiguar por donde había entrado anoche la hija de los Patterson, así que fui a hablar con ella.

—Entiendo —dijo Abby. En otro contexto, se hubiera puesto un poquitín celosa de haber sabido aquello, pero decidió dejarlo pasar. Cosas más importantes estaban sucediendo en aquel momento—. ¿Y qué averiguaste?

—Nada, en absoluto. Pero tuve una charla demasiado extraña con Ashley Patterson.

—¿A qué te refieres con extraña?

—Ella sabía de tu trastorno, sabia por lo que pasamos como matrimonio, todas nuestras dificultades. Parecía saber lo que yo pensaba. Me preguntó qué pasaría si nuestro matrimonio no funcionaba, adonde iría.

—¿Tú tienes dudas al respecto?

Abby lo miró en aquel momento como si temiera por la posible respuesta. Sin embargo, Liam negó con la cabeza.

—No se trata de lo que yo piense, o de lo que te esté contando —dijo, obstinado—. ¿No puedes verlo? Parece como si supiera de alguna forma todo a nivel personal sobre nosotros, sobre mí, sobre ti. En su biblioteca tiene un cráneo, ella me dijo que era de cerámica, pero sinceramente a estas alturas dudo que eso sea verdad. Kimberly, su hija, nombró unas palabras extrañas, como si fuera un idioma muerto o alguna lengua antigua, demonios, no lo sé... y me habló de la vecindad como si fuera un grupo masónico, o algo similar... ¡Por un carajo, hasta parecía que me estuviese intentando reclutar! Y ahora mismo no sé siquiera si estoy alucinando...

Abby lo abrazó contra sí, y Liam guardó repentino silencio, interrumpido por este gesto. Ella le acarició la nuca, metiendo sus dedos entre los mechones de cabello, y suspiró en su hombro.

—Cariño, estás hilando las ideas demasiado rápido, y no puedo entenderte. ¿Adónde quieres llegar con todo esto? ¿Qué es lo que te preocupa? —le preguntó.

—La casa está mal, el barrio está mal, estas personas están mal, no sé cómo definirlo —dijo, separándose de ella para mirarla a los ojos—. Pero debemos irnos de aquí, Abby. Tenemos que irnos mientras aún tengamos tiempo. Tengo un horrible presentimiento con todo esto, y aunque me pidas que te lo explique, no puedo hacerlo. ¿Confías en mí?

—Claro que confió en ti.

—Entonces vámonos a la mierda de aquí, cuanto antes, esta misma noche. Empaquemos las cosas y vámonos. Sé que vendimos nuestra anterior casa, pero ya encontraremos la forma —insistió.

—Liam, no podemos irnos. El subsidio es a dos años, ni siquiera hemos vivido una semana aquí y ya quieres irte. Si nos vamos, no solo se verá comprometido mi trabajo, sino que además perderemos la oportunidad de una maravillosa residencia. Tú mismo lo dijiste, un lugar apacible donde criar hijos, y formar la familia que soñamos. Siempre hemos luchado por una casa así, siempre fue nuestro sueño. ¿Por qué ahora te retractas sobre tus propias palabras? —le preguntó, sin comprender.

—¿Un lugar apacible? ¡Hace unos momentos escuché golpes en todas las paredes de la casa, como si fuera una broma del infierno! ¡Salí a mirar que demonios pasaba, y cuando entré, todo este living estaba destrozado! ¿Crees que soy un demente? ¡Yo vi lo que vi, y aquí están sucediendo cosas extrañas!

Abby lo observó durante unos momentos, mientras su cerebro intentaba comprender que estaba ocurriendo con su esposo. Finalmente, tomó una decisión.

—De acuerdo, iré a hablar con esa maldita señora Patterson. No sé qué demonios te ha dicho, pero está claro que algo hizo.

—¡No, no vayas allá! —exclamó él. —Nos invitó a cenar esta noche, pero no quiero que vayamos. No quiero tener más contacto con esa familia de locos, ninguno de los dos. Por favor, confía en mí.

—De acuerdo, cariño... como prefieras.

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