8
Finalmente, la hora de comenzar con otro día de investigación llegó, junto con la hora de dar el tan delicado anuncio. El grupo se hallaba reunido en la misma sala de investigación de siempre, con la única diferencia que en la sala contigua a la cabina de controles había una maquinaria cilíndrica, que llegaba hasta casi hasta el techo. No tenía inscripciones ni tampoco botonera de ningún tipo, solo unas conexiones que cantaban a toda voz que irían colocadas en el medidor cerebral. Antes de comenzar a teclear y encender los aparatos, Bruce habló.
—Bueno, tengo que decirles algo que quizá no sea fácil para alguno de ustedes.
—¿Qué sucede? —pregunto Jim.
—Supongo que han visto que el coronel Wilkins se acercó a mí esta mañana. Traía noticias sobre el proyecto negro.
Bianca se dio cuenta que hablaba muy despacio, como si quisiera buscar las mejores palabras. Lo miró de reojo y asintió con la cabeza, tratando de darle ánimos en silencio, algo que le hizo sonreír levemente, quizá sintiéndose más aliviado.
—Ya hombre, dinos, que nos estás matando de la intriga —dijo Fanny.
—Al parecer, están preocupados por la falta de avance en la investigación, de modo que a partir de este momento probaremos un método diferente —Bruce se aclaró la garganta en cuanto vio las miradas de confusión del grupo—. Esa máquina que está allí es el impulsor, quien se encargará de estimular diferentes regiones del cerebro por medio de pequeñas descargas eléctricas.
Al instante, los murmullos comenzaron a hacerse notar. Ned miró la maquina con cierto recelo, y luego volvió a mirar a Bruce.
—Pero eso no puede ser sano —dijo.
—Tranquilos, les puedo asegurar que la descarga será mínima, apenas un cosquilleo. No vamos a poner en riesgo la vida de nadie, incluso pueden verlo en mí mismo primero.
Francis negó con la cabeza, se pasó una mano por el cabello rubio mientras miraba hacia el suelo, y luego levantó la vista hacia Bruce.
—¿Cuánto hace que sabía de esto, doc? —preguntó.
—Acabo de enterarme esta mañana.
—Miente.
—No, no miento.
—¡Claro que miente! —exclamó. —¡Ustedes los gubernamentales son una máquina de decir mentiras, una tras otra! ¿Realmente me va a hacer creer que cuando firmó su contrato de trabajo no sabía nada acerca de esto? ¡Puede irse al diablo, usted y su puto proyecto de mierda!
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Bruce. —¿Largarte? Hazlo, quiero ver si te permiten pasar por la puerta. Ya estás aquí, ahora solo puedes continuar, o sentarte en un rincón a esperar que el proyecto termine y cada uno de nosotros pueda volver a casa.
Francis no dijo absolutamente nada, pero su mirada era de auténtica furia. Entonces, en un momento, se abalanzó hacia Bruce tan rápido como una exhalación. Lo tomó por las solapas de la chaqueta y lo empujó contra la mesa de operaciones, levantando el puño cerrado. Todos se lanzaron encima suyo, sosteniéndolo para que no lo golpeara, entre gritos.
—¡Estás loco si creés que vas a retenerme aquí en contra de mi voluntad! —gritó Francis, mientras forcejeaba con los demás para intentar golpear a Bruce. —¡Tan solo eres un imbécil haciendo el trabajo sucio de quienes quieren jugar a ser Dios! ¡Nada más que eso!
Al ver que la riña no cesaba, Bianca lo miró fijamente, y en un santiamén lo apartó de todos, empujándolo contra la puerta metálica, sin tocarlo siquiera. Francis abrió los ojos, sorprendido, e intentó arremeter contra ella, pero no se movía. La fuerza psíquica de Bianca era mucho mayor que la de cualquiera, si había podido lanzar un coche contra sus atacantes varios años atrás, también podría con alguien como aquel tonto.
—Suéltame, puta psíquica de mierda —la insultó, sin poder moverse. Todos los demás miraban la escena casi boquiabiertos—. ¿Quién demonios te creés que eres?
—Soy quien va a entrenarte a ti y al resto del grupo para terminar el proyecto cuanto antes, y, por ende, también estoy a cargo. Quiero que te tranquilices, ahora mismo. O juro por Dios que te encerraré en una habitación durante los dos meses que quedan por delante.
—Que me sueltes... —murmuró, con el pecho aprisionado por aquella fuerza invisible.
—Quiero que te calmes, y dejes de hacer el tonto. Ya fue suficiente —al ver que no había respuesta, exclamó: —. ¡Dilo!
—Está bien, está bien... —insistió. —Lo siento.
Bianca cedió poco a poco su mente, liberándolo, hasta que Francis pudo no solo respirar mejor, sino que además moverse. Tanto Bruce como el resto del grupo miraban la escena con asombro y consternación. Bianca, sin embargo, continuaba observando al rubio fijamente, quien la miró con una expresión furibunda, y dándose media vuelta, salió de la sala de control murmurando improperios, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Estás bien? —preguntó ella, girándose hacia Bruce. Éste asintió, y sonrió, mientras se ajustaba las gafas encima de la nariz.
—Hacía mucho tiempo que no peleaba con nadie, prácticamente desde que era un adolescente en la secundaria, pero gracias por intervenir —dijo.
—Anda ya, no te imagino ni siquiera peleándote contigo mismo en el espejo —opinó Fanny. Bianca rio por su comentario, asintiendo con la cabeza.
—¿Tanta pinta de nerd tengo? —dijo él, haciéndose el desentendido. Luego se rascó la nuca, y miró a su alrededor como si estuviera completamente perdido por unos segundos. —Escuchen, hablando en serio, supongo que este incidente habrá afectado el ánimo de todos, así que entiendo si no quieren trabajar por hoy. Podemos tomarnos el día de descanso, y...
Jim lo interrumpió.
—¿Descanso? Ni hablar, cuanto antes terminemos con esto, mejor. Así que empieza a teclear en esas máquinas, doc.
Bruce miró a Bianca de soslayo, esta se encogió de hombros y asintió con la cabeza en silenciosa aprobación, de modo que Bruce tomó asiento en la silla giratoria, y tecleando frente a cada uno de los monitores, encendió las maquinas una a una. Luego se giró hacia el grupo, sin levantarse de su asiento, y los miró.
—Bueno, el plan seria empezar a intervenir uno por uno —explicó—. Bianca entrará con ustedes a la habitación de pruebas, y será la referente tanto para la concentración como para cualquier otro inconveniente que se presente, ya sea que se sientan mal o quieran detener el procedimiento, ¿de acuerdo? —en cuanto vio que todos le asintieron con la cabeza, continuó. —Por el momento no se focalicen en nada, solo concéntrense y nada más. Las primeras inducciones no tendrán éxito, eso se los digo desde ahora, pero en caso de que en cualquier forma lograran ver o sentir algo, será genial. Por último, dada la naturaleza invasiva del procedimiento, trabajaremos a término para evitar posibles daños, así que olvídense del horario. En cuanto el último de ustedes haya recibido su impulso, acabamos por hoy y nos tomamos el resto del día.
Aquello sonaba demasiado natural como para ser cierto, pensó Bianca. Demasiado natural teniendo en cuenta que, en breves instantes, algunas personas del grupo serian sometidas a pequeñas descargas eléctricas en su cerebro. Y todo aquello en nombre de... ¿La ciencia? ¿Los intereses del gobierno? ¿Espionaje secreto y nada más que la ambición de unos pocos? Se preguntó. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por los comentarios de festejo de sus compañeros, aprobando el hecho de que en cuanto terminaran, podrían descansar.
El primero en ingresar a la sala fue Jim, en cuanto Bruce le colocó los discos de metal para el encefalógrafo. Bianca lo siguió, detrás, y una vez que estuvieron de nuevo en la sala de pruebas, ambos miraron hacia el enorme ventanal translucido. Bruce cargó de papel la maquina a la que se recibía la información de la lectura cerebral, introdujo unos cuantos comandos en uno de los teclados frente a una pantalla, y al instante apareció el típico mapeo cerebral de la primera vez. Deslizándose en la silla hasta la consola de botones en el rincón opuesto, tocó una serie de perillas y pulsando el botón que encendía el comunicador, hablo.
—Bien, ¿me escuchan ahí dentro? —preguntó.
—Fuerte y claro, doc —respondió Jim, levantando el pulgar. Su voz también sonaba de forma nítida a través de los altavoces en la sala de control.
—Muy bien. Bianca, quiero que por favor tomes los electrodos que están en la maquina y los conectes bilateralmente en la cabeza de Jim, quien va a estar sentado de espaldas a ella —pidió.
Bianca se acercó a la maquina con cierto recelo. No se había dado cuenta hasta ese momento del zumbido leve que emitía, un zumbido apagado y constante que le hizo recordar a las subestaciones eléctricas de North Beach, donde había nacido y se había criado. Recordaba caminar con su madre, paseando por las aceras de camino a la tienda, y al pasar por al lado de aquellas construcciones, sentía como emitían el mismo zumbido gracias a la enorme tensión que circulaba a través de su interior. Sin embargo, tomó los conectores y los colocó en la cabeza de Jim, quien estaba sentado a su lado. Sonreía, pero en su fuero interno, Bianca podía sentir dentro de sí que aquel hombre estaba realmente cagado de miedo, y solamente sonreía para hacerla sentir más calmada. Tonto, como si pudieras engañar a una psíquica, pensó.
—Bien, está listo —dijo, momentos después. A través del cristal, vio como Bruce se acercaba con su silla hasta uno de los teclados principales de la consola de mando.
—De acuerdo, chicos, regularé la máquina para inyectar quince miliamperios durante diez segundos. Descansaremos durante dos minutos y volveremos a inyectar, repitiendo el ciclo tres veces o hasta que Jim me detenga, ¿está bien? —dijo.
Dentro de la sala, Bianca le tomó una mano. Jim la miró y asintió con la cabeza.
—Quiero que te concentres y no pienses en nada en absoluto, deja tu mente en blanco y cierra los ojos. Cuando estés listo, asiente con la cabeza —dijo ella.
—Bueno, ahí vamos —murmuró Jim. Resopló hondo un par de veces, y cerrando los ojos, asintió con la cabeza.
Bruce presionó un botón y la maquina comenzó a cumplir su trabajo. La descarga era completamente imperceptible, no hacía ningún tipo de sonido más que el zumbido habitual que Bianca había escuchado al entrar. Sin embargo, Jim apretó los labios y los parpados, haciendo un ¡HMMMMM! con la boca, en cuanto la corriente eléctrica comenzó a invadir su cerebro. Los músculos de sus brazos se contrajeron y sus dedos se aferraron de los posabrazos de la silla, y Bianca no pudo evitar asustarse. Fueron los diez segundos más largos de toda su vida.
—¿Le duele? —preguntó mirando hacia el ventanal, en cuanto hubo terminado. Sin esperar respuesta, miró a Jim, quien parecía atontado o agotado en extremo. —¡Jim, que pasa! ¿Estás bien?
—Estoy bien —respondió—. La sensación es una mierda, parece como si se te acalambraran los músculos y tu cerebro tuviera mucha estática, como una televisión mal programada, pero no es nada que no se pueda soportar.
—¿Quieres parar, Jim? Sin problemas, tú me dices y habrá sido todo por hoy —dijo Bruce, a través del intercomunicador.
—Dame unos minutos para respirar, ya seguimos.
—Jim, no tienes por qué hacer esto. Si es demasiado, es mejor que pares ahora antes de que te lastimes —dijo Bianca, mirándolo con preocupación.
—Tranquila, estoy bien. Mi objetivo es robarte el primer lugar en esto de la parapsicología, no me detendré hasta que lo logre —bromeó él. Y ella no pudo evitar sonreír de forma divertida.
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