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7


Las tres primeras semanas del proyecto fueron bastante tranquilas, a juzgar por Bianca. Durante las horas de investigación diarias, lo único que tenía que hacer era continuar entrenando al grupo en técnicas tanto de relajación, como de concentración y meditación. De momento no habían hecho levitar absolutamente nada —aunque habían probado con varias cosas, desde lápices hasta sillas—, como tampoco habían logrado nada con la visión remota, pero al menos comenzaban a interesarse cada vez más por el hecho de expandir su mente.

Los experimentos de la visión remota eran todo un fracaso, al menos de momento. Durante una vez al día, la mitad del grupo se ubicaba en una sala, mientras que la otra se encerraba en una sala opuesta. El objetivo era tratar de visualizar lo que estaba haciendo el otro, pero no tenían éxito alguno, y las únicas veces que habían acertado en algo era por simple adivinación al azar, no porque realmente alguno estuviese viendo lo que hacia el otro. Sin embargo, aquello no era causa para desmotivar al siempre sonriente Bruce, que, junto a Bianca, intentaba poner el mejor de los ánimos en el proyecto.

Con respecto al grupo, Bianca se sentía cómoda, al menos por ahora. Había quienes le caían mejor y quienes le caían peor, como en toda sociedad por más pequeña que fuera, pero aquello era la minoría. Los hombres eran más individuales que las mujeres, siempre se pasaban juntos jugando al póker en la sala recreativa, o jugando tenis de mesa, a veces también se pasaban las horas de ocio en las consolas de video, jugando a las luchas o a las carreras de coches. Bianca, sin embargo, disfrutaba el charlar con Fanny. Ella era una chica cálida, amable, de buenos modos y sonrisa siempre afable. Comentaban revistas de moda, hablaban sobre hombres o telenovelas. Era una joven sencilla que adoraba el buen cine, el vino caro y la comida chatarra. Bianca, por el contrario, era mucho más afín al teatro, la cerveza y la comida saludable, a excepción de los fines de semana en que permitía darse un atracón de calorías. De esta forma, tanto la una como la otra, intercambiaban una saludable amistad.

Con Bruce, por otra parte, la relación era muy distinta. Charlaba con el tan a menudo como lo hacía con la propia Fanny, y aunque siempre estaba sonriente y de buen humor, solía estarlo aún más siempre que charlaba con Bianca. A ella le asombraba que no se juntara a jugar póker con los otros hombres, o que no discutiera acerca de futbol como ellos, sino que su tiempo libre lo disfrutaba escuchando música en un viejo walkman Sony, mientras leía algún libro de Tom Clancy. Más de una vez le había preguntado porque no se divertía como los demás, a lo cual él simplemente respondió: "Porque no soy como los demás, ni me divierte lo mismo que a los demás".

Aquella declaración no hizo más que avivar la llama de la intriga en Bianca. Sabía que podía indagar en su vida tanto a pasado como a futuro, si así lo quería, pero sabía que no se sentiría cómoda haciendo eso con él. Suponía que era una cuestión de privacidad que no debía romper. Sin embargo, todo lo que tenia de misterioso aquel neurocientífico de ojos azules, cutis blanco y sonrisa perfecta, también lo tenía de amable cuando se abría a charlar con ella. Tal y como le había prometido, le mostró el ejemplar de su libro, y usando el mismo bolígrafo con el que Bruce siempre anotaba cosas importantes en su arrugada libretita, le escribió en la primera página: "Para Bruce, con cariño, deseando que este libro siempre te impulse hacia el descubrimiento de la verdad. Bianca Connor".

Agradecido y asombrado por tal autógrafo, lo leyó un par de veces, como si no pudiera dar crédito de ello, y entonces la rodeó con un repentino abrazo. La tomó por sorpresa, pero lejos de molestarse, Bianca le correspondió, rodeando con los brazos su espalda, y dejándose impregnar por el perfume de la típica colonia que usaba a diario. Luego que se separó de ella, volvió a releer la firma, como si fuera algo irreal, y en sus ojos pudo ver el brillo auténtico de la alegría como un niño en Disneylandia. Para Bianca, jamás había estado tan feliz como ese día, hasta que ocurrió lo que quitó la bella sonrisa de su rostro, haciendo ensombrecer a Bruce.

Estaban terminando de almorzar, cuando el coronel Wilkins se apersonó en el comedor general. El grupo lo miró, al pasar, pero a Bianca aquello le pareció extraño, ya que no lo habían vuelto a ver desde el primer día que llegaron a la base. Saludó con un leve gesto de cabeza a quienes lo observaban, y acercándose a la mesa de Bruce, le susurró algo en su oído. Éste se levantó, dejando su comida sin terminar, y caminó junto al coronel hasta salir de la cafetería.

Extrañadas, Bianca y Fanny se comentaron mutuamente las típicas preguntas en los casos como éste: ¿Habrá pasado algo? ¿Quizás hubo un cambio de planes? ¿Tal vez algo salió mal? Pensaron en preguntarle al propio Bruce cuando regresara, pero para sorpresa de ambas, no volvió. Cuando terminaron de comer, juntaron cada uno su plato, cubierto y vasos, acercándolo al mostrador como siempre habían hecho desde que llegaron. Entonces, en el momento en que Bianca salió de la cafetería rumbo a su habitación, para cepillarse los dientes en el baño privado, los vio. Bruce parecía discutir con el coronel Wilkins, no podía escuchar lo que decían, pero se lo veía muy desconforme. Negaba con la cabeza, hacia gestos con las manos, enumeraba con los dedos, y el coronel también negaba con la cabeza. Finalmente, éste pareció dar un ultimátum, porque no vio que Bruce contestara algo, y se alejó por el pasillo sin mirar atrás. La expresión del neurocientífico era abochornada, miraba al suelo con la cara larga y las manos a la cadera, pensativo.

—Bruce —lo llamó, mientras se acercaba a él, quien la miró, pero no sonrió como siempre que la miraba—. ¿Todo bien?

—Sí, todo —respondió, intentando parecer lo más convincente posible.

—¿De verdad? Parecía que estaban discutiendo.

—Nada, no te preocupes. Solo cuestiones burocráticas, te lo aseguro —esbozó una ligera sonrisa, pero ni por asomo se asemejaba al típico Bruce que a Bianca tan bien le caía. Entonces, para su sorpresa, se giró de espaldas a ella y comenzó a avanzar por el pasillo hacia las salas de investigación. Sin dudarlo, Bianca trotó levemente hasta alcanzarlo, y le tomó del brazo.

—Espera, detente ahí —le dijo—. A mí no me engañas, algo ha pasado. No estamos ni siquiera hace un mes aquí juntos, pero no necesito ser una psíquica para conocerte y darme cuenta que algo cambió. Tú estás al mando, y el coronel Wilkins, pero yo soy quien está entrenando a estas personas, y si algo sucedió me gustaría saberlo, ¿no creés?

Como toda respuesta, Bruce suspiró de forma resignada, aunque no sonrió.

—Eres terca, e implacable. ¿Lo sabias? —dijo.

—Te sorprendería saber hasta qué punto. Ahora anda, dime.

—La CIA y el Pentágono están desconformes con el avance del proyecto. Creen que estas personas jamás llegaran a nada en concreto, y temen por el presupuesto millonario que se invirtió aquí, de modo que me ordenaron darles un impulso.

—¿Un impulso? ¿Cómo así? —preguntó ella, sin comprender.

—Es lo mismo que hicieron en el ochenta, la agencia de inteligencia creé que es posible impulsar las habilidades de visión remota de los sujetos de prueba, si les damos un pequeño impulso eléctrico en determinadas regiones de la corteza cerebral.

—¡Pero es inhumano! —protestó ella. —¿Cómo pueden sugerir una cosa así?

—Lo sé, Bianca, lo sé. Fue lo mismo que yo les dije, pero son ordenes de arriba, no puedo hacer nada al respecto. Le dije al coronel Wilkins que apenas íbamos poco más de dos semanas de investigación, que aún falta mucho camino por delante, pero no quiso escucharme.

—Esto es inaudito, no puedo creerlo...

—Yo tampoco puedo creerlo, pero no puedo hacer nada. Anoche, mientras dormíamos, han traído la nueva tecnología y han reforzado las guardias militares, y apenas acabo de enterarme. Soy tan títere de ellos como lo eres tú, o cualquiera de estos hombres —en un impulso, Bruce le tomó las manos, y la miró directamente a los ojos—. No es mi decisión, Bianca. No soy un monstruo. No me importa lo que los demás piensen, me importa lo que tú creas de mí.

Bianca también posó sus ojos en los de él, y pudo ver en ellos la silenciosa súplica que parecía intentar comunicarle. Sin embargo, retiro las manos con suavidad, como si una parte de sí misma no quisiera realmente hacerlo, salvo por la prudencia. Una prudencia emocional que conocía desde hace muchos años en su vida.

—Sé que no eres un monstruo.

—Gracias, de verdad. Ya que estamos a cargo de esto, supongo que es obvio pedirte que por favor no le digas nada de esto a nadie. Lo que menos queremos es iniciar una revuelta, muchos no van a estar de acuerdo, y van a tener razón.

—En cuanto empieces con las pruebas lo van a notar, si no les dices va a ser peor. No tienes forma de ocultárselo.

Bruce pareció meditar las posibilidades por unos momentos, y luego asintió con la cabeza.

—Sí, tienes razón. Al final es cierto eso que dicen, acerca de que siempre es necesaria la diplomacia de una mujer en la vida de un hombre —bromeó. Bianca sonrió ante aquella afirmación, poco a poco volvía a ser él, pensó.

—¿Y recién ahora te das cuenta? —le respondió. —No te preocupes, yo estaré contigo para dar el mensaje, no te dejaré solo en esta.

Él la miró, y sonrió, asintiendo con la cabeza. Por dentro, no pudo evitar pensar que aquella mujer era maravillosa, y al mismo tiempo, tampoco pudo evitar asumir que se estaba enamorando hasta la médula. 

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