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7


Tenía frio cuando se despertó, causando que tanto sus pezones como su piel estuviesen erizados. ¿Qué hora sería? ¿Dos, tres de la madrugada? Pensó. Le ardía un poco la garganta, y pensó que tal vez pillaría un resfriado. Había sido una tonta al dormirse destapada, agotada de tanto llorar en cuanto Liam le dio el contundente ultimátum, amenazándola con el divorcio. Algo que jamás había imaginado de él, ni siquiera en sus peores pesadillas. Sin embargo, era real. Estaba sucediendo ahora mismo, para su desgracia. En cuanto se sentó en el borde de la cama y se calzó las pantuflas, lo miró de reojo por encima del hombro, viéndolo dormir con las mantas cubriéndole hasta la mitad de la espalda, en sueño profundo. Roncaba por lo bajo, apenas audible.

Abby dio un suspiro, se puso de pie y caminó en la oscuridad hasta la puerta abierta de la habitación, ya que tenía sed y necesitaba ir a la cocina, para servirse un vaso de agua mineral. En cambio, nunca imaginó lo que iba a sucederle, algo increíblemente atroz. En cuanto dobló a la derecha y se enfrentó al pasillo que conducía a las escaleras, la vio. Al principio no supo definirla con claridad; tan solo era una sombra, un bulto en el techo, tan negro como la propia penumbra casi total de la noche, que envolvía por completo la casa. Podía escuchar sus jadeos, grumosos, como si tuviera algo atorado en la garganta, el sonido que la puso en alerta y la hizo paralizar de terror al mismo tiempo, sin poder dar un paso más.

Aquella cosa se movía despacio, como si fuera una gigantesca araña de cuatro patas. Tenía cabello, un largo cabello que le caía recto hacia el suelo, y también ropa. Parecía reptar por el techo como un animal, pero luego se movió rápidamente. Dio dos brazadas hacia adelante y se desplomó hacia el suelo, cayendo sobre los brazos y las piernas como si fuera un gato. Lo comprendió, aquella cosa era un humano, una mujer. Abrió la boca para gritar, pero no pudo emitir sonido alguno. También quería volver corriendo a la habitación y encerrarse allí, pero no podía moverse. Hasta que, en un gesto grotesco, repentino, y antinatural, aquella criatura se irguió sobre sus piernas. Tenía las rodillas invertidas haciendo que sus piernas se asemejaran a una V puesta de lado. Y se movía de forma espeluznante, oh Dios, lo peor de todo eran sus movimientos, pensó Abby, en pleno horror. Sus movimientos y los sonidos que salían de ella. Solo en ese momento pudo gritar, en cuanto vio que aquella cosa caminaba hacia ella con los brazos extendidos. Dio un alarido tan grande que creyó que se le reventarían las cuerdas vocales.

Liam dio un sobresalto en su cama al oír el chillido, potente y sorpresivo en medio del silencio de la noche. Miró hacia todos lados al mismo tiempo que le dolían los parpados, estiró una mano a su lado y comprobó que el cuerpo de Abby no estaba allí. Entonces saltó de la cama y corrió hacia la puerta abierta, golpeando con un manotazo el interruptor de la luz del pasillo en cuanto llegó al umbral. Allí la vio, su mujer estaba de pie casi enfrente a la puerta, tiritando de miedo, con el camisón húmedo en su entrepierna y parada en un charco de su propia orina, mirando hacia algo frente a ella. Entonces Liam miró en la misma dirección, y vio que allí estaba Kimberly, la hija de los Patterson. Parecía sonámbula, no lo sabía con exactitud, aunque también podría estar en otro de sus ataques. Vestía un camisón juvenil con pequeñas rositas bordadas. El largo cabello le caía por detrás de la espalda, sus piernas eran largas y perfectas. Toda una bella señorita en la flor de la edad.

—¡Abby! ¿Estás bien?

—¡Estaba en el techo, Liam! ¡Estaba en el techo! ¡Dios mío, sacala de aquí! —gritó, aterrada.

—¿Cómo que...? —Liam se iba a disponer a responder, pero se interrumpió en cuanto razonó las palabras de su mujer. Entonces giró hacia la chica sonámbula —o al menos eso suponía, ya que tenía los ojos cerrados—, y se acercó muy despacio. —¿Kimberly? ¿Estás despierta?

—En la comunidad... —murmuró, sin abrir los ojos. —Allí todos son felices, todos... todos mueren... todos sirven... lo sirven a él... la sirven a ella.

—¿Sabes dónde estás? Soy tu vecino, Liam Harper.

—Dios mío... Padre nuestro, que estás en el cielo... —había comenzado a rezar. Liam se giró, mirando hacia Abby como si no pudiera creer que estuviera sucediendo algo así.

—¿Quieres hacer el favor de callarte? —le pidió, exasperado. Y volvió a mirar a la chica sonámbula. —Ven, te llevaré a tu casa... despacio...

La giró sobre sus pies muy suavemente, rodeándola por los hombros, y poco a poco bajaron juntos la escalera. A medida que descendían, escalón por escalón, Liam comenzaba a gestar una mala sensación con todo aquello, haciendo que su frente sudara aun a pesar de que hacía frio. Siempre cerraban la casa antes de ir a dormir, ya era una costumbre desde que vivían en un barrio de clase media en Kansas. Al llegar al living confirmó que no había ventanas rotas, y al llegar a la puerta de entrada también corroboró que la misma estaba cerrada con llave, tal como la había dejado él. Con la inquietud recorriendo sus venas, algo dentro suyo deseó con toda su alma que la joven estuviera despierta para preguntarle por donde había entrado, pero sabía que eso no sucedería, al menos no esa noche.

En cuanto abrió la puerta de calle, el frio nocturno le golpeó de forma directa, haciéndolo estremecerse. Si hubiera sabido lo que estaba pasando, se habría vestido al menos, pensó. Pero había despertado tan bruscamente que no tuvo tiempo ni siquiera de pensar en ponerse los pantalones. Caminó poco a poco, mirando de reojo a la chica que a su lado avanzaba tan lentamente como el sueño profundo le permitía. El suelo bajo sus pies estaba helado, y al borde de la calle se amontonaban pequeños hilillos de nieve.

En cuanto llegó a la casa de los Patterson, tocó timbre y esperó unos momentos, pero pocos segundos después cerró el puño y golpeó un par de veces la puerta. No quería estar a la intemperie congelándose, y cuando se disponía a golpear una segunda vez, escuchó claramente un "¡Ya voy, maldita sea!" proveniente desde adentro. Momentos después, la propia Ashley Patterson abrió la puerta, envuelta en su camisón de terciopelo. Al verlo a Liam en camiseta y ropa interior, con su hija a un lado, lo miró extrañado.

—¿Qué demonios sucede?

—Encontré a su hija parada en medio del pasillo de mi dormitorio, por poco casi mata de un susto a mi esposa —respondió Liam—. Supongo que está sonámbula.

—¿Y qué hacía en su casa? ¿Usted la secuestró de su cuarto o algo por el estilo?

—¿Cómo dice?

—¿Acaso no escuchó bien? —le increpó—. Viene a mi casa, con mi hija en camisón y usted en boxers, a decirme que entró sonámbula a su casa. ¿La ha violado?

Lo miró con el rostro inexpresivo y tan gélido como el clima durante aquella noche. Liam la observó como si no comprendiera en absoluto que estaba pasando a su alrededor.

—¿Acaso ha perdido la razón? —le preguntó. —¿Creé que soy un maldito enfermo? —con cuidado, pero con firmeza, empujó a la chica con suavidad hacia su madre, y una vez que hubo cruzado el umbral de la puerta, la señora Patterson la cogió del brazo atrayéndola hacia sí. Entonces lo miró, de pies a cabeza, y sonrió tan gentil como siempre.

—Oh, claro que no, señor Harper. Perdóneme, he protegido tantos años a mi pobre hija enferma, que a veces soy injusta con quienes solo buscan ayudarnos —se acercó a él y le dio un abrazo, aferrándose a su espalda. Aquella mujer tenía más fuerza de la que parecía, pensó, al notar como ella lo apretaba—. Gracias por traerla de regreso, es una bendición contar con usted en la comunidad.

—No hay de qué —respondió, taciturno, y en cuanto ella lo soltó, Liam se giró sobre sus talones y caminó de nuevo hacia su casa, apresurado por llegar cuanto antes y no solo librarse del frio de la noche, sino de la presencia de la señora Patterson.

En cuanto llegó a la casa, cerró la puerta tras de sí con llave, y antes de subir nuevamente por las escaleras hacia su dormitorio, comprobó cada una de las ventanas de la planta inferior, incluida la puerta trasera. Todo estaba sano, no había un solo cristal roto, y la puerta estaba bien asegurada. Cómo había entrado esa chica a su casa, era todo un misterio que no lograba comprender, al menos por ahora.

Cuando terminó de subir las escaleras, vio que el suelo del pasillo estaba fregado, pero ni rastro de Abby. Una parte de sí mismo se asustó, no iba a negarlo. Conteniendo la respiración, la llamó.

—¿Abby?

—Aquí estoy —dijo ella, desde el cuarto. Liam entró y la vio, arrebujada en las mantas hasta la barbilla. Caminó hacia la cama y se metió bajo las frazadas, al destaparla levemente pudo comprobar que Abby se había cambiado de camisón. Una vez a su lado, ella se apretujó contra él, aferrándose a su pecho. Temblaba como una hoja al viento.

—¿Estás bien?

—Quiero irme de aquí, vámonos de esta casa, mañana mismo —dijo ella, en un susurro.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—No viste lo que yo vi. Aquí están sucediendo cosas extrañas, Liam. Por favor, debes creer lo que te digo.

—¿Y que viste? ¿La hija sonámbula de los vecinos?

—No, no era ella —su voz tembló al recordar la escena, casi al borde del llanto—. Reptaba por el techo, te lo juro. Luego cayó al suelo, se puso de pie, y sus piernas estaban invertidas. Fue horrible... —sollozó.

—Abby, saliste al pasillo, la viste allí parada, y aún somnolienta creíste ver cualquier cosa. Esa chica no es Spiderman. Debes tranquilizarte.

Ella no le respondió. Solamente se puso a llorar, aferrada a su camiseta y humedeciendo con lágrimas y mocos el pecho de Liam. Confundido, él le acarició la espalda con su mano izquierda.

—Ey, cariño, ¿qué pasa?

—¿Por qué nunca me tomas en cuenta, como si fuera estúpida? ¿Por qué siempre lo que te digo son tonterías? —balbuceo, en medio del llanto.

—No eres estúpida, claro que te tomo en cuenta, solo te digo lo que es. Nadie puede reptar por un techo, es tan simple como eso. Solamente estabas media dormida, y en la oscuridad viste algo que no era. Solo intento tranquilizarte.

Liam le besó la coronilla de la cabeza y la aferró más contra sí mismo. Seguramente esa fuese la explicación más racional, de esto estaba seguro. Pero, aunque no quería admitirlo, había una porción de su cerebro que aún continuaba preguntándose a sí mismo como había logrado entrar estando la casa cerrada por dentro. Eso era lo más extraño de todo. ¿Se habría olvidado de cerrar la puerta luego de la cena? Se preguntó. Era posible. No lo creía, pero era una posibilidad.

Mientras pensaba en todo aquello, sintió que Abby se movía a su lado, secándose las lágrimas con las palmas de las manos. Luego, un susurro.

—Lo siento, estoy sintiendo muchas cosas a la vez —dijo—. Quizás tienes razón, vi una tontería, y nada más. Pero siento temor, incertidumbre... tengo miedo por nosotros, Liam. ¿En verdad me vas a pedir el divorcio?

—No lo sé... —de pronto sintió que quien tenía ganas de llorar era él, con todo aquello. —No, no es algo que quiera. Solo quiero que dejemos de pelear por tus inseguridades. Has superado tu trastorno con éxito, demuéstralo.

—Lo entiendo.

—No quiero lastimarte, Abby. No me gusta en absoluto verte así. Pero tampoco me gusta que estemos peleando, nos desgastamos mutuamente. Y no es sano crear una familia de esta forma, ¿comprendes lo que quiero decirte?

—Sí, lo sé —respondió, dando un cálido suspiro—. Abrázame, Liam. Por favor, abrázame fuerte —le pidió.

Él así lo hizo, envolvió con sus brazos a su esposa y ella se aferró como si su vida dependiera de ello, deseando que aquel momento no terminara jamás. Ni en esa noche, ni en mil años. Porque Liam era todo lo que necesitaba para vivir, y si lo perdía por su trastorno, entonces no podría perdonarse a sí misma en todo lo que restara de su vida. Y así, amparados y acunados bajo el calor de las mantas y sus propios cuerpos, los venció el sueño en poco menos de diez minutos.

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