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6

Nick ya llevaba cuatro whiskys ingeridos, e iba de camino al quinto. Le gustaba aquel bar. El Gold Dragon era uno de los mejores si querías pasar un momento ameno, tal vez lamentándote por la pérdida de algún amor, tirando tu dinero en las máquinas tragamonedas, o jugando unas partidas de billar. Sin embargo, Nick no optó por ninguna de las tres opciones. Solamente se dedicó a beber, sentado en la barra de espaldas al cantinero, mirando al resto de las mesas sin pensar en nada más. Sus ojos oscilaban desde la rocola musical que había en el fondo del establecimiento, en el mismo sector donde estaba la mesa de billar, a una cuarentona de cabello negro que bebía un Martini sentada dos mesas por delante de él. No creía haberla visto antes, al menos no parecía ser alguien del pueblo. Ella estaba absorta con su celular, parecía molesta con algo o con alguien. Sus piernas se dejaban entrever bajo la mesa, la curvatura deliciosa de sus pantorrillas delineaba su falda a la perfección, y quizás, animado por el alcohol, Nick se decidió a actuar. Con un movimiento de su mano, llamó al cantinero, mientras apuraba lo que le quedaba de whisky en el vaso.

—Ponme otro, sin hielo esta vez —y señaló con un gesto—. Y llévale un margarita a la dama, de mi parte.

El cantinero así lo hizo, volvió a llenar el vaso de Nick, y preparó el trago en una copa alta, llevándoselo a la mujer. Le dijo unas palabras, ella alzó la mirada para observar a Nick, y éste levantó su vaso de whisky en silencioso saludo, con una sonrisa. Ella también sonrió, y en cuanto el cantinero se alejó de la mesa, decidió ir al ataque. Se puso de pie sujetando el vaso, y caminó hacia ella.

—Hola, ¿puedo? ­—le preguntó, apoyando la mano libre encima del respaldo de la silla vacía, frente a ella.

—Adelante —consintió—. No tenía que haberse molestado con el trago, muchas gracias.

—La vi sola, hace rato con el teléfono en la mano, y decidí tener una pequeña cortesía. ¿Espera a alguien?

—La verdad es que sí, pero ya no creo que venga —se tomó un instante para beber un sorbito de su bebida, antes de preguntar—. ¿Cuál es su nombre?

—Nick Jones. Inspector Nick Jones —respondió.

—¡Ah, inspector! Noble carrera ser agente de la ley.

—¿Y usted?

—Jennyfer Winsley. Pero dime Jenny, y tuteame por favor.

—De acuerdo, Jenny. Es un placer conocerte —sonrió él. Al final, parece que aquella noche tendría un mejor final, a comparación de estar embriagándose hasta el hartazgo—. No eres de por aquí, ¿verdad? Conozco a todos en este pueblo, y no recuerdo haberte visto antes.

—En realidad no, soy de Brownsport, a sesenta kilómetros de aquí. Pero he venido a conocer a un hombre con el que estuve hablando por internet durante un tiempo. Eso no importa ahora, supongo que ha perdido el interés y por eso me ha dado el plantón. A fin de cuentas, siempre me sucede lo mismo. Nunca he sido alguien con suerte para esta clase de cosas.

­—Seguramente es un tonto de primera, no debes permitir que tu autoestima se venga abajo por alguien así. Al menos hubiera sido cortes, y hubiera venido a compartir un trago, sin compromiso. Pero quizás la vida te ha hecho un favor quitándotelo del camino —aseguró Nick.

—Eres muy amable, Nick —sonrió ella. Sus ojos se desviaron a la mano izquierda, que sostenía el vaso de whisky, y se dio cuenta que no llevaba alianza de matrimonio—. Tu esposa debe sentirse muy afortunada teniendo alguien tan atento como tú.

Nick sonrió a su vez. Sabía que era una forma sutil de buscar información, había visto su mirada hacia su mano. Pero decidió que no importaba.

—La verdad es que soy divorciado. Supongo que todos hemos estado rodeados de tontos en algún punto de nuestra vida —dijo.

—Ya, creo que sí... —aseguró ella.

En aquel momento, el teléfono sonó en el bolsillo del chaquetón de Nick. Este dio un gesto de desconformidad, miró la pantalla, y decidió dejarlo sonar. Sin embargo, se arrepintió a los pocos segundos, y atendió.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Nick, ¿dónde estás? —era Jhon.

—En el Gold Dragon, ¿por qué?

—Encontramos otra víctima. Te necesitamos aquí, se trata de la señora Raney.

—¡¿Qué?! —exclamó. Jenny lo miró preocupada, en silencio—. Por un carajo... voy para allá. Dame la dirección.

Sujetando el teléfono con su hombro, sacó del bolsillo interno de su chaquetón una pequeña libreta y un bolígrafo, anotó la dirección del callejón y luego colgó. Ella volvió a mirarlo, preocupada.

—¿Algún problema? —preguntó.

—Estoy trabajando en un caso, un homicida en serie que nos está poniendo los pelos de punta —respondió, como si estuviera molesto. La verdad era que no quería irse de allí.

—¿Aquí? ¿En un pueblo tan pequeño?

—Aunque te parezca mentira, así es —Nick apuró el resto de whisky que aún quedaba en su vaso, hizo una mueca, y luego sacó la billetera del bolsillo de su pantalón—. Yo invito —dijo, dejando un billete de cien encima de la mesa—. ¿Vienes muy a menudo por aquí? Me gustaría verte de nuevo.

—En realidad solo venia por esta ocasión, pero me quedaré una semana en el pueblo, antes de volver a la ciudad y a mi trabajo. Si quieres puedo venir mañana, a mí también me gustaría verte —sonrió ella, apartándose un mechón de cabello de la frente—. ¿Te parece bien a eso de las ocho?

—Mañana entonces, me parece genial —Nick se levantó de la mesa—. Adiós, Jenny.

Salió del establecimiento hacia el frio nocturno, cerrando la puerta del bar tras de sí. Su camioneta Ford lo esperaba estacionada a un lado de la calle, subió a ella y encendiendo el motor, arrancó para la dirección designada. Era tarde, casi las once y media de la noche, por lo que el tráfico era muy escaso, y pudo apurar el ritmo para llegar cuanto antes. No le fue difícil hallar el lugar, de nuevo sintió un dejavu con respecto al primer homicidio, en cuanto vio las luces rojas y azules iluminar todos los coches patrulla. El barrio, claramente una zona pobre, estaba atestado de transeúntes desaliñados que miraban todo con mórbida curiosidad. Estacionó en el primer lugar que vio libre, y apagando el motor, descendió, mientras caminaba con las manos en los bolsillos de su chaquetón. En cuanto se acercó a la entrada del oscuro callejón, el comisario Jhon salió a su encuentro.

—¿En serio es ella? —preguntó Nick, antes de que Jhon hablara.

—Me temo que sí. Al final no era tu sospechosa.

—Carajo... —resopló. Jhon entonces pareció olfatear en el aire.

—Has bebido mucho, ¿no es así?

—Estaba en el Gold Dragon, ya te dije. Me he tomado unos cuantos whiskys, es cierto. Pero estuve charlando con una agradable chica —Nick miró por encima del hombro de su colega hacia el lugar donde trabajaban los peritos, iluminándose con varios focos. La escena era horrible, no tanto como la muerte del señor Odonnel, pero aun así no dejaba de ser atroz. Un pedazo de bolsa mugrienta asomaba por la boca abierta del flacucho cadáver de la señora Raney. Podía verla por la luz que reflejaba en el nylon—. Imagino que no van a sacar nada en limpio de todo esto, ¿no?

­—Es difícil, hay demasiada basura en la escena del crimen que contamina todo el cuerpo e incluso la propia sangre. Pero conociendo el modus operandi de este tipo, yo diría que es mejor no conservar esperanzas.

—Estamos cada vez más jodidos. No sabemos cómo actúa, como elige a sus víctimas, nada —Nick miró a su alrededor—. ¿Quién encontró el cuerpo?

—Un hurgador de basura, había pedido sobras en el comercio de la esquina —Jhon señaló con el índice un restaurante de Domino's Pizza—, y vino al callejón a comer. Ahí fue cuando la vio.

—¿Ya lo interrogaron?

—Los chicos están en eso.

—Quería a esa mujer con vida más que nadie en este pueblo, estaba seguro que iba a delatarse, con un poco más de presión e investigación —aseguró Nick, ofuscado—. Ahora está muerta, igual que su ex marido, y nosotros ni siquiera sabemos que hacer. Deberíamos interrogar a todas estas personas —señaló con el pulgar por encima de su hombro, haciendo alusión a los curiosos que miraban el lugar—. Alguien tuvo que haber visto algo, por mínimo que fuese.

—Veremos qué podemos hacer, no te preocupes. Es casi seguro que al menos una persona haya visto algo sospechoso. Mientras tanto, yo diría que vayas a descansar, Nick. Mañana será un día largo.

—Llámame si me necesitas, no importa la hora que sea —respondió, y echando una última mirada hacia el callejón, se giró sobre sus talones y volvió a la camioneta, arrastrando los pies con cierto pesimismo. Lo cierto era que el equipo de investigación no encontraría nada relevante, podía presentirlo en cada fibra de su ser. El asesino que estaba tras aquellas muertes era demasiado meticuloso, y no habría ningún cabo suelto del cual tirar, para su desgracia.

Fastidiado, un poco mareado debido al alcohol y con el ánimo por el suelo, subió al lado del conductor, encendió el motor y arrancó rumbo a su casa. Necesitaba una ducha caliente y meterse en la cama cuanto antes. 

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