6
Al día siguiente, temprano en la mañana, Bianca despertó gracias a la alarma que programó en el televisor de su habitación. Había dormido muy cómoda, demasiado para lo que esperaba teniendo en cuenta que estaba en un lugar extraño. La habitación era muy confortable, tenía una enorme cama de dos plazas, baño privado, refrigerador con bebidas y postres, un ropero espacioso donde poder guardar todo su equipaje, y una televisión de 45' con reproductor de DVD empotrada frente a la cama.
En cuanto se vistió y se lavó la cara, salió de la habitación cerrando la puerta con la llave que le habían dado la noche anterior, y se encaminó por los pasillos hacia la cafetería, siguiendo la indicación de los carteles en las paredes. Al llegar, vio que la mayoría de los hombres ya estaban allí, tan solo faltaba Jim y Fanny, que imaginó no debían tardar demasiado, o se perderían tiempo del desayuno. La cafetería era espaciosa, y no había nadie que sirviera la comida, cada uno podía ir a los mostradores y tomar lo que quisiera. Había cafeteras industriales, jugos de naranja y manzana, diversos tipos de mermeladas en botecitos descartables de plástico, panes, bizcochos salados y galletas dulces. Todo aquello era repuesto por dos mujeres militares que estaban al fondo de la cafetería, en donde Bianca suponía se trataba de la cocina, a medida que se iban agotando.
Tomó una bandeja de plástico y dirigiéndose a los mostradores, se sirvió algunos bizcochitos de queso, galletas al agua, un bote de mermelada de durazno y por último, una taza de café.
—Buenos días a todos —saludó, a medida que se acercaba a las mesas.
Todos la saludaron, mientras ella tomaba asiento, dejando la bandeja encima de la mesa. Bruce se acercó, quien también acababa de servirse a elección, y se sentó frente a ella.
—¿Puedo? —le dijo. Bianca asintió, mientras echaba tres sobres de azúcar en su café.
—Adelante.
—¿Has dormido bien?
—De lujo, ¿tú?
—Me alegra, he dormido de maravilla. Hoy va a ser un día movido, ¿qué tal lo llevas? ¿Nerviosa? —le preguntó él, mientras revolvía su jugo de naranja.
—¿Debería estarlo? —Bianca lo miró. —Supongo que será como dar una clase de bachillerato, no hay nada por lo que estar nerviosa.
—En realidad, no solo los guiarás a tener sus primeras experiencias parapsíquicas, también quiero que estés conmigo, revisando los monitores y controlando las mediciones neurológicas.
—¿Y eso por qué? —preguntó, sin comprenderlo.
—Si algo sale mal, o alguno de los sujetos de prueba registra lecturas anormales en su cerebro, ¿quién mejor que tú para indicarme que está pasando? Yo no tengo las habilidades que tienes tú, definitivamente puedo saber ciertas cosas según mi experiencia clínica, pero tú eres la experta aquí.
—No los llames sujetos de prueba, no son tus ratas de laboratorio. Si vamos a hacer esto, necesitamos ser un grupo unido, y debemos tratarlos como tal.
—Tienes razón, lo siento —se excusó Bruce, asintiendo con la cabeza y bajando la mirada.
—Pero está bien, te ayudare con las mediciones. Será un placer contribuir a terminar esto cuanto antes.
—Gracias —volvió a sonreír, mientras se acomodaba las gafas en gesto mecánico—. ¿Estás incomoda aquí?
—No, pero no hay nada como el propio hogar.
—Entiendo —Bruce hizo una pausa, como si quisiera decir algo y no sabía cómo hacerlo—. Bianca, hay algo más que quisiera pedirte.
—Dime.
—Sé que ayer, luego de la conferencia, viste algo sobre el proyecto Stargate del ochenta. Quisiera que fuera nuestro secreto, a ser posible. Considero que el grupo trabajaría mejor si no supiera ciertas cosas que condicionen su claridad mental y su concentración, no sé si me entiendes.
Bianca lo miró directamente a sus ojos azules. Ella optaría por la sinceridad y transparencia a la hora de trabajar con el resto de la gente, pero no era quien estaba a cargo, era Bruce. Sin embargo, que él estuviera pidiéndole por favor que no dijera nada, indicaba que la consideraba como un igual. Finalmente, decidió darle un voto de confianza, y asintió con la cabeza.
—De acuerdo, será nuestro secreto. Pero debes garantizarme que en cuanto ocurra algo anormal, te reunirás con el grupo igual que ayer, y nos dirás que está sucediendo, ¿de acuerdo? —le pidió. —Sería lo más justo de tu parte.
—Tienes mi palabra, Bianca.
—Bien, tú tienes la mía —sonrió ella.
—Brindaría por ello, pero solo tenemos café y jugo de naranja —bromeó.
—Considero una total falta de respeto que al menos no hubieran puesto algunas cervecitas en el presupuesto, ¿no? Si el proyecto sale bien, ¿con qué vamos a festejar sino? ¿Con agua?
—Me gusta como piensas —rio Bruce—. De seguro haya alguna bebida en la sala recreativa, donde está el bar.
—¿Por dónde comenzaremos hoy?
—Haremos algo sencillo, tan solo les explicarás tus métodos para canalizar las energías psíquicas, y si lo deseas, puedes mostrar algunas de las cosas que haces. Yo, mientras tanto, hare mediciones a nivel neuro eléctrico de tu cerebro, para establecer los patrones sinápticos —Bruce se interrumpió, mientras bebía un sorbo de su jugo de naranja, y luego la miró directamente a los ojos, mientras se inclinaba sobre la mesa para hablar en susurro—. ¿En verdad has movido cosas con la mente? En tu libro hablas de dos episodios, primero con un arma y luego con un coche.
Bianca no le respondió, solamente lo miró unos segundos como diciéndole silenciosamente "¿Me estás retando?" y luego enfocó su mirada en el plato con galletitas que Bruce tenía frente a él. Luego de un momento de concentración, el plato se levantó de la mesa, flotando a pocos centímetros. Entonces ella lo miró y levantó una ceja, mientras esbozaba una sonrisa.
—Esto es increíble... —murmuró, con asombro. —Realmente increíble...
Bianca dejó el plato encima de la mesa, de nuevo, y respondió:
—Espero que te hayas quedado satisfecho —Bruce no le dijo nada, solo sacó una pequeña libreta de mano, arrugada y con aspecto maltratado, del bolsillo de su pantalón. La abrió por la mitad y tomando el bolígrafo enganchado de la solapa de su camisa blanca, escribió con rapidez. Bianca lo miró, sin comprender —. ¿Qué haces?
—Me gusta anotar todo lo importante que ocurre en mi día a día. No creerás que haría caso omiso de esto, tu habilidad es realmente increíble.
—Fue herencia de mis padres, los famosos psíquicos Connor. Yo solo lo perfeccioné, con los años y el sufrimiento.
—Me gustaría preguntarte sobre tu vida y ese sufrimiento del que hablas, pero sé que no vas a responderme —comentó él, volviendo a guardar su libreta.
—Y supones bien. Todo lo que la gente necesita saber de mí, o de mi historia, está en el libro que escribí cuando pude destruir a la secta del Poder Superior y los Ilmagrentha. Y, aun así, hay cosas personales que he omitido. Espero que sepas entender.
—Oh, claro que sí. Considero que eres una mujer excepcional, sería un atrevimiento de mi parte querer indagar más allá.
—Gracias —asintió ella, y continuó desayunando.
Permanecieron unos momentos en silencio, mientras Bianca bebía su café y Bruce untaba sus galletitas saladas en mantequilla, levantando la vista para mirarla de a ratos. Sin embargo, él fue quien retomo la charla.
—Cuando me dijeron que tú estarías a cargo del entrenamiento del grupo, traje tu libro en mi equipaje. Espero que antes de finalizar el proyecto, puedas regalarme una firma —dijo.
—Claro, estaría encantada. Muy pocas veces he dado autógrafos en mi vida.
—Bah, no vas a convencerme con tu modestia —bromeó él.
Bianca rio, al escuchar aquello. Consideraba que Bruce era quien parecía ser el más cálido y bonachón del grupo, con sus constantes bromas y sus buenas palabras. Una parte de sí misma agradeció el hecho de que el gobierno haya puesto en un proyecto tan delicado alguien joven y de buenos ánimos como él, quien sin duda alguna haría de este algo mucho más fácil y llevadero. Sabido era que trabajar bajo presión, sea en el ámbito que sea, era algo frustrante y agotador.
Cuando acabaron de desayunar, poco a poco recogieron las sobras de todo lo que habían comido, así como los platos y las tazas de café, y las dejaron de nuevo en el mostrador cerca de la cocina, aun a pesar de que las chicas del servicio de cafetería insistían en que ellas limpiaban todo. Sin embargo, Bianca consideraba apropiado el hecho de colaborar con la limpieza y el orden de cada lugar donde se encontrarán, ya que tendrían que convivir todos juntos durante un tiempo y perfectamente podrían ayudarse como una buena comunidad.
Ocho menos cinco de la mañana ya estaban frente a la puerta de la cabina de control, junto a la sala de experimentación nivel 3. Bruce extrajo de un bolsillo en el pecho de su chaqueta blanca una tarjeta magnética, y la deslizó por la ranura. Al instante, el lector hizo un pitido y la luz roja cambio a verde.
—Bienvenido, doctor Sandoff —dijo una voz de mujer, un poco robótica, a través del parlante situado en la cerradura inteligente.
Dentro, había una sala repleta de aparatos eléctricos con diferentes luces, barras de medidas, cifras y códigos ininteligibles para la mayoría, quienes miraban a su alrededor absortos, incluida la propia Bianca. Una de las paredes de la sala estaba confeccionada por un enorme ventanal cristalino, del cual se podía ver otra sala contigua aún más grande, que les hizo recordar a la habitación de interrogatorios que había en todas las series policiales: dentro había una silla, y una mesa, nada más. Frente al ventanal, dentro de aquella cabina de control, se ubicaba un enorme sistema de operaciones, donde había al menos cinco monitores diferentes, con un teclado frente a cada uno de ellos. También había otro panel a un lado, repleta de perillas y botones con montones de letras y números. Bruce se acercó al sistema, rodeando una silla giratoria, y comenzó a teclear una serie de códigos en cada uno de los teclados. Las pantallas se encendieron, entonces, mostrando una serie de gráficas y medidores de potencia en tiempo real.
Hecho esto, se giró hacia las enormes maquinas a su espalda, y de una cabina especial sellada justo al lado de ellas, extrajo un manojo de cables con discos negros.
—Bianca, acercate, por favor —le dijo.
—¿Qué es eso?
—Un medidor electroencefalógrafo. Tranquila, no te hará daño —le aseguro.
Bruce se acercó de frente a ella, y extendiendo los cables con cuidado, le coloco un gel adhesivo a cada uno de los discos metalizados. Luego se lo adhirió con cuidado en las sienes, la nuca y la frente de Bianca, mirándola de a ratos intentando no parecer cohibido, ya que ella lo miraba fijamente, al estar tan cerca uno del otro. En cuanto hubo terminado, le colocó por encima una especie de casco transparente de silicona, para que ninguno de los cables se moviera de lugar.
—Bien, ahora ven conmigo —le indicó. Bruce caminó hasta la pared contigua de la sala, donde había una puerta metálica que abrió con la misma tarjeta de entrada. Salió junto con Bianca y al lado de esta puerta, se hallaba la puerta de la sala aledaña. Bruce abrió y le hizo un gesto de que entrara, cerrando tras ella. Una vez que la hubo dejado en aquella sala, volvió hacia la cabina de mandos, cerrando la puerta tras de sí. Bianca lo miró a través de aquel gigantesco ventanal, de pie en medio de la habitación, sin saber que hacer. Para tranquilizarla, Bruce le sonrió, y levantó el pulgar. Momentos después, se giró hacia un depósito de metal semejante a un archivador, y extrajo de él un rollo de papel cuadriculado con líneas rojas y azules. Lo introdujo en una de las bobinas receptoras de la enorme maquinaria, y luego se acercó hacia el tablero de mando. Tecleó rápidamente frente a una de las pantallas, y una luz azul parpadeante se encendió en el casco lector de Bianca. Por último, se acercó al panel de teclas y perillas, y tocando un botón, habló.
—Bianca, ¿me escuchas?
—Sí, te oigo —respondió ella. La sala tenía cuatro altavoces, uno en cada rincón del techo.
—Bien. Quiero que, por favor, te sientes en la silla frente a la mesa, y dejes las manos entrelazadas en tu regazo. No toques la mesa bajo ningún concepto.
Bianca así lo hizo. Se sentó en la fría silla de metal y colocando una mano encima de la otra, miró hacia el ventanal, donde Bruce la observaba tras las pantallas, y el resto de integrantes del grupo tenía cara de intriga.
—Listo —dijo.
—Perfecto. Ahora, sin mover tus manos, quiero que te concentres e intentes levantar la mesa del suelo. Toma todo el tiempo que necesites —dijo Bruce, tecleando unos comandos frente a una de las pantallas, que al instante mostró las gráficas de lectura y un mapeo del cerebro de Bianca.
Enfocó su atención en la mesa tal como él le decía. Su mente recordó entonces cuando apenas siquiera estaba comenzando a desarrollar la telequinesis, y era una muchacha inexperta y temerosa. Recordaba el esfuerzo tan grande que representaba para ella una hazaña así, la jaqueca infernal que sentía después, como sangraban sus fosas nasales ante el esfuerzo, e incluso a veces había llegado a sangrar hasta por los oídos. Sin embargo, ahora era todo mucho más fácil, los años le habían dado la fuerza y la habilidad necesaria para hacer algo como aquello sin el mínimo esfuerzo, incluso hasta sin dolor de cabeza.
Bruce observó como en las gráficas comenzaron a subir unos valores en el registro, números y colores que solo él entendía. En el mapeo cerebral, pudo ver como ciertas zonas de los hemisferios cerebrales se encendía y se apagaba como si fueran cables de alta tensión en el medio de la noche cerrada. Sonriendo, se giró rápidamente hacia la maquinaria a su espalda, tocó una serie de perillas y botones, y el papel comenzó a imprimirse con las lecturas que las computadoras mostraban. Momentos después, cuando las intermitencias en el mapeado digital del cerebro de Bianca fueron lo suficientemente intensas, la mesa comenzó a elevarse del suelo. Primero unos pocos centímetros, luego medio metro. Flotaba frente a los espectadores como si estuviera en el espacio, con un leve bamboleo de lado a lado, como si un fantasma invisible estuviera jugando con ella. Todos los que veían la escena abrieron los ojos a más no poder, boquiabiertos, y tanto Fanny como Jim hicieron murmuraciones.
—Imposible... —dijo ella.
—Wow... —comentó él.
—Bien, mantenlo un poco más, ya casi terminamos —dijo Bruce, tecleando rápidamente, saltando de un teclado a otro, con dedos agiles.
—Tomate tu tiempo —dijo ella, resonando dentro de la cabina de control a través de los altavoces. Ned se acercó un poco más al cristal para ver mejor.
—Hasta parece que se esté divirtiendo, es de locos —comentó, con asombro. Bruce terminó de hacer unas mediciones más, y luego volvió a hablar.
—Bien, puedes soltarla. Eso es todo.
Bianca dejó caer la mesa, siguiéndola con la mirada. Dentro de la cabina de control se escuchó el estrepito que hizo la pesada mesa de metal al chocar con las cuatro patas en el suelo, haciendo que algunos de ellos se sobresaltaran. Bruce se dirigió hacia la puerta, para abrirle, y luego de unos instantes ambos volvieron a entrar a la cabina.
—¡Es increíble! —dijo Fanny, en cuanto la vio entrar. —¡Si no lo hubiera visto, no podría creerlo!
—¿Te sientes bien? —preguntó Bruce. —¿Algún mareo, o algo que sientas?
—Nada, estoy bien —Bianca pensó unos instantes—. Aunque un chocolate no me vendría mal.
—Claro, puedo hacer que te traigan alguna barrita de cereal con chocolate, si quieres. Permíteme que te saque esto de la cabeza.
Se acercó a ella para quitarle tanto el casco transparente como cada uno de los discos metalizados, luego de teclear un momento en una de las consolas para apagarlos. Con paciencia, extrajo cada uno de los lectores para guardarlos de nuevo dentro del receptáculo de la máquina.
—¿Qué pudiste descubrir? —le preguntó ella, mirando las maquinas encendidas a su alrededor. Bruce entonces cortó la hoja con la impresión de las lecturas, escribió unos números encima de los picos más altos y la dobló con cuidado, para anexarla luego en una de las actas de investigación.
—Pues según muestra tu actividad cerebral —le apoyó una mano en la espalda y la guio junto a él frente a uno de los monitores, el que mostraba el mapeo cerebral—, tus impulsos eléctricos al momento de la manifestación se distribuyen desde las capas más internas del cerebro hacia las más externas —Bruce comenzó a teclear una serie de comandos y al instante empezó a repetirse una grabación de lo que se había registrado—. Como ves, las corrientes sinápticas comienzan a replicarse con un patrón cíclico. Sin embargo, todas ellas parecen recurrir en orden a medida que se acercan a la glándula pineal, como si fuera un código binario biológico. Es realmente fascinante.
—¿Podemos intentar nosotros? —dijo Jim, motivado por lo que había visto. Si los habían registrado para aquel proyecto, tal vez ellos podían hacer lo mismo que Bianca, o incluso algo mejor, y la idea le resultaba fascinante.
—Claro, no veo porque no. Aunque lo mejor será que Bianca les explique cómo hacerlo —opinó Bruce—. Irán pasando de a uno en uno, Bianca ira con ustedes y les dirá como concentrarse y que hacer.
Pacientemente, Bruce volvió a sacar del receptáculo de la maquinaria los cables con los discos metalizados para las mediciones. Tal y como había dicho, fueron pasando uno a uno a la sala contigua mientras que él tecleaba con rapidez, sentado frente a las pantallas, y Bianca les enseñaba técnicas de concentración. De esta manera, la jornada transcurrió ágil y divertida para todo el grupo, más que nada para Bruce, a quien las mediciones electro encefálicas le encantaban. Y aunque al principio Bianca se había mostrado un poco reticente con respecto al proyecto, se dio cuenta de que el hecho de enseñar métodos de focalización psíquica era algo que le gustaba. ¿Alguna vez se imaginó que iba a estar enseñándole esta clase de cosas a gente desconocida? Se preguntó. La verdad es que no, pero allí estaba, trabajando para el gobierno.
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