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6


Cuando Liam entró de nuevo a la casa, lo primero que hizo fue mirar hacia la mesa donde minutos atrás estaban cenando. Para su sorpresa, Abby no estaba allí, y tampoco su plato. Al principio se asombró, pero luego lo asaltó un sentimiento de fastidio e incredulidad, algo que conocía muy bien debido a los años que acompañó a su joven esposa en el padecimiento de su trastorno.

Antes de ponerse a deducir conjeturas que quizá fuesen arriesgadas, comenzó a recorrer la casa, buscándola. Empezó por la cocina, las habitaciones de la planta baja y por último las habitaciones superiores. La encontró sentada en la cama, con la televisión encendida y el plato de comida encima de sus piernas cruzadas.

—¿Abby? —la llamó—. Creí que cenarías abajo.

—No, ve tu a cenar abajo si quieres —respondió, sin mirarlo, mientras masticaba lentamente con los ojos fijos en la pantalla del televisor, que transmitía un reality de cocina.

—¿Te sucede algo?

—¿Por qué?

—Por tu actitud... —respondió, presintiendo dentro de sí mismo la inminente discusión. Liam no podía entender que rayos había pasado esta vez, pero al menos trataría de entenderla, en la medida de lo que fuese posible.

—Nada, olvídalo.

—Anda, dime.

—No me cae bien esa mujer, la señora Patterson. Ya te lo dije, pero como siempre, estoy equivocada. Así que no me hagas caso.

Liam no le respondió absolutamente nada, solamente permaneció allí, mirándola fijamente desde su lugar, bajo el umbral de la puerta, con las manos a un lado del cuerpo como si estuviera desconectado de toda realidad. Tenía ganas de muchas cosas: mandarla a la mierda, arrojarle el plato por la cabeza, darle un puñetazo a la televisión para acallar los vitoreos del presentador hacia los participantes del certamen, cualquier cosa que fuese necesaria con tal de acabar con aquella estupidez. Abrió la boca, pero antes de que formulara una sola palabra se replanteó mentalmente lo que iba a decir, así que se interrumpió en silencio y luego comentó:

—Su hija es una chica enferma que necesitaba ayuda. La próxima vez le diré que tú vas a cargarla hasta su cuarto, ¿te parece bien?

No esperó respuesta alguna, simplemente se giró sobre sus talones y descendió por las escaleras hasta el living comedor, aun a pesar de que escuchaba como Abby le llamaba desde la habitación. Una vez en la planta baja, se sentó en la mesa y miró con desgano su plato de comida. La verdad era que se le habían quitado todas las ganas de cenar, pero ya estaba servido, y si no cenaba al día siguiente se despertaría con un hambre atroz y un dolor de cabeza terrible. Tomó el tenedor y dio una probada, al mismo tiempo que pensaba en su situación actual. ¿De verdad quería continuar soportando aquello? Se preguntó, con los ojos fijos en el vaso de jugo de naranja, masticando despacio y en silencio.

No lo sabía con exactitud. Lo cierto era que la amaba, en verdad amaba a Abby como a ninguna otra mujer había podido amar. Pero por desgracia, ella misma se estaba encargando de destruir ese amor tan profundo. Liam entendía que era una mujer enferma, que había pasado por un síndrome de celotipia bastante agudo, pero eso había pasado hace mucho tiempo atrás. Durante ese periodo la había acompañado en todo lo posible, había sido compañero y condescendiente con ella, le había dado todo lo mejor de sí mismo, había intentado por todos los medios posibles reforzar su autoestima y seguridad en él para conservar la relación. Pero ahora, después de tanto tiempo y habiendo conseguido tantas cosas juntos, no podía permitirse volver a recaer. Y a medida que pasaban los minutos, en su cabeza seguían retumbando aquellas palabras del terapeuta, cada vez con más fuerza: "Ella está enferma, pero debes ser tú quien le ponga un alto a la situación, o acabará matándote con el tiempo."

Dio un último tenedorazo a su plato de comida, y ya no quiso comer más. La garganta se le cerró en un puño candente, en cuanto supo lo que debía hacer. Se levantó de la mesa, guardó las sobras en el refrigerador, y subió rumbo al baño, para cepillarse los dientes y acostarse a dormir. Tardó más de la cuenta en el baño, como si quisiera aplazar el momento de ir a la cama, aunque sabía que era un mal trago que tarde o temprano debería pasar.

Finalmente, en el momento en que salía del baño, vio pasar a Abby con el plato vacío rumbo a las escaleras, seguramente para dejarlo en el fregadero de la cocina. Se miraron de reojo, y ninguno dijo nada. Para cuando ella volvió de nuevo al dormitorio, Liam ya se había quitado la ropa y estaba metiéndose en la cama, bajo las cobijas. Ella se sentó en el costado opuesto, se quitó las prendas y se metió en la cama a su lado, sin hablar. Abby apagó la pequeña lámpara veladora a su lado, Liam después, y en medio de la oscuridad de la habitación fue este quien rompió el silencio.

—Escuchame Abby, es necesario que hablemos.

—Te escucho —respondió.

—He tenido mucha paciencia contigo, más de la que debería, quizá. Te he ayudado en tu terapia, he dejado mi trabajo por ti, te he demostrado durante años que eres la única mujer a la que amo. También te he repetido esto una y otra vez, pero al parecer nunca es suficiente. Así que ya estoy harto de toda esta mierda.

—¿Harto? ¿A qué te refieres? —preguntó, con un ligero temblor en el tono de su voz.

—A todo esto, a tu constante paranoia, a tus dramas. Ya no es sano, ni para ti ni para mí. Así que te lo diré una vez, y no lo volveré a repetir —aseguró Liam, con las manos entrelazadas encima del pecho—. Si vuelves a recaer en el síndrome por el simple hecho de no poner voluntad de tu parte, te juro por lo que más quieras que te pediré el divorcio. No pasaré otra vez por la misma situación. Ya no más.

Abby no le respondió. Tardó unos cuantos segundos en formular alguna palabra, y justo en el instante en que Liam iba a preguntarle si estaba escuchándolo, pudo oír como ella sorbía por la nariz. Estaba llorando.

—¿Me lo dices en serio? ¿Te divorciarías de mí? —preguntó, con la voz apenas audible, aglutinada debido al llanto. Liam sintió que se le destrozaba el corazón, pero tenía que ser fuerte si quería mantener las cosas a raya.

—Abby, te amo realmente, sabes que así es. Pero las cosas se están saliendo de control, y te he dado siempre lo mejor de mí, pero tú no pones de tu parte. Si no te controlas, acabarás por matar esta relación, o matándome a mí. Ya sabes lo que pienso, ¿de acuerdo?

Se giró de espaldas a ella, y no volvió a decir nada más. Se quedó allí, con las mantas hasta la barbilla, escuchando como Abby sollozaba en silencio, hasta que poco a poco se quedó profundamente dormido.

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