4
En cuanto aterrizaron en Sand Gray y pudieron bajar del avión, Bianca dio un suspiro de alivio, agradecida por poder estirar un poco la espalda. Al parecer, Bruce no le había mentido, efectivamente estaban en el medio de la nada. La pista de aterrizaje tan solo era una extensión lisa de tierra, donde a su lado había un hangar lo suficientemente grande como para guardar cuatro o cinco camiones, y junto a este, una oficina no más grande que una comisaría de pueblo.
—Gracias a Dios hemos llegado sanos y salvos... —murmuró Jim, resoplando. Rebuscó con sus manos en los bolsillos de su chaqueta hasta sacar un arrugado paquete de cigarrillos Camel y una caja de fósforos. Extrajo un cigarrillo, y lo encendió con rapidez, como un drogadicto en abstinencia.
—Bien hecho, Jim. Bienvenido al club de los voladores —bromeó Bianca, dándole ánimos. Sentía una sincera empatía por su nerviosismo, ella había sentido exactamente lo mismo la primera vez que había viajado en un avión. Jim la miró, y asintió con la cabeza, haciendo ademan de sacarse el sombrero. Entonces le extendió el paquete de Camel.
—¿Quieres? —le ofreció.
—Te agradezco, he dejado de fumar hace años.
—Vaya, te envidio sanamente —le respondió, y para respetar su aire, se alejó unos metros para fumar sin molestarla.
Bianca lo observó, y agradeció mentalmente por aquello. Desde que había abandonado el hábito de fumar, le resultaba asqueante el olor de cigarrillo, y también le parecía un fastidio tener que andar diciéndole a la gente "Por favor, el humo me molesta, ¿podrías alejarte un poquito?". Encontrar a alguien que sin decirle nada se diera cuenta por sí mismo, era una bendición. Absorta en estas cuestiones, observó mientras tanto al grupo de voluntarios. Bruce estaba con las manos en los bolsillos de su pantalón, mirando distraído hacia el coronel que descendía por la escalerilla del avión, junto a tres militares. La otra chica, Fanny, estaba conversando con los otros tres hombres. En cuanto el coronel Wilkins comenzó a caminar a paso rápido hacia el grupo, un camión grande, con enormes llantas diseñadas para terrenos fangosos y una lona verde cubriendo la caja de carga, salió del hangar.
—Por favor, vengan conmigo —les indicó, en cuanto se acercó a ellos.
Caminaron hacia el vehículo siguiéndolo lo mejor que podían, más que nada las mujeres, ya que el coronel Wilkins era un hombre que daba largas zancadas en cada paso. Apresurado, Jim fumó lo más rápido que pudo su cigarrillo, y luego lo arrojó a un lado, hastiado de dar una pitada tras otra.
—¿Por qué camina así? Parece como si estuviera apurado, ni que la base se vaya a ir corriendo de su lugar —murmuró Francis, el rubio con el tatuaje en el cuello.
—Así son todos los militares, hombre. Déjalo ser —respondió Chris. Bianca pudo escucharlo, y pensó que aquel chico moreno no solo tenía rostro de cansado, sino que su voz también sonaba agotada.
En cuanto se acercaron a la parte trasera del camión, el coronel se adelantó y apoyó una mano en la escalera que pendía de la barandilla.
—Muy bien, lamento no tener un mejor vehículo, pero viajaremos por terreno árido. Señor Sandoff, usted viajará con ellos, si no le molesta —indicó.
—En absoluto, coronel —respondió Bruce. La verdad era que sí le molestaba, pero no iba a decir nada. Por un momento se imaginó que como neurocientífico a cargo del experimento, podría viajar adelante, junto con el coronel.
—Muy bien, andando.
El coronel caminó entonces hacia la puerta del acompañante del enorme camión, para subir. Francis entonces se apoyó de la escalera y le hizo un gesto a Fanny.
—Las damas primero —sonrió. No lo conocía en absoluto, pero con tan solo mirarlo, Bianca ya podía adivinar qué clase de tipo era. De la misma clase que le grita improperios a alguien solo por caminar de minifalda o tacos, con esa pinta a playboy salido de un bar de mala muerte. En cuanto Fanny terminó de subir —con bastante dificultad, por cierto, ya que los zapatitos de ejecutiva que había llevado no le favorecían—, Bianca le acercó su equipaje a la chica, que con gusto lo tomó en sus manos, y luego trepó por la escalera. A mitad de camino, Francis no pudo evitar mirar tanto su trasero como sus piernas, e hizo un gesto de aprobación. Ella no lo vio, pero Bruce sí. Al verse observado, volvió a sonreír, y le guiñó un ojo.
—Nada mal, ¿eh? —le comentó. Sin embargo, Bruce no se rio.
—Sube —respondió, sin más.
El rubio subió ágilmente a la parte trasera del camión, luego Bruce y todos los demás. Tomaron asiento en dos bancos largos de madera, que había a los lados de la caja de carga, y una vez todos estuvieron listos, Bruce se acercó y golpeó con la palma de la mano en la carrocería tras la cabina del conductor, tomando asiento. El camión entonces emprendió la marcha, dejando una estela de tierra y polvo detrás.
—¿Usted creé que este experimento funcione, doc? —le preguntó Fanny, sentada frente a él, y elevando el tono de su voz por encima del motor del camión. A su lado, Bianca los observaba, interesada en la posible respuesta.
—Bueno, yo creo que sí. No sé si con los efectos esperados, pero seguro que algo funcionará.
—No parece muy convencido —intervino Bianca—. ¿Por qué?
—Pues porque soy un científico. Jamás estoy convencido de nada, hasta que logro demostrarlo. Es mi trabajo.
—¿Pero? —inquirió Fanny, levantando una ceja.
—Pero soy uno de los que creé que desde el Big Bang, estamos entrelazados con todo. Creo que esta conexión existente entre todas las cosas permitiría que los individuos interaccionen con las mentes y los cuerpos de otras personas, como la hipnosis, o la meditación —con un gesto de la mano señaló a Bianca—. Ella es la prueba de lo que digo, las cosas que ha hecho demuestran una capacidad cerebral que aún no conocemos, tal vez relacionada con la glándula pineal —al ver la expresión asombrada en Bianca, este asintió con la cabeza—. Sí, he leído su libro acerca de todo lo relacionado a sus investigaciones, la secta que denunció, y su líder. Me parece un trabajo fascinante, realmente la admiro, si me permite decirlo.
—¿Y de verdad creé en la parapsicología? —preguntó Bianca. —¿Usted, un científico?
—Bueno, no veo que tenga nada de malo, o que una cosa quite a la otra, ¿no? —le refutó. —La parapsicología condujo al estudio de eventos muy importantes, tales como la aparición y la comunicación de seres ya fallecidos, las experiencias cercanas a la muerte y las experiencias extracorpóreas. Como científico, acepto el modelo de que la conciencia y no la materia es la base de todo lo que existe a nivel biológico, entonces puedo pensar que lo que sobrevive es el espíritu o energía cuántica. Según Planck, eso es posible.
Bianca asintió con la cabeza y sonrió, sin decir nada más. Encontraba fascinante el hecho de que un hombre tan instruido como un neurocientífico al servicio de la CIA, pudiera creer en la parapsicología y todo lo que aquello representaba.
—Pues hacía mucho tiempo que no encontraba un científico con la mente tan abierta a nuevas posibilidades —dijo.
Bruce sonrió, y asintió con la cabeza en silenciosa concordancia. Aún era muy temprano para hacerse conjeturas acerca de cada quien, ya que ni siquiera había charlado con el grupo entero en lo que iba de jornada, pero era sin duda alguna quien mejor le caía. No sabía si él pensaba lo mismo acerca de ella, pero estarían unas cuantas semanas juntos, así que tendría tiempo más que suficiente para conocer a cada uno de los voluntarios.
—Si me permiten mi opinión, yo digo que estas cosas no existen —dijo Fanny.
—¿Y entonces por qué te has anotado para el proyecto? —preguntó Bruce.
—Pues, primero por la paga. Y segundo, porque creo lo mismo acerca de que tal vez hay regiones de nuestro cerebro que aún no están bien descubiertas, y eso es lo que permite que hagamos ciertas cosas. Si podemos tener la oportunidad de comprobar esa teoría, pues bienvenido sea.
—Es un buen punto, supongo —convino él.
—¿Por qué están aquí? —preguntó Bianca. —¿Cómo se enteraron del proyecto?
—Todos somos de la milicia, o de sectores altos del gobierno —dijo Jim—. No iban a permitir que el proyecto se filtrara a un llamado público. Yo pertenezco al FBI, trabajo en la dependencia de crímenes violentos como investigador de campo. Un día vinieron a la oficina, nos reunieron a todos en una sala, y un tipo se sentó frente a nosotros con un mazo de cartas dibujado con símbolos.
—Cartas Zener —comentó Bianca.
—Pues eso. El objetivo era pasar al frente uno a uno, y tratar de adivinar cual era el símbolo que este sujeto estaba viendo. Yo fui el que más aciertos tuvo en promedio con el resto, así que me llevaron a otra oficina en privado y me vincularon al proyecto.
—Creo que hicieron lo mismo con todos nosotros, así fue como nos clasificaron —dijo Fanny—. Yo trabajo como secretaria del directorio de análisis de la CIA.
—Yo soy sargento del escuadrón Cobra Roja, de la marina —dijo Francis.
—Investigador en la DEA —Ned levantó la mano.
—Asistente de director en el Pentágono —intervino Chris.
—¿Y alguien tiene familia? —preguntó Bianca. Chris hizo un gesto de asentimiento, fue el único del grupo.
—Mi esposa, y dos niñas.
—¿Y por qué no viniste con ellas?
—No me lo permitieron, quieren hacer todo lo más secreto posible —respondió, con pesadumbre en su voz.
—Pero no pueden, algo tuvieron que haberle dicho —insistió ella, apenada.
—Si no accedía a participar en el proyecto, me despedirían de mi trabajo y me pondrían en una lista negra para no pertenecer a ningún otro cargo gubernamental. Cuando tienes tres bocas que alimentar, ¿qué otra cosa puedes elegir? Solo tuve que aceptar, mientras que a mi familia le dijeron que iba a participar en una operación fuera del país —hizo una pausa, y luego de un momento, continuó—. Lo más difícil fue fingir, el día que fueron a buscarme a mi casa.
Bianca asintió y no dijo nada más. Por una cuestión de simple respeto con aquel hombre. Amaba a su país, esa era la verdad, pero odiaba con todo su corazón los métodos tan moralmente cuestionables que utilizaban las altas esferas del gobierno, para realizar ciertas cosas. ¿Con que derecho le obligaban a un hombre a mentirle a su familia? ¿Con que bien común lo disfrazarían? Si algo le había enseñado la vida era que el fin no justifica jamás los medios.
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