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2

No sabía qué hora era, lo único que pudo oír de forma insistente, bajo el oleaje del sueño profundo, era el timbre del teléfono sonando en el living. Afuera, la llovizna se había intensificado, podía notarlo por las gotas de agua que golpeaban contra el cristal de la ventana de su dormitorio. Adormecido, se giró en la cama hasta sentarse en el borde, y frotándose los parpados, se irguió aún descalzo.

—¡Ya voy, maldición, ya voy! —exclamó, molesto.

Caminó hacia el living y acercándose al pasaplatos, descolgó el tubo y atendió.

—Hola.

—Nick, siento despertarte a esta hora —era la voz del comisario Jhon Green. Pudo reconocerlo fácilmente aún bajo el sopor del sueño, aquel acento herméticamente británico podía distinguirse sin mayores dificultades.

—¿Qué pasa? —preguntó, sabiendo de antemano la posible respuesta. Si el comisario lo llamaba a tal hora de la madrugada, nada bueno podía ser.

—Tenemos un homicidio en la avenida Winston, lo acaba de reportar la casera del edificio.

—¿No podemos esperar hasta mañana, Jhon? El cuerpo no se va a ir a ningún lado.

—Esto es diferente, Nick. Debes venir enseguida, lo entenderás cuando lo veas —insistió.

—De acuerdo, espera un momento —se alejó del teléfono un segundo, para buscar una libreta de anotaciones en el pasaplatos de madera, junto a un bolígrafo de punta fina. Luego volvió al tubo del teléfono, sujetándolo con el hombro—. Dime la dirección.

—Siete tres ocho, Winston. Piso nueve. Apartamento dos quince.

—Nos vemos allí —dijo, y colgó.

Volvió caminando a su dormitorio, con paso lerdo, tratando de asimilar la idea de que debería abandonar el calor de su cómoda cama, para investigar un homicidio. ¿Qué tenia de importante aquello, que no podía esperar hasta la mañana? Se cuestionaba una y otra vez. Amaba la carrera de policía, pero detestaba cuando tenía que abandonar todo fuese la hora que fuese, para salir corriendo a atender un posible caso. Solamente había ocurrido dos veces, en sus casi veinticinco años al servicio de la ley. La primera vez había sido con las víctimas de un asesino serial de indigentes, en Wisconsin, un caso que le llevó casi cuatro años de investigación hasta dar con el culpable. La segunda vez, había sido con un traficante de heroína, el más importante de todo Manhattan, una investigación que le había durado once meses. Por experiencia propia, ya tenía más que sabido que cuando lo llamaban a mitad de la noche, era porque se venía un caso importante.

Se sentó en el borde de la cama para vestirse, con sus botas revestidas en cuero y sus pantalones de pana, una camiseta blanca y dos suéteres de lana, ya que imaginó que la madrugada debía estar gélida a esas horas. Por inercia, estiró un brazo hacia la mesilla de noche, donde estaba su reloj de pulsera junto al típico vaso con agua, y lo miró. Dos y cuarenta de la noche, efectivamente, debía hacer un frio de cagarse, pensó.

En cuanto estuvo vestido, caminó hasta el baño para mojarse la cara, peinarse un poco y cepillarse los dientes. Al salir, se dirigió a la puerta de entrada, deteniéndose un momento para abrocharse el porta pistola con la 9MM a un lado de la cintura, tomar el apunte con la dirección del crimen y ponerse la chaqueta azul de piel con la insignia policial. Tomó las llaves de la Ford y las de la casa, abrió y salió al porche, cerrando con llave mientras sentía que la punta de su nariz se enfriaba a una rapidez tremenda.

Caminó tan rápido como pudo hacia la camioneta, abrió la puerta del conductor con la llave, teniendo que soportar unos segundos la intensa llovizna casi aguanieve, hasta poder zambullirse dentro del vehículo. Puso la llave en el contacto, e intentó cuatro veces encender el motor del coche, el cual arrancó a la quinta vez, debido a que el motor estaba demasiado frio. Entonces, mientras dejaba la Ford moderando revoluciones con normalidad, sin acelerarla para que se entibiase, encendió la calefacción y apoyó las manos en el volante, mirando hacia la propia cabaña, esbozando una sonrisa. Ah, sí... podía sentirla. Esa emoción previa a la cacería de una buena investigación, el hecho de visitar una escena del crimen casi en forma exclusiva, antes que cualquier Federal o empleaducho del gobierno. Odiaba salir a mitad de la madrugada y que le interrumpieran el sueño, pero el sabor intenso del detectivismo policial era algo que le fascinaba en igual medida. Una relación de amor y odio, como si dentro de sí mismo hubiera dos personas diferentes.

Diez minutos después, salió marcha atrás hacia la calle y emprendió el caminó hacia la dirección marcada. El tráfico a esas horas era prácticamente nulo, de modo que no demoró más de diez minutos en llegar a su destino. Sabía que era el sitio gracias a los coches patrulla estacionados al pie del edificio, en la calle, iluminando todo el entorno con sus luces rojas y azules que parpadeaban sin cesar. Estacionó lo más cerca que pudo, tras el camión de la morgue, y apagó la Ford.

En cuanto entró al edificio supo que la situación era más complicada de lo que se había imaginado. El homicidio había sido en el piso nueve, sin embargo, ya desde la planta baja se podía notar que había un revuelo de gente que iba y venía en todas direcciones: peritos forenses, equipo de investigación, científicos, vecinos que habían sido alertados por la policía y agentes que tomaban declaración a los mismos. Y dentro de sí, volvió a removerse ese instinto predador que precedía una buena investigación policial, de esas que seguramente adelantara su jubilación y lo hiciera retirarse con todos los honores.

Subió al ascensor mostrando su identificación, la que siempre llevaba en el bolsillo interno de su chaqueta azul, y tocó el botón del nueve. Luego de unos momentos, el aparato metálico se abrió, y supo enseguida cual era la puerta indicada aun sin mirar el papel con la anotación, ya que el comisario Jhon Green estaba de pie en medio del pasillo, frente a ella, fumando sus apestosos Marlboro mientras observaba todo como si constantemente estuviera analizando información de vital importancia. Sin embargo, en cuanto escuchó el ruido del ascensor abrirse, volteó hacia él, y al verlo llegar levantó una mano.

—¡Eh, Nick! —lo saludó, mientras se acercaba.

—¿Qué tenemos? —preguntó, ansioso por conocer los primeros datos.

—Hombre blanco, de cuarenta a cuarenta y cinco años, vivía solo. Tiene un golpe en la zona parietal del cráneo, aparentemente fue noqueado, desnudado y posteriormente atado a una silla. Le cortaron los genitales, le pusieron su propio pene en la boca y lo apuñalaron dieciséis veces en el pecho. En la frente tiene escrita la palabra lujuria, aparentemente con el mismo cuchillo con el cual hicieron todo el trabajo.

—¿Estás de puta broma? —le preguntó Nick, mirándolo como si hubiera perdido la razón. Jhon, sin embargo, sacudió la ceniza de su cigarrillo y se encogió de hombros.

—Entra y miralo por ti mismo —dijo.

Nick así lo hizo, cruzó el umbral de la puerta y observó la escena, boquiabierto. El cuerpo estaba sentado desnudo, en una silla, atado por las manos y los pies. En su boca ligeramente ladeada, estaba el miembro cercenado que sobresalía como un trozo de chorizo crudo, con algunos pelos pegados a la sangre reseca. El abdomen destrozado por las puñaladas dejaba entrever en alguno de sus cortes parte del estómago y los intestinos, y a su lado, en medio del charco de sangre que lo rodeaba, había un sombrero negro. Una galera de copa, como las que usan los magos para sus espectáculos.

—Dios santo... —murmuró, y aunque era un tipo fuerte, tuvo que salir de aquel living para poder respirar, conteniendo el vómito. La carrera de policía era algo que, a la larga, lo volvía a uno más duro de lo habitual. Sin embargo, también era sabido que en cualquier momento se podía presenciar una atrocidad peor que la anterior, y este, era el vivo ejemplo de ello. El hecho de que conociera a la víctima, lo ponía aún peor.

­—Te lo dije —comentó el comisario, viéndolo salir de nuevo al pasillo—. Aunque hay más.

—¿Más? —preguntó Nick, incrédulo.

—La puerta estaba cerrada por dentro cuando llegamos.

—¿Y las ventanas?

—Mira a tu alrededor, Nick —objetó Jhon, arrojando la colilla de su cigarrillo al suelo y pisándolo con la punta de su zapato—. Estamos en un noveno piso. Los balcones se comunican entre sí, pero los vecinos que están declarando abajo aseguran que no oyeron ni vieron nada.

—Supongo que alguien tiene que haber escuchado algún ruido, por mínimo que sea. La victima tuvo que haber gritado, o pedir ayuda.

—Parece que no.

—¿Cuál es tu teoría? —preguntó Nick. Conocía aquella mirada del comisario. Cuando entrecerraba los ojos bajo las tupidas cejas oscuras, era porque algo estaba maquinando.

—Creo que la víctima conocía a su atacante. Pudo abrirle la puerta sin problemas, su agresor lo asesinó, y luego se marchó cerrando la puerta por dentro y utilizando alguno de los balcones aledaños para trazar una vía de escape, a través de los apartamentos contiguos.

—Es buena —consintió—. Pero no podremos validarla hasta que no encontremos alguna huella. ¿Qué hay con el sombrero? La víctima no era afín de utilizar galeras.

—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Jhon, encendiendo un nuevo cigarrillo.

—Lo conocía, su nombre era Matt Odonnel. Había venido a la oficina hace un tiempo, como seis meses atrás, por unas riñas con su ex esposa. Al parecer ella quería vender el coche por los bienes gananciales, y como él se opuso, ella se lo destrozó con un bate. Vino a mi para ratificar una investigación e inculparla de vandalismo a la propiedad privada —explicó—. Cuando charlé con él, no llevaba ese tipo de sombrero en ningún momento.

—Vaya... —murmuró Jhon. —¿Cuál es tu teoría, entonces?

—No sería mala idea interrogar a su ex esposa.

—Me parece bien. ¿Algo más que quieras hacer?

—Analicen el sombrero en busca de huellas o restos de cabello. Que me envíen los resultados a la oficina en cuanto estén listos, por vía directa. También analicen el cuerpo, envíenme resultados de autopsia y fotografías —Nick hizo una pausa, y suspiró levemente—. Es posible que estemos ante un nuevo gran caso, Jhon. Como los viejos tiempos.

—Sí, yo también presiento lo mismo —el comisario apoyó una mano en el hombro de Nick, y asintió con la cabeza—. Gracias por venir, Nick. Realmente te agradezco. Si quieres revisar la escena del crimen por tu cuenta, es toda tuya. Yo iré a charlar un poco con los vecinos, a ver que puedo conseguir.

—Descuida, no creo que pueda encontrar nada más que tus chicos del departamento científico. Creo que volveré a casa, a dormir. Me siento agotado.

—¿Cuándo contactarás a la ex esposa de la víctima?

—Mañana, a primera hora —aseguró Nick.

—Buenas noches, amigo —se despidió Jhon, dirigiéndose hacia el ascensor.

Nick lo observó alejarse por el pasillo, y luego miró hacia el apartamento con la puerta abierta, donde los especialistas hacían sus trabajos de rutina para detectar el mínimo indicio que los acercara al sospechoso. En su mente, volvió a aparecer la imagen del muerto con la verga en su boca, aquella expresión ladeada y su barbilla llena de sangre. Y mentalmente, agradeció por no haber cenado aquel día.

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