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16


Temprano por la mañana, el grupo se preparaba para desayunar en la sala común de la cafetería. En algún lugar del exterior, a cuatro kilómetros y medio en la superficie, los pájaros cantaban y el sol despuntaba por el horizonte, dándole un nuevo brillo de colores a los arbustos, la tierra y el propio cielo. Sin embargo, dentro de la base, todo seguía igual. Durante las últimas semanas, todo había sido un caos: el arresto de Bruce, los descubrimientos de Bianca, la falta de luz natural, el perpetuo encierro al que estaban siendo sometidos. Aquello no era nada sencillo, pensaban, a medida que veían pasar las horas y los días.

Para Bruce, volver a desayunar junto a Bianca, era una completa bendición. No necesitaba charlar con ella, todo lo necesario ya lo habían hablado la madrugada anterior, tan solo se miraban mutuamente mientras bebían su café, como si quisieran hacer de cuenta que jamás habían descubierto los gravitones. Fanny los miraba, incomoda, sin comprender, desconcertada por aquel mensaje silencioso que solamente ellos podían entender. El resto del grupo, sin embargo, tampoco tenía mejores ánimos. Sabían que después de aquellos días, algo dentro de cada uno cambiaría, gracias a las descargas a las que serían sometidos.

Al fin, el momento de comenzar con una nueva jornada de investigación llegó. Recogieron cada uno sus platos y sus vasos, como de costumbre, y se encaminaron a la sala de control, llevando Bruce la delantera. Al llegar a la puerta, abrió con su tarjeta magnética, el mismo mensaje de siempre se hizo escuchar, y una vez dentro de la cabina de controles, comenzó a teclear encendiendo las máquinas y los lectores cerebrales.

—Bueno, esto no va a ser fácil —dijo, rompiendo el silencio—. Quiero que se lo tomen con tranquilidad, si alguien se siente mal o decide detener las descargas, quiero que me lo comuniquen enseguida.

Bruce se acercó a los controles de voltaje, y Francis, temiendo que se diera cuenta de que la maquina estaba alterada, habló rápidamente.

—¿Puedo ser el primero? —preguntó. Bruce se detuvo, y lo miró.

—¿Por qué?

—Bueno... hasta el momento, todos lo han intentado, menos yo. Reconozco que me he ocupado más en pelear con todos, que, en focalizarme en el proyecto, así que quiero hacer lo mejor para terminar con esto de una vez y que todos podamos volver a casa —dijo, intentando parecer lo más normal posible. Bruce miró a Bianca un segundo, y ella se encogió de hombros.

—De acuerdo, como prefieras —Bruce se giró hacia los receptores, sacó los discos de metal de la maquinaria y se los colocó en la cabeza a Francis. Solo después que ya estaba listo, le abrió la puerta de la sala contigua, y miró a Bianca—. Ve con él, necesito que le coloques los conectores eléctricos.

Ella obedeció, caminando hacia la sala. Mientras manipulaba la cabeza de Francis, una parte de sí misma se preguntó porque las cosas estaban desarrollándose de aquella forma. Hasta hace veinticuatro horas, aquel sujeto había dado problemas, discutiendo por volver a su casa y largarse de allí. Dicho sea de paso, había dado problemas desde el mismo instante en que habían comenzado con el proyecto, como bien ella le advirtió a Bruce. Sin embargo, ahora parecía querer cooperar en lo que fuera posible. ¿Habría entrado en razón? Se preguntó.

—Está listo —dijo, en cuanto hubo terminado de colocar el último conector.

—De acuerdo, recuerda que, si te sientes mal, me avisas y terminamos por hoy —reafirmó Bruce, y luego se dirigió hacia los controles de voltaje—. Descarga número uno, activando.

En cuanto presiono el interruptor, Francis sintió que su cerebro era desconectado por completo de su cuerpo. Se sacudió en la silla con tal violencia que Bianca se alejó dos pasos, y muy muy lejos pudo oír un "¡Dios mío!" de su parte. Se desplomó en el suelo, convulsionando con los ojos en blanco, y entonces sucedió.

A su alrededor todo había cambiado. Ya no tenía aquellos cables en la cabeza, ni tampoco se hallaba Bianca a su lado. Tampoco estaba Bruce tras el enorme ventanal que oficiaba de pared, ni tampoco el resto del grupo. Se hallaba solo, en la enorme sala. La iluminación era distinta, los focos del techo parecían irradiar una luminiscencia que jamás había visto en su vida, las paredes se movían como si estuvieran palpitando, la sensación que tenía dentro de su cuerpo era como si todo en aquel lugar estuviese vacío por completo, pero a la vez repleto de vida. No, no era así, pensó mientras se corregía. Era como si todo estuviera vivo, las paredes que latían, el suelo que se combaba bajo sus pies, era extraño y surreal.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó casi en una exclamación, poniéndose las manos al costado de la boca como si fuera un megáfono. Sin embargo, nadie le contestó, su voz salía por su garganta con una extraña tonalidad, como si no fuera suya. El eco que retumbaba parecía provenir de todas partes al mismo tiempo.

Caminó hasta que llegó a la pared. Entonces avanzó, como si supiera exactamente lo que debía hacer, y la atravesó por completo. La pared se hizo moldeable, como si fuera elástica, como si fuera un chicle demasiado estirado y masticado, hasta que salió al pasillo y las vio cara a cara. Unas cinco formas humanoides lo miraban. No tenían rostro, no tenían ojos ni boca, ni cualquier rasgo identificable con un ser humano a excepción de sus dos piernas y sus brazos extremadamente largos. Sin embargo, sabía que lo miraban, podía notarlo dentro de su ser.

A pesar de todo no sintió miedo, sino una profunda fascinación. Aquellos seres, o entidades, eran de una altura descomunal, casi se podría decir que superaban los dos metros y medio. Eran semi transparentes, como si estuvieran formados por agua o algún tipo de gel biológico. Dentro de ellos, su cuerpo estaba repleto de partículas blancas y azules, como si fueran luminiscencias extrañísimas formando una galaxia. A Francis, aquella visión le resultaba maravillosa, hasta que de repente los seres que lo observaban se deshicieron en el suelo. No se derritieron, ni se desintegraron. Solamente se unieron con el suelo como si fueran una sombra, y entonces volvió en sí.

Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de Bianca junto con el de Bruce, que lo miraban con preocupación. Por detrás de ellos, podía ver el resto de los integrantes del grupo, que también observaban.

—¡Francis, hablanos! ¿Estás bien? —preguntó Bruce. Entonces en su mente, pudo verlo con claridad. Aquel científico pensaba en su título y su reputación, en cómo lo perjudicaría si un miembro de su grupo se hubiera visto afectado físicamente por aquel experimento. No estaba realmente preocupado por él.

—Sí, estoy bien —respondió, intentando ponerse de pie. Sentía los músculos de las extremidades completamente entumecidos debido a la descarga eléctrica. Bruce entonces lo ayudó, sujetándolo de las axilas—. ¿Qué me sucedió?

—Tuviste una convulsión, recibiste cuarenta y cinco miliamperios.

—¿No era que iban a darnos solo treinta? —preguntó, simulando molestia.

—Lo sé, pero algo salió mal. Yo había dejado el impulsor programado en treinta, pero cuando te descargué, estaba en cuarenta y cinco. No sé qué pudo haber pasado, solo yo tengo acceso a la cabina de control, al menos que yo sepa —respondió Bruce, intentando parecer lo más comprensivo posible—. Ha sido suficiente por hoy, te acompañaré a la enfermería para saber si te encuentras bien.

—Descuida, solo quiero irme a mi habitación a descansar. Siento que me duele hasta el culo.

Bruce pareció meditar por unos momentos, y luego asintió con la cabeza.

—De acuerdo, todos a descansar, señores. Se terminó la investigación por hoy —dijo. Miró al resto del grupo mientras se dirigía hacia la puerta de la sala—. Acompáñenlo a su dormitorio, por favor. Yo iré en un momento.

Todos salieron acompañando a Francis, quien caminaba con cierta lentitud. La última en salir fue Bianca, quien lo observó tomar asiento frente a las pantallas, una vez que volvió a entrar a la sala de control.

—Bruce, ¿estás bien? ¿Qué vas a hacer? —le preguntó.

—Quiero ver unas mediciones, hay algo interesante aquí.

—¿Interesante? ¿Qué sucede?

—No estoy seguro hasta no verlo —dijo, y luego la miró, ajustándose las gafas en aquel gesto mecánico que Bianca comenzaba a adorar—. Ve con ellos, en cuanto termine iré a tu habitación y te contaré. Quizás nos tomemos un café, si quieres.

Como toda respuesta, Bianca le apoyó una mano en el hombro y le sonrió.

—De acuerdo, Bruce. Haz tus cosas de científico —le dijo.

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