15
Durante los tres días siguientes, Grace se sintió flotar de la felicidad.
Las llamadas por teléfono no cesaban, tanto de gente asociada a Ocean House como de reporteros vinculados a la misma, que se disputaban la primer entrevista como aves rapaces. Todos querían la primicia de la novela juvenil que se había convertido en un rotundo éxito de la noche a la mañana, todos querían conocer a la maravillosa Grace Collins, quien había creado tan interesante obra literaria.
También le habían entregado el coche, flamante, con el típico olor a nuevo aun inundando su tapicería y los detalles en cuero del volante. En cuanto se lo dieron, no pudo resistir la tentación de salir enseguida a recorrer la ciudad con la ventanilla del conductor baja y una anchísima sonrisa en el rostro. Ni siquiera había perdido tiempo en buscar su viejo carnet de conducir, ya había dedicado la noche anterior para eso, y también para revisar en los registros que aún siguiera vigente. Recorrió la zona costera y también la parte más céntrica de la ciudad, para buscar una buena joyería y darse el gusto de comprar unos aretes nuevos. Aquel día, volvió tarde de la noche, directo para ducharse y descansar frente a su computadora mientras bebía una buena copa de vino, revisando tanto sus redes sociales que estallaban de seguidores, como los correos electrónicos relacionados a su libro.
Sin embargo, aquel fin de semana fue cuando por fin cayó en la realidad de todo lo que estaba sucediéndole. Sí, era feliz, y de repente tenía mucho dinero, tanto que no sabía qué hacer con él. Podía ir adonde quisiera, comprar lo que quisiera, comer y vestir lo que quisiera, y adoraba que el presupuesto en su cuenta bancaria ni siquiera pareciese descender. Pero, por otro lado, el eterno silencio de Richard la ponía muy triste. Desde aquella discusión no había tenido más contacto con él, no había respondido las llamadas ni tampoco había ido a verla. ¿Era para tanto el enojo? Se preguntó. La verdad era que no quería terminar con él, pero si continuaba haciéndose el interesante con ella, entonces no tendría más remedio. Total, ahora mismo Grace era una mujer muy poderosa, no le sería difícil conseguir un nuevo interés romántico, o incluso comprarse un buen dildo, y abandonar el histeriqueo de los hombres para siempre.
Pensando en aquello mientras se preparaba un café, batiendo enérgicamente dentro de su taza favorita, se detuvo en seco mientras caía en la cuenta de lo que estaba pensando. Tal vez Richard estaba tan ausente porque quería que ella lo extrañara, que se pusiera a pensar desde su lugar, que entendiera las razones de lo que estaba tratando de decirle. Él siempre había sido un amigo que en cuanto ella conseguía algo bueno, incluso desde la secundaria, era el primero en alegrarse por ella, y ahora como pareja aún más. Todavía recordaba la noche en que estando en el Prestige, le comentó que había firmado con Ocean House, la alegría que había sentido por ella, y como había tenido el mejor orgasmo de su vida festejando con un buen sexo. Sin embargo, en cuanto le había comentado de la suma de dinero que le habían depositado, Richard cambió drásticamente, alarmándose ante lo que ella decía. Si había cambiado de actitud tan rápido, era porque algo de razón podía tener, o al menos eso quería creer.
Además, ella misma fue la que había buscado información del Loto Imperial en internet, antes de ir por primera vez, y ni siquiera había página oficial o cualquier otro dato en la web acerca de sus negocios o del misterioso señor Harris. Recordó como se lo había mencionado a Richard, también recordó como él le decía que no podía ser tan conspiranoica. Pero, ¿y si todo aquello era una farsa, como le había sugerido? ¿Y si era un contrato fantasma o ilegal en el cual acabaría sumamente endeudada? A fin de cuentas, ella había firmado con Lucius, pero quien había hecho los vínculos de contacto entre ella y los editores de Ocean House había sido él, y no tenía ni la más pálida idea de cómo lo había hecho. Además, en su mente afloró un nuevo recuerdo, algo que tenía sepultado en su subconsciente como un espectro encerrado en la caja de Pandora.
Cuando ella había firmado, se había cortado con la hoja de papel. Lucius le había chupado el dedo, se lo había curado de alguna forma, y Grace ahora recordaba a la perfección la textura de aquella lengua: áspera, caliente, rugosa como la de un gato. Aquello no era normal. ¿Cómo no lo había pensado antes? ¿En qué clase de embrujo dulce estaba sumergida desde que había empezado todo aquello? Richard tenía razón, siempre la había tenido, y ahora temía por su seguridad.
Tomó su teléfono celular para llamarle, aun sabiendo que no le respondería. ¿Tan enojado iba a estar con ella? Lo maldijo mentalmente, y cortó la llamada, mientras se dirigía a su habitación para quitarse el pijama. No tendría más remedio que ir hasta su departamento, a ver qué demonios le pasaba. Podía estar molesto con ella, pero tanto silencio le parecía muy sospechoso además de preocupante. Eligió ropa de su armario, un pantalón de lycra cómodo y una camiseta de manga larga azul, y justo en el instante en que acababa de desnudarse para cambiarse de ropa, escuchó como la puerta de su habitación se cerraba detrás suyo.
Se giró sobre sus pies, consternada, aún en sujetador. ¿Habría una corriente de aire? Se preguntó. La cuestión era que por algún motivo no sentía seguridad dentro de su propia casa, y eso le alteraba los nervios. Terminó de ponerse la camiseta, y en cuanto se dirigió a la puerta para abrirla y salir al pasillo, vio la silueta de algo que se colaba escaleras abajo, a una velocidad impropia de un ser humano. Ahogó un grito de terror y cerró la puerta de golpe, con una mano en el pecho. El corazón le latía con fuerza, sabía lo que había visto. O, mejor dicho, no lo sabía, tan solo pudo ver una sombra con forma humana deslizándose por las escaleras como si estuviera huyendo de su presencia.
Sin embargo, no podía quedarse ahí. No tenía nada con lo cual defenderse en caso de que fuera un intruso, y tenía que ir a la casa de Richard como diera lugar. Ahora no solo temía por la seguridad de él, sino también por la suya propia, de modo que, juntando acopio de valor, abrió la puerta de golpe y antes de salir de la habitación miró hacia ambos lados del pasillo, pero no pudo ver a nadie. Salió del dormitorio y bajó las escaleras de dos en dos, espiando antes por la barandilla de madera en caso de que hubiera algo o alguien en la sala principal, pero todo se hallaba para su suerte, con la misma calma que caracterizaba la intimidad de su hogar. Tal vez todo había sido una idea de su cabeza nerviosa, se dijo, mientras caminaba hacia el baño para mojarse un poco la cara y entrar en razón.
Al llegar, abrió el grifo de la pileta, juntó agua con las manos y se empapó la cara dos veces, sin embargo, en cuanto levantó la vista para mirarse en el espejo, dio un respingo hacia atrás del horror, al mismo tiempo que gritaba con todas sus fuerzas. Su rostro en el reflejo estaba lleno de sangre, tenía las mejillas desgarradas, y podía ver las piezas dentales a través de los agujeros que tenía en el rostro. Le faltaba el cartílago de la nariz, uno de sus ojos pendía de sus cuencas solamente aferrado a los nervios oculares, y parte del cuero cabelludo le colgaba encima del oído derecho, completamente desgarrado.
Salió corriendo del baño sin mirar atrás, tomó las llaves del coche a la pasada y abrió la puerta de la casa, sin siquiera cerrar tras de sí. Subió a su vehículo tan rápido como pudo, con manos temblorosas, y metiendo la llave en el contacto, aceleró bruscamente haciendo chirriar los neumáticos. Enfiló los accesos a la avenida principal mientras las lágrimas le corrían por las mejillas y todo su cuerpo temblaba como una hoja al viento, y antes de tomar la avenida rumbo a la casa de Richard, se detuvo a un lado de la calle para respirar hondo y poner sus ideas en claro. No podría conducir así por más tiempo o acabaría chocando contra algo, pensó, y con el terror de ver aquella imagen funesta de nuevo en su reflejo, levantó la mirada poco a poco hasta el retrovisor. Entonces se miró durante unos cuantos segundos, y comprobó que su rostro estaba normal, como si nada hubiera pasado. Se cercioró de ello volviendo a mirar más de una vez, como si no estuviera segura ni siquiera de ella misma o quisiera tentar a la suerte, y luego cuando se hubo calmado, retomó la marcha.
Tardó poco más de quince minutos en llegar al departamento de Richard, y en cuanto estacionó a un costado de la entrada para coches, supo que allí había algo que no estaba bien. El vehículo de Richard no estaba, señal que había salido a algún lado, pero, sin embargo, la puerta principal estaba abierta. Sin apagar el motor del coche, bajó y caminó con lentitud hacia la puerta de la casa, sintiéndose intimidada por el silencio casi sepulcral que reinaba en el barrio. Era muy extraño, pensó, pero no se escuchaba un perro ladrar, ni siquiera un pajarillo, era como si todo a su alrededor estuviera dormido, en letargo, o muerto.
Recorrió el patio sin hacer ruido con sus zapatillas deportivas. Dentro, se podía ver parte de los sillones, algunos pocos muebles, el piso cerámico, lo típico de una casa de buen estatus en una zona residencial, pero que por algún motivo le parecía sumamente tenebroso en aquel momento. Sin embargo, en cuanto poco a poco se acercó cada vez más a la puerta entreabierta, pudo escuchar un jadeo ronco. Una suerte de respiración ahogada, un gruñido animal, o algo que se le pareciese. Luego había otros sonidos, como si alguien estuviera masticando una papilla con toda la boca abierta, un sonido acuoso y visceral. Fue en ese instante en que recordó que algo muy similar había escuchado en la línea telefónica, cuando lo había llamado.
—¿Richard? ¿Estás ahí? —llamó, juntando coraje para sacar su propia voz de lo más hondo de su garganta. Entonces, con pavor, comprobó que aquel jadeo glutinoso se interrumpió. Quien quiera que estaba causándolo, la había oído, y de pronto decidió guardar silencio. "Lárgate de allí, Grace. Toma tu nuevo flamante coche deportivo y conduce tan rápido y tan lejos como puedas, perra engreída" escuchó desde algún rincón insondable de su cerebro. Sin embargo, no le hizo caso. Su mano izquierda se apoyó en la puerta de madera, y empujó sutilmente, terminando de abrirla.
Observó todo desde el umbral de la entrada. En teoría, el espacioso living comedor estaba en orden, nadie había entrado a saquear la casa ni tampoco faltaba nada. Dio un paso, y entró, luego dio otro, y aunque abrió la boca para llamar a Richard, no emitió sonido alguno ya que la voz no le salía. Respiró hondo, tomó valor, y a paso rápido, comenzó a recorrer toda la casa. Pasó por la cocina, por el baño, el desván de la ropa y la puerta del patio trasero, pero todo estaba en orden y Richard no estaba en ningún sitio. Entonces solamente quedaba un lugar por revisar: su dormitorio. Y como una horrenda confirmación de que estaba en lo cierto, pudo escuchar de nuevo aquella ronca respiración jadeante. Definitivamente, había algo allí.
Con las piernas hormigueándole por el pánico y las manos temblorosas, caminó hacia la habitación. La puerta de marrón caoba estaba cerrada, con un sticker pegado a media altura en el centro que decía "¡¡ESCRITOR EN DESCANSO!! Por favor, no despertar hasta haber ganado un Pulitzer" y al verlo, no pudo evitar sonreír víctima de los nervios y la adrenalina, pensando que Richard jamás dejaría de ser un niño divertido, muy en el fondo. Tomó el picaporte, lo giró hacia la derecha y en cuanto escuchó el clic de la puerta al abrirse, empujó con lentitud.
Y lo que vio la marcó por todo el resto de su vida. Si es que había una vida después de eso.
El cuerpo de Richard yacía encima de la cama de dos plazas. Las sábanas, ennegrecidas por la enorme cantidad de sangre derramada y ahora reseca, parecían acartonadas y arrugadas, como si hubiera luchado contra su agresor. El cuerpo boca arriba estaba agujereado en su tórax, como si alguien hubiera troceado el torso para arrancar las vísceras y tejidos blandos, incluso hasta las costillas. El rostro del cadáver estaba cercenado como si una gigantesca bestia lo hubiera roído hasta saciarse, le faltaban casi la totalidad de los dientes, la mandíbula inferior, parte del cráneo, la lengua y los ojos. Sus brazos y piernas estaban clavados en la pared, a la cabecera de la cama, formando una cruz invertida, rodeada por los pulmones extendidos y parte de los intestinos como si fuera una sangrienta y mórbida corona.
Grace sintió que las mejillas le ardían, los ojos se le anegaron en lágrimas al mismo tiempo que se cubría la boca con las manos, para prevenir el vómito. Quería gritar, quería salir corriendo de allí, quería hacer muchas cosas y no sabía por dónde empezar para despertar de aquella burbuja de irrealidad en la que por algún motivo se había sumergido. No podía ser cierto, no podía estar viendo aquello, se repetía mentalmente una y otra vez, al filo de la cordura. Sintió que se mareaba, perdiendo el equilibrio, y tambaleándose, se aferró de la puerta mientras el ahogo del llanto le quitaba la voz de su garganta. Hasta que una voz, justamente, la alejó de sus pensamientos.
—Hola, querida Grace.
Se giró tan rápido como pudo, y a su espalda, pudo ver a Lucius que la miraba con una sonrisa perfecta. Vestía el mismo traje gris, formal, impecable. Al principio, la miró con una ternura casi paternal, pero luego de un instante, pareció aumentar de tamaño haciéndose increíblemente alto. Sus ojos se tornaron completamente amarillos, al mismo tiempo que unas protuberancias le asomaron de la espalda. Desplegó unas extremidades semejantes a unas ennegrecidas alas putrefactas, con terminaciones viscosas y puntiagudas, y Grace ya no pudo evitar desplomarse al suelo, aterrada por la visión que tenía frente a sus ojos.
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