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11


A la mañana siguiente, la primera en despertar fue Bianca. Le dolían los parpados debido a la somnolencia y la cabeza le latía como un gigantesco tambor. Bruce, a su lado, roncaba profundamente, cubierto hasta la cintura con las sábanas y rodeándola con un brazo, aferrado a su vientre. Bianca estiró una mano hacia la mesita de noche, a su lado, y tomó el reloj de pulsera para mirar la hora. Eran casi las siete y cuarto de la mañana.

—Ah, carajo... —murmuró, sentándose en el borde de la cama, mirando a su alrededor para buscar su ropa interior, en algún lado del suelo. Entonces se giró y sacudió levemente a Bruce, que hizo un gruñido molesto. —¡Despierta, son más de las siete! Nos perderemos el desayuno.

—Que importa... —masculló, abrazándose a ella por la cintura.

—Bruce, eres el científico a cargo, demuestra seriedad y levántate —le dijo, liberándose de sus brazos.

Se acuclillo para espiar bajo la cama, y luego de encontrar sus prendas íntimas, comenzó a vestirse mientras que él se frotaba los parpados, dando un bostezo. Cuando pudo despabilarse lo suficiente, se levantó y caminó hacia el baño, aún desnudo, para cepillarse los dientes y tirarse un poco de agua a la cara.

—¿Qué hora dijiste que era? —le preguntó, al salir.

—Siete y diez, pasadas.

—Nos dará el tiempo para una ducha rápida —se acercó a ella y le deposito un rápido beso en los labios—. Espero que hayas pasado bien.

—De maravilla —sonrió, acariciándole una mejilla. Luego se puso seria—. Ducha de cinco minutos, nada más.

—Que sean diez.

—¡Cinco! —exclamó, mientras caminaba hacia el baño.

—Podemos empezar media hora más tarde, ¿cuál es el problema? —pregunto él, caminando tras ella.

Bianca no le respondió, ocupada en regular el agua tibia de la ducha. Una vez estuvo a punto, se quitó la ropa interior que acababa de vestirse un momento atrás, y tomándolo de la mano se metió con él bajo el agua, abrazándolo por el cuello.

—El problema es que tú eres el científico a cargo, Bruce. Y si empiezas a llegar un poco más tarde cada mañana, solo por estar acostándote con la entrenadora psíquica, cuando todo el resto del grupo ha madrugado en tiempo y forma, perderás el respeto de tu gente —lo besó un momento y luego lo miró a los ojos—. Solo estoy ahorrándote líos.

Dicho aquello, se ducharon lo más rápidamente que la tentación a la intimidad les permitió. En cuanto acabaron, se secaron y se vistieron en la habitación. Bianca con una calza negra de franela, una camiseta de manga larga y zapatillas deportivas, ya que había dejado sus guillerminas en la sala recreativa, la noche anterior. Bruce, sin embargo, volvió a ponerse la misma camisa a cuadros y el pantalón azul de la noche anterior, ya que no tenía otra cosa hasta que volviera a su habitación personal. Se detuvo un instante para ponerse los anteojos que había dejado encima de la mesa, y juntos salieron de la habitación.

En cuanto llegaron a la espaciosa cafetería, vieron que todos ya se hallaban casi terminando su desayuno. Al verlos acercarse, levantaron la vista de su comida y los observaron. No fue difícil relacionar por qué llegaban media hora tarde ya que ambos tenían el cabello mojado por la ducha. Las conclusiones fueron más que evidentes, pero nadie dijo nada.

—Buenos días —saludó Bruce.

—Buenos días, doc —respondió Jim, volviendo a su taza de café.

—¿Qué tal la resaca, chicos? —preguntó Bianca, para sacar un tema de conversación, mientras se servía una taza de café y unas rosquitas de anís. —¿Alguien tiene alguna aspirina? Se me parte la cabeza.

—Yo tengo —dijo Fanny, metiendo la mano en el bolsillo de su pantalón de jean—. Creo que anoche se nos ha ido la pinza con las bebidas.

Bianca se sentó a su lado, en cuanto se acercó a la mesa. Aceptó el blíster de pastillas que le ofrecía, y sacando dos aspirinas, se las metió a la boca enseguida, bebiendo un sorbo de café para tragarlas.

—¿Que rutina haremos hoy, Bruce? —preguntó Chris.

—La misma que ayer, estimulación eléctrica y registro de sucesos, en caso de que se genere algún fenómeno —respondió Bruce, mientras se servía unas galletas en un plato—. En cuanto terminemos, será todo por el día.

—Mejor, así muchos de nosotros podrán continuar los festejos de anoche —comentó Ned, y todos rieron de forma cómplice. Bruce y Bianca se miraron, y ella esbozó una ligera sonrisa como diciendo "Te lo dije, galán." Bruce, sin embargo, no pudo evitar carraspear.

Para cuando terminaron de desayunar, eran aproximadamente las ocho y veinte de la mañana. Como de costumbre, recogieron las mesas, y se encaminaron hacia la sala de experimentación. A mitad de camino, Bruce pidió que lo esperaran un momento, y se alejó trotando hacia la sala recreativa, donde había dejado su bata blanca la noche anterior, ya que en el bolsillo estaba la tarjeta magnética para abrir la cabina de control. Una vez a solas, Fanny apartó del grupo a Bianca, para cuchichear a su lado.

—¿Qué demonios pasó anoche? —le preguntó, con una sonrisa curiosa.

—Que no pasó, querrás decir...

—¿En verdad? ¿Y qué tal?

—¡No voy a contarte nada de eso! —dijo Bianca, simulando ofensa. Fanny rio.

—Ya, pero entre nosotras, era más que evidente lo de ustedes. Bruce te mira cómo no he visto mirar a otro hombre antes, yo diría que hasta tardaron demasiado.

—No era algo que tenía previsto que llegara a pasar —se excusó Bianca.

—Yo me lo imaginé en cuanto vi la forma en que te miraba y como siempre intentaba buscar un tema de charla contigo —aseguró Fanny, y luego le apoyó una mano en el brazo—. ¿Y sabes qué? Hacen una linda pareja.

Bianca no pudo evitar sonreír en cuanto asumió aquella declaración. ¿Pareja? ¿Cuánto hacía que no evaluaba la posibilidad de una pareja en su vida? Se cuestionó. Era muy complicado, tendría que pensarlo muy bien. A excepción de aquellas tres semanas que llevaban conviviendo todos juntos, no había podido conocer en profundidad a Bruce a excepción de lo que habían charlado hasta el momento. Sí, es cierto, le parecía alguien no solo atractivo, sino también honesto, con buenos principios y de buen corazón. Pero un experimento gubernamental de tres meses no era tiempo suficiente para amar a nadie.

En aquel momento, Bruce se acercaba por el pasillo a paso rápido sacándola abruptamente de sus pensamientos, con la bata blanca puesta, ondeando en cada paso que daba. Se unió al grupo y continuaron la marcha hacia la cabina de control de la sala de experimentación. En cuanto llegaron a la puerta, sacó la tarjeta magnética de su bolsillo, la deslizó por la ranura y la puerta se abrió, ante el rutinario mensaje robótico de "Bienvenido, doctor Sandoff." Poco a poco fueron entrando de a uno a la sala, mientras que Bruce esperaba a un lado de la puerta, cuando por el pasillo principal de acceso vio que se acercaba el coronel Wilkins. Traía una serie de documentos en la mano, y le hizo una seña para que se acercara a él.

Bruce indicó que lo esperaran un momento, Bianca se giró hacia él y lo vio avanzar por el pasillo. Sin embargo, al rato escuchó el murmullo de la conversación que llegaba hasta ella en el eco que generaba el pasillo, y que instantes después se convirtió en una discusión, o al menos eso parecía. Intrigada, se acercó hasta el umbral de la puerta y lo observó. Efectivamente, estaba discutiendo con el coronel Wilkins, quien le señalaba los documentos e intercambiaba opiniones con Bruce. En medio de aquella acalorada charla, el coronel, quien era casi tan alto como el propio Bruce, lo señaló con el índice mirándolo directamente al rostro. Parecía estar amenazándolo de alguna forma, hasta que repentinamente le dio los documentos, estampándoselos en el pecho, y luego se giró sobre sus talones, para marcharse a través del pasillo. En cuanto quedó a solas, Bruce pareció releer los papeles un segundo, y luego se quitó las gafas, para frotarse los ojos. Entonces Bianca se acercó a él, apoyándole una mano en el antebrazo.

—¿Estás bien? ¿Qué sucedió? —le preguntó.

—A la mierda con el proyecto, se terminó.

—¿Cómo? —volvió a preguntar, anonadada.

Como toda respuesta, Bruce caminó en silencio hacia la cabina de control, seguido por Bianca, que lo miraba sin comprender que estaba sucediendo. Entonces se detuvo frente al grupo, y todos se giraron a verle. Jim fue el primero que habló.

—¿Qué pasa?

—La CIA dio órdenes para que aumente los impulsos eléctricos y aceleremos los resultados, basados en el éxito que tuvimos ayer. Quieren adelantar los tiempos y desarrollar cuanto antes las capacidades de visión remota —explicó.

—Pero aumentar los impulsos eléctricos... —murmuró Fanny. —¿No se supone que sería un riesgo? No me someteré a ello, ni hablar. ¿Qué pasa si nos hace daño? ¿El gobierno nos indemnizará, o de lo contrario, ocultará todo como hace siempre que algo sale mal?

—No pueden negarse, están bajo contrato y las consecuencias penales son tremendas.

—¿Y entonces qué podemos hacer? ¿Solo asumimos que nos van a fritar el cerebro, y ya? —dijo Chris, con cierta congoja. —Si tan solo pudiera hablar con mi familia...

Bianca miró a Bruce sin decir una sola palabra, incrédula. Una parte de sí misma deseaba que aquella imagen de buen tipo que atesoraba de Bruce, no se derrumbara. Él miraba hacia el suelo, pensativo, hasta que finalmente observó de nuevo al grupo. Levantó los documentos que le habían dado, y comenzó a romper las hojas a la mitad.

—Ustedes no harán nada. El proyecto se cancela aquí mismo, yo me haré cargo y asumiré las consecuencias por ustedes. Es mi culpa por haber aceptado semejante atrocidad de experimento. No quiero que la historia del ochenta vuelva a repetirse.

—¿Y qué pasará contigo? —intervino Bianca.

—Me someterán a juicio en una corte militar, mientras soy llevado a confinamiento. Si el veredicto es bueno, me quitarán los títulos y doctorados en neurociencia y me llevarán fuera del país como preso político, en el peor de los casos... no lo sé —respondió, encogiéndose de hombros.

—¡Pero no puedes hacer eso! Yo... —Bianca lo miró como suplicándole de forma silenciosa que reconsiderase la idea. De pronto tenía muchas ganas de llorar.

—Tampoco puedo someter a treinta miliamperios a estas personas, Bianca. No va de acuerdo con mi ética científica, no soy un científico del MK – ultra, soy Bruce Sandoff, y tengo empatía por el resto de la gente —dijo—. Quizás no les afecte en nada, solo los desmaye por un breve periodo de tiempo y nada más. ¿Pero qué pasa si algo sale mal? ¿Y si quedan atrofiados en el habla, o cualquier otra cosa? ¿Creés que podría ser feliz cargando con eso en mi conciencia?

—Bueno, entiendo lo que dice, y creo que tiene razón... —opinó Ned. Bianca lo miró como si quisiera fulminarlo con los ojos.

—La decisión ya está tomada, han sido un excelente grupo. Quedan libres a partir de ahora para hacer lo que quieran, yo iré a darle la noticia al coronel Wilkins.

Se giró hacia la puerta y salió hacia el pasillo. Con impotencia y frustración, Bianca lo siguió. Era increíble, su mente tuvo un breve recuerdo de Edward, y se dijo que jamás volvería a humillarse tras un hombre. Sin embargo, esto era distinto. Sabía que Bruce era alguien que valía la pena, y no permitiría que el destino le quitara otro romance, ahora que comenzaba a dejar fluir sus sentimientos otra vez.

—Bruce, por favor, recapacita. Lo que estás haciendo es pedir a gritos que te arresten —él continuaba caminando, y Bianca lo sujetó del brazo para detenerlo—. ¡Bruce, escúchame!

—¡No puedo hacer otra cosa! No soy un doctor Frankenstein, no soy un hijo de puta. Este proyecto se salió de control desde el mismo momento en que empezaron a presionar desde el Pentágono, hostigando a la CIA a que añadiera nuevas clausulas en un contrato ya establecido —dijo—. Para ellos, estas personas no son más que cobayas de laboratorio a las cuales se les puede hacer lo que sea. Vieron que el proyecto resultaba en cuanto Chris tuvo la primer muestra de telepatía, y se embriagaron de ambiciones. Yo no soy así, no puedo ser así. ¿Qué haremos después de esto? ¿Tú y yo nos iremos a vivir juntos y a ser felices? ¿Cómo lo haremos, después de haberle desgraciado la vida a personas inocentes? ¿Quién seré ante tus ojos? Solo otro monstruo, igual que el gobierno.

—Tiene que haber una manera —murmuró Bianca, con el atisbo de las lágrimas en sus ojos.

—Ésta es la manera correcta —Bruce le acarició una mejilla con su mano libre—. Hay que detenerse frente los hombres poderosos e intentar ponerles un límite.

Continúo caminando por el pasillo principal hasta llegar a la sala de administración, luego de dejar atrás unas puertas custodiadas por militares armados. Bianca continuaba a su lado, inamovible, mientras lo vio preguntar por el coronel Wilkins. Un oficial le indicó que estaba en el cuarto de comunicaciones, de modo que Bruce se dirigió hacia allí. Poco antes de que llegara siquiera a la puerta, el coronel salió, al verlo acercarse a través de la ventana.

—¿En qué puedo ayudarlo, doctor Sandoff? —le preguntó, con las manos tras la espalda. Bruce le mostró los documentos rotos, y luego los dejó caer al suelo.

—No vine a trabajar aquí para destruirle la vida a estas personas. Por lo que a mi concierne, el proyecto ha terminado.

El coronel Wilkins lo miró sin ningún tipo de expresión en su rostro, con la frialdad típica de los militares. De reojo, miró a dos oficiales armados, que se acercaron a él.

—¿Entiende lo que está haciendo, doctor Sandoff? —­le preguntó.

—Sí, lo sé. ¿Y ustedes lo saben? —respondió Bruce. —Creí que íbamos a mantener los estándares de rutina en cuanto a la estimulación por descarga eléctrica, pero en cuestión de veinticuatro horas los altos mandos dieron nuevas órdenes, y usted las obedeció de forma servil, como el buen perro funcional al sistema que es, evadiendo los protocolos de seguridad y la propia ética. Pero alguien tiene que cortar la cadena.

—Es alguien muy altruista, doctor Sandoff, realmente lo estimo. Aunque tal vez debíamos haber contratado los servicios de alguien menos altruista que usted —respondió el coronel Wilkins—. Pero ya habrá tiempo para eso. Por el momento, le sugiero que piense en lo que acaba de hacer —miró a sus oficiales, y asintió con la cabeza—. Llévenlo a un calabozo.

Sin poder creer lo que estaba sucediendo, Bianca miró con asombro al coronel, e intentó ponerse en medio en cuanto vio que los oficiales avanzaron hacia Bruce.

—¡No pueden hacer esto! ¡No permitiré que se lo lleven! —exclamó. Sin embargo, para evitar que tomaran represalias contra ella, Bruce la tomó de las manos y la miró directamente a los ojos.

—Déjame, no te involucres en esto. Todo estará bien —sonrió.

Le soltó las manos y dejó que los oficiales lo escoltaran, uno de cada lado, a través de un pasillo que Bianca no había recorrido aún, y decía "Sector B – Solo personal autorizado". Volvió a girar su mirada hacia el coronel Wilkins, quien la observó un instante en silencio, y sin decir nada, volvió de nuevo a la sala de comunicaciones, cerrando la puerta tras de sí. Bianca lo observó marcharse, odiando todo lo que él representaba; su traje verde impecable, sus insignias en los hombros, los militares armados que miraban la escena como si fuera lo más natural del mundo. Y sin poder evitarlo, las lágrimas se resbalaron por sus mejillas. 

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