
11
—¡El teléfono está sin señal, han cortado la línea! —dijo Abby, con el teléfono inalámbrico en la mano.
—¡Atrás, he dicho! ¡Aléjense de mi casa! —exclamó a la muchedumbre, sin embargo, no hubo respuesta.
Un golpe le llamó la atención, y enseguida el grito de Abby, aterrorizada. Alguien estaba aporreando la puerta trasera de la casa, intentando entrar o derribarla. Liam se giró un momento hacia su esposa, viendo como corría hacia la cocina para tomar la cuchilla en sus manos, apuntando hacia adelante, mientras lloraba presa del pánico. Volvió a enfocar su atención en aquellas personas que caminaban hacia su casa, y un movimiento al costado le alertó. Algunos vecinos se acercaban por los lados de la propiedad, intentando rodearlo.
Sin titubear, Liam jaló el gatillo y disparó contra uno de ellos. La munición impactó en el medio del pecho, haciéndolo estremecerse y caer hacia atrás, inerte. Abby volvió a gritar una segunda vez, al escuchar la estampida. Liam sujetó el rifle lo mejor que pudo con su mano vendada, y jaló la palanca de la corredera con un clic-clac sordo. Volvió a disparar contra una de las personas que se acercaba frente a él, y envuelto en el terror más absoluto, se dio cuenta de que no tendría balas suficientes para todos.
En el momento en que vio al hombre que se acercaba corriendo por su izquierda, ya era tarde. Solo pudo ver la punta del bate de beisbol lustrado, que reflejaba la luz de la casa, y en el instante en que se giró a apuntarlo, su atacante blandió el bate, impactando de lleno en medio del estómago de Liam. Se dobló sobre sí mismo con un ronco jadeo en cuanto perdió todo el aire, y abrió la boca intentando respirar, sin éxito. Un segundo batazo golpeó de lleno en una de sus rodillas, fracturándola, y haciendo que Liam se desplomara al suelo. Entonces gritó, un alarido de dolor que rasgó su garganta.
Al caer, dos hombres más se acercaron corriendo y le quitaron el rifle. Abby miró la escena consternada, temblando de miedo, cuando la puerta trasera cedió a los golpes y cuatro hombres entraron por ella.
—¡Atrás! —gritó, blandiendo la cuchilla. —¡Aléjense!
Haciendo caso omiso, se acercaron con rapidez a ella. Abby atacó con la cuchilla en punta, pero uno de ellos la esquivó y le asestó un puñetazo en todo el rostro. Sintió como si un martillo hidráulico le hubiera impactado de lleno, y al instante, el gusto metálico de la sangre inundó su boca y su nariz. Dos hombres la sujetaron con fuerza de los brazos, mientras los otros volvían a golpearla. Dos puñetazos en las costillas y uno en la mejilla izquierda, el que le partió la ceja. Abby se sintió muy flácida, casi al borde del desmayo, y dejó de gritar. Solo daba pequeños quejidos de dolor, mientras abrió uno de sus ojos, que comenzaba a hincharse, para mirar hacia Liam. Él estaba allí, en el porche de la casa, tirado en el suelo con una pierna rota, mientras era pateado por tres hombres. Sus gritos eran espantosos.
La turba de vecinos se detuvo tras Liam, en cuanto llegaron al porche, y esperaron. Por la puerta ingresó entonces Ashley Patterson, con una sotana similar a las de todos los hombres, pero de color rojo. Entró a la sala como si fuera su casa propia, y mirando a su alrededor, hizo un gesto y llamó a dos hombres. Con otro gesto de su mano les indicó que apartaran la mesa y los sillones, y entonces Abby balbuceó:
—Maldita vieja, ¿qué demonios hace? —preguntó. —¿Qué significa esto?
Ashley la miró, y sonrió. Estaba maquillada, con los labios pintados de rojo carmín y los ojos delineados de negro, lo cual la hizo recordar al primer día que la vieron, mientras los empleados de la mudanza descargaban el camión.
—Ya lo verás —le respondió.
En cuanto los hombres a su mando terminaron de hacer un espacio considerable en la sala, se acercó a ellos y les susurró por lo bajo. Ambos asintieron y salieron de la casa, volviendo momentos más tarde con un cerdo atado a una correa. El porcino entró al living, y ante un nuevo gesto de Ashley, casi la totalidad de los vecinos apostados afuera ingresaron, formando un círculo.
Una vez todos estuvieron dentro, ella abrió su sotana y sacó una daga ceremonial atada a su cintura, con un lazo negro. Bajo la túnica, Abby pudo ver que estaba completamente desnuda. El vello rubio coronaba el pubis de la señora en un triangulo pequeño, perfectamente recortado, y sus pechos eran grandes, bastante más que los suyos, pensó. Los pezones marrones apuntaban hacia adelante como dos puntas de flecha, erguidos y prominentes. Ashley sacó la daga, y comenzó a recitar unas palabras ininteligibles, mientras que dos hombres del grupo marcharon a la cocina. Los escuchó revisar por todos lados, hasta que volvieron con un balde negro, de plástico, el que Abby tenía planeado usar para la limpieza, y lo colocaron bajo el cuello del cerdo. Ashley entonces se acercó al animal en cuanto terminó de recitar aquellas frases, y de un rápido y certero tajo, le abrió el cuello.
El cerdo gritó, los chillidos del puerco eran agudos y escalofriantes. La sangre se volcó llenando el balde poco a poco, hasta que el animal dejó de convulsionar. Dos hombres arrastraron el cuerpo del cerdo hacia afuera, mientras aún sangraba, y otros dos se encargaron de trazar con la sangre recolectada del animal un círculo en la alfombra, junto a una serie de símbolos. Cuando hubieron finalizado, metieron dentro del círculo a Liam, arrastrándolo por la sala.
—¡No, déjenlo! ¡No le hagan daño! —gritó Abby, al verlo gemir de dolor. Su pierna estaba horrible, y su rostro no tenía mejor aspecto que el suyo, pensó, aquellos hombres le habían dado una buena paliza. Lo sentaron lo mejor que pudieron en medio del círculo, y con dos trozos de soga, le amarraron las manos a la espalda. Entonces ella comenzó a llorar con amargura. —Por favor, déjenos ir... —balbuceó.
—¿Ir? ¿Ir adónde? —preguntó Ashley. —Ustedes pertenecen aquí, y aquí se quedarán. Alimentarán la sed de nuestro señor esta noche.
—Por favor... no nos mate.
Ashley no la escuchó, o si lo hizo, la ignoró por completo. Se acercó al rostro sangrante de Liam, y le acarició una mejilla. Con su dedo pulgar le acarició la boca, mordiéndose el labio inferior. Y sonrió.
—Es una lastima que un cuerpo como el tuyo se desperdicie aquí —comentó—. Podría haberte hecho mi marqués, mi nuevo lacayo sexual. Joven, fuerte, apuesto, no como estos estúpidos cuarentones que me poseen a diario. Sin embargo, has preferido no escucharme, y no unirte a nosotros esta noche —y entonces lo abofeteó—. ¡Tonto! ¡Eso es lo que eres! Podrías haberte salvado.
—¡Lo haré! —exclamó Liam. —Me uniré a ustedes, seré tu esclavo sexual, lo que quieras. Pero déjala ir, no le hagan daño a Abby, por favor.
—¿Cómo pretendes hacerme creer que realmente quieres unirte a nosotros, si aún sigues abogando por tu esposa? No serías un miembro fiel, no serías un amante fiel. Me cortarías el cuello luego de hacerme el amor, en cuanto tuvieras la mínima oportunidad —dijo, alejándose de él con las manos a la espalda.
—¿Qué son? —preguntó él, mirándola con odio. —¿Asesinos? ¿Brujos?
—Te lo dije, somos más que una comunidad, aún mucho más que un grupo. Somos la Hermandad de Asmodeo, vivimos para servirle, y él nos recompensa con riqueza y sabiduría.
—¿Por qué nosotros? —preguntó Abby, llorando. Las lágrimas que surcaban sus mejillas limpiaban la sangre a su paso.
—¿Ustedes? ¿De verdad crees que ustedes son los primeros en venir aquí? Perra estúpida —dijo—. La directora encargada del banco, es mi hermanastra. ¿Cómo crees que conseguiste el subsidio para esta casa, sino? Ella es quien nos consigue potenciales miembros para nuestra comunidad. Los que no son fuertes, los sacrificamos, igual que a ti.
—No puede ser... —balbuceó Abby, mirando hacia el suelo. Temblaba de pies a cabeza, ante semejante revelación. Sabia que iba a morir, esa sensación era horrible; no sabia si recordar su vida, rememorar los bellos momentos vividos con Liam, o temer por lo que encontraría mas allá, en cuanto dejase de respirar y sus ojos se cerraran para siempre. Pero no podía creer como Susan, su jefa, había estado complotada con estos dementes desde el primer momento. Entonces levantó la cabeza, para mirar a Ashley. Sus ojos chispeaban, desafiantes. —Alguien tiene que saber lo que nos pasó aquí, alguien lo descubrirá. ¡Más tarde o más temprano se pudrirán en una cárcel, maldita vieja!
—Eso nunca pasará —respondió, totalmente segura de sus palabras—. Asmodeo nos protege, y además, siempre buscamos las personas correctas. Personas como tú, con un pasado oscuro, una historia no muy grácil de recordar. ¿Quieres saber que va a pasar luego de que mueran? Nada, en absoluto. Hay registros clínicos que constatan de que tu has sufrido un trastorno de celotipia, nosotros nos uniremos como siempre lo hemos hecho, y en el hipotético caso de que la prensa venga a meter sus sucias narices, diremos que al poco tiempo de habitar el barrio, tu pobre y trastornada mente comenzó a divagar acerca de una historia entre tu esposo y mi hija, por eso lo asesinaste mientras dormía y luego te quitaste la vida. En el mejor de los casos, todo quedará oculto, la casa quedará vacía por un periodo de tiempo y mi hermanastra ocupará tu vacante con alguien más.
—Es una maldita hija de puta. ¡Todos ustedes lo son!
Ashley miró a Abby con una sonrisa, y se acercó a Liam. Volvió a acariciarle el rostro como si fuera una madre amorosa, y asintió con la cabeza.
—Te resististe a Kimberly, aunque dijo las palabras para poseerte, pero no lo hiciste. Eres de mente y corazón fuerte, nos hubieras servido muy bien. Es una pena —luego miró hacia Abby, y la señaló con la daga en su mano—. ¿Sabes? Siempre te he tenido envidia. Cuando llegaste aquí y te vi joven, feliz, enamorada, llena de sueños, me recordaste a mi primer esposo. Alguna época fui como tú, no lo voy a negar. En cuanto le estreché la mano a Liam el primer día que llegaron aquí, supe la fuerza que había en su sangre, el apetito sexual que siempre lo caracterizó. Y quería tenerlo dentro de mí, cabalgándome como te cabalga a ti, haciéndome aullar de placer. Es lo que nos obsequió Asmodeo, no solo poderío económico y social, sino deseo carnal infinito aunque pasen las décadas, y en cuanto lo vi supe que quería probar de él.
—Eres una puta enferma, eso es lo que eres... —masculló Liam.
—La primera vez que tuvieron sexo los espié, debo confesar. Aquí mismo lo hicieron, eso me gustó, estrenando la casa nueva. Ni siquiera se percataron de mi presencia, pobres idiotas —le extendió la daga ceremonial a uno de sus hombres, y se alejó dos pasos de Liam, fuera del círculo y sus símbolos—. Primero serás tú, tan lento y suave como sea posible. Quiero que ella mire —señaló a Abby—, quiero que te vea morir, que grite y me insulte. La dejaremos a ella para el final.
Uno de los hombres se acercó a Liam y lo sujetó de la barbilla, mientras él miró a su esposa de reojo. No dijo una palabra, solo la miró como si estuviera despidiéndose en silencio, como si quisiera prometerle con la expresión de su rostro que la iría a buscar más allá de la eternidad. En milésimas de segundo, su mente recordó cuando le había prometido que no habría jamás un último día entre ellos, y pensó: "Perdóname, cariño... te he fallado, me equivoqué, sí hay un último día, después de todo". En ese momento, Abby lloró desconsolada, sabiendo que el fin estaba cerca.
—¡Por favor, por favor! —rogó, a los gritos. —¡No le hagan daño, no le diremos a nadie de ustedes! ¡No tienen porqué matarnos!
Ashley asintió con la cabeza, dando la orden de ejecución. Muy despacio, como si estuviera cortando mantequilla, el hombre a su lado apoyó la daga ceremonial en la garganta de Liam y la deslizó sobre ella. En medio de la crisis de llanto que la dominaba, Abby pudo escuchar el sonido gorgoteante y glutinoso que hizo su cuello al cercenarse. Ashley la miró de reojo, con una sonrisa, y volcó su atención en Liam, sentado en el suelo frente a ella y sacudiéndose en breves espasmos. Deleitándose con la escena, se apretó un pecho por encima de la sotana ceremonial, y dejó escapar un leve suspiro. Su mano libre, en cambio, se perdió bajo el vientre.
—Yo te conjuro, oh criatura del abismo, rey supremo de la lujuria y el poder —comenzó a recitar, por sobre los gritos de furia y dolor de Abby—. Por el sello de la creación, y por el magnifico y poderoso nombre de Akhtum Inhrí que comanda las huestes del infierno. Te entrego esta sangre y los fluidos de mi cuerpo para que vengas a mí, gran Asmodeo, delante de este círculo, para que respondas a mis demandas, y yo sea complacida en todos mis deseos y voluntad, tanto en lo que quiera conocer como en lo que quiera poseer. Muéstrate ante mi presencia, acepta mi ofrenda y bendícenos con tu protección.
Se acuclilló al mismo tiempo que quitaba la mano de su entrepierna, y se limpió los dedos en la alfombra, dentro del círculo. Abby se sacudió con todas sus fuerzas, buscando soltarse de los hombres que la sujetaban por los brazos. Sin embargo, estaba agotada, dolorida, y con la vista nublada por el llanto desconsolado. Liam yacía frente a ella, con los ojos y la boca abierta, con el rostro sobre la alfombra sucia de sangre, en una escena tan horrible como desgarradora para su corazón. Luego de tantos años intentando construir una vida juntos, terminar de aquella manera era indigno, degollados como carneros a manos de unos sectarios asesinos.
Un olor fétido comenzó a inundar toda la sala a su alrededor. Ashley sonrió y abrió los brazos, y al hacerlo, la túnica se abrió parcialmente, mostrando de nuevo su desnudez. Las luces parpadearon como si fallaran, y luego las lámparas del techo descendieron su voltaje hasta quedar a media luz, reduciendo su intensidad hasta permanecer casi en penumbras. Un humo negro, similar a un vaho oscuro y antinatural comenzó a emanar desde todos los rincones de la sala, flotando en remolino a través de todos los presentes. Aquella danza oscura recorrió todo el recinto unas cuatro o cinco veces, hasta que gradualmente comenzó a tomar una forma definida.
Cuando se materializó, Abby vio una criatura horrible en medio de aquel círculo. Era gigantesco, al menos dos metros y medio de altura. Tenía pecho de hombre, una pierna de gallo y una humana, una larga cola de serpiente que se enrollaba tras uno de los sillones, y tres cabezas bien definidas. La del medio era de humano; un apuesto hombre de facciones afiladas y perfectas, casi como si fuera escandinavo. La cara a su derecha de esta, era de toro, y la que estaba a la izquierda, de oveja. Se acercó a Ashley mirándola desde su impresionante altura, y esbozó lo que parecía ser una sonrisa, mientras le acarició una mejilla. Entonces Ashley posó su mirada en Abby.
En un breve instante, lo último que pudo ver antes de morir, fue aquella infernal bestia de pie frente a ella.
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