10
A la mañana siguiente, fue cuando ocurrió lo mejor. El sueño cumplido.
Grace se despertó pasadas las once, la verdad era que se había quedado leyendo un nuevo libro que Richard mismo le regaló en su anterior cumpleaños, y quizá, motivada por la nueva relación amorosa, recordó que lo tenía guardado en el fondo de su biblioteca. El libro en cuestión se llamaba "El crimen de los siete hermanos" y se trataba de una historia policial bastante espesa, donde siete hermanos son asesinados en extrañas circunstancias. A Grace no le gustaban este tipo de novelas, prefería algo juvenil, romántico o erótico, como la saga "Fiebre" de Karen Marie Moning, pero aun así no tardó en engancharse a la lectura, durmiéndose casi a las tres de la madrugada.
En cuanto se vistió y bajó a la cocina, activó la cafetera, metió dos rodajas de pan en el tostador y tomando el control remoto del televisor lo encendió, para ver el reporte del clima y sintonizar el canal de música. Entonces su teléfono sonó, justo cuando iba de camino al baño para cepillarse los rizos, y con la sonrisa pintada en el rostro pensó que debía ser Richard.
—¿Hola? —atendió.
—Buenos días, señorita Collins —dijo una voz de mujer del otro lado de la línea—. Mi nombre es Shelly Brown, de la editorial Ocean House, soy su editora a cargo.
—Ah, buenos días... es un placer —sonrió, dejando que todo el aire se escapase de sus pulmones. De pronto el suelo y todo a su alrededor se volvió chicloso, confuso e irreal. ¿Estaba a punto de desmayarse? Por su bien esperaba que no.
—Al contrario, el placer es nuestro por recibir una escritora de tan buena calidad, el señor Harris nos habló muy bien de usted. Quiero comunicarle que vamos a estar haciendo una distribución de su trabajo por varios países, al menos aquí mismo en Europa. Si todo sale bien, nos extenderemos a América Latina y Oceanía. Como comprenderá, necesito que me envíe su manuscrito cuanto antes, para comenzar a trabajar en él.
—Wow... yo no sé qué decirle —suspiró, sintiendo que las mejillas se le encendían fuego. Quería gritar, quería llorar, quería soltar el tubo del teléfono y ponerse a correr a los gritos por toda la casa—. Estoy muy nerviosa, es mi primer libro y...
—No se preocupe, la comprendo a la perfección. La cuestión es que la llamo también para preguntarle si no tiene alguna cuenta bancaria que pueda brindarnos, para poder hacer el primer deposito a su nombre.
—¿Deposito? ¿Cómo? ¿No van a vender el libro primero?
—No hace falta, apostamos por usted y confiamos en las recomendaciones personales del señor Harris. En cuanto La hija de Lilith pise las librerías, seguro va a convertirse en un éxito mundial —aseguró la editora, con total seguridad en el tono de su voz—. Le enviaremos las primeras cincuenta copias a su domicilio en el correr de este mes para que pueda hacer promoción de ello, en cuanto nos envíe el archivo de texto por correo electrónico, y ahora mismo le depositaremos un estimativo de venta de unos doscientos mil dólares.
Aquello no podía ser cierto, pensó Grace. Sin duda era una broma de mal gusto, seguramente de la perra de Helen, por ser un miembro nuevo. ¿Qué haría con tanto dinero de repente? Ahora sí, creía que se desmayaría en cualquier momento. Sin embargo, debía pensar con la cabeza fría.
—Pero, ¿y qué pasa si no alcanzo la venta necesaria para cubrir esos doscientos mil? Me quedaré en deuda con ustedes...
—En absoluto, señorita Collins. Créame, va a llegar a ese dinero y venderá aún más. A nosotros no nos debe nada, ya es tiempo de recoger los frutos de su trabajo. ¿Podría ser tan amable de pasarme el número de cuenta, por favor? Y no olvide el archivo de texto original, puede enviarlo por correo a nuestro apartado de contacto en la pagina web de Ocean House.
Enseguida, Grace le pasó el número de su tarjeta de crédito internacional, la que había sacado hace mucho tiempo para comprar una secadora de cabello por Amazon y que nunca más había vuelto a utilizar. Cuando la editora le confirmó que en unos minutos tendría hecho el primer deposito, Grace dio las respectivas gracias, cortó el teléfono y se quedó allí parada, mirando hacia el suelo sin comprender qué demonios había sucedido. Entonces, de repente, supo que debía comprobarlo. Corrió hacia el escritorio de la computadora, la encendió y esperó desbordando ansias a que el sistema operativo iniciara por completo. Una vez allí, abrió Firefox y buscó la página web de la editorial para enviarles el archivo de texto con su libro, luego entró a la página de consulta de saldo de su tarjeta, ingresó con su usuario y su contraseña, y esperó. La cuenta estaba en cero. Normal, pensó. Al final resultaba demasiado bueno para ser verdad. Tal vez solamente había sido víctima de una estafa de clonación de datos, lo cual le importaba tres cominos, ya que hacía años que no utilizaba esa tarjeta. Sin embargo, algo le susurró dentro de sí que insistiera, que no se quedara con lo primero que veía como opción correcta. Tocando F5, se dedicó a recargar la página cada pocos segundos, esperando ver algún cambio.
Hasta que lo hubo.
De repente en su saldo disponible aparecieron unos doscientos mil dólares muy jugosos, un bellísimo número de seis cifras que probablemente jamás olvidaría en su vida. Se cubrió la boca con las manos, abrió grandes los ojos, murmuró un "No te creo..." y recargó la página, esperando que se tratara de un error visual. Sin embargo, los doscientos mil seguían ahí, intocables.
Dio un brinco en su silla, dando un alarido de felicidad. Comenzó a saltar entonces y a correr por toda la casa a través del living, la cocina y el pasillo, sacudiendo sus rizos y su bata de dormir en cada paso, mientras gritaba "¡Lo logré, lo logré!" una y otra vez. Luego se detuvo en seco, razonando lo que aquello significaba. ¿Ropa nueva? ¿Un coche cero kilómetro? ¿Una liposucción para quitarse la celulitis del trasero? ¿Unas buenas siliconas para tener unas tetas de ensueño? ¿Remodelar toda su casa con lo más extravagante en la moda para escritores? ¿Una computadora de última generación para renovar su viejo armatoste, el cual tardaba su buen rato en iniciar? Todas las opciones eran viables, todas estaban al alcance de su mano, y lo mejor de todo es que era solamente el comienzo de todo aquello. Era increíble.
Presurosa, volvió corriendo al dormitorio, para buscar el teléfono celular, y entonces marcó el número de Richard. La atendió al segundo tono, señal de que ya estaba despierto hace rato.
—Hola querida —respondió él. De fondo, ella pudo escuchar el ruido de su teclado mecánico tipeando sin parar, seguramente estaría trabajando en algún nuevo libro, vaya uno a saber.
—¡Cariño, a que no sabes lo que acaba de pasar! —exclamó, llena de júbilo. Normalmente le llevaría un poco más de tiempo llamarlo "cariño", pero con lo alegre que se sentía, pensó que cuestiones de tiempo ya no importaban mucho en una temprana relación amorosa.
—No, cuéntame.
—Me acaba de llamar la editora de Ocean House, han quedado fascinados con la recomendación que le dieron de mi en el Loto Imperial, y ya me confirmó el hecho de que voy a editar con ellos. ¡Aseguran que mi libro va a ser un éxito rotundo!
—Bueno, eso es estupendo —respondió, y por su tono de voz, Grace podía casi adivinar que Richard estaba sonriendo mientras tecleaba.
—Y no solamente eso, ya me han hecho el primer deposito por regalías, doscientos mil en metálico, casi enseguida de que les pasé el archivo de texto ¿qué tal? Al fin podré remodelar mis muebles, o incluso comprarme mi primer coche.
Ahora sí, las teclas dejaron de sonar. Richard permaneció unos segundos en silencio, y luego habló.
—Espera, ¿que ya te han depositado dices?
—Sí, ¿por qué?
—Ninguna editorial te da dinero sin antes comenzar a vender tu producto, Grace. Ninguna editorial trabaja de esa forma. ¿Estás segura que no hay un timo de por medio? ¿Te has asesorado bien? —le preguntó.
Aquello hizo plantar la semilla de la duda en el fuero interno de Grace, sofocando las llamas de la algarabía como quien arroja un balde de agua en una hoguera. Entonces se puso seria, sintiéndose de nuevo como antes, un poco mal por no tener un éxito rotundo en lo que más soñaba desde muy joven.
—¿Crees que una editorial como Ocean House va a estafar a una don nadie como yo? Anda Richard, no me jodas —le dijo, un poco dolida.
—No, no digo eso, pero me parece muy extraño que te depositen dinero antes de comenzar a editar y vender tu libro. ¿Qué pasa si no llegas a la cantidad de venta necesaria para cubrir el monto del depósito?
—Me dijeron que no iba a haber ningún tipo de problema, que estaban convencidos que sería todo un éxito. ¿Crees que no pregunte eso ya? No soy tan tonta como te piensas, Richard —espetó, molesta.
—No, yo no digo eso...
—¿Entonces cuál es el problema? ¿No puedo estar feliz con mi nuevo contrato al menos una vez en la vida?
—Sí, claro que sí... —murmuró, y la verdad era que, aunque ella no pudiera verlo, Richard ahora mismo se hallaba demasiado confundido por el rumbo que estaba tomando la conversación. ¿Por qué se enojaba con él? La adoraba, pero a veces no lograba entenderla.
—Entonces deja de especular un posible fraude, y déjame disfrutar de esto. Creí que ibas a alegrarte, a comprar una botella de vino para venir a mi casa a festejar, beber y tener sexo como dos adolescentes borrachos, pero no, veo que es más importante para ti estar celoso por haber conseguido un contrato de edición mejor que tu editorial.
Aquello dolió, pensó Richard. Y del asombro, dio un gigantesco paso a la ira, en un simple segundo.
—¿De verdad me estás diciendo que estoy celoso de ti, Grace? No puedo creerlo.
—¿Me vas a decir que no?
—¡Claro que no, tonta! —le gritó. Grace abrió grandes los ojos, y de repente sintió un nudo en la garganta. Jamás había visto a Richard enojado ni una sola vez, ni siquiera cuando eran amigos en la secundaria, y mucho menos la habría insultado. —¿Acaso olvidas que soy el primero en apoyarte con cada cosa nueva que haces? ¡No hoy ni ayer, desde siempre! ¿Y ahora crees que por intentar proteger tus intereses estoy celoso? ¡Sabes que, vete a la mierda y ojalá te estafen, para que aprendas! ¡No tienes ningún derecho de acusarme de semejante cosa, cuando siempre estuve incondicionalmente a tu lado!
—Richard... —murmuró ella, pero ya era tarde. Él había cortado la llamada.
Se quedó mirando el teléfono con una tonta expresión en el rostro, como si no entendiera el hecho de porque se había enfadado con ella, cuando en su interior era ella quien debería sentirse enojada. Por primera vez en su vida tenía un contrato de edición favorable y provechoso tanto para su vida como para su economía personal, no iba a permitir que nadie le pisoteara sus sueños, o intentara meterle miedos locos en la cabeza. Tal vez Richard no entendía aquello porque su editorial era mucho menos prestigiosa que Ocean House, entonces claro, si no tenían recursos no podían adelantarle dinero por las ventas de su trabajo, y por eso veía tan improbable aquel asunto.
Sí, sin duda debía ser eso, se dijo. No tenía ni idea de cómo ni por qué se le había ocurrido semejante razonamiento, pero se sentía en extremo segura, como si algo se lo hubiera susurrado en lo más profundo de su psiquis. Ocean House no tenía ningún motivo para estafarla, y si Lucius Harris la había recomendado tan bien con ellos, por algo era. También sintió un poco de tristeza por haber peleado con él, eso no lo iba a negar. Apenas llevaban un día de relación amorosa cuando ya estaban discutiendo, y lo quería mucho como para permitir que algo tan lindo se destruyera nada más empezar. A decir verdad, siempre lo había querido, solamente que ahora lo veía claro, en cuanto le dio el primer beso y se enredó en las sábanas junto a su cuerpo.
Más pronto que tarde, se quitó la idea del miedo de la cabeza, y asumió que no habría ningún peligro de ruptura entre ellos, al menos de momento. Le había dado buen sexo, y sabía muy bien que el hombre era un animal demasiado básico, así que no habría problema mientras estuviera conforme en este detalle. Por el momento, tenía mejores cosas que hacer, como separar los primeros cincuenta mil y elegir un coche para comprar. Esto la ponía con mucha ansiedad, y la inundaba de emoción. ¿Cuál compraría? Tal vez un Alfa Romeo, ¿o mejor un Chrysler? Aunque si iba a convertirse en una escritora de renombre, tenía que apuntar a algo más alto, como un Audi o un Porsche. Dios mío, murmuro dentro de sí. Todavía no podía creer que podía comprar un Porsche así como así, y sobrarle tanto dinero aún como para cambiar todo su ropero de ropa completo y hasta para reformar la casa entera.
Todo era una bendición de la vida, razonó. Al fin el éxito que dentro de sí misma, muy en el fondo de su autoestima, creía merecer. Y en cuanto viera a Lucius de nuevo en el Loto Imperial, no cesaría de darle las infinitas gracias por todo lo que había hecho para ayudarla.
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