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10


Al atardecer, salió de su oficina casi una hora más temprano de lo habitual, así tenía un poco de margen de tiempo para llegar, ordenar la casa, sacudir el polvo a los muebles, tender la cama con sábanas nuevas y darse una ducha reparadora de veinte minutos luego de afeitarse. Al principio no tenía demasiado interés en prepararse para una cita, pero a medida que los minutos fueron pasando, su entusiasmo creció a la par, ya que hacía mucho tiempo que no salía con alguien. Revivir las viejas costumbres le producía un extraño efecto adrenalínico en el cuerpo que lo hacía vibrar de ansiedad, ¿y quién sabe? Quizá Jhon tenía toda la razón del mundo. Ellos estaban casi con ambos pies por fuera de la investigación, lo mejor sería que comenzara a olvidarse de toda aquella demencia, al menos por una noche.

Casi a las nueve y veinte de la noche se vistió con un pantalón de jean nuevo, uno que se había comprado casi dos años atrás en una tienda Levi's, cuando el pueblo recién había inaugurado el centro comercial, y que le ajustaba un poco en la zona baja de la barriga. Una camisa blanca metida por dentro del pantalón, con cuello almidonado e impoluto, un chaleco de lanilla con escote en V por encima y una chaqueta de cuero que apenas siquiera había usado antes un par de veces. Se miró en el espejo de pie de su habitación, comprobando que los zapatos estaban bien lustrados, y rociándose un poco de su perfume Polo, el único caro que guardaba celosamente en el fondo de su armario solo para salidas o reuniones importantes, salió del dormitorio. Tomó las llaves de la Ford, miró de reojo su arma de reglamento encima de la mesa del living, la guardó en el cajón de la mesa de luz de su habitación, y apagando las luces, cerró la puerta principal al salir.

Condujo a velocidad moderada hasta el Gold Dragon, sin apurarse, disfrutando la noche despejada. En cuanto llegó, estacionó en la puerta, apagó el motor y descendió. Dentro del local la música era suave, como de costumbre, y para su fortuna la misma mesa donde habían compartido aquel trago la primera vez estaba libre. Tomó asiento frente a ella, y pidió un whisky sin hielo, para ir entrando en ambiente. A la hora exacta, mujer puntual, Jenny ingresó en el local. Estaba hermosa, pensó Nick, mientras la veía caminar hacia él con una sonrisa. Se había puesto un vestido largo, entallado en la cintura y en los pechos, pero holgado de las caderas para abajo. En sus hombros tenía un chándal de tul que hacía juego a color con el vestido y llevaba el cabello recogido en una media coleta, de donde sobresalían dos mechones que caían por sus hombros hacia adelante. En un gesto caballeroso, Nick se puso de pie, la saludó con un beso en la mejilla y le retiró la silla hacia atrás para que tomara asiento.

—Estás bellísima —la elogió. Ella sonrió mientras que dejaba la pequeña carterita de mano colgada a un lado del respaldo de la silla.

—Tú no te quedas atrás, Nick. Has venido muy elegante.

—¿Qué quieres beber?

—Un Martini estaría bien.

Nick le hizo un gesto al barman, le pidió el Martini para ella, y luego sacó su teléfono celular del bolsillo para ponerlo en silencio, por si acaso. Ella vio el gesto, y preguntó:

—¿Esperas alguna llamada?

—Al contrario, espero que no me moleste nadie. Últimamente con el caso que tenemos no estamos llegando a buen puerto, así que tener el celular en silencio unas horas no sería gran problema —respondió. Luego la miró con detenimiento, bajo el reflejo de las luces del local, el color aceitunado de sus ojos parecía tener un brillo especial—. Gracias por venir, Jenny.

—¿Creías que no iba a hacerlo?

—Sí, suponía que era una posibilidad, no voy a mentirte.

—¿Y eso por qué? —sonrió ella, haciendo un gesto de incomprensión.

—Supongo que uno se acostumbra a la soledad, es algo inevitable.

—¿Tan mal te han tratado las mujeres?

—Todo puede ser —sonrió él, mientras se encogía de hombros—. A veces puede pasar que la culpa sea de uno, creo que con la edad todos nos volvemos unos tipos aburridos.

—Tal vez solo eres demasiado duro contigo mismo, esa también es otra posibilidad. Trabajas en una carrera que así lo requiere —comentó ella, y tenía razón. Nick nunca lo había visto de esa forma, pero la verdad era que la carrera de detective muchas veces terminaba por destruirte, volverte un tipo que se acostumbraba a ciertos horrores, y los naturalizaba sin remedio. No pudo evitar sonreír, mientras bebía un sorbo de su whisky.

—Eres muy comprensiva, y perspicaz —dijo él—. No me asombraría que trabajes en la psicología.

Jenny rio con el comentario. Meció su copa de Martini y luego de dar un sorbito, respondió:

—Casi. Soy psiquiatra de adicciones, trabajo en un centro de rehabilitación.

—¿Drogas?

—No necesariamente. Mi trabajo va desde esa persona con trastornos alimenticios que no puede dejar de comer en exceso, hasta el que se bebe seis botellas de cerveza al día, o no puede dormir si no es con una pastilla somnífera bajo la lengua.

—Se diría que has llegado providencialmente a mi vida —bromeó él.

—¿Cuál de todos eres tú?

—No sé si el de las cervezas, o el de la comida. Hasta ahora vengo zafando de la pastilla para dormir, pero no prometo mucho.

Ambos rieron por la ocurrencia de Nick. En otro contexto, él estaría tomando notas mentales, haciéndole preguntas sutiles para averiguar más el contexto de por qué esa mujer aparecía en su vida justamente cuando aquellos asesinatos en masa comenzaban a ocurrir en su pacifico pueblo. Preguntas como "¿Por qué no me cuentas del tipo con el que ibas a encontrarte cuando nos conocimos?" o quizá "¿Alguna vez la señora Eva Raney fue a tu consultorio después de su separación con su ex marido?" Sin embargo, decidió relajarse y que la charla siguiera el cauce natural de las cosas. Si ella era culpable de trabajar con su sospechoso o no, ya lo descubrirían los Federales en su lugar cuando tomaran el caso. Mientras tanto, bien podía tirar de la piola, aunque sea un poco.

—¿Has sabido algo del tipo con el que ibas a encontrarte el día que nos conocimos? —preguntó. Lo preguntó como si en realidad no le preocupara en lo más mínimo, pero su espíritu de detective comenzaba a mover los engranajes de su fuero interno. Podía sentirlo dentro de su cabeza.

—Por suerte no, Michael resultó ser un tonto. Ni siquiera me mandó un mensaje de texto para disculparse, el muy cretino.

—Vaya... —murmuró, intentando parecer empático, aunque en su mente repitió varias veces el nombre "Michael" para grabarlo a fuego en su memoria. A Nick le hubiera encantado que ella también le hubiera brindado un apellido del cual poder tirar en la base de datos de criminología al día siguiente.

—Pero no te preocupes por él, como bien dijiste aquella noche, quizás la vida me estaba haciendo un favor —añadió, como si realmente aquel hombre no le importara en lo más mínimo. Luego miró a Nick directo a los ojos—. Cuéntame de ti, me has dicho que eres divorciado, ¿no?

—Sí, solo me casé una vez. Pero fue un desastre.

—¿Tanto así?

—Créeme que sí —consintió, y de pronto se sintió en extremo incomodo al estar hablando de Susie. Casi se sentía como si su ex esposa estuviera sentada con ellos a la mesa, casi parecía oírla decir "Eres patético, Nick. Ni aun saliendo con otra mujer dejas de hablar de mí." Entonces, bebió un sorbito de whisky, y se encogió de hombros—. Me gustaría no hablar de ello, a ser posible. Disfruto tu compañía, no quiero arruinar la noche hablando de cosas que no importan.

—Me parece bien, lamento mucho tu mala experiencia —asintió ella, como si pudiera leer su pesadumbre de alguna manera.

—No te preocupes, supongo que cada cosa pasa por algo.


*****


Continuaron charlando y bebiendo al menos un par de horas más. Apenas siquiera cenaron, solamente comieron una bandeja de nachos con queso cheddar para compartir, y casi a la una menos diez de la noche salieron del bar. Una vez en la calle, caminaron juntos hacia la camioneta de Nick, Jenny tomada de su brazo a su lado.

—¿Has pasado bien? —preguntó él, al llegar frente al capó del vehículo.

—De maravilla. Has resultado ser alguien sumamente agradable, Nick. ¿Y tú te has sentido a gusto?

Estaban muy cerca uno del otro, tanto que la respiración de ambos se condensaba frente a sus narices y se fusionaba una con la otra, en el helado frescor nocturno.

—No podía sentirme mejor ­—sonrió él. Jenny también sonrió, sin dejar de verlo, y entonces decidió que podía arriesgar—. ¿Quieres venir a mi casa? Puedo preparar un café y encender la estufa a leña.

—Claro, me encantaría.

—Vamos, pues —dijo él, caminando hacia la puerta del conductor.

Emprendieron la marcha hacia la cabaña de Nick a una velocidad moderada, a pesar de que le urgía llegar. La expectativa y la ansiedad habían desembocado en un cosquilleo bajo su vientre de una forma que hacía al menos quince años que no le ocurría. Y, sin embargo, como si aquella mujer comprendiera a la perfección a lo que iban, en cuanto Nick ingresó a la casa y encendió las luces, ella dejó la carterita de mano a un lado y rodeándolo por el cuello con los brazos, se unió a él en un profundo beso tan pasional como se lo había imaginado durante todo el camino.

La reacción fue inmediata, y como dos adolescentes, Nick le rodeó la cintura con las manos y la estrechó contra sí mismo cerrando los ojos. Le revolvió el cabello en cada beso, le manoseó las nalgas y le desabrochó el vestido. Jenny no llevaba sujetador, pero los pechos no se desplomaron gracias a la gravedad en cuanto estuvieron libres, sino que se mantuvieron perfecta y sensualmente en su lugar. Nick se acuclilló levemente frente a ella, se los besó como si estuviera comiendo una fruta dulce, la levantó en andas y la cargó hasta el dormitorio, dejándola con suavidad encima de la cama. Con rapidez, Jenny se irguió, para quitarse el bikini y quedar completamente desnuda frente a él. Entonces se arrastró hasta el borde de la cama, y con manos ávidas de prisa, le desabrochó el cinturón. Nick respiraba agitado, necesitaba estar dentro cuanto antes, sentía calor en las mejillas y parecía que el corazón iba a salírsele del pecho en cualquier momento.

—Vas a aguantar, Nick —le dijo ella.

—No sé si pueda, son muchos años de soledad, cariño. Y tú eres demasiado bella para un tipo como yo.

—Vas a aguantar —insistió, mientras le masajeaba el pene como si fuera un delicioso pepino que pronto estaría devorando con gusto—. Te lo haré como no te lo han hecho jamás. Y vas a aguantar.

Solo lo chupó unos pocos minutos, los suficientes para divertirse viendo la expresión concentrada de Nick. ¿En qué estaría pensando? Se preguntaba con malicia. ¿Números primos? ¿Su amiga de la infancia? ¿El concierto de rock al que asistió cuando era un joven adolescente ebrio? Sin embargo, en cuanto se divirtió lo suficiente con él, sorbiendo y masajeando las pelotas con una mano al mismo tiempo, decidió que ya era hora de parar con la tortura. Así que se recostó boca arriba, y abriendo las piernas, las estiró cuanto pudo hacia atrás en una elongación perfecta. Nick miró aquella vagina entreabierta y completamente empapada un solo instante, febril y boquiabierto, antes de penetrarla hasta el fondo y saborear el gemido de Jenny en lo más profundo de su alocada mente.

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