10
Caminaron juntos hasta la mesa del pequeño bar. Ella tomó asiento en una de las banquetas redondas, mientras que Bruce rodeó el mostrador y comenzó a elegir las botellas con los ingredientes. En ese momento, Francis se acercó a la barra de madera, con una cerveza recién abierta. Era la segunda que bebía.
—Eh, doc —dijo. Bruce se giró y lo miró, aún con una botella de tequila en la mano.
—¿Sí?
—Siento mucho haberme descontrolado. Sin rencores, ¿de acuerdo?
—¿Estás ebrio? —le preguntó, sin comprender a que se debía aquel cambio de actitud.
—No, en absoluto. Solo quiero que podamos convivir en paz, confiando los unos en los otros. ¿Tú no?
—Sí, claro que sí.
—Pues bien, sin rencores entonces —dijo Francis, levantando su cerveza hacia Bruce. Este asintió con la cabeza.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó Bianca, analizándolo de reojo. Él la miró, al pasar.
—Sí, sin rencores para ti también, claro —dijo. Se dio media vuelta, y volvió de nuevo a su lugar en la mesa de pool.
Bruce y Bianca se miraron entre ellos sin comprender, y él se encogió de hombros, como diciendo "Que bicho le habrá picado, ¿no?" pero Bianca no se dejaba convencer tan fácilmente. Sin embargo, prefirió concentrarse en el trago que Bruce le estaba preparando, mezclando todo en una coctelera metalizada y sirviéndolo en una copa ancha. Para él, se sirvió otra cerveza. Bianca tomó su copa del pie y dio un pequeño sorbito, se relamió los labios y volvió a probar.
—Vaya, está muy bueno.
—Pues me alegro que así sea —asintió él. Y luego rodeó la mesa para sentarse en otra banqueta, frente a ella. Se tomó un momento para anotar en su pequeña libreta de bolsillo acerca de la manifestación telepática de Chris, y luego volvió a posar sus ojos en Bianca—. Cuéntame de tus padres, ¿cómo eran ellos? En tu libro mencionas que eran personas maravillosas, pero cuéntame cómo era vivir con ellos, conocer sus talentos de primera mano, verlos en acción. Como científico y como tu admirador, es una pregunta que no podía dejar pasar.
Bianca pasó todo el resto del mediodía y de la tarde charlando sobre Alex y Angelika, desde la época en que se conocieron, según testimonios de su madre, hasta la muerte de cada uno. Bruce la escuchaba fascinado, y solo hacia las preguntas necesarias para crear más tema de conversación. Al fin, cuando aquella fuente de recuerdos se hubo agotado, Bianca le preguntó por su infancia, sus estudios, y su vida. Bruce le contó entonces que había nacido en una zona muy humilde de Orlando, por lo que destacarse en la secundaria fue muy difícil. Sufría de bullying casi constantemente por su intelecto y buenas calificaciones, hasta el punto que unos compañeros de clase lo lastimaron con una navaja. Con muchísimo esfuerzo, sus padres se mudaron hacia un lugar mucho mejor en comparación, pero acabaron divorciándose al poco tiempo, por una infidelidad cometida por su padre. Así, sin padre y con una madre completamente sola para todos los gastos, tuvo que abandonar sus estudios para comenzar a trabajar en un lavadero de coches. En cuanto tuvo ahorrado el dinero suficiente, se pagó la matrícula de universidad y comenzó a volcar todo su esfuerzo físico y mental en ser uno de los primeros graduados del campus. A partir de allí y con tan solo veinticinco años de edad, comenzó a destacarse en el terreno de la neurociencia, hasta ser contratado por una agencia del gobierno, llegando hasta la época actual.
Para cuando Bruce terminó de contar todo aquello, Bianca le dio sus palabras de ánimo, se miraron mutuamente a los ojos y cuchichearon sobre los pormenores de la vida; el grupo ya se hallaba disperso y mayoritariamente borracho. Fanny y Jim se habían ido a dormir, cada uno en su respectiva habitación, mientras que Ned y Francis ya no podían acertarle a la bola blanca, ya que era su vigésimo quinto partido de billar y habían bebido como si no hubiera un mañana. Chris, por el contrario, roncaba sentado en una de las maquinas arcade que simulaban un coche de carreras, con los pies encima del volante.
Bianca, por su parte, se sentía bastante bien, a pesar de la cantidad de margaritas que se había bebido durante el correr del día. Por el contrario, tenía sueño. Miró la hora en su reloj de pulsera y abrió grandes los ojos.
—Vaya por Dios, son las nueve de la noche. Se supone que tenemos que ir a cenar, pero yo no tengo hambre —dijo—. Mejor me iré a dormir.
Sin embargo, en el momento en que puso un pie en el suelo, se dio cuenta que todo giraba a su alrededor. Cielo santo, ¿en qué momento se había emborrachado así? Se preguntó. Rápidamente se aferró con su mano derecha a la mesa de madera, mientras Bruce la miró preocupado.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Solo un poco... bastante mareada.
—Vamos, te llevaré a tu habitación.
—Pero puedo caminar, gracias —insistió ella.
—Sí, por supuesto, y yo soy Leonardo Di Caprio. Vamos.
Le rodeó la cintura con un brazo, ayudándola a bajar de la banqueta, y caminó muy despacio con ella a un lado, hasta salir de la sala recreativa. Luego de unos momentos sujetándola mientras caminaba a través de todo el pasillo que conducía a las habitaciones, llegó a la puerta rotulada con su nombre.
—¿Tienes la llave? —le preguntó. Como toda respuesta, Bianca metió una mano en el bolsillo de su pantalón y la sacó, dándosela en la mano. Bruce abrió con su mano libre, empujó la puerta y la hizo entrar con cuidado. Y justo en el momento en que la iba a soltar, ella habló.
—Lo pensé por ti.
—¿Qué? —preguntó Bruce, sin comprender. Ella lo miró con fijeza.
—Lo que Chris leyó telepáticamente, lo de la sonrisa más bella de todas, lo pensé por ti. Lo pienso por ti, tonto —dijo.
Bruce la miró sin decir nada, completamente paralizado. ¿Estaría diciéndole la verdad, o simplemente serían declaraciones propias de una borracha? Se cuestionó. Sin embargo, en cuanto la vio sonreír, él también sonrió. No era el alcohol, ahora lo veía. La que había hablado era la propia Bianca, la auténtica Bianca.
Sin pensar en nada, ni en consecuencias, ni en riesgos, ni en cómo aquello afectaría al proyecto o no, cerró la puerta tras de sí, y se acercó a ella, rompiendo su primera propia regla acerca de que nadie se metería a la habitación de nadie. Le enmarcó el rostro con las manos, acariciándole el cabello y acomodándole un mechón tras el oído. Con el pulgar le acarició los rosados labios, mientras ella lo miraba fijo a los ojos, levantando la cabeza por la diferencia de altura entre uno y otro. Sus manos entonces rodearon la cintura de Bruce, y luego subieron por su cuerpo, abriendo botón por botón de la camisa con una lentitud de cirujano, como si tuviera todo el tiempo del mundo, hasta dejar el pecho al descubierto.
Él respiraba agitado, era increíble lo que esa mujer podía provocarle aun sin tocarle ni un centímetro de piel. Ella también respiraba con rapidez, víctima de la ansiedad y la expectativa, hasta que finalmente se acercó y la besó. Con suavidad primero, como si los labios de Bianca fuesen de cristal y temiera romperlos, y con prisa después, hambriento al sentir el olor de su piel. Ella se aferró de su espalda acercándolo más hacia sí misma, convirtiéndose en uno mismo con el otro, mientras se guiaban mutuamente hacia la cama.
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