10
Durante todo el resto del día, Liam se apostó con el rifle en las manos, frente a una de las ventanas que daba hacia la calle principal, a un lado de la puerta de entrada. Abby intentó convencerlo en más de una ocasión que aquello no era necesario, pero él prefirió no escucharla. Si algo o alguien planificaba aporrearles las paredes de la casa otra vez, estaría ahí para verlo. Sin embargo, nada ocurrió. A media tarde Abby preparó unas tostadas con jugo de naranja, y Liam aceptó merendar con ella, aunque de reojo echaba rápidas miradas furtivas hacia la ventana, cada pocos minutos. El sol cayó sobre el horizonte y poco a poco las sombras le fueron ganando terreno a las luces del día, hasta que los primeros focos de fotocélula comenzaron a encenderse en la calle, en cuanto cayó la noche.
Al terminar de merendar, Liam volvió a tomar su lugar frente a la ventana, bajo la preocupada mirada de Abby. Una parte de ella misma temía por la sanidad emocional de su esposo, no sabía que había sucedido para que ahora actuara de aquella manera, tan distante, como si estuviera en una trinchera vigilando al enemigo. Luego de aquella charla en donde él le había contado la conversación con sus vecinos, no había dejado de mostrarse distante ni siquiera por un momento, como si hablar del tema fuera peligroso o las paredes escucharan. Sin embargo, prefirió dejarlo tranquilo y no agobiarlo, mientras mantenía su mente ocupada encendiendo la estufa antes de preparar la cena.
Por su parte, Liam no despegaba los ojos de la ventana, mirando hacia la calma tan familiar del barrio privado por la noche, escudriñando en la oscuridad. El rifle, inamovible, a su lado. En el preciso momento en que el reloj marco las nueve de la noche, se sintió extrañamente mareado, como si su cuerpo y su mente se hubieran desconectado uno del otro. No sabía que le estaba sucediendo, de repente se sintió demasiado liviano, como si flotara en un océano de negrura interminable. La expresión de su rostro cambió, sus ojos continuaron mirando a través del cristal sin ver nada en particular, totalmente absortos. A su espalda, en algún rincón de su cerebro, podía escuchar los sonidos crepitantes de los leños en la estufa; los pasos de su esposa yendo a la cocina, el ruido del agua en el grifo cuando se lavó las manos, y momentos después la cuchilla contra la tabla de picar, haciendo su trabajo de cortar verduras.
Sin embargo, Liam no estaba allí, su esencia estaba muy lejos en la realidad. En silencio, se puso de pie y caminó hasta la cocina. Sus ojos no parpadeaban a medida que caminaba, y en cuanto llegó al umbral de la puerta que conectaba la cocina con el pasillo de la planta inferior, miró a Abby. Ella se giró, al sentir la presencia de su esposo por detrás.
—¿Pasa algo, cariño? —le preguntó.
—Tenemos que ir con Ashley, ellos nos están esperando.
—Pero si me dijiste que no querías saber nada con esa gente, ¿de qué hablas, Liam? —no le gustaba en absoluto la mirada perdida de su esposo.
—Tenemos que ir con Ashley —repitió—. Ahora mismo.
Se adelantó un paso para tomarla del antebrazo, sujetándola fuerte. Abby lo miró como si hubiera perdido la razón por completo, en el mismo instante en que él la jaló hacia sí.
—¿Qué te pasa, Liam? ¡Suéltame, me estás lastimando! —exclamó.
—Ellos nos están esperando, tenemos que ir ahora mismo, Abby.
En cuanto Liam dio el primer paso fuera de la cocina, Abby se paró firme en sus pies y tiró repentinamente de su brazo hacia atrás, zafándose de él. Entonces tan rápido como se había soltado, lo abofeteó. No por instinto de defensa, ni siquiera para agredirlo gratuitamente, sino para intentar hacer que se despertara de lo que sea que estaba sucediéndole. Hablaba como un autómata, en sus ojos había una mirada que nunca antes vio en él, como si observara a algo más por encima de su hombro, pensó. Sin duda algo había ocurrido, y tenía que detenerlo.
Liam ni siquiera hizo caso del golpe que Abby le dio, solo giró el rostro y volvió a mirarla fijamente. Esta vez, en lugar de sujetarla del brazo, la tomó por el cuello con las dos manos, empujándola contra la mesada. Sorprendida, Abby luchó con todas sus fuerzas para quitárselo de encima. Primero intentó golpeándole de a puñetazos en el pecho, tanto como podía; luego arañándole la cara y por último sujetándole las manos. Sin embargo, nada surtía efecto. Liam siempre había sido un hombre fornido, aun después de abandonar su trabajo en el gimnasio, y ella con suerte pesaba sesenta kilos.
Sintió que todo su mundo se ennegrecía a medida que le faltaba el aire, y poco antes de comenzar a sentir el desvanecimiento de la inconsciencia, estiró una mano hacia atrás y palpó encima de la mesada el mango de la cuchilla, con la que momentos atrás estaba cortando cebolla. Sin pensarlo dos veces la tomó y la blandió hacia él, cortándole en el dorso de la mano izquierda, en la carne entre el pulgar y el índice.
Liam dio un grito de dolor, y la liberó enseguida, mirándose la mano de forma incrédula. Ella entonces embistió hacia la puerta, aprovechando su dolor y sorpresa ante la agresión, y lo apartó a un lado al mismo tiempo que corría rumbo al living. Debía salir de la casa cuanto antes, o al menos, coger el rifle y detener a Liam. No le dispararía en caso de ser necesario, pero si veía un solo indicio de que su vida corriese peligro, se defendería sin dudar.
En cuanto llegó al living, sintió que la tomaban por la espalda, empujándola de bruces hacia adelante. Abby dio un grito y se desplomó en uno de los sillones de la sala, entonces en ese momento Liam atacó, subiéndose encima de ella para intentar ahorcarla de nuevo. Extendió sus manos con expresión desquiciada, las tenía llenas de sangre al igual que algunas partes de su camiseta, y Abby le tomó de los brazos, en un instinto. Lo jaló a un lado y ambos rodaron desde el sillón hacia la alfombra, entre quejidos y bufidos propios de la lucha.
En cuanto ambos cuerpos rodaron por el suelo, desde uno de los bolsillos de la chaqueta de Liam se deslizó un objeto. Abby lo vio, a golpe de ojo parecía un triangulo confeccionado con huesos de aves, y en el medio tenía dos pequeños huesos atados con un hilo negro. No lo pensó dos veces, debía actuar. Su mente recordó en un segundo lo que le dijo Liam acerca de la hija de los Patterson, sobre que había "hablado en una lengua extraña" o algo similar. ¿Y si aquel objeto tenía algo que ver en su comportamiento?
Se puso de pie tan rápido como pudo, lo tomó en sus manos y lo lanzó a la estufa encendida. A pesar de que estaba confeccionado puramente de huesos, las llamas hicieron un chisporroteo breve como si le hubiera arrojado el fruto de un pino. Luego de un momento, fuego normal. Se giró sobre sus talones jadeando, agotada, para mirar a su marido. Liam volvía a tener la misma mirada de siempre; observaba en todas direcciones, confundido y con expresión atontada. Entonces observó a Abby.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy en el suelo? —preguntó. Luego pareció darse cuenta de la mano sangrante. —¿Qué me pasó?
—Ven, cariño, te lavaré la herida —dijo ella, acercándose rápidamente para ayudarlo a levantarse—. ¿No recuerdas nada?
—Solo recuerdo que estaba aquí, vigilando frente a la ventana. Luego nada más.
—Me atacaste, quisiste matarme. Querías que fuéramos a la casa de los Patterson, decías que nos estaban esperando —dijo ella, con la voz temblorosa. Del miedo, había comenzado a sollozar a medida que hablaba—. Estabas irreconocible, Liam. Y forcejeando contigo, se cayó de tu bolsillo una especie de triangulo pequeño, hecho de huesos o algo así. Lo tiré al fuego y volviste a ser tú.
—Recuerdo que cuando fui a hablar con ellas, tenían la calefacción de la casa encendida a tope. Me quité la chaqueta y se la di a Ashley, ella la llevó para una habitación que no pude ver. Quizás fue quien metió esa especie de símbolo adentro —comentó él, mientras caminaba junto con Abby hacia el baño, sujetándose la mano.
Al llegar, abrió el grifo del agua y le hizo meter la mano para lavar la herida. El corte no era muy profundo, pero si sangraba copiosamente, y Liam dio un quejido de dolor en cuanto el agua fría se metió en la herida. Luego de lavar bien el corte, Abby le ayudó a secarse la mano con una toalla vieja y lo más rápido que pudo. Antes de que volviera a ensuciarse todo de sangre, aplicó gasa y venda, dándole varias vueltas.
—Bueno, ya está... creo que estás bien ahora —dijo ella, mirándolo con pena. La verdad era que se sentía un poco culpable por haberlo herido, aunque entendía que no tenia otra alternativa, o sin duda él le habría hecho algo peor.
—Siento mucho haberte atacado —se disculpó, apoyándole la mano sana en la nuca, y dándole un beso en la frente. Abby sonrió, complacida. Amaba cuando él hacía eso, el beso protector en la frente que tanto amor le inspiraba. Entonces ella lo abrazó.
—Olvídalo, yo también te he lastimado. Tal vez la idea de irnos de aquí no sea una mala opción. Ya encontraremos algo mejor, mientras estemos juntos todos los problemas pueden solucionarse.
Juntos, volvieron rumbo a la sala de estar, y al llegar allí, un ligero resplandor en el paisaje nocturno llamó la atención de Liam.
—¿Qué es eso? —murmuró, acercándose a la ventana.
—¿Qué pasa?
Al detenerse frente al cristal vio la escena mas surreal que sin duda vería jamás. De pie, a unos treinta metros y en el medio de la calle, había un hombre, o una mujer, no sabia definirlo a la distancia. Estaba enteramente cubierto de negro, y lo único que lo hacía visible, además de su silueta recortándose bajo la luz de los focos, era un velón en sus manos.
—¿Qué pasa? —volvió a preguntar Abby, con ansiedad.
—Hay alguien en la calle, mirando hacia aquí. Tiene una vela grande en la mano, no lo sé —luego miró con más atención—. ¡Oh, pero que rayos!
Desde todas las casas aledañas comenzaron a salir personas. Los vecinos vestían todos iguales, al menos estaban cubiertos por aquel manto negro de pies a cabeza. Algunos tenían velas, otros no. Todos salieron de sus casas y uniéndose a este en medio de la calle, comenzaron a caminar hacia su propio domicilio. Liam no lo pensó dos veces, casi trotó hacia el rifle, comprobó que estaba cargado y le quitó el seguro.
—Dios mío... —murmuró Abby, asustada.
—¡Cierra la puerta trasera con cerrojo, y llama a la policía! —le indicó. Corrió hacia la puerta principal, y la abrió, saliendo al porche. Entonces apuntó hacia adelante, a la multitud de al menos treinta personas que se había congregado, acercándose poco a poco hacia su casa. —¡Quietos! ¡No se acerquen más, o disparo!
Sin embargo, nadie le respondió. Continuaron su avance sin decir nada, y a medida que se acercaban más y más, los focos de la calle los iluminaban mejor. Tal y como Liam había pensado, vestían con largas sotanas negras, capuchas cubriéndoles la cabeza, y en su mente revolotearon las palabras de Ashley Patterson diciéndole "Somos más que una comunidad, somos un grupo unido". Ahora entendía que eran mucho más que eso.
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