XVIII | Anelia Devins
Anelia Devins era una chica regordeta con serios problemas con la ansiedad, usaba lentes, y tenía granos en la cara. Sin embargo, se consideraba bonita y hermosa. —¿Acaso lo era?— Sin duda, para los ojos de los demás era una chica imperfecta desde que comenzó la primaria y la terminó.
Su madre, por otro lado, era una mujer con bastantes prejuicios en cuanto a su físico: no le gustaba engordar y aunque sea se veía una cana en su cabello negro, se pintaba las veces que fuera necesario. Tampoco le gustaban los granos en la cara y las manchas, aunque esto último no le importaba si su hija lo llevaba, pues Carla solo se vestía y acomodaba el pelo para su marido.
Llegó la secundaria y ella empezaba a emocionarse, pues se acabarían las burlas y conocería gente nueva, maravillosa con quien compartir y jugar. Anelia y su familia vivían en la ciudad de Marston en Maine, una ciudad donde solo había tres escuelas primarias y dos escuelas secundarias, si quería ir a la universidad tendría que irse a Chicago o Arizona.
El sol asomó en el horizonte y ya Anelia se había despertado para comer. Su desayuno comprendía de huevos con tocinos, hot cakes, una taza de café con leche y, por último, cereal. A su madre no le importaba que comiera tanto, pero a su padre Larry sí, todas las mañanas le decía lo mismo:
—Me preocupas, ¿por qué comes tanto?
—Es mi crecimiento, papá —abrió la boca y se comió los huevos—, me da mucha hambre.
Larry miró la hora y después miró el plato —o los platos—, de su hija.
—Cariño, ya es tarde —su voz era suave y cariñosa—, ¿Acaso quieres llegar tarde en tu primer día de clases?
Anelia, aun con los hot cakes en la boca, negó con la cabeza y se levantó, se bebió a pecho el café con leche y agarró su mochila, después salió de su casa y esperó a que el autobús llegara.
«Hoy va a hacer el mejor día de mi vida.»
Madison Goldsman le tiró una bolita de papel a Anelia, cuando la niña abrió el papel el escrito decía: «Anelia Devins, deberías irte a gordilandia, vaca deforme». Aquella nota hizo que Anelia se hundiera en su asiento y se ruborizara un poco Carl. El profesor de literatura, miró a Anelia y le dio una mirada de desaprobación. Atrás de ella sonaron risitas y susurros.
Las semanas siguientes, Anelia estuvo llorando en el baño de la escuela, siempre se colocaba en el último inodoro para llorar durante 10 minutos.
Escuchó la puerta sonar y vio la sombra pasar y quedarse frente de la puerta.
—¿Anelia? —Era Madison—, ¿puedes salir? Me siento arrepentida por haberte hecho daño.
Anelia abrió la puerta, se recogió los mocos y sudaba, Madison la vio con asco, pero sonrió para mostrar simpatía.
—¿De verdad?
—Claro. Por favor sal…
Anelia se levantó, salió del inodoro y entonces cuando fue abrazar a Madison un balón le pega en la cara, los lentes volaron y ella cayó al suelo golpeándose la cabeza.
Las risas se hicieron presentes, pero callaron cuando un hilo de sangre se mostró en el suelo y Anelia quedó inconsciente.
—¡Oh, mierda, Madison! —dijo Dick Underwood— la mataste.
Madison lo miró iracundo.
—¡La perra se cayó, no fuimos nosotros!
Dick agarró el balón y entonces dijo:
—Nunca te he visto, te dejo con la gordinflona.
Y Dick desapareció de la vista de Madison y ella quedó con Anelia.
Horas más tarde Anelia estaba en el Hospital Merry al este de la ciudad, se despertó con un dolor de cabeza inmenso y los rayos del sol que se instalaban en la habitación la dejaron ciega por un breve lapso de tiempo. Miró a su padre, quién dormía en una silla. Llevaba unos vaqueros y una chaqueta azul marino, también su cabello, el cual mostraba canas.
—Papá —dijo con voz ronca—, papá despierta.
«No va a despertar —dijo una voz dentro de su cabeza—. Descansa», Anelia, aunque con confusión hizo caso a aquella voz dentro de su cabeza, se durmió.
Al rededor de las ocho de la noche Anelia despertó, se sentía mejor y comprobó que su padre estuviera despierto y en efecto lo estaba. Este le dio un abrazo y le puso unos lentes nuevos, lentes circulares.
—¿Qué me pasó, papá? —miró en todos lados a ver si su madre estaba. — ¿Y mamá?
—Oh, mi dulce Anelia —dijo Larry con voz apaciguadora y suave—, tu madre no pudo venir, pero te manda sus mejores deseos. Escuché a una amiga tuya, Madison, dijo que te tropezaste y luego caíste ¿Es eso cierto?
«Dile que sí», la voz otra vez sonó y esta vez sonaba apresurada.
—Si papá —mintió.
¿Por qué? Su padre le brindó un beso en la frente y después Anelia recordó como Madison se disculpaba falsamente y como semanas atrás la llamaba gorda. Ella y todo el salón.
«Nos vengaremos Anelia —dijo la voz, fría, sin ninguna gota de emoción —, no te preocupes».
No supo por qué, pero Anelia sintió un gran alivio porque esperaba con emoción como pronto se vengaría.
Tras tres días en el hospital, Anelia volvió a la escuela. Estaba retrasada en matemáticas y además aquella voz también se burlaba de ella por comer tanto.
—Pero no puedo detenerme —le susurró.
—Es por eso que estás como una bola de mierda.
Arta, estaba arta de todo y todos.
Durante el almuerzo, nadie se quería sentar con ella y era mejor, así quería estar sola sin que nadie la molestara, sin embargo…
—Veo que te dieron de alta —dijo Madison, atrás de ella estaba Dick, quien la veía con una sonrisa pícara—, dime, ¿No rompiste la camilla del hospital?
—Déjame en paz, Madison.
Dos chicas rieron, Clara y Johana.
«Déjalos», dijo la voz.
—¿Qué dijiste, saco de mierda?
—Que me dejes en…
Lo último quedó en el aire y Madison le tiró la comida en la cara a Anelia con el plato, los lentes se rompieron y ella cayó de su asiento al suelo, llorando y sintiendo ira mientras toda la escuela se reía de ella por ser gorda y fea.
Otra vez mis lentes se rompieron. «Calma Gordinflona, espera…»
El sábado del 17 de junio del 2009 Anelia estaba en casa de sus abuelos, la voz le dijo que tenía que sacar el rifle de caza de su abuelo, una escopeta pequeña y la Colt 1945. Todo esto se encontraba en el armario, sin llave y a la vista de todos, puesto que el viejo Devins le encantaba que todos lo vieran a pesar de que ya no podía usarlos.
Obediente o en contra de su voluntad —daba igual—, hizo caso a la voz, ella quería venganza y estaba arta de que todos la vieran así. Ella era bonita, en efecto, y nadie debería decir lo contrario. Puso las armas en una vieja maleta negra y luego las escondió en el auto y rezó por que nadie bajara al sótano.
Nadie lo hizo y la voz en su cabeza soltó una risita y ella igual, aunque la de ella sonó histérica.
El viernes 19 de junio del 2009 Anelia Devins no fue elegida para jugar en la cancha de voleibol. No le importó y se quedó esperando la salida.
Cuando sonó el timbre que anunciaba la hora de salida, Anelia Devins se escondió en el salón. En el segundo piso abrió una ventana que daba directo a la entrada del colegio y ahí colocó el rifle apuntando a la entrada. Ella nunca había disparado, pero la voz dijo que se calmara, que todo iba a salir bien.
Colocó la escopeta recortada en el escritorio junto con la Colt y luego esperó, y esperó y esperó hasta que vio el amanecer y sabía que era la hora, el día en que todos esos idiotas, en especial Madison, vería porque no se debía meter con ella.
Escuchó pasos atrás de ella, vio por el ventanal de la puerta que era el conserje George, no era importante.
«Pero si intenta entrar haré que sus tripas salgan por fuera» pensó.
Había pasado una hora desde que la voz se había ido y solo quedaba ella.
Ya eran las siete, miró por la mira del rifle llegar en el autobús a Dick Underwood, Sharon Ridley, al director William Gibson, Annabelle Stuart, Molly Siller y al resto de idiotas que se burlaban de ella. Madison Goldsman llegaría más tarde, entonces esperó solo 2 minutos y Madison se bajó del auto que le compró su padre.
Anelia sintió la adrenalina, pasar por su cuerpo, sudaba y tenía mucha hambre. Entonces abrió la ventana y dijo:
—¡Madison Goldsman! —todos la miraron, incluyendo a la chica de cabello negro y ojos cafés —, me has hecho daño y creo que el daño que haces en este mundo lo pagas tarde o temprano.
Los estudiantes sacaron sus cámaras y empezaron a grabar.
—¡Muy bien, Señorita Devins! —dijo el director desde abajo— Salga de ahí y bajé ahora mismo.
—Madison Goldsman —Prosiguió—, Tú y Dick Underwood me dieron con un balón en la cabeza y por ello me la rompí, seguido de eso me rompiste dos veces mis lentes. Por estos cargos, yo y el resto de idiotas de esta maldita institución educativa, ¡los declaro culpables!
Entonces asomó el rifle y le quitó el seguro, después un estruendo salió del edificio y a continuación pasó.
Anelia disparó a Dick Underwood en la cabeza, los sesos se dispersaron por el suelo y la gente corrió, al lado del cuerpo inerte de Dick estaba Sharon Ridley quién gritaba presa del miedo y del pánico, cubierta de la sangre y sesos de Dick. Anelia le disparó en el pecho y esta cayó al suelo, Madison Goldsman intentó correr, pero con una precisión increíble, Anelia le disparó en las piernas, la bala atravesó los huesos y luego ella cayó desangrándose.
El director William Gibson intentó correr lo más que pudo y le gritó al conserje.
—¡Ve y…!
Anelia le disparó al cuello, el director William Gibson cayó al suelo gorgoteando sangre.
Le disparó a los profesores. Los estudiantes huían y gritaban por ayuda, pero nadie los ayudaba. El conserje Billy Baker corría por los pasillos del segundo piso, identificó el ruido y luego sintió temor en entrar ¿Y si le disparaba?
«Vamos Bill, tú puedes», se dio ánimos e intentó abrir la puerta, estaba cerrada.
—Señorita Devins, por favor, abra la puerta, hay otras maneras de hacer esto.
—¡Cállate! —vociferó la chica.
Anelia agarró la escopeta recortada y Billy no fue capaz de mirar lo que pasaría a continuación, pues ella puso la escopeta recortada en la puerta y disparó.
Las balas atravesaron la puerta y las tripas de Billy Baker salieron y él se estampó contra unos casilleros.
Anelia comprobó que algunas personas corrían aún y a lo lejos escuchó un ruido de sirenas.
Salió del salón y corrió hacia las escaleras, después caminó entre la fila de muertos. Miró al director William Gibson quién miraba al suelo con ojos brillosos y la sangre salía aún. Por otra parte, Madison Goldsman se desangraba y gritaba con la poca fuerza que le quedaba, Anelia se le acercó (tenía hambre) le apuntó con el arma en la cabeza y Madison lloró y pidió clemencia.
Anelia disparó sin remordimiento alguno. A continuación miró a su al rededor, algunos estudiantes se escondían y sintió un alivio, pues ya todo se había acabado.
Pero entonces…
Llegaron unas patrullas policiales y apuntaron con sus armas.
Ella disparó.
Le dio al para brisas de unos de los autos y los oficiales abrieron fuego.
Anelia Devins sintió cada bala entrar en su cuerpo y luego quedó por un minuto exactamente mirando como los oficiales quedaban extrañados por qué en ningún momento cayó al suelo.
Ella tenía el arma en sus manos y la voz en su cabeza volvió y dijo:
—Sabes los que tienes que hacer, te hubieses entregado pero disparaste. Eres estúpida y una bruta en su totalidad.
Anelia seguía de pie con la fuerza que quedaba, se disparó en la cabeza, así acabando con su sufrimiento.
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